Cuando era favorable, el juicio del tribunal de Osiris se manifestaba con frecuencia a los videntes en forma de pájaro, de mariposa o de escarabeo.
En cuanto salió de la Casa de Vida, Isis observó el cielo. Ciertamente, conocía el corazón de Iker, su pureza y su rectitud, ¿pero qué decidiría lo invisible? De su veredicto dependía que prosiguiera el proceso ritual.
De pronto, un gran ibis de alas largas y elegantes recorrió lentamente el azur.
Su mirada se cruzó con la de Isis.
Y entonces supo que Iker había pronunciado las palabras precisas, ayudado por Tot, el patrón y protector de los escribas. Ligero como la pluma de avestruz de la diosa Maat, su corazón seguía viviendo. El hijo real había demostrado su conocimiento de las fórmulas enseñadas por el maestro de los jeroglíficos, y trazaba ahora su camino hacia la otra vida.
En la paleta de oro se inscribieron las palabras «justo de voz».
—Queda por hacer lo más difícil —indicó Sesostris—. Ahora hay que transferir la muerte de Iker a la momia de Osiris. Habiéndola vencido él, el cuerpo osiriaco de Iker renacerá.
Osiris, espina dorsal de Egipto, zócalo de toda construcción espiritual y material, servía de soporte a los templos, a las moradas de eternidad, a las casas, a los canales… Ningún espacio estaba vacío de él, ninguna forma de muerte podía alcanzarlo. Reservada a los faraones y a los raros sabios de la estatura de Imhotep, ¿tendría éxito aquella transferencia?
Mientras el Calvo derramaba las libaciones de agua y leche al pie del árbol de vida, Sesostris y su hija acudieron a la tumba del Gran Dios. El permanente encargado de su vigilancia salió a su encuentro.
—¡Majestad, acaba de ocurrir una increíble desgracia! Durante la noche, alguien ha roto los sellos que cierran la puerta.
El faraón atravesó el bosque sagrado, tomando el único paso que permitía acceder a la entrada del monumento, oculta entre la vegetación.
En los aledaños había algunas acacias quemadas.
Al parecer, el profanador había librado un violento combate contra las defensas mágicas del santuario.
Frente a la entrada, los restos de los sellos.
Sesostris cruzó el umbral.
Diseminados, pisoteados, destrozados, joyas, recipientes, piezas de vajilla y demás objetos rituales útiles para la eternidad de Osiris. El banquete del más allá no podía celebrarse ya.
El monarca avanzó, temiendo lo peor.
Varias lámparas iluminaban la cámara de resurrección, devastada también.
Antaño, en un lecho de basalto negro formado por el cuerpo de dos leones, descansaba la momia de Osiris, tocado con la corona blanca, llevando el cetro «Magia» y el del triple nacimiento.
Aquellos símbolos estaban rotos en mil pedazos.
El Anunciador había violado aquel lugar de paz donde moraba el Gran Dios, señor del silencio, y había atravesado los siete recintos que protegían el sarcófago.
Nada quedaba de la momia, soporte de la resurrección.
El Anunciador dispersaría las partes del cuerpo divino para que nadie consiguiera reconstituirlo.
No obstante, quedaba una esperanza.
Sesostris levantó una losa de considerable peso y dejó al descubierto un tramo de escalera que llevaba a una vasta sala subterránea. Ésta albergaba la jarra sellada,[18] rodeada por un círculo de llamas. Contenía el misterio de la obra divina, las linfas de Osiris y la fuente de vida.
El fuego persistía, pero la jarra había desaparecido.
En la mirada de su padre, Isis descubrió la angustia. Por primera vez, el gigante vacilaba.
—No me ocultes nada —exigió.
—Sólo el Anunciador ha podido profanar así la morada de eternidad de Osiris.
—Su momia…
—Robada y aniquilada.
—La jarra sellada…
—Robada y destruida.
—Henos aquí, incapaces de transferir la muerte de Iker a Osiris y de reanimarlo utilizando el fluido divino.
Descompuesto, el Calvo acudió junto a ellos.
—Majestad, ¡el árbol de vida se marchita de nuevo!
Han privado de visión a los cuatro leones guardianes y han aniquilado el campo de fuerzas protectoras nacido de las acacias. El oro salvador se apaga.
—¿Y el fetiche de Abydos?
—El astil ha sido arrancado; el escondrijo, destruido.
—¿Y la reliquia osiriaca?
—Horrendamente degradada.
El Anunciador no había vacilado en desfigurar al dios.
—¿No habría que formar el «Círculo de oro»? —sugirió el Calvo.
—Imposible —respondió Sesostris—. El nuevo visir, Sobek el Protector, teme atentados en Menfis. Para lograr que los terroristas salgan de sus madrigueras, hace correr la noticia de la muerte de Nesmontu, asesinado en un atentado. El general debe permanecer allí e intervenir en el momento adecuado. Además, Sehotep, acusado de haber intentado matar a Sobek, está bajo arresto domiciliario y se arriesga a sufrir la pena capital.
—Estamos atados de pies y manos, ¿nos han vencido definitivamente?
—Todavía no —aseguró el rey—. Reforcemos de inmediato la protección de Iker. Que el maestro carpintero y los artesanos iniciados depositen la barca de Osiris en el interior de la Casa de Vida. Luego, los guardias la rodearán y no dejarán que entre nadie, salvo vosotros dos y Neftis. Orden de matar sin previo aviso a quien intente forzar el paso. Tú, el Calvo, trata de averiguar si algún testigo ha presenciado los asesinatos de Iker y del comandante de las fuerzas especiales.
—Tal vez los asesinos hayan salido de Abydos.
—En ese caso, impidámosles que escapen.
—Quizá no hayan alcanzado aún sus objetivos —supuso con voz siniestra el viejo sacerdote.
El monarca y las dos hermanas colocaron la momia de Iker en la barca recién acabada y destinada a la celebración de los misterios. Por sí sola simbolizaba, ya, a Osiris reconstituido. Gracias al preciso ensamblaje de sus distintas partes, el dueño de occidente reunía el conjunto de las divinidades.
—Que navegues y manejes los remos —le dijo el rey a Iker—, que camines por donde tu corazón desea, que seas recibido en paz por los Grandes de Abydos, que participes en los ritos y sigas a Osiris por caminos puros a través de la tierra sagrada.
—Vive con las estrellas —deseó Isis—. Tu alma-pájaro pertenece a la comunidad de los treinta y seis decanatos, te transformas en cada uno de ellos según tu deseo y te alimentas de su luz.
Neftis regó un jardincillo cercano a la barca. El alma-pájaro iría a beber allí antes de partir de nuevo hacia el sol.
De acuerdo con las directrices reales, el maestro escultor de Abydos creó la estatua-cubo de Iker. Ésta representaba al escriba sentado, con las piernas levantadas verticalmente ante sí y las rodillas casi al nivel de los hombros. Del cuerpo envuelto en un sudario de resurrección emergía la cabeza, con los ojos abiertos dirigidos hacia el más allá.
Escapando a la dispersión, el iniciado así encarnado se inscribía en pleno corazón de un orden inmutable. ¿Acaso el cubo no contenía el conjunto de los poliedros, las figuras geométricas que dan cuenta de la permanente construcción del universo? Aunque aquella escultura anclase el alma de Iker en una piedra de luz, duras tareas aguardaban al monarca y a su hijo.
Isis no se separaba ni un momento del sarcófago, ni siquiera para comer y dormir. Neftis, por su parte, descansaba un poco.
Cuando su padre la estrechó tiernamente en sus brazos, la superiora de Abydos temió lo peor.
—Ya no queda esperanza, ¿verdad?
—Queda una posibilidad ínfima de lograrlo, Isis. Ínfima, pero real.
Sesostris nunca hablaba a la ligera y no intentaba engañarla.
—No liberaremos a Iker de la prisión del mundo intermedio sin la jarra sellada —añadió el soberano.
—Encontrarla intacta… ¡Eso es una utopía!
—Eso me temo.
—La muerte triunfa.
—Tal vez exista otra jarra sellada que contenga, también, las linfas de Osiris.
—¿Y dónde estaría oculta?
—En Medamud.
—¿La aldea de Iker?
—En el combate que libramos contra el Anunciador, la casualidad no desempeña papel alguno. El destino hizo nacer a Iker en aquel territorio de Osiris, tan antiguo que cayó en el olvido. Me dirigiré, pues, a Medamud, aun a riesgo de fracasar. Nadie conoce el emplazamiento exacto del santuario primitivo de Osiris. El único depositario del secreto era un viejo escriba, protector y profesor de Iker, por eso el Anunciador lo asesinó.
—¿Cómo pensáis descubrir ese santuario?
—Muriendo de una forma que pueda ponerme en contacto con los antepasados. O ellos me guían o el poder real será insuficiente y desaparecerá. Si la resurrección de Iker no se lleva a cabo, Osiris se extinguirá para siempre. El Anunciador tendrá entonces el campo libre, y se iniciará la era del fanatismo, de la violencia y de la opresión. Hoy, mi deber consiste en encontrar esa jarra sellada, suponiendo que haya sido preservada. Tampoco tu tarea se anuncia fácil.
Sesostris entregó a su hija el cesto de los misterios, formado por juncos coloreados de amarillo, azul y rojo, con el fondo reforzado por dos barras de madera colocadas en cruz. En él se reunía lo que estaba disperso, en él se reconstituía el alma osiriaca. Durante el ritual de las cosechas, Iker había tenido la suerte de contemplarlo.
—El Anunciador y los confederados de Set quieren destrozar la gran palabra, expresión de la luz encarnada en Osiris. Recorre las provincias, inspecciona las ciudades, busca el secreto de los templos y las necrópolis, recoge los miembros divinos y tráelos a Abydos para que se reúnan. Osiris es la vida. En él, los justos de voz permanecen separados de la muerte, el cielo no se derrumba y la tierra no zozobra. Pero también es preciso garantizar su integridad y su coherencia, para poder transmitir esa vida. Gracias a tus iniciaciones, dispones de un nuevo corazón, apto para percibir los misterios de los santuarios que cubren el suelo de las Dos Tierras. Si llegas al final de tu búsqueda antes de que comience el mes de khoiak,[19] nos quedarán treinta días para resucitar al Osiris Iker.
Sesostris llevó a su hija hasta su morada de eternidad. Se dirigió a la sala del Tesoro, de donde sacó un arma de plata maciza.
—Isis, he aquí el cuchillo de Tot. Corta lo real, discierne el buen camino y atravesará los velos que oculten las partes dispersas del cuerpo de Osiris.
—¿No resultará demasiado corto el plazo? —se angustió la muchacha.
—¿Acaso olvidas el cetro de marfil del rey Escorpión? Moldeado por la magia que impregna el cuerpo de las divinidades, apartará de ti los asaltos del mal, te inspirará fulgurantes palabras y te permitirá desplazarte con los vientos. Explora el lago sagrado, ve hasta el fondo del océano primordial. Si los dioses no nos han abandonado, descubrirás allí el rollo de cuero que Tot escribió en los tiempos de los servidores de Horus. Describe cada provincia de Egipto, trazado a imagen del cielo, y te revelará las etapas de tu viaje.
Isis había visto ya el Nun en las profundidades de aquel lago donde diariamente iba a buscar el agua necesaria para la supervivencia de la acacia. Descendió lentamente los peldaños de la escalera de piedra y se hundió bajo la superficie, provista del cuchillo de Tot y el cetro «Magia».
Mientras espesas tinieblas la envolvían, un rayo de luna le abrió camino. En el extremo de una noche oscura, iluminó un cofre de hierro.
Isis hundió la punta del cuchillo en la cerradura.
La tapa se levantó por sí sola. En su interior, había un cofre de bronce. Éste contenía otro cofre de madera que albergaba un cuarto cofre de marfil y ébano, estuche de un quinto cofre de plata. Puesto que parecía hermético, Isis utilizó el cetro.
Apareció entonces un cofre de oro rodeado de serpientes. Sibilantes y furiosas, protegían el tesoro.
La brillante hoja del cuchillo las calmó. Éstas se apartaron y formaron un ancho círculo alrededor de la sacerdotisa.
Cuando abrió el cofre de oro, brotó un loto de pétalos de lapislázuli coronado por un rostro apacible, de resplandeciente juventud.
El rostro de Iker.
Isis sacó del cofre el rollo de Tot, encerró en él el loto y regresó a la superficie del lago.
—He aquí la cabeza de Osiris —le dijo al faraón, entregándole la reliquia—. Las divinidades no nos abandonan y siguen apoyándonos. Iker se convierte en el nuevo soporte de la resurrección. A través de su destino se juega, ahora, el nuestro.
Sesostris volvió a abrir los ojos de los cuatro leones, reanimó las cuatro jóvenes acacias, restableció el fetiche de Abydos en lo alto de su astil y lo cubrió con un velo tejido por Neftis.
El cielo se despejó, brilló el sol.
Centenares de pájaros revolotearon sobre el árbol de vida, cuyo oro recuperó todo su fulgor.
—Escúchalos —recomendó el rey—. También ellos te guiarán.
Isis comprendía su lenguaje. Con una sola voz, las almas del otro mundo le pedían que reconstituyera el cuerpo de Osiris.