39

Hacía mucho tiempo que la noche había caído cuando el marino llamó a la puerta de la pequeña casa oficial que ocupaban Nitis y Kel.

El escriba dio un brinco, sobresaltado, y fue a abrir.

—Seguidme.

Kel y Nitis se miraron. ¿Y si se trataba de una emboscada?

La muchacha cruzó en primer lugar el umbral. Kel llevaba la bolsa que contenía el arco y las flechas de la diosa Neit, ofrecidos por el cocodrilo de Sobek. El dominio del dios Thot parecía dormido. Aún hacía mucho calor, y la luna nueva ofrecía sólo una débil luminosidad.

Robusto, con la frente baja y unas gruesas pantorrillas, su guía apretó el paso. Sin dudar sobre el camino que debía seguir, tomó la dirección del puerto.

Kel esperaba ver aparecer en cualquier instante a policías o soldados, contentos de capturar tan fácilmente a su presa. Bebón y Viento del Norte no tendrían tiempo de intervenir o sucumbirían ante su número. ¿Respetarían los asaltantes, por lo menos, a Nitis? El escriba se interpondría y daría su vida para defenderla, ¿pero cómo escapar a una jauría decidida a matar?

Por fin avistaron el muelle.

El lugar más peligroso. Forzosamente los aguardaban allí.

El marino se detuvo y Kel abrazó a Nitis. Transcurrieron interminables segundos, hasta que con un ademán, su guía les ordenó avanzar hacia un imponente barco mercante de doble cabina.

El muelle parecía desierto.

Al pie de la pasarela, el escriba se volvió.

—Debemos aguardar a Bebón y a Viento del Norte —decretó.

—Imposible —repuso el marino—. El capitán quiere salir inmediatamente de Hermópolis.

—Pues que se vaya.

—¡Cómo quieras! Yo he terminado mi misión.

—El robusto subió por la pasarela.

—En sus puestos, los remeros estaban listos para entrar en acción.

—¡Subid a bordo! —ordenó el capitán, huraño.

—Seremos cuatro —repuso el escriba.

—Peor para vosotros. Voy a dar la orden de partida.

—Seremos cuatro —repitió Kel.

Escrutando la noche, Nitis aguardaba la llegada de sus dos compañeros y temía la brutal intervención de las fuerzas del orden.

Aquel retraso, obviamente, revelaba una horrible realidad: habían detenido al asno y al actor.

De pronto se oyó una especie de gemido. Y, luego, la voz irritada de Bebón:

—¡Camina, maldita sea! ¡Casi hemos llegado!

Parecía evidente que Viento del Norte no sentía ningún deseo de embarcar.

Nitis le acarició la frente.

—De prisa.

El asno abrió unos grandes ojos tristes. Pese a su desacuerdo, aceptó seguir a la sacerdotisa.

Retiraron la pasarela y los remos se hundieron en el agua. La maniobra fue perfecta y el pesado navío se alejó rápidamente del muelle de Hermópolis.

—Entrad aquí —ordenó el capitán a sus pasajeros clandestinos, abriendo la puerta de una de las dos cabinas—. El asno será atado al mástil. Dormid; os despertaré al alba.

Y cerró.

—Esto no me gusta —dijo Bebón—. Parece una prisión.

—Nos lleva a la libertad —le recordó Kel—. ¿Has descubierto si nos seguían?

—No, nadie. Descansemos por turnos. Yo no tengo sueño.

—La actitud de Viento del Norte me preocupa —reconoció Nitis—. ¿Por qué esa renuencia?

—Le gusta pasar largas noches tranquilas —indicó el cómico—. Este paseo nocturno lo ha disgustado.

—Si el capitán nos hubiera vendido a la policía, no nos habrían permitido embarcar —estimó Kel.

Bebón se tumbó.

—¡Qué tengáis dulces sueños! Imaginad que ya estamos en Tebas, en pleno corazón de un suntuoso palacio, ante la Divina Adoratriz, encantada de escucharnos y asegurándonos su incondicional apoyo. ¡Maravilloso porvenir!

Nitis sonrió. Si ésa era la voluntad de los dioses, se cumpliría.

Pero entonces la puerta se abrió de golpe y unos mercenarios griegos arrojaron al suelo a Kel y a Bebón, amenazando con degollarlos.

Un hombre elegante, de voz suave, tomó dulcemente a la muchacha por la mano.

—Nitis, os libero.

—¡Menk! ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Misión especial por orden del jefe de los servicios secretos. Recibí órdenes de encontraros y arrancaros de las zarpas del monstruoso escriba Kel.

—Os equivocáis. No es un criminal, ni un monstruo.

—Querida y crédula Nitis, os ha engañado. Las pruebas de su culpabilidad son irrefutables.

—Son falsas. En realidad, Kel es víctima de una maquinación concebida en la cúpula del Estado.

—¡Queridísima Nitis, no creáis esa fábula!

—Es la verdad, y lo demostraremos.

—La Divina Adoratriz no os hubiera recibido nunca. A pesar de su hostilidad a la política de Amasis, debe someterse a las leyes. Y sois delincuentes huidos. Venid, salgamos de aquí. Que los prisioneros sean estrechamente vigilados.

Aunque renuente, Nitis aceptó.

—Puedo hacer desaparecer cualquier acusación contra vos, Nitis. Naturalmente, no sois la cómplice de ese miserable asesino, sino su rehén. Mi testimonio será decisivo, el juez Gem os absolverá y nos casaremos.

—Yo no deseo casarme con vos, Menk. Amo a Kel.

—Pasajera ilusión, querida y tierna Nitis, simple extravío debido a las circunstancias. Viviremos una felicidad perfecta y olvidaréis estos penosos acontecimientos.

—Nunca abandonaré a Kel y lucharé con todas mis fuerzas para probar su inocencia.

—Ese combate lo tenéis perdido de antemano. Os perdono vuestros errores y os prometo convertiros en una de las mujeres más conocidas de Sais. Dada mi hazaña, el rey me atribuirá un cargo ministerial y seréis nombrada gran sacerdotisa de Neit.

—Siento decepcionaros, Menk, pero esos hermosos proyectos no se cumplirán.

—Es vuestra única oportunidad de escapar al desastre, Nitis.

—La muerte no me asusta. Sólo cuenta la verdad.

—Os defenderé contra vos misma e impediré que habléis. Poco a poco, recuperaréis la razón.

—¡Kel hablará!

El tono de Menk se endureció.

—De ningún modo, futura esposa mía. Pues voy a matarlo.