La esposa de Medes, secretario de la Casa del Rey, sufría una crisis de histeria. Se revolcaba por el suelo mientras insultaba a su peluquera, a su maquilladora y a su pedicura, y fue necesaria la intervención de su marido y varios bofetones para calmarla.
Aunque sentada en una silla de ébano, seguía pataleando.
—¿Olvidas tu dignidad? ¡Domínate de inmediato!
—Tú no te das cuenta, he sido abandonada… ¡El doctor Gua ha abandonado Menfis!
—Lo sé.
—¿Dónde está?
—En el sur, con el rey.
—¿Y cuándo regresará?
—Lo ignoro.
La mujer se agarró al cuello de su marido. Temiendo que lo estrangulara, él la abofeteó de nuevo y la obligó a sentarse.
—Estoy perdida, sólo él sabía cuidarme.
—¡En absoluto! Gua ha formado excelentes alumnos. En vez de un solo médico, tendrás tres.
Las lágrimas cesaron de inmediato.
—Tres… ¿Te burlas de mí?
—El primero te examinará por la mañana, el segundo por la tarde y el tercero por la noche.
—¿De verdad, querido?
—Tan de verdad como que me llamo Medes.
Ella se restregó contra él y lo besó.
—¡Eres la flor y nata de los maridos!
—Ahora, ve a ponerte guapa.
Y, dejándola en manos de la maquilladora, Medes se dirigió a palacio para recibir las instrucciones del visir. El primer dignatario con el que dio fue Sobek, el jefe de la policía.
—Precisamente quería convocarte.
Crispado, Medes puso sin embargo buena cara.
—A tu servicio.
—Tu barco ya está listo.
—Mi barco…
—Debes ir a Elefantina, el faraón te aguarda allí. Gergu será el responsable de los cargueros de cereales indispensables para la expedición que se prepara.
—¿No seré más útil en Menfis?
—Su majestad te encarga que organices el trabajo de los escribas. Redactarás el diario de a bordo, los informes cotidianos y los decretos. Según creo, el trabajo no te asusta.
—¡Al contrario, al contrario! —protestó Medes—. Pero no me gustan mucho los desplazamientos. Navegar me pone enfermo.
—El doctor Gua te cuidará. Zarpas mañana por la mañana.
¿Ocultaba esa misión una emboscada o quizá respondía a una verdadera necesidad? Fuera como fuese, Medes no correría ningún riesgo. Poniéndole bajo vigilancia, como a los demás notables, Sobek esperaba un paso en falso.
El secretario de la Casa del Rey, por tanto, no se pondría en contacto con el libanés antes de abandonar la capital. Su cómplice comprendería el silencio. Por desgracia, hubiera sido necesario hacer pasar por la aduana un cargamento de madera preciosa procedente de Biblos, y Medes no podría delegar tan delicada tarea ni divulgar el regreso de Iker.
La organización del libanés seguía durmiendo. Comerciantes, vendedores ambulantes y peluqueros se dedicaban a sus ocupaciones y charlaban con sus clientes para expresar su angustia con respecto al porvenir y alabar los méritos del faraón. Los policías y los informadores de Sobek seguían husmeando en el vacío.
Hasta que recibiera nuevas instrucciones del Anunciador, el libanés se consagraría a sus actividades comerciales y aumentaría su fortuna, bastante redonda ya. La visita de su mejor agente, el aguador, le sorprendió.
—¿Algún problema?
—Medes acaba de embarcar hacia el sur.
—¡Teníamos que vernos esta noche!
—También Gergu está de viaje. Se encarga de los cargueros llenos de trigo al servicio del ejército.
Límpida precaución: Sesostris salía de Egipto y entraba en Nubia, donde el alimento podía faltar.
La estrategia del Anunciador funcionaba a las mil maravillas.
El único detalle molesto era que habían requisado a Medes.
—¿Qué ocurre en palacio?
—La reina gobierna, el visir y Senankh administran los asuntos del Estado. Sobek multiplica el control de las mercancías y peina los barrios de la capital, por no hablar de la puntillosa vigilancia de los notables. Es evidente que el rey le ha ordenado que aumente sus esfuerzos.
—¡Un verdadero engorro, ese Protector!
—Nuestra separación es rigurosa —recordó el aguador—. Incluso si arrestan a uno de los nuestros, se encontrará en un callejón sin salida.
—Me has dado una idea… Para calmar a una fiera que caza, la mejor solución consiste en ofrecerle una presa.
—¡Arriesgada maniobra!
—¿No alababas tú el rigor de nuestra separación?
—Es cierto, pero…
—¡Yo dirijo la organización, no lo olvides!
El libanés, irritado, devoró una cremosa golosina.
—Si Medes está ausente, ¿quién se encargará de los aduaneros? El próximo cargamento de madera preciosa estaba previsto en los alrededores de la luna llena.
—Sobek refuerza las medidas de seguridad sobre el conjunto de los muelles —afirmó el aguador.
—¡Ése comienza a molestarme ya! Dicho de otro modo, nuestro navío tendrá que quedarse en Biblos con su cargamento. ¿Te imaginas el perjuicio? Y no sabemos cuándo regresará Medes de Nubia, ¡ni siquiera si regresará!
La visión religiosa del Anunciador preocupaba menos al libanés que el desarrollo de su propio negocio. Si el comercio era floreciente y confortable los beneficios ocultos, no importaba el régimen vigente ni la naturaleza del poder.
Pues bien, la policía comenzaba a resultar molesta.
Y el libanés no se dejaría arruinar.
Si la situación se agravaba, Gergu se tiraría al agua. Enrojecido, sudando, vociferando, no sabía ya a qué dios recurrir. Navegar hacia el sur era más bien divertido, pero administrar las embarcaciones de grano se estaba convirtiendo en una pesadilla.
Faltaba un cargamento cuyo tonelaje no figuraba en las listas y un carguero fantasma que nadie podía encontrar en el puerto. Mientras esos misterios no se aclararan, era imposible levar anclas. Y a él, a Gergu, le incumbiría la responsabilidad del retraso. Era inútil esperar ayuda de Medes, puesto que los dos hombres debían permanecer distantes.
—¿Algún problema? —preguntó Iker, acompañado por Viento del Norte.
—No lo logro —reconoció Gergu, hecho un guiñapo—. Y, sin embargo, lo he comprobado y vuelto a comprobar.
Casi llorando, el inspector principal de los graneros estaba al borde de la depresión.
—¿Puedo ayudarte?
—No veo cómo.
—Cuéntamelo, de todos modos.
Gergu tendió al hijo real un papiro arrugado a fuerza de haber sido consultado.
—En primer lugar, el contenido de un silo se ha volatilizado.
Iker examinó el documento redactado en escritura cursiva por un escriba especialmente difícil de descifrar.
Sólo a la tercera lectura descubrió la solución.
—¡El funcionario ha contado dos veces la misma cantidad!
El basto rostro de Gergu se relajó.
—Entonces… ¿dispongo de la totalidad de los cereales que exige el rey?
—Sin duda alguna. ¿Qué más?
Gergu se ensombreció.
—El carguero desaparecido… ¡No me lo perdonarán!
—Un navío de transporte no se evapora como una nube de primavera —dijo Iker—. Investigaré en capitanía.
El inventario de los cargueros de cereales parecía correcto. ¡Engañosa apariencia!
Un escriba negligente, o con demasiada prisa, había mezclado dos expedientes. Y aquel error acarreaba la desaparición administrativa de una unidad de la marina mercante, catalogada con un falso nombre.
Gergu se deshizo en agradecimientos. Iker, en cambio, pensaba en El Rápido. ¿No habría bastado un truco de prestidigitación semejante para hacer desaparecer un velero para la navegación de altura de los efectivos de la flota real?
—¡Eres genial!
—Mi formación de escriba me ha acostumbrado a este tipo de derivas, nada más.
Gergu salió por fin de la niebla.
—¿Eres… eres el hijo real Iker?
—El faraón me concedió ese título.
—Perdóname, sólo te había visto de lejos, en palacio. Si lo hubiera sabido, no me habría atrevido a molestarte… a molestaros de esta suerte.
—¡Nada de ceremonia entre nosotros, Gergu! Conozco bien tu trabajo, pues me encargué de la gestión de los graneros cuando residía en Kahun. ¡Es una tarea delicada y esencial! En caso de crisis o de mala crecida, la supervivencia de la población depende de las reservas acumuladas.
—Sólo pienso en eso —mintió el inspector principal—. Podría haber hecho una lucrativa carrera, pero ¿acaso no es una noble función actuar en favor del bien común?
—Estoy convencido de ello.
—Por la corte corren tus increíbles hazañas en la región sirio-palestina… ¡Y he aquí otra de la que he sido el feliz beneficiario! ¿Y si bebiéramos un buen vino para festejarlo?
Sin esperar a que el hijo real asintiera, Gergu abrió un ánfora y escanció un tinto afrutado en una copa de alabastro que sacó de un bolsillo de su túnica.
—Tengo también la pareja —murmuró, mostrándola—, ¡A la salud de nuestro faraón!
Aquel gran caldo encantaba el paladar.
—Al parecer, acabaste con un gigante.
—A su lado, yo parecía un enano —reconoció Iker.
—¿Y era ese Anunciador al que todos temen?
—Desgraciadamente, no.
—¡Si ese monstruo existe realmente, lo encontrarán! Ningún terrorista pondrá en peligro Egipto.
—No comparto tu optimismo.
Gergu pareció asombrado.
—¿Qué podemos temer, a tu entender?
—Ningún argumento, ni siquiera un poderoso ejército, convencerá a los fanáticos de que renuncien a sus proyectos.
Viento del Norte se había acercado con ejemplar discreción, y humedeció su lengua en la copa de Iker.
—¡Un asno aficionado al vino! —exclamó Gergu—. ¡He aquí un buen compañero de viaje!
La mirada enojada de Iker disuadió al cuadrúpedo.
—¿Algún problema más, Gergu?
—De momento, todo va bien. Permíteme que vuelva a darte las gracias. Los envidiosos de la corte no dejan de criticarte, porque no te conocen. Yo he tenido la inmensa suerte de hacerlo. No dudes de mi estima y de mi amistad.
—Puedes contar también con la mía.
El capitán dio la señal de partida.
En el último momento, Sekari subió a bordo del barco que iba en cabeza, donde se habían acomodado los oficiales de alto rango. El hijo real intentaba explicar a Viento del Norte que las bebidas alcohólicas ponían en peligro la salud.
—Sin novedad, Iker. No hay caras sospechosas a bordo. Sin embargo, proseguiré mi inspección.
—¿Alguna inquietud en concreto?
—El convoy no puede pasar desapercibido. Tal vez algún miembro de la organización menfita tenga el encargo de provocar problemas.
—Me extrañaría, dado el filtrado llevado a cabo por la policía.
—Ya hemos tenido horribles sorpresas.
Cuando Sekari comenzaba de nuevo a registrar el navío, Medes saludó al hijo real.
—Dadas vuestras obligaciones, no he tenido aún tiempo de felicitaros.
—No he hecho más que cumplir mi misión.
—¡Arriesgando vuestra vida! La región sirio-palestina no es precisamente un lugar fácil.
—Lamentablemente, las graves amenazas están lejos de haberse disipado.
—Disponemos de bazas importantes —aseguró Medes—: un rey excepcional, un ejército reorganizado y bien mandado, y una policía eficaz.
—Sin embargo, Menfis se vio duramente afectada y seguimos sin poder encontrar al Anunciador.
—¿Realmente creéis en su existencia?
—A menudo acostumbro a preguntármelo. A veces, un fantasma siembra el terror.
—Es cierto, pero su majestad parece pensar que ese espectro ha tomado cuerpo realmente. Ahora bien, su mirada alcanza más allá de la común razón. Sin él, estaríamos ciegos. Al restablecer la unidad de Egipto, el rey le ha devuelto su vigor de antaño. Que los dioses concedan un total éxito a esta expedición y la paz a nuestro pueblo.
—¿Conocéis Nubia?
—No —respondió Medes—, y la temo.