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Tras haber atravesado varios pueblos donde la acogida de los amigos de Bebón había sido excelente, el actor, Nitis, Kel y Viento del Norte se acercaban a una gran población llamada Las Tres Palmeras.

Dos días más de prolongada marcha y llegarían a Hermópolis, inaccesible por el Nilo, pues los controles de la policía fluvial se multiplicaban.

En un momento dado se cruzaron con un joven campesino que llevaba dos asnos cargados con cestos llenos de cabezas de ajo. De pronto, éste se volvió.

—¡Bebón! ¿Eres tú, realmente eres tú?

El actor contempló a aquel muchachote de sonrisa bobalicona.

—¡Cabeza-a-pájaros! No te había reconocido… ¡Estás hecho todo un hombre!

El otro pareció molesto.

—No del todo, pero no pierdo la esperanza. La hija del panadero me gusta, y yo le gusto también.

—¡Fabulosa noticia!

—¿Vienes a ver a tu amigo, el fabricante de sandalias rituales?

—Así es.

—Pobre… Los policías lo interrogaron durante horas antes de llevárselo. ¡Le dieron por todas partes! En Las Tres Palmeras estábamos tranquilos, pero en las aldeas cercanas a Hermópolis ocurre lo mismo. Preguntan a la gente y registran las casas.

—¿Y a ti, te han molestado?

—Yo obedecí a mi tío y dije que no te conocía. Entonces me dejaron en paz. Además, les vendo mis ajos a buen precio.

—Tú y yo nunca nos hemos visto, ¿de acuerdo?

Cabeza-a-pájaros asintió con un parpadeo, y el cuarteto dio media vuelta.

—Separémonos —dijo Bebón—. Nitis fingirá ser una campesina, con Viento del Norte, y tomará el sendero que discurre por el lindero del desierto, lejos de los aldeanos. Kel y yo iremos por el río…, a nado. Y nos reuniremos al norte de Hermópolis, junto al canal que lleva al valle de los tamariscos.

—No abandonaré a Nitis —decidió el escriba.

—Es necesario —dijo ella—. Juntos, nos detendrían. El arco y las flechas de Neit me protegerán. Tú no pierdas el amuleto.

—Pero Nitis…

Ella lo besó con tanta ternura que se vio obligado a ceder.

—Ven —ordenó Bebón—. Es nuestra única posibilidad de lograrlo.

Desolado, Kel vio cómo Nitis se alejaba.

Viento del Norte tomará el camino más corto y el más seguro —afirmó el cómico—. ¡Manos a la obra, campeón de la resistencia! Tranquilízate, no hay cocodrilos por los alrededores. No les gusta ser molestados, y cerca de Hermópolis hay numerosos barcos.

—¿Y las corrientes?

—Me las sé de memoria, gracias a una amable personita que se bañaba conmigo. Flanquearemos las riberas, salvo en un lugar donde tendremos que alejarnos.

El agua estaba deliciosa, y nadar apaciguó la angustia del escriba. Kel siguió a Bebón, decidido y muy tranquilo. Ambos hombres alternaban períodos de crol[10] y de descanso, sirviéndose de la corriente del río para avanzar a buen ritmo.

Kel no dejaba de pensar en Nitis. Separado de ella, advertía hasta qué punto le era indispensable su luz. Más allá del amor humano y del deseo físico, entre ambos existía una armonía de otro mundo.

Bebón se dirigió al centro del río. La corriente favorecía a los nadadores. Una enorme perca pasó rozándolos; bajo el agua, su velocidad aumentaba.

Al volver a la superficie para tomar aire, Kel vio un barco de la policía. A proa había un arquero dispuesto a disparar. Ése era el final del viaje, y estaba lejos de ella, tan lejos de ella…

Sonrió y agitó la mano saludando con cordialidad.

El arquero le respondió del mismo modo, y el barco prosiguió su curso.

Bebón apareció junto al escriba.

—¡Por todos los dioses, ha ido de un pelo!

—¿No estás cansado?

—¡Bromeas!

El actor siguió nadando.

En el horizonte se divisaba el valle de los tamariscos. En pleno desarrollo, los árboles rosados creaban un paisaje mágico en cuyo corazón se levantaba el inmenso templo de Thot.[11] Viento del Norte se detuvo y venteó el aire perfumado que inundaba aquel paraje encantador. Nitis veía a Kel nadando y superando los peligros del río. Muy pronto se reunirían.

Una decena de policías salió del bosque.

—¿Adonde vas, muchacha? —preguntó el sargento en jefe.

Nitis lo miró a los ojos.

—Sirvo legumbres frescas a los templos.

—¿No te acompaña tu marido?

—Yo misma administro mi explotación.

—Una mujer libre…

—Espero que eso no os moleste.

—Respeto la ley. ¿Cómo te llamas?

—Neferet.

—Examinaré la carga de tu asno.

—Yo no lo haría, tiene muy mal carácter.

—Si el animal me agrede, tú serás responsable de ello.

—En ese caso, yo misma abriré los cestos.

Los policías se acercaron a Nitis, como si temieran que mostrara una terrorífica arma.

—Puerros, lechugas y cebollas… ¿Satisfecho?

—¿Qué contiene esa bolsa, atada al flanco de tu asno?

Una simple campesina, propietaria de un arco… El sargento en jefe detendría a Nitis y la llevaría al puesto de policía.

—Objetos personales.

—Tengo orden de examinarlo todo. Enséñanoslo o mataremos a tu asno.

Con la cabeza y las orejas gachas, Viento del Norte procuraba no manifestar signo alguno de hostilidad. En prisión, la sacerdotisa intentaría defenderse, y Kel y Bebón proseguirían la búsqueda de la verdad.

Lentamente, ella sacó el arco de la bolsa de lino.

Con los ojos clavados en el extraño objeto, los policías pusieron mala cara. Inmóviles, con los brazos caídos, parecían incapaces de intervenir.

De la madera de acacia brotaba una luz tan intensa como la del sol. Sólo Nitis no fue víctima del deslumbramiento.

—Puedes seguir tu camino —ordenó el sargento en jefe.