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El visir no tenía ninguna buena noticia que ofrecer al rey. En primer lugar, la investigación realizada sobre los dos agresores había terminado en fracaso. Ninguno de los policías y soldados encargados de la guardia de palacio conocía a aquellos individuos y, como no podían recurrir a Sobek para registrar los bajos fondos de Menfis, probablemente nunca se sabría de dónde procedían aquellos asesinos. Además, las investigaciones referentes a El rápido terminaban, también, en un callejón sin salida; ningún navío que llevara ese nombre se había construido en Menfis.

—Y, sin embargo, fue necesario utilizar madera, emplear a carpinteros, falsificar documentos y enrolar una tripulación —subrayó Sesostris—. Esas gestiones no pueden pasar del todo desapercibidas.

—Una vez más reconozco que Sobek el Protector nos hace mucha falta. Pero al encubrir a unos subordinados culpables de un grave delito, él mismo se puso en una situación muy delicada. Si no lo hubiera inculpado, yo habría traicionado mi función.

—Nada te reprocho, Khnum-Hotep.

—Se me han ocurrido dos hipótesis. O El rápido fue ensamblado a orillas del mar por un armador clandestino, y nunca encontraremos su rastro, o intervino un astillero egipcio, aunque de modo oculto. En ese caso, forzosamente quedan indicios.

El rey convocó a Iker y a Sekari.

—Majestad —declaró el segundo—, he recogido escasa información vagabundeando por los muelles. Por la descripción del Cicatrices, un estibador lo ha identificado como un trabajador clandestino de origen libio que su hermano protegía. El tipo era fuerte y no se quejaba ante las más pesadas cargas, de modo que lo toleraban.

—¿Y el hermano?

—Desaparecido. Su casa está vacía.

—La pista queda cortada —deploró el visir.

El monarca se dirigió a su hijo adoptivo:

—A tu entender, ¿los marinos de El rápido eran egipcios?

—Sin duda alguna, majestad.

—Hurga en tu memoria, Iker. ¿En un momento u otro supiste algún detalle, sea cual fuere, sobre la construcción del bajel?

La reflexión fue breve.

—Según el carpintero de Kahun, Cepillo, algunas partes del navío habían sido modeladas en el Fayum. No tuve tiempo de buscar en esa dirección.

—Sin duda, es la buena —estimó Sekari—. Iré a esa provincia.

—Un instante —exigió el monarca—. Tú, Iker, acompaña al visir hasta su despacho. Te comunicará tus deberes de escriba real.

Khnum-Hotep y el hijo adoptivo de Sesostris se retiraron.

—He echado mucho en falta el «Círculo de oro» de Abydos —reconoció Sekari—, y me gustaría regenerarme en él. Lamentablemente, algo me dice que hay cosas más urgentes que hacer.

—También a mí me gustaría que nos reuniéramos todos en la ciudad de Osiris. Pero cuando Egipto corre tan grave peligro, nuestras preferencias personales desaparecen. Sin embargo, si sintieras que tus fuerzas menguan, yo haría lo necesario.

—Soy fuerte aún, majestad.

—¿No corres demasiados riesgos, Sekari?

—Nesmontu y Sepi me dieron una excelente formación.

—El modo en como cayó Sobek en la trampa me in quieta. Revela la existencia de una red bien organizada y de una cabeza pensante que sabe utilizar, contra nosotros, nuestra propia justicia. El infeliz se debate como una fiera enjaulada, sin posibilidad de demostrar su inocencia. Ve a verlo, Sekari, e intenta encontrar los medios de relanzar la investigación.

Al penetrar en el ala del palacio reservada a los servicios del visir, Khnum-Hotep e Iker se cruzaron con Medes.

—Encantado de conocer al héroe del día —declaró éste cálidamente—. El procedimiento adoptado por su majestad pone de manifiesto vuestras excepcionales cualidades. Permitidme que os felicite, Iker, y que os desee el mejor recibimiento en la corte de Menfis.

El muchacho se limitó a saludar.

—Te presento a Medes, el secretario de la Casa del Rey —dijo Khnum-Hotep—. Es uno de los personajes principales del Estado, se encarga de la redacción de los decretos oficiales y de su difusión por todo el reino; una tarea delicada que lleva a cabo a las mil maravillas.

—Este cumplido me llega al corazón, pero soy consciente de que debo merecerlo todos los días y que no se me perdonaría falta de atención alguna.

—Hermosa lucidez —reconoció el visir.

—Si puedo serle útil al hijo real, que no vacile en pedírmelo. Por desgracia, tengo prisa, pues el superior del correo está enfermo y debo sustituirlo de inmediato. Tened la bondad de excusarme.

Iker y su anfitrión subieron a la terraza, desde la que admiraron el centro de la ciudad. Bajo el sol, los edificios oficiales y los templos parecían al abrigo del desorden y la desgracia.

—No has perdido el tiempo en la provincia del Oryx —consideró Khnum-Hotep—, y no lamento haberte formado de acuerdo con mis métodos. Por aquel entonces te consideraba incluso mi probable sucesor, pues descartaba a los cretinos de mis descendientes, incapaces de gobernar. Luego llegó este rey, un rey que es realmente un faraón. Me enseñó a burlarme de mí mismo, de mi vanidad y de mis ilusiones, ¡y me las hizo pagar muy caras al nombrarme visir!

La resonante carcajada de Khnum-Hotep sorprendió a Iker.

—Reinaba sobre mi pequeño dominio como un déspota absoluto, y heme aquí al servicio de otro sin un solo día de descanso. ¿Quién podía imaginarlo, salvo Sesostris? Obedécelo, Iker, venéralo y sé fiel a él, pues es el garante de Maat y el brazo actuante de la luz. Sólo él se enfrenta sin temblar a las fuerzas de las tinieblas. En caso de derrota, nuestra civilización desaparecerá. El faraón te ha informado de ello, por lo que ya conoces la gravedad de la situación.

—Estoy a vuestra entera disposición.

—Normalmente, un escriba real se convierte en celoso administrador de las riquezas del reino. No esperes tú, sobre todo, presumir en unos soberbios locales a la cabeza de una cohorte de subordinados. El rey te destina a otras misiones. Ha ordenado esta entrevista para que te ponga en guardia contra los múltiples peligros que te acechan aquí, en la corte. De la gente cercana a Sesostris, es decir, los generales Nesmontu y Sepi, el Portador del sello Sehotep y el gran tesorero Senankh, nada tienes que temer, son fieles devotos de su majestad.

—¿No pertenece Medes a la Casa del Rey?

—Antes o después entrará en ella, siempre que siga activo y competente. Pero están los demás, todos los demás: dignatarios envidiosos, cortesanos decepcionados o amargados… Tu irrupción en un primer plano despierta odios cuya magnitud ignoras. Decenas de mediocres han jurado ya tu perdición, y procederán con infinitas precauciones para no ganarse la cólera de Sesostris. Afortunadamente, Sekari vela por ti. Residirás en un aposento de palacio y gozarás de protección policial día y noche. Conociéndote, estoy convencido de que deseas trabajar sin tardanza en la biblioteca central.

—Me conocéis bien —señaló Iker, sonriendo.

—No olvides, sobre todo, tu vocación de escritor. La transmisión de las palabras de poder es esencial para asegurar la presencia de Maat aquí abajo.

Sobek el Protector rabiaba. Si hubiera sido mantenido en su puesto, si sus métodos se hubieran aplicado y se hubiera conservado su sistema de seguridad, el faraón no habría sido víctima de una triple agresión.

Obligado a abandonar, al mismo tiempo, su vivienda oficial y el cuartel donde entrenaba a los miembros de la guardia de élite, dispersa ahora, vivía recluida en una casita permanentemente vigilada por dos policías acabados de enrolar que se negaban a dirigirle la palabra.

Informado de los acontecimientos por la mujer que se encargaba de la limpieza de su vivienda, no podía separar los chismes de la realidad.

Cuando un extraño tipo, más bien jovial, se presentó ante él, Sobek se preguntó de qué nueva manipulación iba a ser víctima.

—Me llamo Sekari, mi gestión es confidencial.

—¿Quién te envía?

—El faraón.

Sobek rio, sarcástico.

—¡Se niega a recibirme!

—Hay en curso un proceso, por lo que no puede hablar con el principal acusado, so pena de que lo tachen de favoritismo y precipitar así tu caída.

El ex jefe de todas las policías del reino agachó la cabeza.

—Admitámoslo… ¿Está informado el visir de tu presencia aquí?

—En absoluto.

—Mis dos carceleros no tardarán en avisarlo.

—De ningún modo, puesto que acaban de ser relevados. Sus sustitutos han servido a tus órdenes y te apoyan sin vacilar.

Sobek se asomó a la ventana. Sekari no mentía.

—¡De modo que realmente te envía el rey! ¿Cuál es, en definitiva, tu papel?

—Obedecer al faraón.

—¿Y qué te ha ordenado?

—Está seguro de tu inocencia, pero no quiere violar la ley Y las pruebas te abruman.

—¡Khnum-Hotep quiere mi cabeza, ésa es la verdad!

—Te equivocas. El expediente que tiene entre manos no le permite actuar de otro modo.

—Intentan ahogarme mientras el culpable se esconde en las sombras.

—Para que todo quede claro entre nosotros —dijo Sekari con gravedad— exijo una respuesta firme y definitiva a una sola pregunta: ¿estás encubriendo a policías responsables de un delito?

—¡De ningún modo! Si hubiera ovejas negras entre mis subordinados, las habría identificado. Créeme, no habrían permanecido mucho tiempo en la policía.

La sinceridad de Sobek era evidente.

—Así pues, el rey tiene razón: eres víctima de una conspiración. Se lo confirmaré al visir.

—Me satisface saberlo, pero ¿de qué sirve eso?

—Tú estás inmovilizado aquí, yo no. Dame algunas pistas, las seguiré.

—¡Desgraciadamente, no tengo ninguna! ¿Ha sido nombrado un nuevo jefe de todas las policías?

—No, ahora existen varios responsables cuyo entendimiento deja mucho que desear.

—¡Se destrozarán entre sí y la seguridad del faraón no estará ya garantizada! ¿Qué ocurrió exactamente en palacio?

—Un estibador en situación irregular, de origen libio, y un terrorista no identificado se introdujeron en él. Ambos fueron eliminados, pero no disponemos de indicio alguno que permita llegar hasta sus jefes. Tenemos una sola certeza, y no es para alegrarse: no eran del mismo bando. Dicho de otro modo: dos organizaciones distintas quieren asesinar a Sesostris.

—Libios, sirios, cananeos… Hay que buscar entre esa chusma. La mujer que limpia mi casa me ha hablado de tres agresores.

Sekari sonrió.

—El caso del escriba Iker es del todo especial, pues unos manipuladores intentaron transformarlo en justiciero, Impresionado por el excepcional carácter de ese joven durante una fiesta campesina, su majestad me ordenó que lo siguiera los pasos. Fue muy instructivo. Descubrí la existencia de una organización terrorista, en Kahun, y salve la vida del muchacho, a quien un falso policía debía suprimir.

El rostro de Sobek se endureció.

—¿Realmente estás seguro del tal Iker?

—El rey lo ha nombrado oficialmente pupilo único de palacio e hijo real.

—¿Y si estuvieran manipulándolo aún?

—Cuando lo conozcas mejor, sabrás que Iker ha comprendido la causa de sus errores y que está dispuesto a dar su vida por el faraón.

Sobek pareció despechado.

—Si el visir me manda a las minas de cobre, sólo conoceré a bandidos.

—Eres inocente, por lo que no debes caer en el pesimismo.

—El proceso prosigue, el proceso se celebrará, las circunstancias están contra mí y no tengo ni la sombra de una pista. Mis enemigos se cuentan por docenas. El que me ha vencido sigue siendo invisible.

—¿No has tenido, en los últimos tiempos, ningún conflicto con algún dignatario?

—¡Decenas! Esos petimetres no soportan oír hablar de represión. Exigen seguridad, pero sin presencia policial.

—¿Algún sospechoso?

—¡Toda la corte! Por más vueltas que les doy a los acontecimientos en mi cabeza no saco nada concreto. Había acabado concluyendo que el visir me apartaba para poner al rey en peligro.

—Te lo repito, Khnum-Hotep es un leal servidor. Sobek se dejó caer en un sillón.

—Yo me encargaré de todo, te prometo que te sacaré de este mal paso —declaró Sekari.

Esta vez, el agente secreto tuvo la clara sensación de estar engalanando el porvenir.