Deseo hablarte lejos de los oídos y de las miradas indiscretas —le dijo el Anunciador a Neftis—. ¿No debemos tomar grandes decisiones?
¡Por fin había regresado, hermosa, elegante y sonriente! Utilizando su encanto y su voz hechicera la convertiría en su esclava.
La pareja tomó la vía procesional que llevaba a la escalera del Gran Dios.
—Me gusta este lugar solitario y tranquilo —confesó el Anunciador—. Sin la menor presencia humana, sólo tumbas, estelas, mesas de ofrenda y estatuas a la gloria de Osiris. Aquí, el tiempo no existe. No hay diferencia entre los grandes y los humildes, asociados a la eternidad del dios asesinado y resucitado. ¿Puede reproducirse semejante milagro?
—Durante los misterios del mes de khoiak —indicó Neftis—, Osiris revive a la vez esa tragedia y su renacimiento.
—Nosotros, los temporales, somos mantenidos al margen del verdadero secreto. En cambio, tú, sacerdotisa permanente, lo conoces.
—La regla del silencio sella mi boca.
—¿Acaso una esposa tendría secretos para su marido?
—Esta regla no admite excepciones.
—Tendríamos que modificarla —sugirió el Anunciador sin levantar la voz—. Nada debe hacer suponer a una mujer que es igual que el hombre, y menos aún superior.
—¿De dónde sacas esa certeza?
—Del propio Dios, cuyo único intérprete soy.
—¿De modo que Osiris te ha transmitido directamente su mensaje?
El Anunciador sonrió.
—Muy pronto, Osiris morirá definitivamente. Yo aplicaré los mandamientos del verdadero Dios. A la cabeza de sus ejércitos, impondré al mundo la nueva creencia. Sus oponentes no merecen sobrevivir.
Neftis, a pesar de que estaba aterrorizada, ponía buena cara.
El Anunciador… ¡Sólo él podía expresarse de ese modo!
—Sentémonos en esa tapia, dulzura. ¿No te parece encantador este jardincillo?
A través de la cortina de hojas de sauce, Shab observaba a su señor y a la egipcia.
El Anunciador tomó tiernamente las manos de Neftis.
—Tú te salvarás, pues olvidarás las enseñanzas osiriacas y me servirás ciegamente. ¿Me lo prometes?
Asustada, Neftis bajó los ojos.
—Eso cambiaría mi existencia, pero… no deseo separarme de ti.
—Debes decidirte, y pronto.
—¡Todo va demasiado de prisa!
—No queda tiempo, hermosa.
—Si abandonamos Abydos, ¿nos acompañarán otros discípulos, como Bega?
—¿Por qué pronuncias ese nombre?
—El Calvo descubrió que había sido él quien te había contratado.
—Bega contrató a Asher, ignora que yo lo he sustituido. Ese viejo sacerdote es estúpido y rigorista, y no cambiará. Incapaces de convertirse, él y los adeptos de Osiris perecerán aquí. En cambio, el Servidor del ka se apartó hace ya mucho tiempo de las antiguas ideas. Sabotea los rituales, debilita los vínculos de Abydos con los antepasados, y espera con impaciencia el momento de seguirme y afirmar su fe a plena luz. Este valeroso servidor me ha permitido preparar la derrota de Osiris en el propio corazón de su reino.
Neftis conocía ahora la identidad del principal cómplice del Anunciador, ¡un permanente irreprochable! Bega era sólo un cebo, previsto para atraer unas injustificadas sospechas y apartar del culpable las investigaciones.
—¿Desaparecerá Abydos?
—Tú, mi primera esposa, me ayudarás a acelerar su caída.
—¿De qué modo?
—¿Por qué hay tantos guardias, día y noche, alrededor de la Casa de Vida?
Si no le daba una respuesta satisfactoria, la mataría. Neftis sabía que su vida estaba en peligro, pero no lamentaba haber corrido semejante riesgo, puesto que le permitía descubrir la verdad. Aun así, tenía que sobrevivir para transmitirla.
Revelar el verdadero secreto estaba excluido, más valía morir. Neftis debía proporcionarle informaciones plausibles, que coincidieran con las que probablemente poseía el Anunciador.
—Allí tiene lugar el más importante ritual de los grandes misterios del mes de khoiak.
—¿No estás autorizada a entrar en ese edificio?
—Sí, para ayudar a mi hermana Isis.
El Anunciador le acarició el pelo.
—¿Has contemplado tú el misterio, tierna esposa mía?
—Lo he entrevisto… sólo entrevisto.
—¿No dirige Isis el proceso de resurrección?
—Sí, en compañía del faraón.
—¿Y cuál es el soporte de esa experiencia?
—Utilizan los múltiples estados del espíritu y la materia.
—Sé más precisa.
De pronto, la voz se hacía imperiosa.
Neftis vaciló largo rato.
—Iker… Iker navega entre la vida y la muerte. Asimilado a la momia de Osiris, será sometido a las pruebas de la transmutación.
—¿Acaso Isis superó las primeras?
—Quedan aún las dificultades supremas, y yo no creo en su éxito.
—Proporcióname más detalles y descríbeme los gestos que hace tu hermana.
—A menudo actúa sola y…
—Tienes que decírmelo todo, dulzura. Absolutamente todo.
Shab se preparaba para intervenir. Con la punta de su cuchillo de sílex, hurgaría en las carnes de aquella hembra y la obligaría a hablar.
Antes de recurrir a medios extremos, el Anunciador adoptó otra estrategia. Seguro de su encanto, abrazó a la hermosa Neftis y la besó. Delicadamente primero, luego con la violencia del macho que afirma su conquista.
Agazapada a pocos pasos de allí, oculta tras una mesa de ofrendas y sin perderse ni un ápice de la entrevista, Bina no pudo permanecer pasiva.
Toda su existencia se derrumbaba.
Nunca permitiría que aquella zorra gozara de los favores de su dueño.
Muy excitada, Bina brincó, con una piedra en la mano, y aulló:
—¡Voy a destrozarte el cráneo!
Creyendo que el Anunciador estaba en peligro, Shab aprovechó la ocasión para librarse definitivamente de aquella loca peligrosa. Su cuchillo se clavó en la nuca de Bina cuando el brazo de la morena caía sobre Neftis.
El Anunciador apartó a la egipcia y contempló a su sierva, con el rostro deformado por el odio.
—Yo te amaba… No tenías… derecho a…
Se derrumbó, muerta.
Aprovechando el drama, Neftis huyó.
—Alcánzala —ordenó el Anunciador a Shab.
Al Retorcido no le costaría mucho satisfacer a su señor.
Pero el choque fue de extremada violencia. Corriendo hasta perder el aliento, chocó contra la punta de la lanza que blandía Sekari, que había salido de una capilla contigua.
El Retorcido miró al agente secreto con ojos asombrados.
—A ti no te había descubierto… ¿Cómo… cómo es posible?
Con el pecho atravesado, el Retorcido vomitó un chorro de sangre, se tambaleó y cayó de bruces.
Sekari sabía que Neftis estaba segura, por lo que decidió correr tras el Anunciador, que lanzaba un puñado de sal en el lindero del camino trazado por Shab.
El suelo se inflamó de inmediato. Formando una muralla protectora, las altas llamas le permitieron alcanzar el desierto y salir de la Gran Tierra.
Los arqueros, atónitos, dispararon en vano numerosas flechas.
Apenas extinguido el fuego, Sekari examinó el sendero cubierto de humeantes cenizas.
Ni rastro de cadáveres.
—He conocido la identidad del traidor —le reveló Neftis, temblorosa aún.
Una pregunta obsesionaba ya a Sekari: ¿cuáles eran los proyectos del Anunciador?