Mes de khoiak,
Vigésimo primer día (9 de noviembre), Abydos

Aquella jornada decisiva y peligrosa marcaba la entrada en el cielo de todas las divinidades y el final de la germinación del Osiris vegetal.

Isis y Neftis quitaron la piedra que cubría una abertura en el techo de la capilla, donde se había depositado el molde, regado con agua del Nun desde el doce de khoiak.

La relación entre los tres Osiris perduraba. Ahora era necesario efectuar una delicada operación: sacar de la pila de bronce negro el molde de oro compuesto por dos partes. Si aparecía alguna grieta, aquella esperanza se quebraría.

Con el rostro grave y la mano segura y precisa, Isis no advirtió defecto alguno. Tras haber ungido con incienso las dos partes del molde, las ató fuertemente con cuatro cordeles de papiro.

De ese modo, la garganta, el tórax y la corona blanca que llevaba la momia ya no corrían el riesgo de alterarse.

El sol inundó el molde, la pila y el Osiris vegetante.

—Descansa un poco —le recomendó Neftis a Isis—. Estás agotada.

La viuda contempló a Iker.

—Cuando sea liberado de la muerte, descansaré a su lado.

El Calvo, aterrado, contemplaba la tablilla reconstruida.

—El Servidor del ka, cómplice del Anunciador… ¡Continúo sin poder creerlo!

—He aquí la prueba, sin embargo —afirmó Sekari.

—¿Tenía cómplices?

—No lo creo, pero lo mantengo bajo constante vigilancia.

—¿No valdría más detenerlo y hacerlo hablar?

—Me parece un tipo duro, callará. Prefiero dejar que prepare su próximo crimen y atraparlo en flagrante delito.

—¡Es muy peligroso, Sekari!

—Tranquilízate, no se me escapará. Pídele a Bega que mantenga los ojos bien abiertos. Si advierte el más mínimo gesto sospechoso, que nos avise de inmediato.