Mes de khoiak,
Sexto día (25 de octubre), Abydos

El veterinario había examinado a los bueyes cebados, adornados con collares de flores, con plumas de avestruz y echarpes de colores. Cada ejemplar considerado puro se dirigió lentamente al matadero del templo. El maestro carnicero confirmaría la calidad de la carne tras un nuevo examen. Debía contener el máximo de ka.

Precedido por Viento del Norte, Sanguíneo vigilaba a las enormes bestias. Por lo general, su llegada causaba el gozo de los temporales, seguros de participar en varios banquetes para celebrar el renacimiento de Osiris.

Pero los acontecimientos dramáticos que habían afectado a Abydos seguían presentes en todas las memorias, y nadie pensaba en fiestas.

Una vez más, Bina quiso llevar comida a los soldados encargados de custodiar la Casa de Vida.

Un oficial le cerró el paso.

—¿Tienes autorización?

—Suelo…

—Consignas nuevas. Regresa por donde has venido.

Bina le ofreció su más hermosa sonrisa.

—No voy a tirar esos panes y…

—¿Deseas ser detenida?

La hermosa morena se alejó y dejó su carga en uno de los altares del templo de millones de años de Sesostris donde oficiaba Bega.

El sacerdote se aseguró de que ningún oído indiscreto los escuchara.

—El Calvo ha reunido a los permanentes —reveló él—. Por los ritos que debemos practicar aquí y las fórmulas que debemos recitar, ya estoy seguro: en la Casa de Vida tiene lugar una transmutación.

—¿Conoces la naturaleza del soporte?

—Las partes del cuerpo osiriaco y la cebada que debe transformarse en oro. Y tal vez… Pero no, es impensable. No puedes tener razón. ¡Iker está muerto y bien muerto! Nadie podría devolverlo a la vida. Sin embargo, en el caso de Imhotep… ¡Pero ese hijo real no puede comparársele! Además, semejante intento está condenado forzosamente al fracaso.

—¿No regresó Sesostris de Medamud con un nuevo recipiente sellado?

Bega se turbó.

—¿Tendrás acceso a la Casa de Vida? —preguntó Bina.

—Por desgracia, no. Sólo pueden penetrar en ella el faraón, el Calvo, Isis y Neftis.

«De nuevo esa maldita hembra», pensó la única esposa del Anunciador, enfurecida.

Hablaría o moriría.