Aniquilados los cuatro leones y las cuatro jóvenes acacias, quedaban dos protecciones principales: el «fetiche» de Abydos y el oro que cubría el tronco del árbol de vida. El valioso metal, procedente de Nubia y del país de Punt, perdería su eficacia en cuanto el Anunciador hubiera quitado el velo que cubría lo más alto del astil plantado en el centro del relicario.
Era imposible llevar a cabo aquella profanación antes de haber suprimido al nuevo Osiris designado por los ritos, es decir, al hijo real y Amigo único Iker. El joven aún lo ignoraba, pero el Anunciador, en cambio, estaba preparando aquel momento desde hacía muchos años.
Al elegir a aquel solitario muchacho, apegado al estudio de la lengua sagrada, indiferente a los honores y capaz de sufrir mil y una pruebas sin perder el rigor y el entusiasmo, no se había equivocado. Sin embargo, no había tenido miramientos con él, y lo había mandado varias veces a una muerte cierta con el fin de verificar su capacidad. Nada ni nadie, ni siquiera un mar enloquecido, un bruto desenfrenado, un falso policía, una conspiración o cualquier otra forma destructiva, conseguía derribar a Iker. Transido de miedo, apaleado, humillado, acusado en falso, se levantaba una y otra vez y proseguía su camino. Un camino que lo llevaba a Abydos, el santuario de la vida eterna.
Para él, el antro de la muerte.
Aquella aniquilación exigía la intervención del Anunciador en persona y de los confederados de Set. Poniendo fin al proceso de resurrección de Osiris y cortando cualquier vínculo con el más allá, acabarían con el porvenir de Egipto y destruirían su obra. A pesar de su valor, Sesostris quedaría impotente.
El monarca no se había equivocado, tampoco, al elegir a Iker como hijo espiritual, nueva encarnación de Osiris y futuro señor de los grandes misterios de Abydos. Poco importaba la edad, puesto que su corazón poseía la magnitud de la función. Fortalecido por una larga experiencia, el Calvo admitía al muchacho y facilitaba su ascenso.
Sesostris, consciente de los peligros, no podía imaginar la estrategia del Anunciador: Iker, irreductible enemigo de los confederados de Set y, a la vez, arma principal de la batalla decisiva contra el faraón, ¡contra todos los faraones! Al edificar aquel ser al modo de un templo, el rey pensaba erigir una muralla mágica capaz de contener los asaltos del mal. Si Iker desaparecía y Abydos quedaba sin defensa, el Anunciador asestaría el golpe fatal.
Una vez hubo terminado su servicio en el templo, se dirigió hacia el refectorio para desayunar allí en compañía de otros temporales, encantados de trabajar en Abydos.
Era amable, buen compañero, siempre estaba dispuesto a prestar un servicio, y gozaba de una excelente reputación. Según el rumor, el Calvo no tardaría en ofrecerle un puesto mejor.
Mientras caminaba con paso tranquilo, el Anunciador pensaba en la cena en casa de Neftis. A la calidad de los manjares se añadía el encanto de la muchacha, grave y vivaz a la vez, y de excepcional inteligencia. La metería en su cama y obtendría de ella el máximo placer.
Si rechazaba la verdadera creencia, él mismo arrojaría la primera piedra durante su lapidación en la plaza pública. Era preciso exterminar a las criaturas impías que se atrevieran a reivindicar el mantenimiento de sus libertades. Las conversas, en cambio, serían crueles guerreras, más fanáticas que los varones. Ignorando la compasión, seguirían el ejemplo de Bina y matarían alegremente a los refractarios. Luego, de sus vientres saldrían las legiones del Anunciador. Se acabó la contracepción a la egipcia, se acabó la limitación de los nacimientos, dentro de poco la demografía aumentaría de forma espectacular. Sólo reinaría la multitud, aulladora y manipulada.
—¿Queréis un poco de sal? —preguntó Bina.
—Con mucho gusto.
El furor llenaba los ojos de la hermosa morena.
—¿Alguna contrariedad?
—Ésa tal Neftis… ¡intenta seduciros!
—¿Te escandaliza su actitud?
—¿Acaso no soy yo la reina de la noche, la única mujer admitida a vuestro lado?
El Anunciador la contempló con mirada condescendiente.
—Tus sueños te extravían, Bina. ¿Olvidas que la mujer es una criatura inferior? Sólo el hombre puede tomar decisiones. Además, un hombre vale por varias mujeres y no puede satisfacerse, pues, con una sola. Una esposa, en cambio, debe absoluta fidelidad a su marido, so pena de ser lapidada. Ésos son los mandamientos de Dios. El Estado faraónico se equivoca rechazando la poligamia y concediendo a las hembras un lugar que no merecen y que las hace peligrosas. El reinado de la nueva creencia acabará con esos errores.
El Anunciador acarició el pelo de Bina.
—La ley divina te impone la presencia de Neftis y de cualquier otra mujer que yo elija. Deberás someterte, pues tu progreso espiritual así lo exige. Tú y tus semejantes debéis evolucionar empezando por obedecer a vuestros guías, cuyo jefe supremo soy. Espero que no lo dudes un solo instante.
Bina se arrodilló y besó las manos del Anunciador.
—Haced conmigo lo que deseéis.
Tras su solicitud de investigación sobre Gergu, Iker acababa de recibir una inquietante respuesta, que relataba la agresión contra Sobek el Protector, gravemente herido e incapaz de tomar decisiones. ¡De modo que la organización terrorista de Menfis pasaba de nuevo a la ofensiva!
El hijo real comunicó de inmediato la mala noticia a su esposa.
—Sobek se recuperará —profetizó ella—. El faraón expulsará de su cuerpo la magia maligna y el doctor Gua lo curará.
—¡El enemigo se muestra de nuevo amenazador!
—Nunca ha dejado de hacerlo, Iker.
—Si Sobek se restablece, le seguirá la pista a Gergu. Tal vez por fin nos lleve hasta algunos jefes terroristas.
—¿Cómo se comporta Bega?
—De modo amistoso y respetuoso. Responde a mis preguntas sin rodeos y me facilita la tarea. Un día de trabajo más y los preparativos del ritual habrán acabado.
Ambos se miraron amorosamente.
—Por primera vez, dirigirás la ceremonia de los misterios —murmuró Isis—. Sobre todo, ni gestos ni palabras precipitadas. Conviértete en el canal por el que circulan las fórmulas de poder, en el instrumento que las toca con armonía.
Iker se sabía indigno de semejante responsabilidad, pero no la eludía. ¿Acaso su existencia no se parecía a una sucesión de milagros? Todas las mañanas daba gracias a los dioses. Vivir con Isis en Abydos, gozar de la confianza del rey, progresar por el camino del conocimiento, ¿qué más podía pedir? De las pruebas vividas subsistía una aguda conciencia de felicidad, cuyas facetas saboreaba por completo, desde la salida del sol junto a su esposa hasta la justa celebración de un rito.
Los dones de hilandera y tejedora de Neftis eran casi excepcionales. Las telas y los vestidos utilizados durante los misterios del mes de khoiak serían de deslumbradora calidad. El Calvo, poco dado a hacer cumplidos, reconocía los dones de la joven sacerdotisa.
Isis y su hermana verificaban el inventario, buscando la perfección. Nada debía faltar.
—¿Conoces bien a la mayoría de los temporales? —quiso saber Neftis.
—Más o menos, sobre todo a los antiguos y a los fieles.
—Pienso en un nuevo empleado del templo de millones de años de Sesostris. Un hombre muy apuesto, alto, con un gran porte y mucha distinción, tiene mucho encanto… En el exterior, hace los cuencos de piedra dura. Un oficio difícil que domina de un modo notable. Aquí, se le confía la limpieza y el mantenimiento de las copas y los recipientes rituales. A mi entender, merece algo mejor. Incluso puede tener el temple de un permanente.
—¡Qué entusiasmo! ¿No estarás… enamorada?
—Es posible.
—¡Seguro!
—Cenamos juntos —reconoció Neftis—, y volveremos a vernos pronto. Es inteligente, trabajador, atractivo, pero…
—¿Te molesta algún detalle?
—Su dulzura me parece excesiva, como si encubriera una violencia cuidadosamente disimulada. Aunque probablemente me equivoque.
—Atiende a tu intuición antes de seguir adelante.
—¿Sentiste tú algo semejante con respecto a Iker?
—No, Neftis. Yo sólo sabía que su amor era profundo, absoluto, y que exigía un compromiso total. Aquella potencia me asustaba, no lo veía claro en mí y no quería mentirle. Sin embargo, pensaba a menudo en él, lo echaba en falta. Poco a poco, aquel vínculo mágico fue transformándose en amor. Y un día comprendí que sería el hombre de mi vida.
—¿Y nada trastorna esa certeza?
—Al contrario, se refuerza cada día más.
—Tienes mucha suerte, Isis. ¡Ignoro si mi apuesto temporal me dará tanta felicidad!
—No olvides tu intuición.
Como una fiera perpetuamente al acecho, Shab el Retorcido sintió que alguien se acercaba a su escondrijo.
Apartando una de las ramas bajas que ocultaban la entrada de la capilla, descubrió la pesada silueta de Bega. Al Retorcido no le gustaba aquel tipo alto y feo, y se preguntaba cómo su artera mirada podía engañar a los sacerdotes permanentes. En su lugar, habría desconfiado de aquel rigorista de reprimidas ambiciones. Bega imaginaba un brillante porvenir a la cabeza de un clero depurado, pero se equivocaba completamente. Shab se encargaría de la depuración. Y aquel feo larguirucho formaría parte de los primeros condenados. ¿O acaso no había que borrar toda huella del pasado para construir un mundo que respondiese a los deseos del Anunciador?
—¿Estás solo? —preguntó la voz desconfiada del Retorcido.
—Sí, puedes mostrarte.
Shab lo hizo, con el puñal en la mano y los nervios de punta.
—Se presenta una buena ocasión —indicó el permanente—. Prepárate para matar a Iker.
Dos ritualistas con máscaras de chacal hacían el papel de Abridores de los caminos,[8] el uno en relación con el norte, el otro con el sur.
—¡Qué vuestra salida se cumpla! —ordenó Iker—. Avanzad y cuidaos de vuestro padre Osiris.
Encargado de traer a la lejana diosa hundida en las profundidades de Nubia y de transformar a la terrorífica leona en apacible gata, un lancero[9] protegía a los chacales. Junto a ellos, Tot, con cabeza de ibis, poseía los textos mágicos indispensables para apartar las fuerzas oscuras decididas a desmantelar la procesión osiriaca.
En el centro, la barca de Osiris,[10] que atravesaría parte del paraje, navegaría por el lago sagrado y conectaría lo visible con lo invisible. «En verdad —proclamaba Tot—, el señor de Abydos resucitará y aparecerá en gloria.»
Consolidadas sus coronas, el dios descansaba en el interior de la capilla instalada en medio de la barca.
—Que el camino que lleva al bosque sagrado sea sacralizado —exigió Iker.
Acercaron una gran narria de madera en la que se depositaría la barca, para que recorriera la vía terrestre, ensanchando así el corazón de los habitantes del Oriente y el Occidente. Éstos verían su belleza durante su regreso a la morada de eternidad, purificada y regenerada. Durante «la noche de acostar al dios y ofrecerle la plenitud», el trabajo de la Morada del Oro adquiría todo su sentido. Quedaba por representar el enfrentamiento entre los seguidores de Osiris y los confederados de Set. Iker, armándose de un garrote de aguzada punta llamado «grande en vigor», reunió a los primeros, ante la cohorte de sus adversarios.
Con una peluca rojiza, las cejas y el bigote teñidos de rojo, y ataviado con una túnica de basto lino, Shab el Retorcido estaba irreconocible. Se había mezclado con los temporales, iba provisto de un corto bastón y sólo tenía ojos para Iker.
Primero, golpearlo con violencia en la nuca; luego, fingiendo socorrerlo, estrangularlo con un lazo de cuero. Tendría que actuar de prisa, muy de prisa. Aprovechando el efecto sorpresa, Shab conseguiría huir.
—¡Derribemos a los enemigos de Osiris! —ordenó Iker—. ¡Qué caigan boca abajo y no vuelvan a levantarse!
En uno y otro bando, se tomaban en serio el papel, pero sin golpear con fuerza. Los garrotes se levantaban y caían cadenciosamente, siguiendo el compás de una especie de danza.
El Retorcido se vio obligado a imitar a sus acólitos.
Uno a uno, los partidarios de Set se derrumbaron. Furioso por haber caído en la trampa de aquel ritual cuyo desarrollo concreto ignoraba, Shab tenía que cruzar las filas de los partidarios de Osiris y destrozar el cráneo de Iker.
Pero, por desgracia, el hijo real disponía de un arma temible. Y el Retorcido nunca se enfrentaba cara a cara con el adversario.
Obligado a renunciar, soltó su bastón y se tendió en el suelo.
Vencidos, los confederados de Set ya no se oponían a la procesión. Se dirigió hacia la tumba de Osiris.
Los derrotados volvieron a levantarse, sacudiéndose.
—¡Has tardado mucho tiempo en caer! —se extrañó un ritualista—. No tardes tanto en la verdadera ceremonia.
—¿No debemos combatir más? —preguntó Shab.
—¡Muchacho, se te ha subido a la cabeza el papel de sethiano! Sólo cuenta el significado del acto ritual. Regresa a tu casa, toma una ducha fría y líbrate de toda esa rojez. Por aquí no nos gusta demasiado ese color.
El Retorcido habría estrangulado de buena gana a aquel aleccionador, pero debía mostrarse paciente.
Decepcionado, regresó a su escondrijo, esperando que el Anunciador le perdonara aquel fracaso.