Tras haber tomado por la boca de Peker, un canal excavado hacia la tumba de Osiris y flanqueado por trescientas sesenta y cinco mesas de ofrenda, los miembros del «Círculo de oro» de Abydos se reunieron lejos de los ojos y los oídos, bajo la protección de Sobek, cuyos guardias vigilaban los alrededores.
La pareja real presidía el «Círculo de oro». Estaban presentes el Calvo, el Portador del sello real Sehotep, el gran tesorero Senankh y el general Nesmontu.
—Por desgracia, dos de los nuestros están ausentes —deploró el monarca—. El general Sepi prosigue su metódica exploración de las minas de oro, sin resultado de momento. Por lo que se refiere a nuestro otro hermano en espíritu, prosigue la delicada misión que le confié, y nadie sospecha su auténtica condición.
—Majestad, propongo que recibamos a Khnum-Hotep —dijo Senankh—. Trabaja de modo notable y consolida cada vez más la unidad que vos restaurasteis. El visir vive según Maat y lo aplica en cada una de las iniciativas que os somete con lealtad. Iniciándolo en los misterios del «Círculo de oro» ampliaremos más aún su visión.
—¿Alguien se opone? —preguntó el faraón.
Sólo el silencio respondió.
—Puesto que nadie está en contra de esta proposición, Khnum-Hotep estará muy pronto entre nosotros. Ahora tenemos que hacer balance sin complacencia.
—La plantación de cuatro acacias en los puntos cardinales procura buena energía al árbol de vida —señaló la reina—. Se encuentra así en el centro de un campo de fuerzas que no pueden cruzar miasmas ni enfermedades. Pero es sólo un sistema defensivo.
—La puerta del cielo se cierra —recordó el Calvo con gravedad—. La barca de Osiris no circula ya normalmente por lo invisible y, poco a poco, se degrada.
—La construcción de la pirámide de Dachur nos ayudará a luchar —afirmó Senankh—. Las obras funcionan, las condiciones de trabajo de los artesanos son excelentes. Djehuty se consagra a la obra sin descanso, para que no se pierda ni un instante.
—Queda la pregunta principal, que sigue sin respuesta —recordó el rey—: ¿quién lanzó un maleficio sobre el árbol de vida?
—La situación se estabiliza en la región sirio-palestina —estimó el general Nesmontu—, y nuestros servicios de información interrogan a muchos sospechosos, incluidos los hechiceros de aldea. Sólo menudencias, de momento. Sin embargo, tengo la sensación de que el ataque brotó de allí.
—Suponiendo que el culpable sea un dignatario de la corte de Menfis —insinuó Sehotep—, mis investigaciones en ese campo no han tenido resultados. No me pierdo ninguna recepción, con la esperanza de que alguna fanfarronada me ponga sobre la pista.
—Examinar al personal administrativo tampoco ha sido eficaz —deploró Senankh.
—No tengo acusación alguna que hacer contra los sacerdotes y las sacerdotisas de Abydos —añadió el Calvo—. Cumplen sus funciones con la máxima seriedad.
Sesostris no podía excluir la siniestra hipótesis de que el mal procediese del territorio sagrado de Osiris. Pero la joven sacerdotisa, encargada de descubrir el menor indicio, permanecía muda.
—Nos las vemos con un temible adversario —advirtió el rey—. Inteligente, astuto, dotado de peligrosos poderes, dirige un equipo de perfecta discreción. Los servicios del visir y los policías de Sobek tampoco han conseguido penetrar la niebla.
—¡Espantoso! —juzgó Senankh—. Ese monstruo está tejiendo una tela cuyos hilos no descubrimos. ¿No será demasiado tarde cuando los veamos?
—¿Acaso no es demasiado tarde ya? —se inquietó el Calvo.
—Ciertamente, no —objetó Sesostris—. Por poco que sea, nuestras acciones rituales han puesto trabas a las suyas, la acacia de Osiris sigue viva, y producimos la energía necesaria para impedir su desaparición.
—El enemigo lo sabe —afirmó Sehotep—. ¿No intentará una nueva ofensiva para romper nuestras últimas defensas?
—Las obras de la pirámide serán protegidas con el mayor cuidado —aseguró el rey—, y se reforzarán las medidas de seguridad en torno a Abydos.
—No estaremos eternamente a la defensiva —profetizó la reina—. Forjar armas capaces de combatir a semejante enemigo requiere tiempo, pero el «Círculo de oro» nunca se abandonará a la desesperación. Puesto que está en condiciones de salvar la fuente espiritual de nuestro país, sólo este pensamiento debe dominarlo.
Mentón-prominente dio un respingo. Cuando se adormecía, el ruido de unos pasos lo arrancó brutalmente de su sopor.
Era la décima noche consecutiva que se agazapaba en la esquina de una calleja y observaba la portezuela de la entrada lateral del templo de Neith, en Menfis. En restauración, la principal sólo se abría en las grandes ceremonias.
A Mentón-prominente le gustaba la oscuridad. Conocía todos los lugares poco recomendables de la capital y había desvalijado a más de un ingenuo viajero. Dos veces ya su puñal se había clavado en el vientre de los rebeldes. Y la policía no iba a atraparlo mañana, sobre todo desde que trabajaba para un poderoso protector, un tal Gergu, que le pagaba muy bien.
Gracias a esa misión especial, que consistía en saber si alguien introducía algo, en plena noche, en el templo de Neith, Mentón-prominente cobraría una buena prima. Contrataría a dos o tres profesionales de gama alta en la mejor casa de cerveza de la ciudad.
A fuerza de velar, había acabado creyendo que no ocurriría nada.
El ruido de pasos fue acompañado por unos susurros, y el centinela percibió algunos fragmentos de frases: «Cuidado, muy valioso… ¿Nadie por ahí?… Ocultémoslo en el santuario… Luego, nos separamos en silencio total…»
Lo que los cuatro hombres llevaban no parecía ligero. Si hubiera salido de su escondrijo, Mentón-prominente habría sido interceptado por otro hombre que caminaba a bastante distancia de sus compadres, como cobertura.
La maniobra fue rápidamente ejecutada, la portezuela se cerró con una gran llave, y los cinco hombres se dispersaron.
Mentón-prominente aguardó un buen rato antes de abandonar su puesto de observación. Tomó por un sendero tortuoso, donde no se encontró con ningún policía, acudió al punto de la cita y le hizo a Gergu un detallado informe.
—El tesoro ha llegado —anunció Gergu a Medes—. Un pesado cofre llevado por cuatro mocetones.
—¡La pequeña Olivia ha hecho un excelente trabajo! Cuando un hombre de Estado como Sehotep habla demasiado, comete una falta imperdonable. ¿Te has informado sobre algún eventual dispositivo policial alrededor del templo de Neith?
—Dos rondas suplementarias por la noche, sólo eso. Sobek no desea llamar la atención sobre el edificio que está en obras, donde normalmente no hay nada que robar.
—¿Cómo han entrado los porteadores?
—Por una puerta lateral. Un acólito tenía la llave.
—¡La necesitamos!
Gergu sonrió.
—Mentón-prominente ha hecho un molde de arcilla. Tendremos una llave esta misma noche.
—¿Confías en ese bribón?
—Es un bandido eficaz.
—¿Ha matado ya alguna vez?
—Hirió gravemente a dos de sus víctimas.
—Así pues, acabar con Olivia no debería plantearle ningún problema.
—A cambio de una retribución correcta, no.
—Que abandone sobre el terreno el cadáver, para comprometer a Sehotep. La investigación demostrará la imprudencia y la culpabilidad del Portador del sello real.
—Ya no quiero —decidió Olivia con una mueca desdeñosa.
Gergu creyó haber oído mal.
—¿Qué estás diciendo?
—Mi profesión es la danza. Ahora tengo una hermosa casa, un criado, y me consagro a mi arte. No quiero mezclarme más con tus chanchullos.
—Estás perdiendo la cabeza, chiquilla. ¿Acaso has olvidado nuestro contrato?
—Ya he terminado mi trabajo.
—¡Todavía no! Debes ir al templo de Neith esta noche, hacerte pasar por una sacerdotisa si es necesario y traerme el tesoro con un amigo que tengo el placer de presentarte.
Olivia lanzó una despectiva ojeada a Mentón-prominente.
—No me gusta.
—No es necesario que te guste. El te ayudará y te evitará cualquier problema.
—No insistas, Gergu.
—Como quieras, pequeña. Pero no cuentes conmigo para sacarte de la casa de cerveza de los arrabales de Menfis donde vas a pasar el resto de tu pobre existencia.
Olivia, inquieta de pronto, agarró del brazo a su protector.
—Te estás burlando de mí, ¿no es cierto?
—Mi patrón no soporta que lo traicionen. Serás expulsada del cuerpo de baile y nadie se atreverá a emplearte ya… salvo yo.
Ella se apartó.
—De acuerdo, obedeceré. Pero prométeme que luego me dejaréis tranquila.
—Prometido.
Mentón-prominente había logrado escapar durante muchos años de la policía gracias a su perfecto conocimiento del terreno y su extremada prudencia. Así pues, antes de ir a buscar a su cómplice había paseado largo rato, como un vulgar pasmarote, por los alrededores del templo de Neith. Algunos canteros trabajaron allí hasta que se puso el sol, luego se efectuó la primera ronda de policía.
Mentón-prominente no advirtió nada anormal.
Repitió la misma maniobra alrededor de la casa de Olivia. También allí todo parecía apacible. Llamó, pues, a la puerta, de acuerdo con el código convenido.
Apareció la muchacha con un sobrio vestido verde, y en el cuello llevaba un amuleto en forma de dos flechas entrecruzadas, símbolo de la diosa Neith.
—¡Pareces tan reservada que todos te tomarían por una sacerdotisa!
—Ahórrate tus comentarios.
—No tenemos tanta prisa, guapa. ¿No te apetecería pasar un rato agradable conmigo?
—En absoluto.
—¡Pues no sabes lo que te pierdes!
—Lo superaré.
—No caminaremos uno al lado del otro; tú me seguirás a cierta distancia. Si echo a correr, regresa a casa. Eso querrá decir que he descubierto algún obstáculo. Si tienes dudas, canturrea y cambia de dirección.
No se produjo incidente alguno.
Llegado a la pequeña puerta lateral, Mentón-prominente utilizó su llave.
—Funciona… Ven pronto.
Ella se acercó y entró en primer lugar en el edificio, donde flotaban aromas de incienso.
Una decena de lámparas iluminaban débilmente la sala de columnas, pero las mesas de ofrenda estaban vacías. Contra los muros había algunos andamios.
—Vayamos al santuario —murmuró Mentón-prominente.
—Tengo miedo.
—¿Miedo de quién?
—¡De la diosa! Con su arco y sus flechas puede disparar contra los intrusos.
—Deja ya de divagar, chiquilla.
Y la empujó por la espalda.
Cuando llegaban al umbral de la última capilla, una voz femenina los interpeló.
—¿Qué estáis haciendo aquí?
Mentón-prominente se volvió y descubrió a una vieja sacerdotisa, tan frágil y menuda que una ráfaga de viento la habría derribado.
Olivia, impresionada, se inclinó ante ella.
—Soy una sierva de la diosa y he venido de provincias para saludarla.
—¿A estas horas?
—Mi barco vuelve a zarpar muy pronto, mañana.
—¿Cómo has entrado? ¿Quién es este hombre?
—Mi fiel servidor. Hemos entrado por la puerta lateral.
—El guardián habrá olvidado cerrarla. ¿Llevas contigo las letanías de Neith, la creadora del mundo?
—Están en mi corazón.
—Recógete entonces y que sus siete palabras iluminen tu conciencia. Yo estoy fatigada y vuelvo a mi habitación.
La vieja desapareció. Mentón-prominente había estado a punto de acabar con ella.
Tras haber esperado para asegurarse de que nadie turbaría ya la tranquilidad del lugar, tomó una lámpara y se aventuró por el santuario, acompañado por Olivia.
En un zócalo de granito había un cofre de madera de acacia.
—¡Aquí está el tesoro! Ayúdame a llevarlo.
Una voz, masculina esta vez, los dejó clavados.
—Buenas noches, Olivia. Por lo que veo eres tan sólo una despreciable ladrona…
—¡Sehotep! Pero ¿cómo… cómo…?
—Me gustan las mujeres, no desprecio las conquistas rápidas y las relaciones efímeras, pero en primer lugar soy Portador del sello real. Por eso nunca charlo en la cama, salvo cuando tengo la sensación de que me están tendiendo una trampa. ¿Qué mejor solución que tender otra?
Varios policías salieron de la penumbra.
Mentón-prominente había realizado siempre, escrupulosamente, su trabajo, condición esencial para ser contratado de nuevo. Por eso, antes de emprender la huida, degolló, como estaba previsto, a Olivia.
—¡No lo matéis! —ordenó Sehotep.
Interponiéndose, un policía se vio obligado a defenderse. Más rápido que su agresor, que blandía un cuchillo, clavó su corta espada en el corazón de Mentón-prominente.
El Portador del sello no hizo reproche alguno al hombre encargado de custodiar la pequeña puerta, pues la reacción del bandido había sido más violenta y rápida de lo previsto.
Por desgracia, ni él ni la bailarina revelarían el nombre de quien les pagaba.
—¿Qué hacemos con el cofre? —preguntó el jefe del destacamento.
—Llévatelo a casa. Está vacío.