Mes de khoiak,
Decimocuarto día (2 de noviembre), Abydos

Con el sarcófago osiriaco procedente de Biblos, el faraón penetró al alba en la Morada del Oro.

—Te traigo las provincias y las ciudades —le dijo al triple Osiris—, cada una de ellas habitada por una potencia divina. Se unen para reconstituirse.

Del sarcófago, sacó catorce cuencos que correspondían a las partes del cuerpo osiriaco.

Para la cabeza, la columna vertebral, el corazón, los puños y los pies, cuencos de plata; para los ojos, la nuca, los brazos, los dedos, las piernas y el falo, cuencos de oro; para las orejas, el pecho que albergaba la tráquea y el esófago, y los muslos, cuencos de bronce negro.

El rey vertió el agua de cada cuenco en la momia de Iker. El líquido regenerador hacía renacer el órgano del ser osiriaco cuyo embrión preservaba.

Luego, el monarca mezcló oro, plata, lapislázuli, turquesa, jaspe rojo, granate, cornalina, galena, incienso y aromas. Tras molerlo y tamizarlo todo, obtuvo un producto destinado a la apertura de los canales de energía que recorrían la momia de Iker, a la que las provincias proporcionaron las linfas, el agua, la sangre, los pulmones, los bronquios, la bolsa de oro del estómago, el vientre, las entrañas, las costillas y la piel.

—El país entero es tu ka —reveló el faraón—; cada parte de tu cuerpo, la representación secreta de una provincia. Todo se ata y se desata, todo se mezcla y se recompone, todo se mezcla y se desentraña, lo que estaba alejado se reintegra. Ya no vives la existencia de un individuo, sino la de la tierra y el cielo.

Sesostris animó los catorce kas de su hijo: el verbo, la venerabilidad, la acción, el florecimiento, la victoria, la iluminación, la aptitud para gobernar, el alimento abundante, la capacidad de servir, la magia, la irradiación, el vigor, la luz de la Enéada y la precisión.[41]

—Gracias a ellos —predijo—, volverán a formarse tu visión, tu entendimiento y tu intuición creativa.[42]

Una dulce claridad envolvió a Iker.

Esa fase de la transmutación había tenido éxito.

—Reúno los miembros de mi hermano —declaró Isis—, que se une al océano primordial y vive de su fluido.

El rey recogió en un cuenco de oro las lágrimas de la viuda.

—Debo partir —le dijo a su hija—. El Anunciador ha huido. Puesto que no puede amenazar directamente Abydos, intentará provocar un cataclismo utilizando su arma principal: el fuego destructor.

—El caldero de la montaña Roja, que pertenece a la tercera provincia del Alto Egipto, presentaba inquietantes trastornos —recordó Isis.

—Las Almas de Nekhen y tu búsqueda los han disipado —estimó el rey—. Existe un segundo caldero, enorme, cerca de Menfis. Si el Anunciador consigue derramar su contenido, la ciudad quedará aniquilada. Sólo yo puedo enfrentarme con él e impedir que haga daño.

—Si no habéis regresado el treinta de khoiak, nuestros esfuerzos habrán sido en balde. Osiris no resucitará. Sin vos, es imposible llevar a cabo la obra.

El gigante abrazó a su hija.

—Acabamos de superar una etapa decisiva, piensa sólo en la siguiente. Te asaltarán dudas, angustias y miedo al fracaso. Pero eres la superiora de Abydos y has recorrido el camino de fuego. Una nueva vida anima ya a Iker. Haz que crezca y reverdezca. El treinta de khoiak estaré a tu lado.

Frente al Calvo y a Sekari, Bega mantuvo su sangre fría al tiempo que manifestaba un gran asombro.

—Sí, yo contraté al tal Asher como a muchos otros temporales que ejercen una actividad artesanal y son recomendados por las autoridades de su aldea. Sufrió el examen reglamentario, y luego permaneció a prueba durante un tiempo. Puesto que satisfizo a sus superiores, ha regresado a Abydos a intervalos regulares.

—¿Ni actitudes ni palabras sorprendentes? —preguntó Sekari.

—Pocas veces lo veía, y no me ocupaba de su trabajo. Según los ritualistas encargados de controlarlo, no hay falta alguna que reprocharle.

—¿Y qué piensas del Servidor del ka? —preguntó el Calvo.

—Es un permanente perfecto, irreprochable y concienzudo. Pero a causa de su mal carácter y su misantropía, no le tratamos demasiado.

—¿No ha habido nada anormal en su comportamiento de estos últimos tiempos? —insistió el agente secreto.

Bega pareció extrañado.

—¡No, nada, a mi parecer! Aunque circulan algunos rumores tontos. ¿Puedo saber qué ocurre?

—Los terroristas infiltrados en Abydos han sido eliminados —reveló el Calvo—. Lamentablemente, su jefe ha conseguido huir.

—Su jefe… ¿Quieres decir que…?

—El Anunciador, que se ocultaba bajo la identidad de Asher.

Bega simuló a las mil maravillas la consternación.

—¿El Anunciador, aquí? ¡Impensable!

—El peligro se ha conjurado —afirmó el Calvo—. Los misterios del mes de khoiak se celebrarán normalmente.

—Estoy anonadado —confesó Bega—. Sin embargo, llevaré a cabo del mejor modo mis servicios.

«El Anunciador, aquí…», murmuró al abandonar la sala de interrogatorios.

—Rigorista e ingenuo —juzgó el Calvo—. Ese viejo no ha visto cómo el mal atacaba Abydos. Únicamente está preocupado por sus tareas, y olvida las convulsiones del mundo exterior.

—De todos modos, seguiré vigilándolo de cerca —decidió Sekari.

—Interésate más bien por el Servidor del ka. ¿Cómo ha podido engañarnos, después de tantos años? Semejante doblez me deja estupefacto. ¿Por qué no detenerlo de inmediato?

—Por tres razones. Primero, necesitamos una prueba formal para acusarlo, pues ese tipo lo negará todo.

Luego, tenemos que descubrir la misión que el Anunciador no ha dejado de confiarle, el modo como atacará la Casa de Vida, pues. Finalmente, debemos saber si tiene cómplices.

—Inquietante programa —consideró el Calvo—. ¡Sobre todo, no lo pierdas de vista!

—Tienes mi palabra, hermano del «Círculo de oro».