29

Durante mucho tiempo, Isis y Sekari fueron incapaces de pronunciar una sola palabra. El agente secreto abrazó a la sacerdotisa con respeto, el asno y el perro gimieron y sus ojos se humedecieron de lágrimas, y ella intentó consolarlos. Aquel encuentro atenuó un poco su pesadumbre.

—No todo está perdido —afirmó Isis—. Debo recoger las reliquias osiriacas importantes y reunir lo esparcido. Si lo consigo, si sabemos celebrar los ritos y transmitir el misterio, tal vez Iker sane de su muerte.

Sekari no lo creía en absoluto, pero se guardó mucho de expresar su parecer. ¿Acaso Egipto, el país amado por los dioses, no había visto numerosos milagros?

—Proseguiremos el viaje juntos —anunció—, y te protegeré.

—Las criaturas del Anunciador están por todas partes —reveló la sacerdotisa.

El asno y el perro exigieron nuevas caricias. Sekari y Sarenput se dieron un abrazo.

—Esta mujer es extraordinaria —murmuró el jefe de provincia—. Aunque no tenga la menor oportunidad de alcanzar su objetivo, traza su camino como el mejor de los guerreros e ignora el peligro. Ningún obstáculo la detendrá, preferirá morir antes que renunciar. ¡Ya nos hemos librado de temibles trampas! Y el enemigo no se debilitará.

—Tu navío de guerra es demasiado llamativo —consideró Sekari—. Yo dispongo de una embarcación ligera y rápida, así que tomaré el relevo. Puedes regresar a Elefantina.

—¿Necesitas a mis arqueros?

—Que se despojen de su atuendo militar y se comporten como simples marinos que forman la tripulación de un barco mercante. Ocultarán sus armas y sólo las utilizarán en caso de necesidad. Tú, Sarenput, permanece alerta. El porvenir podría depararnos algunas sorpresas molestas.

—¿Temes un ataque de los nubios?

—Por ese lado, no hay problema. En cambio, Menfis sigue amenazada. Es evidente que el Anunciador quiere destrozar el trono de los vivos. Cada jefe de provincia tendrá que desempeñar un papel, manteniendo la cohesión de su territorio.

—Elefantina permanecerá inquebrantable —prometió Sarenput—. Sobre todo, vela por Isis.

Conmovido, el abrupto Sarenput se despidió de la superiora de Abydos. Deseaba expresar las palabras adecuadas, que testimoniasen su admiración y su afecto, pero farfulló unas fórmulas de cortesía horriblemente convencionales.

La mirada de Isis le hizo comprender que percibía sus verdaderos sentimientos.

—Es inútil que os recomiende prudencia —añadió—. Sin embargo, el adversario…

—Lo venceremos, Sarenput.

Isis, Sekari, Viento del Norte y Sanguíneo se dirigieron hacia el dominio de Osiris. En contacto con la muchacha, el asno y el perro recuperaban su vigor de antaño.

—Mi padre corre un grave peligro. ¿No serías más útil a su lado?

—He recibido la orden de ayudarte y protegerte. El rey está rodeado por los mejores hombres de su guardia personal, formada por Sobek; Sesostris está seguro.

—Aunque inmóvil, su viaje puede resultar peligroso. Si no regresa del otro lado de la vida y no celebra su regeneración utilizando el recipiente sellado, estamos perdidos.

—Sesostris regresará.

—¿Un poco más de agua? —preguntó Bina al capitán de los soldados que rodeaban la Casa de Vida de Abydos.

—Está bien.

—¿Cuándo debo traérosla?

El encanto y la sensualidad de la muchacha seducían al militar, que luchaba valerosamente para no abandonar su puesto y llevarla hasta algún lugar discreto.

—En cuanto sea posible, en fin, quiero decir… a la hora reglamentaria. Normalmente, no tenemos derecho a hablar.

—Tantos hombres, día y noche… ¡Custodiáis un fabuloso tesoro!

—Nosotros obedecemos órdenes.

—¿Realmente no sabes nada?

—Nada de nada.

Bina posó un furtivo beso en la mejilla del capitán.

—¡A mí no vas a mentirme! Sobre todo si nos encontramos esta noche, después de cenar…

—Esta noche, relevo de la guardia. Abandono Abydos, me sustituye un colega. Ahora, vete.

Aquel brutal cambio de actitud en el militar se debía a la llegada del Calvo y de Neftis.

Temporal abnegada y discreta, Bina se esfumó.

Sus múltiples intentos, espaciados para no llamar la atención, topaban con un muro impenetrable. Era imposible saber qué se tramaba en el interior de aquel edificio misterioso donde el viejo ritualista y la maldita seductora penetraban varias veces al día.

Y nadie, ni siquiera otro permanente, podía proporcionar la menor información a la sierva del Anunciador.

¡Soldados armados en el interior del dominio de Osiris! Aquel desolador espectáculo escandalizaba, ¿pero acaso no acababan de cometerse dos crímenes? Por el lugar circulaba una sencilla explicación: había que proteger los archivos sagrados y el Calvo utilizaba todos los medios.

Pero a Bina no la satisfacía. Tal vez el vejestorio y Neftis consultaban antiguos grimorios y buscaban fórmulas mágicas capaces de proteger el paraje e impedir nuevos crímenes. Tal vez redactaran papiros de conjuro. Pero, en ese caso, ¿por qué semejante presencia militar?

Irritada, se dirigió a casa del Anunciador.

Por desgracia, no tendría nuevos elementos que procurarle.

Sin dejar de verter la libación de agua fresca en las mesas de ofrendas y de cumplir escrupulosamente con su función de distribuidor de géneros alimenticios, Bega ocultaba su cólera, la bilis lo corroía, las piernas se le hinchaban.

¿No insistía el Calvo en tratarlo como a alguien desdeñable? Que aquel obtuso vejestorio despreciara a los temporales no importaba. ¡Pero que a él, un permanente experto, le negara el acceso a la Casa de Vida y no consintiera en darle explicaciones era algo insoportable!

Lamentablemente, sus colegas, verdaderos corderos, aprobaban la actitud del Calvo, y Bega no conseguiría, pues, formar una coalición contra aquel tirano. En cuanto se produjera la caída de Sesostris y la toma del poder por parte del Anunciador, reduciría a la esclavitud al colegio de los permanentes. El Calvo, condenado a lavar la ropa interior sucia, moriría haciéndolo. Y ese día, por fin, Bega soltaría la carcajada.

Al salir de Abydos, ¿pensaba Sesostris regresar a Menfis o había elegido otro destino que correspondiera a una estrategia concreta? Había un modo sencillo de saberlo: obtener las confidencias de un marino de la escolta al que Bega conocía desde hacía mucho tiempo. El hombre sufría de los riñones y valoraba el don de pequeños amuletos que lo aliviaban.

Los dos hombres se encontraron en el muelle principal, donde Bega inspeccionaba la entrega de hortalizas frescas.

—¿Cómo estás, amigo?

—Los dolores vuelven.

—¡Un largo viaje a Menfis deja huella!

—¿A Menfis? Si no he ido recientemente.

—¿No perteneces a la escolta real?

—Sí, pero…

El marino calló.

—Menfis no era nuestro destino. Lo siento, pero no puedo deciros nada más. Secreto militar.

—¡Bueno, eso no es cosa mía, yo no soy curioso!

Bega sacó del bolsillo de su túnica un minúsculo amuleto de cornalina, en forma de columnita.

—Durante la noche, colócate bajo los riñones este símbolo del verdor y el crecimiento. Atenuará los dolores.

—¡Sois generoso, muy generoso! ¡Qué horror, esos dramas en Abydos!… Todos esperamos que el faraón sepa rechazar la desgracia una vez más. ¿Por qué se ha dirigido a Medamud, esa aldea de la provincia tebana, en vez de regresar a la capital? Sin duda tiene buenas razones para hacerlo, ¡confiemos en él!

—Prudente recomendación —juzgó Bega—. Protegidos por un soberano de esa envergadura, ¿qué podemos temer? Cuando la energía de este amuleto se haya agotado, házmelo saber, te daré otro.

—¡Sois bueno… demasiado bueno!

—Medamud —repitió el Anunciador, intrigado—. ¿Y es una información fidedigna?

—Una fuente de primera calidad —aseguró Bega—. Se trata de un marino supersticioso y estúpido que ni siquiera es consciente de que me lo ha comunicado.

—Medamud, la aldea natal de Iker, el lugar donde residía el dios escriba, informado del emplazamiento de un antiguo santuario de Osiris, olvidado y abandonado. Sesostris se interesa por el lugar porque espera descubrir allí un medio de luchar contra mí.

—Su derrota se ha consumado —afirmó Bega—. Sólo piensa en retrasar el plazo. Asesinado su hijo espiritual, desaparecida la jarra sellada, destruido el fetiche de Abydos, ya no le queda el menor apoyo. Sesostris está roto y se refugia en una vieja creencia.

—Ignoras la importancia real de esta pequeña aldea. El faraón, en cambio, la presiente. Y averiguará sus secretos, las dos matrices estelares donde él y su ka, simbolizado por un ramillete, intentarán recargarse de energía.

La ciencia del Anunciador dejó pasmado a Bega.

—¡Pa… parecéis conocer todos nuestros ritos!

—Así no permitiré que subsista ninguno.

El miedo contrajo las vísceras del permanente. ¿No ocultaría la apariencia humana del Anunciador una fuerza de destrucción que sobreviviría a su envoltura carnal? Pero Bega rechazó esa advertencia de su conciencia, y trató de convencerse de la validez de su gestión. Sólo el Anunciador colmaría sus deseos.

—Aunque se regenere, ¿qué espera Sesostris?

El Anunciador levantó los ojos.

—Veo Medamud, veo al faraón. Su alma viaja.

—¿Acaso está… muerto?

—Sigue combatiendo. Debo aprovechar este momento de debilidad para arrojarlo a la nada.

—¡Señor, salir de Abydos me parece imposible! Los interrogatorios prosiguen, y las fuerzas del orden rodean el paraje. Incluso el desierto está estrechamente vigilado.

—No será necesario que me desplace. Gracias a las cualidades como médium de Bina, maldeciré el nombre de Sesostris. Su alma no regresará a su cuerpo, errará por paisajes desolados y perecerá de inanición.

En ese instante, Bina cruzó el umbral y se prosternó ante su dueño.

—Señor, Isis ha regresado.

Abydos albergaba una importante reliquia, la cabeza de Osiris.

Isis levantó lo que la escondía.

El rostro sereno del dios seguía mostrando los rasgos de Iker. El Anunciador no conseguía borrarlos.

Sin embargo, la atmósfera era lúgubre.

El Calvo no disimuló su fracaso.

—Decenas de interrogatorios y contra interrogatorios, investigaciones exhaustivas, una mayor vigilancia… y ni el menor indicio, ni la menor pista seria. Permanentes y temporales cumplen con celo sus funciones, como si Abydos ignorase el crimen y la desesperación.

—¿Alguien ha intentado conocer el misterio de la Casa de Vida? —preguntó Isis.

—Las medidas de seguridad se revelan eficaces. Deploro la presencia de esos soldados, pero no existe otro modo de velar por Iker.

—¿Os han preguntado acerca del dispositivo?

—¡Claro está! Es más, me habría parecido sospechoso quien no se hubiera extrañado de ello. Es normal que los permanentes y los temporales aguerridos me lo pregunten. Neftis y yo dejamos que piensen en una desenfrenada búsqueda de viejas fórmulas mágicas, aptas para proteger Abydos.

Neftis tomó las manos de su hermana Isis.

—La barca de Osiris preserva la momia de Iker —indicó—. Todos los días, la magnetizo varias veces y el Calvo pronuncia las palabras de poder. No aparece rastro de degradación, tu marido sobrevive entre dos mundos. Regamos el jardín donde va a beber el alma-pájaro de Iker, y las plantas siguen creciendo. ¡Reúne las reliquias, Isis, no renuncies bajo ningún pretexto!

La pobre sonrisa de la viuda revelaba sus escasas posibilidades de éxito.

—¿Deseas verlo? —preguntó Neftis.

—Sin duda, la Casa de Vida es observada permanentemente por los criminales. Si penetro en ella, comprenderán que estamos intentando lo imposible. Procuremos guardar ese secreto el mayor tiempo posible. Cuando se divulgue, el Anunciador pondrá en marcha nuevas fuerzas destructoras para asesinar, por segunda vez, a Iker.

—¡Ni el Calvo ni yo te traicionaremos!

—Me hubiera gustado mucho hablar con Iker, pero eso sería ponerlo en peligro. Tú, hermana mía, se lo explicarás.

Del cesto de los misterios, Isis sacó las reliquias que había recogido en las primeras etapas de su viaje.

—Deposítalas en la Casa de Vida. Parto otra vez de inmediato.

Neftis acompañó a su hermana hasta el embarcadero y en el camino le hizo una confidencia.

—Uno de los permanentes no me gusta.

—¿Bega?

—¿También a ti te parece sospechoso?

—Sospechoso es un término excesivo. No consigo percibir la realidad de su ser. ¿Le reprochas algo concreto?

—Todavía no.

—¿Crees que está relacionado con el asesinato de Iker?

—Es imposible afirmarlo sin una prueba formal.

—Sé prudente —le recomendó Isis—. El enemigo no vacila en matar.

Neftis no le habló de sus privilegiadas relaciones con el enigmático y seductor Asher. Podría entristecerla, escandalizarla incluso, al evocar el mundo de los sentimientos precisamente cuando estaban en juego el destino de Abydos y la supervivencia de Iker.