La continua violencia del viento del norte era una baza importante. Agradablemente sorprendido por ese extraordinario fenómeno, el capitán sacaba el máximo partido de él. La mitad de la tripulación permanecía seis horas encargándose de las maniobras, la otra mitad descansaba.
Por su parte, Sesostris permanecía constantemente en la proa, y no dormía.
—Todavía tenemos una mínima posibilidad de conseguirlo, majestad —estimó el capitán—. No creía que un barco pudiera ser tan rápido. ¡Siempre que ningún incidente dificulte nuestro avance, claro está!
—Hator nos protege. No olvides alimentar constantemente el fuego de su altar.
Iker acababa de cruzar el umbral del paraje de luz, la llameante puerta no lo rechazaba. El oro irrigaba sus venas, la vida permanecía en estado mineral, metálico y vegetal. El treinta de khoiak, el faraón intentaría llevarla a su expresión humana.
Uno de los mejores remeros de la tripulación, Dos-Raigones, quería contribuir de modo decisivo al fracaso de Sesostris.
Su hija, Pequeña Flor, había puesto a Iker en manos de la policía porque se había negado a desposarla. Desde aquella fecha, su existencia había sido una sucesión de desgracias. Primero, la pérdida de su granja tras el descubrimiento de sus falsas declaraciones al fisco; luego, el brutal fallecimiento de Pequeña Flor, corroída por el remordimiento; finalmente, una grave enfermedad y la pérdida de sus dientes.
¿Los responsables? Iker, elevado a la dignidad de hijo real, y su padre adoptivo, el faraón Sesostris. ¿Cómo vengarse de tan poderosos personajes?
En el fondo del abismo, el destino le había sonreído. Cartero reclutado por uno de los lugartenientes de Medes, se le habían confiado cosas que superaban el marco de sus servicios. Dos-Raigones, nombrado responsable de un barco postal, a causa de su maleabilidad, había aprobado la trama de una conspiración destinada a derribar a Sesostris. Había sido ascendido posteriormente a jefe de equipo, y se había convertido en uno de los elementos principales de la casa Medes.
Lamentablemente, su destino había cambiado de nuevo y el secretario de la Casa del Rey había caído.
Sin mezclarse con la desbandada general, Dos-Raigones se estaba jugando el todo por el todo. Conocedor de la acelerada construcción de un barco especial por orden real, y de su inminente partida, había conseguido que lo contrataran como remero y había indicado a los últimos partidarios de Medes la oportunidad de desvalijar un carguero que transportaba fabulosas riquezas.
Poco antes de Abydos, se agruparían y lo atacarían. Dos-Raigones se encargaría de suprimir al capitán y de incendiar el navío, que se vería obligado a acostar. La jauría de los agresores la emprendería con el gigante, que sucumbiría superado por el número. El Rápido nunca llegaría a buen puerto.