Mes de khoiak,
Octavo día (27 de octubre), Abydos

Bina maldecía hasta afearse.

¿Por qué Neftis no visitaba a su prometido, el Anunciador? Ella, Bina, sabría hacerle hablar torturándola como nunca nadie había sido torturado. La sacerdotisa revelaría el secreto de los ritos y confesaría de qué modo Isis y el faraón conseguían impedir que Iker se extinguiese.

Pues nadie lo dudaba ya: el hijo real servía de soporte para la resurrección osiriaca. Y sólo quedaban veintidós días para que lo imposible tuviera lugar.

—¡Fracasarán! —exclamó.

—Sin duda, dulzura —murmuró el Anunciador, acariciándole el pelo.

—Es imposible penetrar en ese maldito edificio, señor. Shab lo ha examinado por todas partes, no hay puntos débiles. Y Bega no tiene acceso a él.

—Gracias a Neftis, sabremos cómo gangrenar la Casa de Vida y evitar que nos perjudiquen.

—¡Debería estar aquí, a vuestros pies!

—Tranquilízate, vendrá.

—Nuestros archivos mencionan al tal Asher desde hace ya varios años —confirmó el Calvo a Neftis—. Las informaciones que te ha proporcionado son ciertas, y sus declaraciones no varían durante los interrogatorios. Es efectivamente originario de una aldea cercana a Abydos, y modela cuencos. Este modesto artesano cumple a la perfección con sus deberes de temporal, dos o tres meses al año, y no ha sido objeto de ninguna crítica.

—¿Modesto, decís? Eso no se adecúa mucho a su carácter. ¿Quién lo contrató?

—Un momento, voy a comprobarlo… El sacerdote permanente Bega. Y acaba de certificar a los investigadores la cualificación de ese temporal, del que, como sus colegas, está muy satisfecho.

—Bega…

—No te dejes llevar por tu imaginación —recomendó el Calvo—. A ese viejo ritualista le falta flexibilidad y amabilidad, pero está fuera de cualquier sospecha. ¿Acaso no encarna el rigor y la honestidad?

—En cuanto sea posible, hablaré de nuevo con Asher —decidió Neftis—. Esta vez, lo veremos claro.

La cabeza de Iker tocó el firmamento. Isis le transmitió lo que había vivido durante su iniciación al «Círculo de oro».

En ese mismo instante, grullas, pelícanos, flamencos rosas, patos silvestres, espátulas blancas[38] e ibis negros trazaron grandes círculos por encima de la Morada del Oro. Brotaban del Nun, el océano de energía donde nacían todas las formas de vida, hablaban la lengua del más allá y se la enseñaban a la viuda para que prosiguiera la consumación de la Gran Obra.

Llevando en sus garras dos anillas, símbolos de las dos eternidades, un ave con cabeza humana se posó en la momia de Iker.

Regresando del cosmos, el alma animaba el cuerpo osiriaco.

Hasta el duodécimo día del mes de khoiak, la viuda tenía que respetar un absoluto silencio.