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Al desembarcar en Elefantina, Medes había recuperado por fin la tierra firme. Presa de vértigos, incapaz de alimentarse normalmente, comenzaba a sentirse, sin embargo, algo mejor. De pronto, una orden del monarca: partida inmediata hacia Abydos.

De nuevo, la pasarela, el barco y aquel cabeceo infernal que prácticamente le hacía vomitar el alma. Pese a su calvario, el secretario de la Casa del Rey cumplía sus funciones con abnegación y competencia. El correo no dejaba de circular, y la más modesta aldea sabría de la pacificación de Nubia. Ante su pueblo, Sesostris adquiría el prestigio de un dios vivo.

El doctor Gua auscultó a su paciente durante largo rato.

—Mi hipótesis se confirma: vuestro hígado se encuentra en un estado lamentable. Durante cuatro días tomaréis una poción compuesta por extractos de hoja de loto, polvo de madera de azufaifo, higos, leche, bayas de enebro y cerveza dulce. No es un remedio milagroso, pero os aliviará. Y a continuación, régimen. Y de nuevo esta poción, si los trastornos se repiten.

—En cuanto llegue a Menfis estaré a las mil maravillas. Navegar es un suplicio para mí.

—Evitad definitivamente las grasas, la cocina con mantequilla y los vinos embriagadores.

Impaciente por acudir a la cabecera de un marinero con fiebre, el doctor Gua se sentía intrigado. Todo buen médico sabía que el hígado determinaba el carácter de un individuo. ¿Acaso no residía Maat en el de Ra, expresión de la luz divina? Al ofrecer Maat, el faraón estabilizaba esa luz y hacía benevolente el carácter de Ra.

Ahora bien, el órgano de Medes sufría unos singulares males que no se correspondían con la apariencia que quería dar de sí mismo, franca y jovial. Con un hígado como el suyo, Maat parecía reducida a la porción mínima. Probablemente, no tenía que profundizar mucho en su diagnóstico.

Gua se cruzó con el hijo real.

—¿Cómo va tu herida?

—¡En vías de completa curación! Os lo agradezco.

—Agradécelo también a tu naturaleza, y no olvides comer todas las hortalizas frescas que puedas.

Iker se reunió con el faraón en la proa del navío almirante. El rey contemplaba el Nilo.

—Para combatir el isefet y facilitar el reinado de la luz, el Creador lleva a cabo cuatro acciones —declaró el soberano—. La primera consiste en formar los cuatro vientos, de modo que todo ser humano respire. La segunda, en hacer que nazcan las grandes aguas de las que pequeños y mayores pueden obtener el dominio si acceden al conocimiento. La tercera, en modelar cada individuo como su semejante. Al cometer voluntariamente el mal, los humanos transgredieron la formulación celestial. La cuarta acción les permite, a los corazones de los iniciados, no olvidar el occidente y preocuparse por las ofrendas a las divinidades. ¿Cómo prolongar la obra del Creador, Iker?

—Por los ritos, majestad. ¿No abren nuestra conciencia a la realidad de la luz?

—La palabra «Ra», la luz divina, se compone de dos jeroglíficos: la boca, símbolo del Verbo, y el brazo, símbolo del acto. La luz es el Verbo en acto. El rito que anima la luz se hace eficaz. Así, el faraón llena los templos de acciones luminosas. Todos los días, el rito las multiplica para que el Señor del universo esté en paz en su morada. Los ignorantes consideran que el pensamiento no tiene peso. Sin embargo, se burla del tiempo y del espacio. Osiris, por su parte, expresa un pensamiento tan poderoso que toda una civilización nació de él, una civilización que no es sólo de este mundo. He aquí por qué debe ser preservado Abydos.

Al pie de la acacia, el oro de Nubia. La enfermedad perdía terreno, pero el árbol de vida aún estaba lejos de haberse salvado.

En compañía del Calvo, Sesostris asistió al rito del manejo de los sistros realizado por la joven Isis. Luego, el rey y la sacerdotisa se dirigieron a la terraza del Gran Dios, donde el ka de los servidores de Osiris participaba de su inmortalidad.

—Hete aquí en el lindero del camino de fuego, Isis. Muchos no han regresado. ¿Has evaluado el riesgo?

—Majestad, ¿esta andadura podría contribuir a la curación de la acacia?

—¿Cuándo lo comprendiste?

—Poco a poco, y de modo difuso. No me atrevía a reconocerlo, pues temía ser víctima de la ilusión y la vanidad. Si mi compromiso sirve a Abydos, ¿no habré vivido el más feliz de los destinos?

—Que la lucidez sea tu guía.

—Todavía falta el oro verde de Punt. Consultar con los archivos me ha permitido hacer un descubrimiento: no el emplazamiento concreto de la tierra divina, sino el medio de conocerlo durante la fiesta del dios Min. Si el personaje que detenta esa clave figura entre los participantes, habrá que convencerlo para que hable.

—¿Deseas encargarte tú de ello?

—Haré lo que pueda, majestad.

Sentado en el umbral de una capilla, el sacerdote permanente Bega tenía los nervios a flor de piel. ¿Se atrevería a ir hasta allí su cómplice Gergu? ¿Escaparía a la vigilancia de los guardias?

Oyó ruido de pasos. Alguien se acercaba con un pan de ofrenda.

Gergu lo depositó ante una estela que representaba a una pareja de iniciados en los misterios de Osiris.

—No quiero mostrarme —dijo Bega—. ¿Qué ocurrió en Nubia?

—Los nubios han sido aplastados, el Anunciador ha desaparecido.

—¡Es… estamos perdidos!

—No sospechan ni de Medes ni de mí, y nuestro trabajo ha satisfecho por completo al faraón. Además, no hay nada que pruebe la muerte del Anunciador. Medes sigue convencido de que reaparecerá. Hasta nueva orden, prudencia absoluta. ¿Qué hay de interesante por tu parte?

—El faraón y la sacerdotisa Isis hablaron largo rato. Ella dirigirá una delegación que participará en la fiesta de Min.

—Eso no tiene importancia.

—¡Al contrario! Isis ha realizado pacientes investigaciones, y supongo que ha encontrado una pista. Gracias al oro de Nubia, la acacia está mejor. ¿No esperará la sacerdotisa obtener un elemento decisivo durante las ceremonias organizadas en Coptos?

Coptos, ciudad minera donde se compraba y vendía toda clase de minerales procedentes del desierto… Gergu no dejaría de transmitir a Medes la información. ¿Procurarían a Isis otra forma de oro durante la fiesta del dios?

El rey reveló al conjunto de los permanentes y los temporales de Abydos que Nubia, pacificada ahora, se convertía en un protectorado. Sin embargo, ninguna de las medidas que garantizaban la seguridad del territorio sagrado de Osiris sería levantada, pues la amenaza terrorista no había desaparecido. Las fuerzas armadas permanecerían en el terreno y seguirían llevando a cabo un severo filtro, hasta que no hubiera peligro.

Tras recibir del monarca la orden de permanecer a bordo del navío almirante, Iker no podía apartar su mirada del paraje de Abydos, que contemplaba por primera vez, tan cercano y tan inaccesible. ¡Cómo le hubiera gustado descubrir el dominio del señor de la resurrección, guiado por Isis, explorar los templos y leer los antiguos textos! Pero no se desobedecía al faraón. Y éste no lo consideraba digno aún de cruzar aquella frontera.

En el muelle apareció Isis, hermosa, aérea y sonriente. Iker bajó por la pasarela.

—¿Queréis visitar el barco?

—Claro está.

La precedió sin dejar de volverse. ¿Realmente lo seguía?

Se dirigieron a la proa, a la sombra de un parasol.

—¿Deseáis sentaros, una bebida, un…?

—No, Iker, sólo admirar este río que nos ofrece la prosperidad y que os ha devuelto vivo.

—¿Ha… habéis pensado en mí?

—Mientras combatíais, también yo afrontaba rudas pruebas. Vuestra presencia me ayudó, y vuestro valor ante el peligro me sirvió de ejemplo.

Estaban tan expuestos a las miradas que Iker no se atrevió a tomarla en sus brazos. Además, ¿no estaría interpretando de un modo en exceso favorable esas sorprendentes palabras? Sin duda, ella lo habría rechazado, indignada.

—El faraón nos condujo en todo instante —precisó—. Ninguno de nosotros, ni siquiera el general Nesmontu, habría obtenido la menor victoria sin sus directrices. Antes de llegar a Abydos, el rey me reveló las cuatro acciones del Creador. Comprendí que nunca actuaba de otro modo. Por el espíritu, y no sólo por la fuerza, puso fin al caso y a la revuelta en Nubia, para transformar aquel desheredado paraje en una región feliz. Las fortalezas no son simples edificios, sino una red mágica capaz de bloquear las energías negativas procedentes del gran sur. Lamentablemente, el Anunciador no ha sido capturado. Lo sabéis, Isis, lo sabéis muy bien: desde nuestro encuentro, vos me protegéis. La muerte me rozó a menudo, pero vos la apartasteis.

—Me atribuís demasiados poderes.

—¡No, estoy seguro de que no! Tenía que regresar de Nubia para deciros cómo os amo.

—Hay tantas otras mujeres, Iker.

—Sólo vos, hoy, mañana y siempre.

Ella se apartó, ocultando su emoción.

—El árbol de vida está mejor —indicó—. Pero todavía falta el tercer oro curador.

—¿Habrá que regresar a Nubia?

—No, puesto que se trata del oro verde de Punt.

—Punt… De modo que, como suponía, ese país no es producto de la imaginación de los poetas.

—Los archivos no nos permiten localizarlo. Durante la fiesta del dios Min, tal vez un eventual informador nos proporcione algún dato esencial.

—¿«Nos»…? ¿Habéis dicho «nos»?

—En efecto, el rey nos confía esta misión. Si el personaje que esperamos participa en el ritual que se celebra en Coptos, tendremos que convencerlo para que nos facilite esa valiosa información.

—Isis… ¿Para vos soy sólo un amigo y un aliado?

Cuanto más tardaba ella en responder, más crecía la esperanza del hijo real. ¿No cambiaba su actitud? ¿No albergaba nuevos sentimientos?

—Me gustan nuestros encuentros —reconoció ella—. Durante vuestro largo viaje os he echado en falta.

Petrificado, Iker creyó haber oído mal. Su loco sueño se hacía realidad, pero ¿acaso no corría el riesgo de romperse brutalmente?

—¿Podríamos proseguir esta entrevista mientras cenamos?

—Por desgracia, no, Iker. Mis deberes son exigentes. En verdad, la fiesta de Min será, probablemente, la última ocasión en que nos veamos.

El hijo real sintió su corazón en un puño.

—¿Por qué, Isis?

—La iniciación a los misterios de Osiris es una peligrosa aventura. Debo guardar el secreto, por lo que no tengo derecho a hablaros de ello. Puedo confiaros, sin embargo, que he decidido llegar hasta el fin de esa búsqueda. Muchos no han regresado del camino que deberé tomar.

—¿Es necesario correr tanto riesgo?

Ella lo miró con una sonrisa desarmante.

—¿Existe acaso otra vía? Vos y yo vivimos para la perennidad de Maat y la salvaguarda del árbol de vida. Intentar huir de ese destino sería tan cobarde como ilusorio.

—¿De qué modo puedo ayudaros?

—Cada uno de nosotros sigue su camino, sembrado de pruebas, y debe afrontarlo en soledad. Tal vez, más allá, nos reuniremos.

—¡Os amo aquí y ahora, Isis!

—¿Acaso este mundo no refleja lo invisible? Es nuestro deber descifrar los signos que hacen desaparecer las fronteras y abren las puertas. Si me amáis realmente, aprenderéis a olvidarme.

—¡Nunca! Os suplico que renunciéis…

—Sería un terrible error.

Iker detestó Abydos, a Osiris, los misterios, y deploró en seguida esa reacción pueril. Isis tenía razón. Nada los orientaba hacia una existencia ordinaria y banal, nada los autorizaba a buscar una mínima felicidad tranquila, al abrigo de las vicisitudes. Sólo se reunirían, el uno y el otro, tras haber afrontado lo desconocido.

Sus manos se unieron con ternura.