Mes de khoiak,
Cuarto día (23 de octubre), Menfis

Por el sombrío aspecto del visir Sobek, el general Nesmontu presintió una catástrofe.

—¿Un ataque terrorista?

—No, el tribunal acaba de dictar sentencia.

—No me digas que…

—La máxima condena.

—¡Sehotep no mató a nadie!

—Según el tribunal, la intención vale por la acción. Además, existen circunstancias agravantes: el culpable pertenecía a la Casa del Rey.

—Hay que apelar esa decisión.

—Es definitiva, Nesmontu. En estos tiempos turbulentos, la justicia debe mostrarse ejemplar. Ni siquiera el faraón puede ya hacer nada por Sehotep.

—¡Un miembro del «Círculo de oro» de Abydos condenado a muerte a causa de una prueba falsificada!

Desamparado, el viejo soldado creyó por unos instantes en el triunfo del Anunciador. Pero su instinto de guerrero prevaleció y pensó en reunir a sus fieles, atacar la prisión y liberar a su hermano.

—No cometas locuras —recomendó el visir—. ¿Adonde iba a llevarte un golpe de fuerza? De un momento a otro, los terroristas iniciarán su ofensiva. Tendrás que coordinar nuestra respuesta. La supervivencia de Menfis dependerá de tu intervención.

El Protector hacía bien recordándole sus deberes.

—Sobre todo, permanece oculto aquí. Si aparecieras, el jefe de la organización terrorista comprendería que estamos tendiéndole una trampa. Algunos soldados custodiarán esta villa requisada tras la ejecución de su propietario.

La voz de Sobek temblaba. Ni el general ni él eran hombres que estuvieran acostumbrados a expresar su desamparo.

Sobek dormía dos horas por noche, pues seguía examinando los informes de las investigaciones policiales, por mínimos que fueran. Esperaba hallar en ellos un indicio que pudiera diferir la ejecución de la sentencia.

Un dibujo que representaba a un sospechoso lo intrigó. Se parecía vagamente a Gergu, el inspector principal de los graneros. Tal vez, según el informe del investigador, estuviera mezclado, de cerca o de lejos, en el caso Olivia. El discreto registro de una casa perteneciente a un tal Bel-Tran había dado un curioso resultado: se habían hallado numerosas mercancías de valor, robadas o no declaradas.

El Protector recordó que Iker le había pedido que investigara al tal Gergu, pero las investigaciones habían resultado estériles.

Un segundo expediente se refería al mismo personaje.

Esta vez no eran simples sospechas, sino una denuncia en toda regla. El responsable de los graneros de la aldea del Cerro florido acusaba a Gergu de agresión, extorsión de fondos y abuso de poder. Demasiados funcionarios se comportaban así, y al visir le correspondía castigarlos duramente. Si los hechos se demostraban, el bandido iría a la cárcel.

¿No convenía, antes de detenerlo, seguirlo y saber si tenía o no relación con los terroristas?