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Cansado? —preguntó Kel.

—En absoluto —respondió Bebón—, más bien agotado.

Mientras procuraba recuperar el aliento, el cómico se preguntaba cómo había podido nadar tanto tiempo. La ribera le parecía inaccesible, y su cuerpo era muy pesado. Un esfuerzo más, otro, una energía sacada de lo más profundo de su ser, y por fin tierra firme.

—Ya ves —le dijo al escriba—, sólo ha sido un paseo.

Kel ayudó a su amigo a incorporarse.

—Apresurémonos a reunimos con Nitis.

—Estoy seguro de que lo ha logrado, como nosotros.

El ritmo que impuso Kel fue una tortura para Bebón.

La sombra de los primeros tamariscos les resultó un alivio. Sus piernas se volvieron de pronto más ligeras, y Bebón recuperó su soberbia.

Junto a un pozo estaban Nitis y Viento del Norte.

Los amantes se abrazaron largo rato. Se contaron sus respectivas pruebas, y se felicitaron una vez más por la protección de los dioses.

—No hemos llegado todavía al templo —recordó Bebón—. Es peligroso que nos vean juntos. Me pondré en contacto con el ritualista en jefe y volveré a buscaros.

—Gracias por tu valor —dijo Nitis.

El actor, conmovido, fue incapaz de pronunciar una sola palabra.

El tipo tenía una jeta desagradable.

—Tengo sed —gruñó.

—Ese pozo no es mío —repuso Kel—. Bebe cuanto quieras.

Mirando de soslayo, el sediento observaba a su interlocutor. Nitis y Viento del Norte descansaban a la sombra de un tamarisco.

—¿Eres de por aquí?

El escriba asintió con la cabeza.

—En ese caso, debes de conocer la aldea de Las Tres Palmeras.

—De allí vengo.

—¿Conoces al fabricante de sandalias rituales?

—Participé en su arresto.

El sediento se apartó del pozo.

—¿Quiere eso decir… que eres policía?

—Me gustaría saber por qué haces tantas preguntas. ¿No serás, por casualidad, amigo de los delincuentes huidos?

—¡No, oh, no! Soy uno de los hortelanos encargados de cuidar el valle de los tamariscos y la policía me ha pedido que le indique las caras nuevas y las personas sospechosas.

—Sigue mostrándote atento y serás recompensado.

—¡Cuento contigo!

El tipo se alejó.

—Deberíamos abandonar este lugar —le dijo Kel a Nitis—. Pero si Bebón no nos encuentra, creerá que nos han detenido. Además, podrían descubrirnos otros confidentes. Mi pequeña comedia no resultará siempre eficaz.

—Lo único que podemos hacer es esperar —decidió la muchacha.

—¿Y si Bebón ha sido detenido?

—Que los dioses sigan protegiéndonos.

Viento del Norte estaba tranquilo, no daba signo alguno de inquietud. Al caer la noche, se levantó y, con las orejas erguidas, avisó a sus amigos.

Alguien se acercaba caminando con rapidez.

¡Bebón!

—Estamos salvados, he encontrado al ritualista en jefe y se lo he contado todo.

—¡Has corrido un riesgo enorme! —estimó Kel—. Podría haberte mandado a la cárcel.

—Ese tipo es demasiado inteligente para tragarse las habladurías.

El cuarteto se dirigió entonces hacia el gran templo de Thot, el maestro del conocimiento y el patrón de los escribas. Kel soñaba con visitarlo algún día, con trabajar allí incluso, aunque en condiciones muy diferentes.

Bebón los llevó a un anexo donde había una biblioteca, un refectorio, un almacén de vasos sagrados, un taller y un establo.

El ritualista en jefe, un hombre entrado en carnes que llevaba la cabeza afeitada y vestía una inmaculada túnica blanca, los recibió en el umbral de una pequeña vivienda oficial.

—Así pues, vos sois Nitis, la sacerdotisa de la que tanto me habló mi queridísimo amigo, el difunto sumo sacerdote de Neit.

La muchacha se inclinó.

—Vos erais el tema principal de sus cartas. Os consideraba su hija espiritual y quería que lo sucedieseis. Sin embargo, dados los graves acontecimientos, temía una nefasta intervención del poder y me pidió que os ayudara en caso de necesidad. Hoy me satisface cumplir mi promesa.

El ritualista en jefe contempló a Kel.

—¡Y he aquí al terrible asesino buscado por todas las policías del reino!

—Es inocente —aseguró Nitis.

—Las explicaciones de Bebón me han convencido, y vuestro testimonio refuerza mi opinión. Estáis mezclados en un asunto de Estado y no será fácil establecer la verdad. Sólo la Divina Adoratriz posee la autoridad necesaria. Esta casa debe ser acondicionada la semana que viene; podréis, pues, descansar aquí algunos días. Bebón fingirá ser palafrenero. Nitis y Kel, unos ocasionales sacerdotes puros a mi servicio. Intentaré encontraros un barco que se dirija a Tebas.

—Os estamos infinitamente agradecidos —dijo Nitis—. ¿Me autorizáis a solicitaros otro favor?

—Os escucho.

—¿Nos permitís trabajar en la biblioteca? Tal vez descubramos elementos susceptibles de desvelar el misterio de un texto cifrado, origen de esta tragedia.

—Por supuesto. No obstante, hablad lo menos posible con vuestros colegas y no paseéis por el interior del recinto. La jerarquía ha recibido la orden de señalar vuestra presencia y varios informadores merodean por aquí.

—Corréis muchos riesgos al ayudarnos —observó Nitis.

—A vuestro maestro espiritual se lo debo todo, y no apruebo en absoluto la política del rey Amasis. Al imponernos leyes inspiradas en su querida Grecia, lleva al país a la ruina. Abrumar a la población con impuestos y tasas la desalentará. Someter a los templos en beneficio de los mercenarios y los comerciantes griegos debilita el propio espíritu de las Dos Tierras. Y si la cólera de los dioses estalla, su venganza será terrible.

La predicción heló la sangre a Nitis y a Kel.

El ritualista en jefe tomó a Bebón de los hombros.

—Lo siento, amigo mío, tú dormirás en el establo. Este alojamiento está reservado a los sacerdotes temporales. Pero tranquilo: la paja es cómoda.

En un principio, el actor protestó, pero luego pensó en la joven pareja: bien merecía una noche de amor.