Los materiales, primero. La piedra, la madera y el papiro debían ser de excepcional calidad. Todos los días, Iker hablaba con los artesanos sin mirarlos por encima del hombro. Así, lograba una reputación de responsable serio, intransigente y respetuoso con los demás.
El Calvo observaba al hijo real con ojos críticos, y advertía su progresiva integración en Abydos. Temía la precipitación y el autoritarismo por parte del muchacho, pero le gustaba su sentido del trabajo.
—Los artesanos te aprecian —le reveló a Iker—. ¡Eso es una verdadera hazaña! Esos mocetones, más bien rudos, no conceden fácilmente su amistad. Sobre todo, no olvides los plazos: dentro de dos meses se inicia la celebración de los misterios de Osiris. No debe faltar ni un solo objeto.
—Los escultores trabajan en la creación de la nueva estatua de Osiris, los carpinteros en la de su barca, y me dan cuenta de ello diariamente. Por mi parte, superviso la fabricación de las esteras, los sillones, los cestos, las sandalias y los taparrabos. Por lo que a los papiros se refiere, soporte de los textos rituales, deberán perdurar durante generaciones.
—¿No deseabas ser escritor?
—Otras tareas me absorben ahora, pero la afición permanece intacta. ¿Acaso no son los jeroglíficos el arte supremo? En ellos se inscriben las palabras de poder transmitidas por los dioses. Ningún texto sobrepasa a los rituales. Si algún día puedo participar en su formulación, mi vocación se consumará.
—Puesto que detentas la paleta de oro, ¿no has alcanzado ya tu objetivo?
—Sólo la utilizo en caso de fuerza mayor, nunca para uso personal. Pertenece al faraón, a Abydos y al «Círculo de oro».
El Calvo pareció contrariado.
—¿Qué sabes tú de ese círculo?
—¿No encarna la cima de nuestra espiritualidad, lo único capaz de mantener las energías creadoras y de preservar la sabiduría de los Antepasados?
—¿Deseas pertenecer a él?
—Una sucesión de milagros jalonan mi existencia. Confío en éste.
—No caigas presa de los sueños y sigue trabajando sin descanso.
Al anochecer, Isis se reunió con Iker. Poco a poco, ella lo hacía descubrir las innumerables riquezas del territorio de Osiris. Esta vez, se recogieron a orillas del Lago de Vida.
—No se parece a ningún otro —reveló la mujer—. Sólo los permanentes están autorizados a purificarse aquí y a impregnarse de la potencia del Nun. Vinculada a los efluvios del dios oculto, alcanza aquí su punto álgido. Durante las principales fiestas y en el período de los grandes misterios, Anubis utiliza el agua de este lago. Lava las vísceras de Osiris y las hace inalterables. Ningún profano podría contemplar ese misterio.
—Tú lo contemplaste.
Isis no respondió.
—Desde tu primera aparición, sé que no eres sólo una mujer. El otro mundo anima tu mirada, me muestras un camino cuya naturaleza ignoro. Me abandono a ti, mi guía, mi amor.
La superficie del agua brilló con mil reflejos que iban del plateado al dorado. Abrazados, los dos jóvenes saborearon un instante de felicidad de increíble intensidad.
En adelante, Iker ya pertenecía a Abydos. Recuperaba su verdadera patria, la Gran Tierra.
—¿A qué se debe tu preocupación por el árbol de vida? —le preguntó a Isis.
—Esa mejoría no es definitiva, una fuerza oscura acecha la acacia. Los rituales diarios la mantienen alejada, pero regresa incansablemente. Si se fortalece, ¿conseguiríamos rechazarla? ¿Se toma el Calvo la amenaza en serio?
—No consigue descubrir el origen de esas ondas negativas, y eso le quita el sueño.
—¿Acaso está… en Abydos?
La mirada de Isis se ensombreció.
—Es imposible descartar esa hipótesis.
—¡Los temores del rey se confirman! Uno de los emisarios del Anunciador habrá cruzado, pues, las barreras y estará preparando el terreno con vistas al próximo ataque de su dueño.
La sacerdotisa no puso objeción alguna.
—No nos tapemos los ojos —recomendó Iker—. Todavía no he procedido a los interrogatorios, pues antes debía descubrir este universo. Ahora me veo obligado a hablar con cada uno de los permanentes.
—No tengas miramientos con nadie y encuentra la verdad.
El comandante de las fuerzas de seguridad de Abydos registró personalmente a la hermosa Bina. Ella, dócil, no protestó lo más mínimo.
—Lo siento, hermosa mía. Las consignas son las consignas.
—Lo comprendo, comandante. Sin embargo, empiezas a conocerme muy bien.
—La seguridad exige tareas repetitivas. Y las hay más molestas, lo reconozco.
Sonriente y relajada, Bina lo dejó hacer.
—¿Qué podría ocultar yo en mi corta falda? Además, mi cesto está vacío.
El oficial se apartó, ruborizándose de confusión. Aun cumpliendo estrictamente con su función, le costaba resistir la atracción que sentía por aquella magnífica morena, dulce y sumisa.
—¿Te gusta tu trabajo, Bina?
—Servir a los permanentes me honra más allá de lo que esperaba. Perdóname, no quiero llegar con retraso.
La reina de la noche acudió a uno de los anexos del templo de Sesostris. Allí le entregaron pan fresco y una jarra de cerveza, que debía llevar al sacerdote encargado de velar por la integridad del gran cuerpo de Osiris y verificar los sellos puestos en la puerta de la tumba del dios.
Ningún temporal podía acceder allí. Como las demás siervas responsables de la comunidad de los permanentes, Bina se limitaba a verlos en sus domicilios, modestos alojamientos escrupulosamente cuidados.
El encargado de los sellos estaba leyendo un papiro.
—Os traigo comida y bebida —susurró Bina, tímida.
—Gracias.
—¿Dónde pongo el pan y la jarra?
—En la mesilla baja, a la izquierda de la entrada.
—¿Qué plato deseáis para comer? ¿Carne seca, filete de perca o costilla de buey asada?
—Hoy me bastará con el pan fresco.
—¿Os sentís mal?
—Eso no es cosa tuya, pequeña.
Aquel permanente se mostraba tan rebelde como sus colegas. Los encantos de Bina seguían sin surtir efecto.
—¡Me gustaría ayudaros!
—No te preocupes, nuestro servicio médico funciona a las mil maravillas.
—¿Debo avisarlo?
—Si es necesario, yo mismo lo haré.
Bina bajó los ojos.
—¿No comporta vuestra tarea algunos riesgos?
—¿A qué te refieres?
—¿No emite la tumba de Osiris una temible energía?
El rostro del permanente se endureció.
—¿Acaso intentas violar los secretos, jovencita?
—¡Oh, no! Simplemente me siento fascinada y un poco… asustada. Se cuentan muchas leyendas con respecto a Osiris y a su tumba. Algunas hablan de terroríficos fantasmas. ¿No persiguen a sus enemigos para beberse su sangre?
El ritualista calló. Era inútil criticar unas creencias que contribuían a la protección de la morada del dios.
—Estoy a vuestra entera disposición —afirmó Bina, ofreciendo al arisco su más hermosa sonrisa. Pero en balde, puesto que él ni siquiera levantó los ojos.
—Vuelve a la panadería y a la cervecería, muchacha, y sigue con tus entregas.
Los interrogatorios de las sacerdotisas de Hator no le proporcionaban a Iker ningún elemento que pudiera alimentar sus sospechas. Convertida en su superiora tras la muerte de la decana, Isis le facilitaba la tarea.
No se podía reprochar ninguna falta grave a sus hermanas, ningún quebrantamiento de su servicio diario.
Durante sus largas entrevistas con cada una de ellas, el hijo real no sentía la menor turbación. Sus interlocutoras se expresaban con total naturalidad, y no disimulaban nada. Iker adquirió así la certidumbre de que el secuaz del Anunciador no se ocultaba entre las iniciadas. Mientras proseguía su trabajo en compañía de los artesanos, se interesó de cerca por los permanentes, que no disimularon su desaprobación.
Aquél cuya acción es secreta y que ve los secretos fue fiel al título de su función. Escuchó las preguntas del hijo real y se negó a responder a ellas, puesto que sólo hablaría con el Calvo. Su superior debía decir lo que podía contarle al investigador.
El Calvo no se hizo de rogar y repitió, al pie de la letra, las declaraciones de su subordinado. Una idea fundamental las resumía: sólo los iniciados en los misterios de Osiris accedían a sus secretos. Puesto que Iker no poseía esta cualidad, los ritualistas debían guardar silencio.
—¿No parece sospechosa esa negativa a cooperar? —preguntó el joven.
—Al contrario —repuso el Calvo—. Ese viejo compañero de viaje respeta estrictamente sus obligaciones, sean cuales sean las circunstancias. Sólo le importa la preservación del secreto. Pues bien, ninguno de sus aspectos esenciales ha sido divulgado. En caso contrario, si nos traicionara en beneficio del Anunciador, el árbol de vida habría perecido y Abydos desaparecido.
El argumento convenció a Iker.
El Servidor del ka, encargado de venerar y mantener la energía espiritual, invitó al hijo real a celebrar en su compañía la memoria de los antepasados.
—Sin su presencia activa —reveló—, los vínculos con lo invisible se relajarían poco a poco. Y, una vez rotos, nos convertiríamos en muertos vivientes.
El anciano y el joven honraron juntos las estatuas del ka de Sesostris, donde se concentraba la potencia que nacía de las estrellas. Lento, grave, el ritualista pronunció las fórmulas de animación de las almas reales y de los justos de voz. Todos los días, la precisión de su conocimiento mágico hacía fructífera su gestión.
—Igual que mis colegas, yo sólo soy un aspecto del ser universal del faraón —explicó—. Solo, no existo. Unido a su espíritu y al de los demás permanentes, contribuyo a la irradiación de Osiris, más allá de las múltiples formas de muerte.
¿Cómo semejante hombre podía ser cómplice del Anunciador?
Iker habló con El que velaba por la integridad del gran cuerpo de Osiris.
—¿Aceptáis mostrarme la puerta de su tumba?
—No.
—El rey me ha confiado una delicada misión, intento no ofender a nadie. Sin embargo, debo asegurarme de la buena ejecución de los deberes sagrados. Los vuestros forman parte de ellos.
—Me satisface oír eso.
—¿Aceptáis revisar vuestra posición?
—Sólo los iniciados en los misterios acceden a la tumba de Osiris. Dudar de mi competencia, de mi seriedad y de mi probidad supondría injuriarme. Por consiguiente, deberá bastar con mi palabra.
—Lo siento, pero exijo más. La verificación de los sellos no os ocupa toda la jornada. ¿A qué dedicáis el resto de vuestro tiempo?
El ritualista se puso rígido.
—Estoy a disposición del Calvo, y la jornada tiene más tareas que horas. Si él lo desea, os las revelaré. Precisamente ahora tengo que llevar a cabo una de ellas.
—Considero a ese ritualista como mi mano derecha —le confirmó el Calvo a Iker—. Algo arisco, tal vez, pero eficaz y abnegado. Yo mismo controlo la solidez mágica y material de los sellos, y no encuentro defectos en ellos. También en ese caso, ¿imaginas el beneficio que el Anunciador habría obtenido de una traición? Sólo te queda conocer a Bega, el responsable de la libación cotidiana en las mesas de ofrendas.
Alto, con el rostro desagradable, frío y austero, el ritualista miró por encima del hombro a su visitante.
—La jornada ha sido dura, me gustaría descansar.
—Nos veremos mañana, pues —aceptó Iker.
—¡No, es mejor acabar cuanto antes! Mis colegas y yo respetamos vuestra dignidad y esperamos daros entera satisfacción. Sin embargo, vuestros procedimientos nos ofuscan. Unos sacerdotes permanentes de Abydos considerados sospechosos, ¡qué abominación!
—¿Y no os gustaría demostrar su inocencia?
—¡Nadie la pone en duda, hijo real!
—¿No indica lo contrario mi misión?
Bega pareció turbado.
—¿Acaso el faraón no está satisfecho con nuestra cofradía?
—Percibe cierta falta de armonía en ella.
—¿Y cuál es la causa?
—La presencia en el territorio de Osiris de un cómplice de nuestro enemigo jurado, el Anunciador.
—¡Imposible! —protestó Bega con una voz ronca—. Si ese demonio existe, Abydos sabrá rechazarlo. Nadie podría alterar la coherencia de los permanentes.
—Esa convicción me consuela.
—¿Acaso el hijo real había creído, por un solo instante, en la traición de uno de los nuestros?
—Estaba obligado a tenerla en cuenta.
El esbozo de una sonrisa animó el firme rostro de Bega.
—¿No consiste la astucia del Anunciador en dividirnos al hacer correr semejantes fábulas? Carecer de lucidez nos llevaría al desastre. ¡Qué razón ha tenido el faraón al designaros! A pesar de vuestra juventud, manifestáis una madurez impresionante. Abydos os lo agradecerá.
Aquella fase de la investigación de Iker terminaba en un callejón sin salida.