Mes de khoiak,
Decimoctavo día (6 de noviembre), Abydos

Isis encendió unas antorchas de acacia, pintadas de rojo. Su suave llama impediría que cualquier fuerza nociva agrediera la Morada del Oro.

Unidos aún, los tres Osiris proseguían su camino hacia la luz, al igual que la estatuilla de Sokaris en la capilla del lecho.

La viuda seguía humedeciendo con agua del Nun la momia de Iker, recogiendo sus linfas y alimentando con ellas el cuerpo de resurrección.

De pronto, un cielo se formó sobre él. De allí nació un disco solar del que brotaron unos rayos que iluminaron al hijo real.

Así, el crecimiento de sus órganos se benefició de una fulminante aceleración.

El viaje de Isis a través de la diosa Cielo y su conocimiento de las doce horas de la noche habían originado aquel éxito, prueba de que se había franqueado un nuevo obstáculo entre la muerte y la vida. La regulación de los fuegos alquímicos acababa de encontrar un eco en el más allá.

Incansable, la viuda reanudó su trabajo.

Bega no tenía modo alguno de entrar en la Casa de Vida. Debería actuar, pues, el veinticinco de khoiak.

Ese día, en efecto, Isis y la momia osiriaca se verían obligadas a salir de la Morada del Oro y a enfrentarse ritualmente con los partidarios de Set, decididos a impedir que alcanzaran la tumba del bosque sagrado de Peker, lugar donde se consumaba la última fase de la resurrección.

¡Matar por segunda vez a Iker, arruinar la obra de Isis y proclamar el triunfo del Anunciador! A consecuencia de dicha hazaña, Bega no perdía la esperanza de tomar el poder presentándose como la única autoridad capaz de mantener el orden. Sin embargo, aún quedaba un problema importante: Sekari seguía sospechando de él y no le dejaría las manos libres. La única solución era proporcionarle la prueba de la culpabilidad del Servidor del ka.

Tranquilizado, aquel husmeador ya no se ocuparía de Bega.