Mes de khoiak,
Noveno día (28 de octubre), Menfis

Ebrio, Gergu se dirigió al taller del escultor que fabricaba las falsas estelas, que luego eran vendidas a ricos clientes, convencidos de que compraban inestimables obras procedentes de Abydos. ¿Acaso no incluían la fórmula osiriaca, garantía de su autenticidad?

Inaccesible Medes por la preparación del asalto final, Gergu necesitaba dinero. Quería procurarse una siria comprensiva, aunque cara, y por eso pensaba tomar de inmediato su parte.

El artesano lo llevó hasta el fondo de su taller.

—¡Lingotes de cobre, amuletos y paños, en seguida! —exigió Gergu.

—¡Tranquilizaos!

Furioso, el inspector general de los graneros golpeó con violencia a su cómplice, lo tiró al suelo y lo pisoteó.

—¡Mi parte… dame mi parte!

Un poderoso puño agarró por el pelo al agresor y lo pegó a una pared.

—¡Visir Sobek! —exclamó Gergu, incrédulo—. ¡Vos… estabais moribundo!

—Ante la idea de interrogarte, mi salud mejora. La bailarina Olivia, la casa del comerciante Bel-Tran, ¿te recuerda eso algo?

—¡No, no, nada!

—¿Y la denuncia del responsable de los graneros del Cerro florido?

—¡Un error… un error administrativo!

—¡Hablarás, amiguito!

—¡No puedo, me matarían!

—¡Yo hablaré! —decidió el artesano del rostro tumefacto, aterrorizado por Sobek el Protector y la decena de policías que estaban registrando su taller.

Más valía confesar y pedir la indulgencia del visir arrojando la principal responsabilidad sobre aquel peligroso alcohólico que había estado a punto de matarlo.

Ante las revelaciones de su cómplice, Gergu cedió.

Confesó sus fechorías, imploró el perdón de las autoridades y derramó lágrimas ardientes.

—El verdadero culpable es Medes.

—¿El secretario de la Casa del Rey? —se extrañó Sobek.

—Sí, me manipulaba y me obligaba a trabajar para él.

—¿Robo, tráfico y posesión de mercancías utilizando el nombre de Bel-Tran?

—Quería hacer fortuna.

—¿Está mezclado en el caso Olivia?

—¡Naturalmente!

—¿Estáis, tu patrón y tú, vinculados a la organización terrorista?

Gergu vaciló.

—¡Tal vez él, yo en absoluto!

—¿No habrás vendido tu alma al Anunciador?

—¡No, oh, no! Como vos, lo detesto y…

La mano derecha de Gergu se inflamó y le arrancó un horrible grito de dolor. Luego, su hombro y su cabeza ardieron también.

Estupefactos, Sobek y los policías no tuvieron tiempo de intervenir.

Gergu se inflamó de pies a cabeza y finalmente se derrumbó.

El doctor Gua se había decidido a revelar sus averiguaciones a Senankh, que lo llevó de inmediato a casa del visir.

—Sobek está agonizando —recordó el facultativo—. Incluso me han prohibido verlo.

—Su restablecimiento es un secreto de Estado.

Ante el primer ministro, Gua expuso con brevedad y precisión los hechos.

—Utilizando las dotes de su mujer para la falsificación, Medes intentó desacreditarme y suprimir legalmente a Sehotep —concluyó Senankh—. Y pensaba destruir la Casa del Rey.

—También es un ladrón, y, probablemente, un aliado de los terroristas —añadió el visir—. Por vuestra parte, doctor, silencio absoluto. Tú, Senankh, presenta de inmediato ante el tribunal la declaración de Gua. He aquí la orden de liberación de Sehotep, con el sello del visir.

Sobek deploraba las pocas informaciones que había obtenido durante la detención de Gergu y el largo interrogatorio del artesano.

Esperaba sacar algo más de boca de Medes, tanto en lo referente a la organización de Menfis como a sus cómplices en Abydos.