7

Comenzaba el tercer interrogatorio, conducido por el cananeo más hostil a Iker. Los dos primeros no habían permitido a los carceleros tomar una decisión final.

El joven escriba no se acostumbraba al hedor y a la suciedad del lugar, su aventura empezaba mal y corría el riesgo de terminar prematuramente.

—Confiesa que eres un espía a sueldo del faraón —exigió el cananeo.

—Tu opinión sobre mí no va a cambiar, así que ¿por qué debería protestar?

—¿Y tu misión real?

—Sólo me la atribuirá el Anunciador.

—¿Sabes dónde se encuentra y de cuántos hombres dispone?

—Si lo supiera, estaría a su lado.

—¿Cuáles son los planes de batalla del general Nesmontu?

—Me gustaría conocerlos para desmantelarlos.

—Háblanos del palacio de Menfis.

—Esa información está destinada al Anunciador, y a nadie más. Cuando sepa cómo me habéis tratado, pasarás un mal rato. Reteniéndome aquí de este modo haces que nuestra causa pierda tiempo.

El cananeo escupió sobre el egipcio, le arrancó luego el amuleto que llevaba al cuello y lo pisoteó con rabia.

—¡Ya no tienes protección alguna, sucio traidor! Torturémoslo ahora. Que me traigan el cuchillo que ocultaba. ¡Ya veréis como habla!

Iker dio un respingo. Morir era horrible de por sí, pero sufrir de ese modo… Sin embargo, callaría. Dijera lo que dijese, su verdugo se encarnizaría con él. Era mejor dejarlo que creyera que se equivocaba y ganarse, tal vez, la simpatía de sus comparsas.

El cananeo blandió el arma blanca y puso la hoja ante las narices del joven.

—Tienes miedo, ¿eh?

—¡Claro que tengo miedo! Y no comprendo por qué se me inflige semejante prueba.

—Primero te cortaré el pecho. Luego, la nariz, y finalmente, los testículos. Cuando haya terminado, ya no serás un hombre. Bueno, ¿confiesas?

—Solicito ser llevado ante el Anunciador.

—¡Vas a contármelo todo, perro espía!

La primera estría sanguinolenta arrancó un grito de dolor al hijo real.

Atado de pies y manos, no podía defenderse.

La hoja hería de nuevo su carne cuando la puerta del reducto se abrió bruscamente.

—¡Los soldados! ¡Huyamos, pronto!

Herido por una flecha que se le clavó entre los omóplatos, el vigía se derrumbó. Una veintena de infantes entraron en el hediondo local y acabaron con los cananeos.

—¿Qué hacemos con éste, jefe? —preguntó un soldado, señalando a Iker.

—Desátalo. Al general Nesmontu le gustará interrogar a un terrorista.

Oficialmente, Iker estaba detenido en el cuartel principal, donde Nesmontu, encantado de haber detenido por fin a un partidario del Anunciador, lo sometía a un interrogatorio tan violento que nadie asistía a él.

Militar de carrera, tosco, cuadrado, indiferente a los honores, al general le gustaba vivir entre sus hombres y nunca refunfuñaba ante el esfuerzo. A pesar de su edad, agotaba a los jóvenes.

—Es una herida superficial —observó, aplicando un ungüento en las carnes magulladas—. Con este producto, pronto estarás curado.

—Si no hubierais intervenido…

—Conozco las prácticas de esos bárbaros y el tiempo comenzaba a parecerme largo. Evidentemente, no conseguías convencerlos. Has tenido suerte, mis soldados podrían haber llegado demasiado tarde.

Los nervios del joven cedieron.

—Llora de una vez, eso te aliviará. Incluso los héroes sienten pánico ante la tortura. Bebe este vino añejo de mis viñas del Delta. Ninguna enfermedad se le resiste. Si tomas dos copas al día, no conoces la fatiga.

Y, ciertamente, el gran caldo devolvió el vigor al escriba. Poco a poco, sus temblores remitieron.

—No te faltan narices, hijo real, pero te enfrentas a temibles adversarios, peores que bestias feroces, y no pareces hecho para una misión de ese tipo. Todos los voluntarios que han intentado infiltrarse entre los terroristas han muerto de forma abominable, y tú has estado a punto de sufrir la misma suerte. Si quieres mi consejo, regresa a Menfis.

—¡No he obtenido resultado alguno!

—Has sobrevivido, no está tan mal.

—Puedo beneficiarme de ese incidente, general.

Nesmontu se sintió intrigado.

—¿De qué modo?

—Soy un terrorista, me habéis detenido, interrogado y condenado. Hacedlo saber, que nadie ponga en duda mi compromiso con la causa cananea. ¿No me sacarán mis aliados de la celda antes de mi ejecución?

—¡Me pides demasiado! Mi prisión es segura, su reputación no debe mancillarse. Existe una solución mucho más sencilla: la jaula.

—¿De qué se trata?

—Serás condenado a trabajos forzados y llevado a las afueras de Siquem, hasta el lugar donde purgarás tu pena. Antes te habremos encerrado en una jaula que cruzará la ciudad para que todos sean conscientes de lo que les aguarda si atacan a las autoridades egipcias. Dejarán el convoy sin vigilancia durante un alto. Si los terroristas desean liberarte, ésa será la ocasión ideal.

—Perfecto, general.

—Escucha, muchacho, podría ser tu abuelo. Por muy hijo real que seas, no te prodigaré la reverencia y las inútiles cortesías. En primer lugar, el plan parece condenado al fracaso; pero, aunque funcionara, caerías en un auténtico horno. ¿No te basta tu reciente experiencia? Abandona y regresa a Egipto.

—Imposible, general.

—¿Por qué, Iker?

—Porque debo borrar mis errores pasados, obedecer al faraón y salvar el árbol de vida. En estos momentos, nuestra única estrategia consiste en intentar descubrir al Anunciador.

—¡Mis mejores sabuesos han fracasado!

—Pues conviene cambiar de método, y ésa es la razón de mi presencia aquí. Mis comienzos fueron difíciles, lo admito, pero ¿podía ser de otro modo? Pensándolo bien, los resultados no son tan malos. Al seguirme y asumir mi protección habéis eliminado una de las células terroristas de Siquem. La idea de la jaula me parece excelente. Todos sabrán que soy un mártir de la causa cananea, y me liberarán.

—Pero ¿te llevarán por ello hasta el Anunciador?

—¡Cada cosa a su tiempo, general! Franqueemos ya esa etapa.

—¡Es una completa insensatez, Iker!

—Mi padre me ha confiado la misión. La cumpliré.

La gravedad del tono impresionó al viejo militar.

—No debería confesártelo, muchacho, pero en tu lugar yo no actuaría de otro modo.

—¿Habéis encontrado el cuchillo con el que me torturaba el cananeo?

—¡Diríase que es el arma de un genio guardián! Ha quemado la mano del soldado que lo recuperó.

—¿Y vos podéis manejarlo sin que os lastime?

—En efecto.

—¿Y acaso no es ése el privilegio de los miembros del «Círculo de oro» de Abydos?

—¿De dónde, sacas semejantes ideas, Iker? Mis soldados temen la brujería, yo no. De modo que te interesas por Abydos…

—¡Es el centro espiritual de Egipto!

—Eso dicen.

—¡Me gustaría tanto conocerlo!

—¡Pues no vas en la dirección adecuada!

—Quién sabe. Hoy, mi camino pasa por Canaán.

Nesmontu entregó el cuchillo al hijo real.

—¿Y a ti no te quema la mano?

—No, más bien me dará energía.

—Desgraciadamente, no puedes llevártelo. Tras su interrogatorio, un terrorista va desnudo en la jaula y está más bien maltrecho. ¿Sigues decidido?

—Más que nunca.

—Si regresas vivo, te devolveré el arma.

—¿Cómo nos comunicaremos cuando haya descubierto la guarida del Anunciador?

—Por todos los medios imaginables, ninguno de ellos desprovisto de riesgos. Suponiendo que seas admitido en un clan cananeo, forzosamente éste será nómada. Deja en cada campamento un mensaje en escritura cifrada. Sólo yo podré leerlo, y se lo transmitiré a Sobek el Protector, que lo entregará a su majestad. Escribe sobre cualquier soporte: tronco de árbol, piedra, pedazo de tela… esperando que no te descubran y que la policía del desierto encuentre tu texto. Intenta comprar a un nómada y prométele una buena propina. Tal vez acuda a Siquem para informarme. Pero si das con un fiel del Anunciador, serás hombre muerto.

Iker se sintió desmoralizado.

—En resumen, nada es seguro.

—Nada, muchacho.

—Entonces, puedo tener éxito y fracasar al mismo tiempo, encontrar al Anunciador y no conseguir informaros.

—Afirmativo. ¿Sigues decidido a intentar lo imposible?

—Así es.

—Almorzaremos aquí, con la excusa de proseguir el interrogatorio. Luego no irás a la cárcel, sino directamente a la jaula. A partir de ese instante será imposible dar marcha atrás.

—General, ¿confiáis en Sobek el Protector?

Nesmontu dio un respingo.

—¡Cómo en mí mismo! ¿A qué viene esa pregunta?

—No me aprecia demasiado y…

—¡No quiero oír nada más! Sobek es la integridad personificada y se dejaría matar para salvar al rey. Es normal que desconfíe de ti. Con tus actos lo convencerás de que debe concederte su estima. Por lo que se refiere a las informaciones que tú y yo le transmitamos, no las revelará a nadie más que al faraón. Sobek detesta a los chanchulleros y a los halagadores de la corte, y tiene toda la razón.

Comieron una suculenta costilla de buey y bebieron un excepcional vino tinto, y entonces Iker fue consciente de su locura. Las incertidumbres y los imprevistos eran tantos que realmente no tenía posibilidad alguna de conseguirlo.