Iker había pasado la noche meditando ante la Morada del Oro, tan resplandeciente como un sol. Aureolado por una claridad que alejaba las tinieblas, no sentía fatiga alguna. Hora tras hora, se apartaba de su pasado, de los acontecimientos, de las desgracias y de los gozos. Sólo subsistía Isis, inmutable y radiante.
Al amanecer, el Calvo se sentó con las piernas cruzadas ante el hijo real.
—¿Qué debe conocerse, Iker? —preguntó.
—El fulgor de la luz divina.
—¿Y qué te enseña?
—Las fórmulas de transformación.
—¿Adonde te conducen?
—A las puertas del más allá y por los caminos que toma el Gran Dios.
—¿Qué lenguaje habla?
—El de las almas-pájaro.
—¿Quién oye sus palabras?
—La tripulación de la barca divina.
—¿Estás equipado?
—Desprovisto de todos los metales, manejo la paleta de oro.
—Nadie penetra en la Morada del Oro si no se vuelve semejante al sol de oriente, como Osiris. ¿Deseas conocer su fuego aun a riesgo de ser abrasado?
—Lo deseo.
Dos artesanos desnudaron a Iker y lo lavaron con mucha agua.
—No debe subsistir rastro alguno de ungüento —indicó el Calvo—. Sé purificado cuatro veces por Horus y por Set.
Dos ritualistas que llevaban las máscaras de los dioses tomaron cada cual dos jarros. De su gollete brotó una energía cuyas brillantes parcelas adoptaron la forma de la llave de vida.
—Queda liberado así de lo que en ti hay de malo y descubre la vía que conduce a la fuente.
Dioses y artesanos desaparecieron.
Al quedarse a solas, el joven dudó sobre la conducta que debía seguir. No hacer nada sería, sin duda, un error fatal, pero aventurarse al azar, también.
Solicitó, pues, la ayuda de Isis. Allí, como en cualquier parte, ella lo guiaría.
Sintiendo que su mano tomaba la suya, avanzó hasta un bosquecillo de acacias, apartó las ramas y ascendió a lo alto de una colina.
—Contempla el misterio de la «primera vez» —conminó la áspera voz del Calvo—, es decir, este altozano nacido del océano primordial. La creación se produce aquí en todo instante. Ser iniciado consiste en percibir este proceso y practicar la transmutación de la materia en espíritu, y del espíritu en materia. Si sobrevives a las pruebas, verás el cielo en la tierra. Antes, los escultores te desbastarán, a ti, el mineral bruto extraído de las entrañas de la montaña.
Tres artesanos jalaron una narria de madera hasta los pies del altozano.[3]
—Soy el guardián del aliento —declaró el primero—. El embajador y el vigilante me ayudan. Trabajamos la piedra para que el viaje se realice hacia el lugar que renueva la vida.
Agarró el pecho de Iker.
—Que el antiguo corazón sea arrancado, la antigua piel y los antiguos cabellos quemados. Que se forme un nuevo corazón, capaz de acoger las mutaciones. De lo contrario, el fuego consumirá la indignidad.
El Calvo cubrió al joven con una piel blanca y lo obligó a tenderse en la narria, en posición fetal. Se inició entonces un largo periplo.
Iker tuvo la sensación de convertirse en un material, conducido hacia la obra que levantaría un templo. Piedra entre piedras, no se preocupaba de su emplazamiento, pues ya se sentía muy feliz tan sólo de pertenecer a la construcción.
El hijo real no tenía edad. De nuevo embrión al abrigo cié aquella piel protectora, no sentía temor alguno. La narria se inmovilizó. El Calvo hizo que Iker se sentara sobre sus talones.
Se desenrolló ante él un inmenso papiro cubierto de jeroglíficos dispuestos en columnas. En el centro, una representación sorprendente: Osiris, de frente, tocado con la corona de resurrección, llevando el cetro «Potencia» y la llave de vida. Alrededor del Gran Dios, círculos de fuego.
—He aquí el atanor, el horno de las transmutaciones. Contiene la muerte y la vida.
Iker se creyó víctima de una alucinación. Brotando del techo, se le apareció el general Sepi.
—Descifra estas palabras y grábalas en tu nuevo corazón —recomendó a su alumno—. Quien las conozca brillará en el cielo al modo de Ra, y la matriz estelar lo reconocerá como un Osiris. Desciende al seno de los círculos de fuego, alcanza la isla inflamada.
La silueta de Sepi se esfumó. Todo el ser de Iker, y no su memoria, preservó las fórmulas. Se convirtió en jeroglífico.
El papiro volvió a enrollarse y fue sellado.
Aparecieron entonces tres artesanos de aspecto hostil, un escultor, un desbastador y un pulidor.
—Que se deje actuar a quienes deben golpear al padre —ordenó el Calvo.
Incapaz de defenderse, Iker vio cómo se levantaban un cincel, un mazo y una piedra redonda.
—Ahora vas a dormir —anunció el viejo ritualista—. Roguemos a los antepasados que te saquen de tu sueño.
Tras haber cruzado barreras y controles, Bina se dirigió al anexo del templo, donde recibió pan y leche fresca, que debía entregar cuanto antes a los sacerdotes permanentes.
—¿Debo comenzar por el Calvo?
—No, no está en su casa —respondió el temporal encargado de distribuir las tareas.
—¿Acaso ha abandonado Abydos?
—¿Él? ¡Nunca! Al parecer se encarga de la iniciación del hijo real.
Bina adoptó un aire extrañado.
—¿Del hijo real…? ¿Pero no dispone ya de todos los poderes?
—¡Estamos en Abydos, pequeña! Aquí sólo cuenta la Regla de los misterios. Sea cual sea el título, todo el mundo se somete a ella.
—Bueno, me encargaré de los demás permanentes, entonces. Espero que estén en su casa.
—¡Tú verás! Y basta ya de cháchara, no pierdas el tiempo. A los viejos ritualistas no les gusta esperar su desayuno.
La hermosa morena concluyó su servicio con Bega.
—¿Qué le sucede a Iker?
—El Calvo y los artesanos le están revelando los secretos de la Morada del Oro.
—¿Los conoces tú?
—No pertenezco a la cofradía de los escultores —respondió con sequedad Bega.
—¿Por qué recibe Iker su iniciación?
—Sin duda porque resulta indispensable para llevar a cabo su misión.
Bina tuvo que esperar hasta el final de la mañana antes de encontrarse con el Anunciador, que estaba terminando de limpiar unos grandes recipientes. Una decena de oficiantes los utilizaban durante la purificación de los altares.
—Estoy inquieta, señor.
—¿Qué temes?
—Iker está obteniendo nuevos poderes.
—¿Su iniciación en la Morada del Oro?
—¿Lo… lo sabíais?
—Puesto que ese escriba sobrevivió al naufragio de El Rápido y a la desaparición de la isla del ka, consumará su destino.
—¿No habría que matarlo cuanto antes? ¡Pronto estará fuera de nuestro alcance!
—No se me escapará, tranquilízate. Cuanto más se eleva en el seno de los misterios, más se afirma como un ser irremplazable, sucesor de Sesostris. Eliminar a los mediocres no tiene demasiado interés. En cambio, suprimir a un personaje de esa importancia quebrará a Sesostris, pues Iker es su punto débil. Al ver cómo se derrumba el porvenir de Egipto, tan pacientemente construido, el faraón quedará desamparado y se volverá vulnerable.
La mano del Calvo tocaba su frente.
Iker despertó.
—Estabas tendido, durmiendo. Hete aquí llegado al puerto de las transformaciones, sano y salvo. La piedra puede ser jalada hasta el lugar de la obra.
Tres artesanos tiraron de la narria.
No era ni de noche ni de día, en el cielo sólo había una dulce penumbra. Aquel nuevo viaje se desarrollaba sin sobresaltos, como un feliz regreso a una patria abandonada desde hacía demasiado tiempo.
Iker vio el dintel de una puerta cerrada.
—Levántate y siéntate sobre tus talones —ordenó el Calvo.
Lentamente, el hijo real lo logró.
—Sólo Osiris ve y oye —declaró el ritualista—. Sin embargo, el iniciado participa de esta visión y de esta audición, y sus ojos se convierten en los del halcón Horas y su oído en el de la vaca Hator. Estos ojos actúan y crean, ese oído percibe la voz de todos los seres vivos, desde la estrella hasta la piedra. Ésas son las dos puertas del conocimiento. Ve hasta los confines de las tinieblas, escucha la palabra del origen, atraviesa el firmamento y asciende hacia el Gran Dios. Su tierra sagrada absorbe los braseros destructores. Sé lúcido, frío y tranquilo como Osiris, ve en paz hacia la región de luz donde vive para siempre.
La puerta de la Morada del Oro se abrió.
—Modela tu camino, Iker.
El joven se levantó, sintiendo el irresistible deseo de avanzar, y con lentos pasos cruzó el umbral del santuario.
—Ahora, camina sobre las aguas.
El suelo de plata parecía líquido, los pies se le hundían. ¿Quién caminaba sobre las aguas de su dueño no se comportaba como un perfecto servidor? Iker prosiguió.
De pronto, la superficie se endureció y de ella brotó un fulgor plateado que envolvió al escriba.
—Sé presentado ante el Gran Dios —declaró el Calvo ciñendo con una cinta la frente de Iker[4]—. Ahora estás provisto de un símbolo capaz de dar a luz tu mirada, de extraer lo vivo de las tinieblas y concederte la iluminación.
El contacto de la tela reavivó el fulgurante poder del cocodrilo que animaba al hijo real desde su inmersión en las profundidades de un lago del Fayum. La unión de la tela y de aquella fuerza provocó un relámpago de formidable intensidad.
Liberado de la piel blanca, Iker tocó el cielo, rozó el vientre de las estrellas y danzó con las constelaciones.
Cuando el deslumbramiento cesó, descubrió a Sehotep, superior de todas las obras del rey y jefe de los artesanos.
—Hete aquí sucesor de Osiris —anunció—. Tú debes venerarlo y proseguir su obra.
Sehotep revistió al joven con una túnica adornada con estrellas de cinco puntas.
—Con las manos puras, te conviertes en sacerdote permanente de Abydos y servidor del Gran Dios. Descubre el trabajo oculto de la Morada del Oro. Hace nacer la estatua y transforma la materia en obra viva.
—¿Cómo se llama Osiris? —preguntó el Calvo.
Las fórmulas del conocimiento atravesaron el espíritu de Iker.
—El lugar de la creación, la culminación del acto ritual y la sede del ojo.[5] Fuente de vida, establece Maat y gobierna a los justos de voz.
—Construye el nuevo trono de Osiris.
Iker levantó uno a uno los materiales de la obra: el oro, la plata, el lapislázuli y la madera de algarrobo. Éstos se ensamblaron por sí solos para formar el zócalo sobre el que Sehotep levantó una estatua de Osiris.
—Decora el busto del señor de Abydos con lapislázuli, turquesa y electro, elementos protectores de su cuerpo.[6]
Las manos del hijo real no temblaron, y el pectoral puso el pecho de Osiris al abrigo del peligro.
—En tu calidad de superior de los secretos, equipa al dios con su corona. Flanqueada por plumas de avestruz, cubierta con una hoja de oro, perfora el cielo y se mezcla con las estrellas.
Iker coronó la estatua.
Luego colocó los dos cetros en sus manos, el flagelo del agricultor, símbolo del triple nacimiento, y el cayado del pastor, que sirve para reunir a los animales.
—La primera parte de la misión del hijo real se culmina —señaló el Calvo—. La nueva estatua de Osiris animará la próxima celebración de los misterios. Queda despertar a la Dama de Abydos.
Tres lámparas iluminaron una capilla que albergaba la antigua barca del Gran Dios.
—A causa del maleficio, ya no circula libremente. De modo que debe ser restaurada y reanimada.
Utilizando oro, plata, lapislázuli, cedro, sándalo y madera de ébano, Iker construyó una nao y la insertó en el centro de la barca portátil.
Las estrellas presentes en el techo de la Morada del Oro brillaron, no subsistió zona de sombras alguna.
—Ra ha construido la barca de Osiris —reveló Sehotep—, el Verbo edifica la resurrección. Ra ilumina el día; Osiris, la noche. Juntos, constituyen el alma reunida. Osiris es el lugar de donde brota la luz, materia esencial de los misterios.
—Circula de nuevo —comprobó el Calvo—. El barquero restablece la unión entre el más allá y el aquí. El espíritu de los iniciados puede cruzar las puertas del cielo. La segunda parte de la misión del hijo real concluye. Así se convierte en digno de dirigir el ritual de los misterios.
El Calvo abrazó al joven.
Por primera vez, Iker sintió la profunda emoción del viejo ritualista.