Mes de khoiak,
Vigésimo segundo día (10 de noviembre), Abydos

Tocado con una corona vegetal que evocaba la resurrección de Osiris, un ritualista conducía tres bueyes, uno blanco, uno negro y uno manchado, que tiraban de un arado que trazaba un surco en la blanda tierra. Lo seguían unos cavadores que manejaban la azada, símbolo del amor de lo divino,[47] para perfeccionar aquel canal que los animales abrían. El día del entierro del dios, el conjunto de los justos de voz, vivos y muertos, celebraba una fiesta de regeneración.

Sacándola de unas pequeñas bolsas de fibra de papiro trenzada, los permanentes medían la semilla con la ayuda de un celemín de oro, asimilado al ojo de Osiris, antes de alimentar con ella el surco. Una última labor la cubría.

Aquellos funerales eran alegres, pues anunciaban el renacimiento de los cereales nutricios después de que la siembra, a imagen del dios, hubiera realizado sus mutaciones hacia la luz. Consumando aquel ritual, la cofradía de Abydos se aseguraba la cooperación de Geb, el dios Tierra.

A Bega, que se hallaba limpio de cualquier sospecha, eso le importaba un pimiento. Como ya no lo espiaban, preparaba el atentado del veinticinco. De acuerdo con las recomendaciones del Calvo, se mantenía muy cerca del Servidor del ka, atento al ritual de los cuatro terneros, el blanco, el negro, el rojo y el manchado.

Procedentes de los puntos cardinales, buscaban, encontraban y protegían la tumba de Osiris de sus enemigos visibles e invisibles. Liberando del mal el territorio sagrado, purificaban el suelo al pisotearlo e impedían el acceso al lugar del misterio.

En ausencia del rey —excelente señal para Bega—, Isis sujetaba las cuatro cuerdas destinadas a controlar a los terneros. Su extremo tenía la forma del ankh, la llave de vida. Era evidente que el Anunciador obligaba al monarca a luchar en otro frente, tan abrasador que forzaba a Sesostris a prescindir de Abydos.

Aquella advertencia reavivó el odio y el rencor de Bega. Al igual que sus colegas, puso una pluma de Maat en uno de los cuatro cofres que contenían las telas destinadas al ka de Horus, el sucesor de Osiris. Egipto así reunido, a imagen del universo, celebraba la coherencia recuperada del cuerpo osiriaco.

Isis y Neftis modelaron dos círculos de oro, el pequeño y el gran sol, y encendieron trescientos sesenta y cinco candiles en pleno día, mientras sacerdotes y sacerdotisas aportaban treinta y cuatro barcas en miniatura, cuya tripulación formaban las estatuas de las divinidades.

Al caer la noche, recorrieron el lago sagrado.

Y la cebada del Osiris vegetante se convirtió en oro.