52

Iker asistía a la demolición del granero edificado precipitadamente con materiales no adecuados. El responsable de aquel acto delictivo no lo amenazaría ya, pues acababa de ser juzgado y condenado a una larga pena de prisión. La construcción del nuevo silo se iniciaría al día siguiente, según los planos del joven escriba aprobados, por el alcalde.

En el mundillo de los dignatarios de Kahum, la reputación de Iker acababa de dar un salto considerable. Despreciado primero por sus colegas, se convertía desde entonces en un competidor peligroso, capaz de presentarse como candidato a un puesto importante. Haber conseguido desentrañar tan pronto el oscuro asunto de los graneros implicaba unos excelentes conocimientos técnicos, y aquel extranjero formado en la ciudad de Tot se mostraba digno de su reputación. Sin embargo, aquel éxito demasiado rápido tenía un aspecto sorprendente y corría el riesgo de trastornar la jerarquía.

Indiferente a las habladurías y a los conciliábulos, Iker no se unía a nadie. La amistad de Viento del Norte le bastaba; de hecho, no sentía apenas necesidad de perderse en charlas con sus colegas, y mucho menos después de que Heremsaf le confiara una nueva tarea especialmente delicada: luchar contra los roedores, cuya proliferación causaba daños insoportables.

El joven escriba había decidido utilizar grandes medios: fumigación de las casas, obturación de las galerías e intervención de gatos expertos, sin olvidar algunas cobras domésticas que se daban banquetes con los ratones.

Iker se había encargado del conjunto de los edificios y de las moradas de Kahum, desde las grandes villas del barrio este hasta las modestas mansiones del barrio oeste. Las más pequeñas tenían tres habitaciones y no superaban los sesenta metros cuadrados, pero eran agradables para vivir.

Cuando estaba terminando su inspección en el barrio menos acomodado de la ciudad, Iker descubrió a una hermosa muchacha morena arrodillada que, con la ayuda de una piedra, molía granos de trigo que sacaba de una bolsa que mantenía entre sus rodillas. Los gestos eran tan regulares como eficaces.

—Pareces cansado —le dijo ella—. ¿Deseas beber un poco de cerveza fresca?

—No quiero interrumpir tu labor.

—Ya he terminado.

Sus pechos pequeños y redondos estaban desnudos; sólo llevaba un corto taparrabos. Levantándose con gracia, entró en su cocina y salió con una copa colmada.

—Eres muy amable.

—Me llamo Bina. ¿Y tú?

—Soy el escriba Iker.

Ella lo miró admirada.

—Yo no sé leer ni escribir.

—¿Por qué no aprendes?

—Debo trabajar para vivir. Y, además, no me admitirían en una escuela, y menos aún teniendo en cuenta que no soy de aquí.

—¿De dónde eres originaria?

—De Asia. Mi madre falleció allí, y mi padre estaba empleado en una caravana. Murió el año pasado, no lejos de esta ciudad. Yo tuve la suerte de obtener un empleo de cocinera. Como sé hacer pan y cerveza, e incluso pasteles, me contrataron. No está muy mal pagado y puedo saciar mi hambre.

Era espontánea, risueña y sabía utilizar sus encantos.

—Sin duda encontrarás un buen marido y fundarás un hogar.

—¡Oh, desconfío de los chicos! A muchos sólo les interesa… En fin, ya me comprendes. Tú, al menos, pareces serio.

—Aunque te quedes soltera, debes saber leer y escribir.

—Es imposible para una muchacha de mi condición.

—¡En absoluto! ¿Lo deseas?

—No me disgustaría, seguro.

—Hablaré con mi patrón.

—Eres realmente amable… muy amable.

Bina besó al escriba en las dos mejillas.

—Perdóname —dijo Iker—, pero mi jornada está lejos de haber terminado.

—Hasta pronto —murmuró ella con una sonrisa zalamera.

—Excelente trabajo —reconoció Heremsaf—. Los habitantes de Kahum están encantados. Para serte franco, no creía que obtuvieses resultados tan rápidos.

—Las gracias deben darse, sobre todo, a los gatos: son auténticos profesionales.

—¡Eres demasiado modesto! Sin un atento estudio del terreno no lo habrías logrado.

—A este respecto, hice una observación cuyo fundamento me gustaría que me confirmarais. ¿El módulo de construcción de Kahum no es de ocho codos, uno de los números sagrados de Tot? La propia ciudad se ha subdividido en cuadrados de diez codos y su plano, como el de las casas, no se debe al azar tisa pura[33], sino que es la consecuencia, en efecto, de reglas de proporciones basadas en un triángulo isósceles donde el producto de la base por la altura es el Ocho dividido por el Cinco.

Heremsaf miró con interés al muchacho.

—En realidad es aproximadamente eso. ¿Quién te puso en ese camino?

—Nadie. Sencillamente intenté comprender lo que veía.

—Entonces, tienes espíritu de investigador. El tiempo de los graneros ha terminado, te confío una nueva misión: el inventario de los antiguos almacenes. Establecerás la lista de los objetos que hay allí, y luego procederemos a una distribución de los que son todavía utilizables antes de rehabilitar los locales.

—¿Voy a trabajar solo?

—¿No es ésta tu costumbre?

—Trabajaré tan rápido como sea posible, pero los edificios son grandes.

—Necesito a alguien tan meticuloso como tú y que sepa tomarse su tiempo sin perderlo. No debe escapar nada a tu vigilancia. ¿Me oyes bien? Nada.

—Entendido. ¿Puedo pediros un favor?

La mirada de Heremsaf se hizo suspicaz.

—¿De qué estás descontento?

—No se trata de mí, ni de Viento del Norte. He conocido a una muchacha y…

Heremsaf levantó los brazos al cielo.

—¡Ah, no, eso no! Estás en pleno ascenso, descubres las múltiples facetas del oficio y ya quieres casarte.

—En absoluto.

—No me digas… que has cometido una gran tontería.

—He hablado con una sierva a la que le gustaría aprender a leer y escribir.

Heremsaf frunció el entrecejo.

—¿Dónde está el problema?

—Es una extranjera bastante tímida que necesitaría una recomendación.

—¿Cómo se llama?

—Bina.

Heremsaf estalló.

—¡Ah, no, ésa no! Desconfía de esta mujer a la que nadie conoce realmente. Parece un agua profunda que oculta mil y un peligros. Sobre todo, no te acerques a ella.

—Trabaja aquí…

—Por pura humanidad, el alcalde no la ha devuelto a su Asia natal. Te lo ordeno: no te acerques más a ella. El alma es de la misma naturaleza que el pájaro, el cuerpo se parece al pez[34]. Se pudre por la cabeza, y la tuya está enferma, muchacho. ¿No es escribir uno de tus objetivos? ¿Has olvidado que la única literatura digna de estima es la que ayuda a concebir Maat, justicia del universo y rectitud del ser? Decir Maat, hacer Maat es excluir las pasiones estúpidas y los inmoderados impulsos. Tus cualidades, tu vida interior, tu oficio y tu comportamiento deben formar una armonía. Si crees que puedes ser un buen escriba y un innoble individuo, saldrás del dominio de Maat, pues la coherencia es el camino obligado hacia el conocimiento. ¡Sobre todo, no la confundas con el saber! Puedes aprender durante años sin conocer nunca, pues el único conocimiento es luminoso, y su verdadero objetivo es la práctica de los misterios. Pero ¿quién puede aspirar a ellos sin iniciación? Ahora, déjame, tengo que leer más de diez informes.

Iker no comprendía la razón de la cólera de Heremsaf. ¿Qué había de amenazador en aquella muchacha que sólo pedía instruirse? ¡No ser rica ni de buena familia, ser huérfana y extranjera eran ya bastantes inconvenientes! ¿Por qué agravarlos negándole cualquier posibilidad de mejorar su condición?

Aunque Heremsaf se equivocaba con respecto a Bina, había pronunciado, sin embargo, palabras esenciales.

Iker se tendió en su estera y puso sobre su vientre el marfil mágico que protegía sus sueños.

El hermoso rostro de la asiática desapareció para dar paso al de la joven sacerdotisa.

Iker olvidó la fatiga, a Bina, a Heremsaf. Aquélla a la que amaba era tan hermosa que lograba que se desvanecieran las pruebas y los sufrimientos.

A su lado, la seductora asiática no tenía encanto alguno.

Iker sabía que era la felicidad, aunque inaccesible. Inaccesible como los asesinos a sueldo del faraón cuyo rastro no había encontrado aún. Pero allí, lo sentía, se ocultaba una clave esencial.

Abandonándose al sueño, el muchacho soñó que ella le daba tiernamente la mano y caminaban por una campiña soleada.

De momento era imposible acercarse a los archivos. Iker hubiera tenido que solicitar una autorización especial a Heremsaf, que sin duda hubiera exigido conocer los motivos de aquella curiosidad. El escriba se limitó, pues, a cumplir su nueva misión, pero sin perder de vista su objetivo. Si sus adversarios contaban con el tiempo para mellar su determinación, se equivocaban. Iker quería pruebas indiscutibles. Y cuando las hubiera obtenido actuaría.

En el camino de los antiguos almacenes encontró a Bina, que llevaba en la cabeza un cesto lleno de tortas.

—¿Interviniste en mi favor?

—Hablé con mi superior. Se mostró decididamente hostil a mi propuesta.

—Debe de ser un hombre muy duro. Al parecer, eres el escriba más trabajador de Kahum.

Iker sonrió.

—Sencillamente intento aprender bien mi oficio.

—Entonces —advirtió ella con una mueca desolada—, nunca sabré leer y escribir.

—¡No lo creas! Heremsaf no será siempre mi superior, encontraré a alguien más conciliador. Dame tiempo.

Ella dejó el cesto y giró lentamente alrededor de Iker.

—¿Y si me enseñaras tú, a escondidas?

—He recibido orden de no tratarte. En un momento u otro seríamos descubiertos y denunciados.

—¡Corramos el riesgo!

—Para ti, las consecuencias serían catastróficas. El alcalde te expulsaría de Kahum, tal vez fueras obligada, incluso, a abandonar Egipto.

—Me gustaría mucho volver a verte. ¿A ti no?

—Sí, claro, pero…

—¡De hecho, tienes derecho a pasar ante la casa donde trabajo! Encontraré un lugar tranquilo donde nadie nos moleste y me las arreglaré para hacértelo saber. Hasta pronto, Iker.

Traviesa, se alejó tras haberse puesto de nuevo en la cabeza el cesto con las tortas.

Hacer el inventario de aquella multitud de objetos almacenados en vastos edificios abandonados no parecía una tarea fácil. Iker había empezado haciendo que se abrieran las ventanas para disponer de luz suficiente. Luego, una prolongada fumigación había desinfectado los locales y, provisto de su material —que llevaba Viento del Norte—, el escriba había comenzado a seleccionar, a anotar y a describir.

Herramientas agrícolas, azadones, rastrillos, hoces o palas, instrumentos de albañilería, moldes para ladrillos, hachas de carpintero, vajilla de bronce, de piedra y de cerámica, cuchillos, cinceles, cestos, jarras e, incluso, juguetes de madera… Gran parte de la vida cotidiana de Kahum estaba allí representada. Un buen número de objetos merecían ser reparados y serían utilizables de nuevo.

Mientras procedía a la última selección del día, Iker descubrió un cuchillo con la hoja quebrada que llevaba profundamente grabados en la madera unos signos toscos pero legibles aún.

Formaban una palabra: «Rápido».

Durante unos segundos, el joven escriba se quedó atónito. Hubiera pertenecido o no a Cuchillo-afilado, aquel vestigio sólo podía proceder del barco que había llevado a Iker hacia el país de Punt.