El primer cuarto de la luna creciente brillaba en el cielo, abriéndole camino a Ra, la luz divina más poderosa que las tinieblas, oculta tanto en el seno del espíritu como en el de la materia.
Isis aguardaba con angustia ese momento. Bajo el efecto conjunto de las dos luminarias, el sol del día y el de la noche, ¿crecerían en armonía los tres Osiris?
El Osiris mineral y metálico se confortaba al margen de la mirada humana, en el interior del hornillo de atanor, la vaca celestial. Alimentadas con la irradiación de las estrellas, las partes del cuerpo osiriaco se unían sólidamente.
El Osiris vegetal servía de testimonio y prueba de esa evolución secreta.
Acababa de germinar una primera semilla.
—Ten confianza —le murmuró Isis a Iker—, se han reunido todas las condiciones para una nueva vida. Desde este momento, ya estás asociado a dos formas de eternidad: la del instante de transmutación y la de los ciclos naturales. Ahora, la Casa de Vida se convierte realmente en la Morada del Oro.
En el exterior, ante el edificio, el faraón celebró un banquete en compañía del alma de los reyes muertos y resucitados. Participaron en él el Calvo y los sacerdotes y las sacerdotisas permanentes. Todos ellos compartieron el ka de los bueyes cebados y un pan de flor de acacia, procedente de la campiña de las felicidades, donde las divinidades se entregaban al festejo.
Sesostris llevó luego su comida a los tres Osiris, que absorbieron la esencia sutil de aquellos alimentos sacralizados.
Unido a los otros dos, el Osiris Iker salía progresivamente del mundo intermedio.
El proceso no se retrasaba, pero las etapas principales y los mayores peligros estaban aún por llegar.
—La muerte de Iker cede terreno y comienza a transferirse —declaró el monarca—. Sin embargo, esta primera fase no es decisiva. Al Osiris metálico le falta todavía coherencia y poder. Pero ninguna diferencia debe subsistir entre las tres formas de la Gran Obra. Como un fuego, tu amor lo anima, Isis; sin él, los elementos vitales se disociarían. Y sólo él, porque no es de este mundo, podrá vencer el destino impuesto por el Anunciador.
La viuda pronunciaba incansablemente las fórmulas de transformación en luz.
El rey, que llevaba la máscara de Anubis, hizo correr el cerrojo de la puerta del cielo, grabada en una piedra calcárea de refulgente blancura.
En adelante, las fuerzas del cosmos llenarían la Morada del Oro.
Eran indispensables para que la transmutación prosiguiera, pero representaban un serio peligro.
¿Soportaría su impacto el Osiris Iker?