Tras el ritual del alba, el Calvo y Neftis acudieron a la Casa de Vida. Allí, el sacerdote recitó las fórmulas de preservación de la momia. La sacerdotisa la magnetizó. La ausencia de cualquier signo de descomposición demostraba que Iker seguía viviendo en una existencia intermedia, entre la nada y el renacimiento.
A partir de mediodía, se iniciaron nuevos interrogatorios.
Le llegó el turno a Asher.
—Según los informes de tus superiores —observó el Calvo—, sabes modelar cuencos y fabricar recipientes rituales, y limpias, de modo ejemplar, los objetos del culto.
—Es un juicio que me halaga. Intento ser útil.
—¿Cuáles son tus ambiciones, Asher?
—Fundar una familia y trabajar el mayor tiempo posible en Abydos.
—¿Desearías acceder a la dignidad de sacerdote permanente?
—¡Por supuesto, pero sólo es un sueño!
—¿Y si se convirtiera en realidad?
—¿No es Egipto el país de los milagros? No me atrevo a creerlo, pero abandonaría de buena gana mis actividades profanas para servir a Osiris.
—¿No te asusta el rigor de nuestra Regla?
—Al contrario, afirma mis convicciones. ¿No sigue siendo Abydos el zócalo de la espiritualidad egipcia?
—Respóndeme con claridad: ¿has observado hechos insólitos o comportamientos dudosos?
El Anunciador reflexionó.
—Percibo una armonía que une el aquí y el más allá. Aquí, cada segundo de nuestra existencia adquiere sentido. Temporales y permanentes llevan a cabo tareas precisas, a su hora y de acuerdo con sus capacidades. El espíritu de Osiris nos arrastra más allá de nosotros mismos.
El Anunciador no formuló acusación ni sospecha alguna. Según sus declaraciones, Abydos parecía un paraíso.
Neftis sólo mordisqueaba la comida.
—¿No tienes hambre? —se asombró el Anunciador.
—Estamos en el primer día del mes de khoiak, el de la celebración de los misterios de los que depende la supervivencia de las Dos Tierras.
—¿Estás inquieta acaso?
—El proceso de la resurrección osiriaca no deja de ser una aventura peligrosa, y aguardamos a nuestra superiora con impaciencia. Sin ella, es imposible iniciar el ritual.
—¿Tan determinante es el papel que desempeña?
—Ella conoce el Gran Secreto.
—¿Y no es excesivo conceder tanta importancia a una mujer?
De pronto, Neftis lo vio claro y olvidó el encanto de Asher. Consiguió controlarse pero no modificó su actitud amorosa y hechizada.
—Excesivo… Sí, tal vez tengas razón.
—Egipto se equivoca y se debilita concediendo demasiadas prerrogativas a su sexo.
—¡Ante el Calvo, tan abrupto sin embargo, tu actuación fue deslumbrante!
—¿Por qué guardaste silencio?
—¡Tu ascenso me parecía seguro!
—Hablé de mi voluntad de fundar una familia. ¿Aceptarías convertirte en mi esposa?
El Anunciador estrechó con ternura las manos de Neftis.
—Es una decisión muy importante —murmuró ella—. Soy muy joven y…
—Obedéceme y te haré feliz. ¿No debe una mujer someterse a su marido y satisfacer sus menores deseos?
—¿Y… mis deberes de sacerdotisa?
—¡Simples ilusiones! ¿Acaso no es el dominio del espíritu inaccesible a las mujeres? Tú eres lo bastante inteligente como para comprenderlo. Y admitirás también que una sola esposa no le basta a un hombre. Las pulsiones de las hembras están limitadas por la naturaleza, pero no las de los varones. Respetemos la ley divina que dicta la superioridad del hombre.
Dócil, la hermosa sacerdotisa no se atrevió a mirar a los ojos a su seductor.
—Este lenguaje es tan nuevo, tan inesperado…
El Anunciador abrazó a Neftis.
—Muy pronto sellaremos nuestra unión. Compartirás mi lecho y te convertirás en mi primera esposa, en la madre de mis hijos. Y no imaginas el radiante porvenir del que gozarás.
El comandante de las fuerzas de seguridad recorría el muelle de Abydos. Por muy militar que fuera, conocía la importancia vital del mes de khoiak. ¿No serían ineficaces los ritos, en ausencia de la superiora?
—¡Se acerca un barco! —lo avisó un centinela.
Los soldados se desplegaron de inmediato.
Al ver al gigante de pie en la proa, las inquietudes del comandante se disiparon. El regreso del faraón permitía a los residentes respirar con mayor libertad.
Portador del recipiente sellado, Sesostris se dirigió a grandes zancadas hacia la Casa de Vida, vigilada día y noche. Allí lo recibieron el Calvo y Neftis.
—He aquí la fuente de la energía osiriaca —declaró—. Depositadla a la cabecera de Iker.
Mientras los dos ritualistas cumplían con su tarea, el rey ordenó que se triplicara la guardia. Algunos arqueros de élite ocuparon el tejado de la Casa de Vida, transformada en inexpugnable fortaleza. A cada soldado se le entregó un cuchillo de obsidiana, cargado de magia.
—¡El rey ha regresado! —exclamó Bina.
—De modo que su alma ha viajado por el otro lado de la vida, se ha reintegrado a su cuerpo y ha celebrado en Medamud su fiesta de regeneración —se extrañó el Anunciador—. Una nueva fuerza lo habita y quiere que Abydos se aproveche de ella.
—¿Supondrá una amenaza?
—¡Sesostris nunca ha dejado de serlo! Hay que descubrir sus proyectos.
—Señor… habéis vuelto a cenar con esa tal Neftis.
El Anunciador acarició el pelo de Bina.
—Es una joven sumisa y comprensiva. Adoptará la verdadera creencia.
—¿Os… Casaréis con ella?
—Ambas me obedeceréis y me serviréis, pues ésa es la ley divina. Es inútil que volvamos a hablar de ello, dulzura.
Un aterrorizado Bega irrumpió de pronto en casa del Anunciador.
—¡El faraón acaba de llegar con un recipiente sellado! ¡Y está atracando otro barco, el de Isis!
En las esquinas interiores de la Casa de Vida, el Calvo había colocado cuatro cabezas de león que escupían fuego, cuatro uraeus, cuatro babuinos y cuatro braseros. De ese modo, ninguna fuerza negativa penetraría en el interior del edificio de muros de piedra, al que se accedía por una monumental puerta de cal blanca.
El techo del patio principal era la bóveda celestial de la diosa Nut; su suelo enarenado, el del dios Tierra, Geb. En el centro, una capilla albergaba la barca de Osiris donde descansaba el cuerpo de Iker.
¡Por fin volvía a verlo Isis!
Sin poder contener las lágrimas, se reprochó aquella debilidad y puso en seguida manos a la obra, en presencia del faraón, del Calvo y de Neftis. Iker no necesitaba manifestaciones de luto, sino el éxito de una transmutación que lo devolviera a la luz.
La resurrección exigía una transferencia de muerte.
La de Iker debía pasar al cuerpo del ser perpetuamente regenerado,[32] Osiris, vencedor de la nada. Sólo él absorbía todas las formas de óbito y las transformaba en vida.
También había que recrear a los tres Osiris y seguir un proceso ritual de absoluta precisión, sin cometer error alguno.
Y los ritualistas sólo disponían de los treinta días del mes de khoiak.
Isis ensambló el cuerpo de piedra de Osiris reuniendo las reliquias recogidas durante su búsqueda: la cabeza, los ojos, las orejas, la nuca y la mandíbula, la columna vertebral, el pecho, el corazón, los brazos, los puños, los dedos, el falo, las piernas, los muslos y los pies. Gracias al cetro de Heliópolis, aseguró la coherencia de las partes de aquel cuerpo de resurrección, y el cetro de oro de la colina de Tot les dio una fuerza sobrenatural.
Entonces, el rey abrió el recipiente sellado que contenía las linfas del dios, el misterio de la obra alquímica y la fuente de vida. El fluido osiriaco, semejante a las aguas de la inundación, unió sólidamente entre sí las partes ensambladas de la estatuilla. De ella se desprendió el perfume de Punt.
Isis tocó la momia con la venerable piedra recogida en la isla de Soped, para animar lo que parecía inerte y hacer que latiera el corazón mineral. Le aplicó luego tres capas de ungüento, lo envolvió en cuatro paños que simbolizaban cuatro estados de la luz revelados en la apertura de la ventana del cielo y la puso en el interior de la piel de carnero procedente de Tebas.
—Tu nombre es vida —declaró el rey—. Nuestra madre, la diosa Cielo, te engendrará de nuevo y te revelará tu naturaleza secreta transmitiéndola a tu hijo, el Osiris Iker.
Sesostris colocó al primer Osiris, compuesto de metal y mineral, en el vientre de la vaca cósmica de madera dorada, sembrada de estrellas y constelaciones, el verdadero origen de los vivos. En aquel hornillo de atanor se consumaría una resurrección invisible para los ojos de los humanos, pero indispensable para asegurar la totalidad de las mutaciones.
—De Ra, la luz creadora, nace una piedra metálica —declaró el faraón—. Por ella se realiza la obra oculta. Constituida por metales y piedras preciosas, transforma a Osiris en árbol de oro. Isis, hermana mía, prosigue el trabajo alquímico.
Sobre una estructura de madera, Isis extendió una tela de lino. En el centro dibujó la silueta de Osiris, y luego la modeló con limo húmedo y fértil, granos de cebada y de trigo, aroma y polvo de piedras preciosas.
—Estás presente entre nosotros, la muerte no te corrompe. Que la cebada se vuelva oro, que tu renacimiento adopte el aspecto de los verdeantes tallos que brotarán de tu cuerpo luminoso. Eres los dioses y las diosas, eres las aguas fecundadoras, eres el país entero, eres la vida.[33]
El segundo Osiris ya tenía forma. Inicialmente vinculado al primero, comenzaba el segundo proceso de resurrección.
El tercero debería haber sido la momia del dios descansando en su morada de eternidad de Abydos y resucitando en la novena hora de la noche, el último día del mes de khoiak del año precedente. La inmortalidad pasaba así del dios al dios.
Al violar la tumba y destruir la momia de Osiris, el Anunciador creía impedir cualquier renacimiento.
Esta vez, un hijo real y Amigo único serviría de soporte para el ritual. ¿Pero sería un material lo bastante resistente como para soportar la prueba?
La viuda contempló a su esposo.
—Sé el tercer Osiris —imploró—, y consuma la última resurrección.
Sólo quedaban veintinueve días.