Al ocaso, vuestra embarcación estará dispuesta a zarpar —le anunció el ritualista en jefe a Nitis—. Por lo general, la navegación nocturna está prohibida. Pero dados los fuertes calores, he obtenido una autorización.
—¿No nos traicionará el capitán?
—Es venal, pero correcto. Si no respetara un contrato, destruiría su reputación. Podéis confiar en él, os llevará a buen puerto.
—¿Y la policía?
—Conozco las horas de ronda. Por lo que al centinela se refiere, se sumirá en un profundo sueño. El laboratorio del templo dispone de productos eficaces para ello. En el momento oportuno, un marino pasará a buscaros por vuestro alojamiento oficial.
—¿Cómo puedo agradecéroslo?
—Haciendo que triunfe la verdad, Nitis, y rogando a la Divina Adoratriz que fortalezca su poder. De lo contrario, Amasis llevará el país a la ruina. Vuestro combate supera vuestra persona, la del escriba Kel y el cómico Bebón. De su resultado depende la suerte de todo el país.
La joven regresó a la biblioteca, donde Kel seguía leyendo papiros matemáticos. Lamentablemente, allí no había clave alguna que permitiera descifrar el código.
—Saldremos de Hermópolis esta misma noche —murmuró ella antes de relatarle su entrevista con el ritualista en jefe.
—Avisaré a Bebón.
Aunque reforzado, el servicio de orden se mostraba discreto. El sumo sacerdote se negaba a ver cómo la policía invadía su dominio. Y, dada su autoridad, sus consignas eran respetadas.
Prudente, Kel dio un gran rodeo y se detuvo varias veces antes de acercarse al establo.
Viento del Norte se refocilaba allí, mientras Bebón dormitaba tranquilamente.
El escriba acarició al asno, apacible y relajado.
—¿Alguna novedad? —preguntó el actor.
—Partimos esta noche hacia Tebas. Un marino nos llevará hasta el barco.
—Os seguiré a cierta distancia. En caso de peligro, Viento del Norte nos avisará. Pero antes echaré un vistazo alrededor del muelle.
—¿Hay algún peligro?
—Aparentemente, no. Queda el centinela apostado durante toda la noche.
—Será neutralizado.
—Casi es demasiado hermoso para creerlo.
—¿No confías en el ritualista en jefe?
Bebón inclinó la cabeza.
—Ni mentiroso ni ladrón, un adepto de estricta moral… No lo veo tendiéndonos una trampa. Y, además, no podemos permanecer mucho tiempo en Hermópolis. La policía y el ejército registrarán el templo, antes o después.
—Pronto estaremos en Tebas y hablaremos con la Divina Adoratriz.
—¡Cuánto optimismo!
¿Acaso lo dudas, amigo mío?
—Bebón pareció molesto.
—¡No es mi estilo! Y no tenemos elección. ¡Tirémonos, pues, de cabeza al agua! Sobre todo, nada de discursos moralizadores sobre los riesgos que me haces correr. Sería capaz de ponerme violento.
Kel se sentó junto a Viento del Norte.
—¡Qué extraño me parece el destino! Amo a una mujer sublime que me concede su amor, tengo un amigo al que ningún peligro asusta y, sin embargo, la injusticia y la desgracia pueden golpearnos en cualquier instante.
—Deja ya de hacerte preguntas inútiles y mira hacia adelante. Interrogarse sobre uno mismo sólo conduce… ¡a uno mismo! Te asegura un mortal aburrimiento. La verdadera vida comienza mañana.
Viento del Norte levantó las orejas.
Sin precipitarse, Kel se alejó.
Un arriero de mirada inquisidora se dirigió entonces a Bebón.
—¿Qué quería ese sacerdote?
—Me preguntaba por qué no estaba yo trabajando. Hace mucho calor, por lo que tenemos derecho a unas horas de descanso suplementario. He enviado a paseo a ese aguafiestas.
—Sin duda era policía. En estos momentos, pululan por todas partes.
—¿Por qué?
—¿No has oído hablar del escriba asesino que mató a centenares de infelices? Se trata de un monstruo sanguinario, capaz de emprenderla con todo un ejército.
—Sin duda no se oculta en el templo de Hermópolis.
—Seguro, pero los policías lo buscan por todas partes. Por cierto, hay que entregar unas jarras en el puerto. ¿Podrías encargarte tú?
Bebón se levantó lentamente.
Excelente ocasión para examinar el lugar de nuevo.
—Sólo para hacerte un favor.
—Te lo devolveré, amigo.
El cómico y Viento del Norte pasaron a recoger las jarras por la cervecería y se dirigieron al muelle.
Allí llegaba un barco y zarpaba otro. Los estibadores se disponían a descargarlo, y algunos soldados patrullaban.
En el almacén, la vigilancia no se había reforzado.
El guardia anotó el número de jarras de cerveza.
—Aquí, uno se siente seguro —comentó Bebón.
—Incluso hemos merecido la visita del juez Gem, el gran patrón de la magistratura, acompañado por una cohorte de policías. Al parecer, buscaban a unos asesinos.
—¿Los han encontrado?
—No, se han marchado con las manos vacías. Según los rumores, el sumo sacerdote no lo habría autorizado a turbar la quietud del templo. A pesar de su edad, no teme a nadie. De nuevo la rutina, entonces. Las patrullas intentan descubrir a los pillos que pretenden hurtar mercancías. Cuando les echan mano, reciben un buen número de bastonazos y pierden el deseo de repetirlo. ¡Qué calor…! ¿Un trago de cerveza?
—Con mucho gusto.
Tras haber bebido, Bebón examinó a paso lento los alrededores.
No vio nada anormal.