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Gracias a una fuerte brisa, la barca avanzaba con rapidez. Viento del Norte, que viajaba cómodamente instalado, se permitía hermosas horas de sueño. Brillando al sol, las aguas del Nilo eran de un azul análogo al del cielo. Bebón era bastante buen navegante, y llevaba el timón y vigilaba la vela. Kel y Nitis saboreaban aquellos instantes de tranquilidad, admirando las verdes riberas del Egipto Medio.

—Nunca había imaginado semejante felicidad —murmuró él—. Tu amor disipa las tinieblas.

—¿Acaso no es un regalo de los dioses vivir juntos una misma vida?

Pero un siniestro crujido alertó a los pasajeros.

—Entra agua —observó Bebón—. Habrá que achicar.

Kel puso de inmediato manos a la obra. Pero a pesar de sus esfuerzos, la brecha se hizo mayor y la barca era cada vez menos manejable.

—¡El muy bandido nos vendió una embarcación defectuosa! —rugió el actor—. Habrá que acostar.

Ambos hombres arriaron la vela y, luego, remaron al compás.

Viento del Norte se incorporó a regañadientes y bufó. Llevar el equipaje no era tan divertido como un viaje por el río.

No había nadie a la vista.

—Ya sé dónde estamos —dijo Bebón—. Atravesaremos las tierras cultivables y tomaremos el camino en el lindero del desierto. Tengo varios amigos en cada una de las aldeas, y encontraremos fácilmente comida y un refugio para dormir.

—Favorable incidente —afirmó Kel—. El vendedor debe de habernos denunciado a la policía fluvial, que se habrá lanzado detrás de nosotros.

—La próxima etapa importante será Hermópolis. Allí representé numerosos misterios, y el ritualista en jefe me aprecia. Él nos indicará el dispositivo policial y nos permitirá escapar.

Viento del Norte se puso en cabeza. Dada la distancia que debía recorrer, no se trataba de hacerse el remolón.

Menk estaba que trinaba.

Su barco debería haber alcanzado, hacía ya mucho tiempo, la embarcación de Nitis. Pero sólo había adelantado a pescadores y ribereños que transportaban mercancías.

¿No habrán ocultado o hundido su embarcación los fugitivos? —preguntó un mercenario—. En ese caso, será imposible encontrar su rastro.

—Entonces habrán elegido la vía terrestre —estimó Menk—. ¿Pero en qué ribera? Nitis dispone de apoyos entre los sacerdotes que apreciaban a su desaparecido maestro. ¿No estudió en Hermópolis, en el gran santuario de Thot? Allí hay antiguos rituales y se forman escribas de primera línea. Sí, sin duda, Nitis se dirigirá a Hermópolis. La esperaremos allí.

Al mercenario le pareció malsana la exaltación de Menk. Sin embargo, estaba acostumbrado a obedecer, y cumpliría las órdenes.

El comandante de la fortaleza de Heracleópolis era también el «jefe de los barcos», encargado de garantizar la seguridad de la navegación en el Medio y el Alto Egipto. Cerca del Fayum, la vieja ciudad dormitaba, y el comandante se preocupaba, sobre todo, de cobrar los nuevos impuestos que recaían sobre quienes gozaban de inmunidad. En adelante, se podría detener a un sacerdote en el propio territorio del templo si se negaba a pagar esa contribución general y obligatoria. La práctica, importada de Grecia, suscitaba la indignación del clero local, pero la última palabra la tenía el fisco, apoyado por el ejército.

Aunque no aprobase en absoluto los métodos de Amasis, el oficial tenía que obedecer. ¿Acaso emprenderla así con los templos no era debilitar el zócalo tradicional del país? Sin dejar de extenderse, la influencia griega alejaba a la población de los dioses y la arrastraba hacia un materialismo que cada día tenía un mayor peso. Afortunadamente, en Tebas, la Divina Adoratriz celebraba los ritos ancestrales que unían la tierra y el cielo.

La llegada del juez Gem turbó la tranquilidad de la fortaleza. La mirada y el tono del alto magistrado revelaban su descontento.

—Comandante, ¿habéis recibido las nuevas consignas de seguridad de la capital?

—Sí.

—Supongo que sabéis que estoy buscando a un peligroso criminal huido, decidido a llegar al sur.

—Me han informado de ello, sí.

—¿Por qué tanto laxismo, pues? Acabo de ver una barca de pescadores que no ha pasado control alguno.

—Hay que comprender la situación local, juez Gem. No podemos detener las pequeñas embarcaciones y envenenar la existencia de la gente. Pagan muchas tasas e impuestos, y el trabajo es duro. Si el ejército los incordia sin cesar, su estado de ánimo será aún peor.

¡Nada de todo eso me importa lo más mínimo, comandante! ¿Cuántas barcas habéis olvidado verificar estos últimos días?

—Es difícil de decir.

—¿Sois consciente de vuestra falta de vigilancia?

—Es imposible hacerlo mejor, os lo repito. Se lo confirmé también al emisario del jefe del palacio, acompañado por cinco soldados. Iban a bordo de una embarcación rápida, y se lanzaron en persecución del fugitivo. Si éste sólo dispone de una barca, será alcanzado muy pronto.

Gem estaba perplejo.

Henat había mandado un comando para que persiguiera al escriba Kel… Era posible, aunque poco verosímil, pues el hábil patrón de los servicios secretos no habría permitido a sus hombres manifestarse de un modo tan ostensible.

La verdad era otra.

Aquel comando, que aseguraba seguir órdenes de Henat para cruzar todas las barreras, ayudaba al escriba Kel, se informaba del dispositivo militar y policial establecido contra él y lo protegía con eficacia.

Kel, Nitis, Bebón, seis fieles… La talla del enemigo iba precisándose.

El juez Gem miró con fijeza al comandante de la fortaleza de Heracleópolis.

—Tengo intención de destituiros de vuestras funciones, puesto que vuestra actitud pone en peligro la seguridad del Estado. Seréis juzgado y condenado.

El oficial se derrumbó.

—No comprendo, yo…

—Tenéis una sola posibilidad de evitar el merecido castigo: a partir de ahora, controlaréis todo lo que circule por el Nilo, incluso las balsas de caña. Y me enviaréis un informe diario.

—De acuerdo —aceptó el oficial, agachando la cabeza.