La guardia ha sido triplicada —indicó Bega—, y cada soldado va provisto, además de sus armas habituales, con un cuchillo de obsidiana capaz de atravesar el caparazón de los espectros. Isis, Neftis y el Calvo no han vuelto a salir de la Casa de Vida.
—¿Has consultado a los demás permanentes? —preguntó el Anunciador.
—Todos son de la misma opinión: los ritos de resurrección acaban de comenzar.
—¿A partir de qué soporte?
—De Iker —respondió Bina con ojos alucinados.
El Anunciador la tomó por los hombros.
—Iker ha muerto, dulzura. Yo aniquilé la momia de Osiris y el recipiente que contenía la fuente de vida. Abydos se reduce a un cascarón vacío, los ritos están desprovistos de eficacia.
—Iker navega entre la vida y la muerte —declaró ella—. Sus ojos permanecen abiertos. Isis y el rey intentan devolverlo a la luz.
—¡Hay que impedírselo! —exclamó Bega.
—Ordena a Shab que estudie el dispositivo de protección. Si existe un medio de penetrar en la Casa de Vida, él lo descubrirá.
Feliz de poder estirar las piernas, el Retorcido tomó mil precauciones para no llamar la atención de los guardias. Contrariamente a sus esperanzas, la noche no le procuró mayores oportunidades, pues centenares de lámparas iluminaban el edificio y sus alrededores. Los arqueros, relevados con frecuencia, no padecían fatiga ni falta de sueño, y su vigilancia no se aflojaba.
Las conclusiones eran perentorias: zona inaccesible.
El Anunciador calmaba a Bina, presa de convulsiones. Desde su visión, no dejaba de temblar.
—Temo los poderes del faraón y de esa maldita superiora —reconoció Bega—. Deberíais abandonar Abydos, señor. Antes o después, la investigación tendrá éxito.
—Tú has participado en el ritual de los grandes misterios. ¿Cómo procede el rey?
—Utiliza el Osiris del año pasado, cuya energía está agotada, moldea uno nuevo y organiza una triple resurrección: mineral, metálica y vegetal. Son indispensables las linfas del recipiente sellado. Los archivos de la Casa de Vida, «las Almas de luz», enseñan el método que se debe seguir.
—Así pues, Iker, de víctima, habría pasado a ser un soporte osiriaco —concluyó el Anunciador, intrigado—. Una sola persona me proporcionará informaciones de primera mano: Neftis. En cuanto reaparezca, avísame.
Isis y Neftis colocaron alrededor de Iker los cuatro recipientes que formaban el alma recompuesta. A occidente, el primero, con cabeza de halcón,[34] contenía el intestino, los vasos y los conductos de energía de Osiris. A oriente, el segundo, con cabeza de chacal,[35] el estómago y el bazo; a mediodía, el tercero, con cabeza de hombre,[36] el hígado; a septentrión, el cuarto, con cabeza de babuino,[37] los pulmones.
Reunidos, los cuatro hijos de Horus, sucesor de Osiris, fortalecían el ka y el corazón de su padre.
Las dos hermanas levantaron las cubiertas y pronunciaron las fórmulas de veneración al halcón, al chacal, al hombre y al babuino. Nuevos órganos, embrionarios aún, animaron la momia de Iker.
En aquel instante, los tres Osiris, el mineral y metálico, el vegetal y el humano, funcionaron en simbiosis. Indisociables en adelante, resucitarían o zozobrarían juntos.
Sólo el faraón y el Calvo abandonaron la Casa de Vida al caer la noche. El decano de la cofradía reunió a los sacerdotes y a las sacerdotisas permanentes y les anunció el inicio de la celebración de los grandes misterios del mes de khoiak.
—¿No había desaparecido el recipiente sellado? —se extrañó Bega.
—El rey encontró el del templo de Medamud. Se dan las condiciones necesarias para ver renacer a Osiris.