43

Setaú colocó el marfil sobre el pecho de Meritamón. Tendida en su cuna, con sus grandes ojos inquisitivos, la niña respiró apaciblemente.

Ramsés, Setaú y el doctor Pariamakhú permanecieron silenciosos. El talismán parecía eficaz, ¿pero su protección seria duradera?

Diez minutos más tarde, Meritamón se agitó y lloró.

—Que traigan una estatua de la diosa Opet —ordenó Setaú—; regreso al laboratorio. Doctor, humedezca los labios del bebé y ¡sobre todo no haga nada más!

Opet, el hipopótamo hembra, era la patrona de las comadronas y de las nodrizas. En el cielo tomaba la forma de una constelación que impedía a la Osa Mayor, de naturaleza setiana, por lo tanto portadora de un enorme poder, encontrar la paz de Osiris resucitado. Llena de leche materna y cargada de energía positiva por los magos de la Casa de Vida, la estatua de Opet fue colocada a la cabecera de la cuna.

Su presencia calmó a la niña. Meritamón se volvió a dormir.

Setaú reapareció con un marfil mágico toscamente tallado en cada mano.

—Es escueto —declaró—, pero tendría que ser suficiente.

Colocó el primero sobre el vientre del bebé y el segundo sobre sus pies. Meritamón no tuvo ninguna reacción.

—Ahora, un campo de fuerzas positivas la protege. El hechizo está roto, el maleficio es inoperante.

—¿Está salvada? —preguntó el rey.

—Sólo el amamantamiento la arrancará de la muerte. Si la boca de su estómago permanece cerrada, morirá.

—Dale tu poción.

—Dásela tu mismo.

Con suavidad, Ramsés separó los labios de su hija, profundamente dormida y vertió el líquido ámbar en la boquita. El doctor Pariamakhú había vuelto la cabeza.

Segundos más tarde, Meritamón abrió los ojos y gritó.

—De prisa —dijo Setaú—, ¡la teta de la estatua!

Ramsés levantó a su hija, Setaú sacó el vástago metálico que tapaba el seno de donde se derramaba la leche, el rey pegó los labios del bebé al orificio.

Meritamón bebió con voluptuosidad, deteniéndose apenas para recuperar el aliento, y lanzó suspiros de contento.

—¿Qué deseas, Setaú?

—Nada, Ramsés.

—Te nombro director de los magos de palacio.

—¡Qué se las arreglen sin mí! ¿Cómo se encuentra Nefertari?

—Es sorprendente. Mañana paseará por el jardín.

—¿Y la pequeña?

—Su sed de vivir es inextinguible.

—¿Qué han predicho las siete hadas?

—El velo negro que cubría el destino de Meritamón se ha desgarrado; ellas han visto un vestido de sacerdotisa, una mujer de gran nobleza y las piedras de un templo.

—Una existencia austera, ¿no?

—Mereces ser rico, Setaú.

—Mis serpientes, mis escorpiones y Loto me bastan.

—Tus créditos de investigación serán ilimitados. En cuanto a tu producción de veneno, el palacio la comprará, al mejor precio, para distribuirla a los hospitales.

—Rechazo los privilegios.

—Éste no lo es. Ya que tus productos son excelentes, tu remuneración debe ser elevada y tu trabajo alentado.

—Si me atreviera…

—Atrévete.

—¿Aún te queda vino tinto del Fayum, del año tercero de Seti?

—Te enviaré varias ánforas mañana mismo.

—¡Eso me costará bastantes redomas de veneno!

—Permíteme que te las regale.

—No me gustan los regalos, sobre todo viniendo del rey.

—Es el amigo quien te ruega que aceptes este presente. ¿Cómo has adquirido la ciencia que ha salvado a Meritamón?

—Las serpientes me lo han enseñado casi todo, Loto ha hecho el resto. La técnica de las brujas nubias es incomparable. El amuleto que tu hija lleva al cuello le evitará muchos sinsabores, a condición de que sea vuelto a cargar cada año.

—Una villa oficial os espera, a Loto y a ti.

—¡En plena ciudad! No hablas en serio… ¿Cómo estudiaríamos las serpientes? Necesitamos el desierto, la noche y el peligro. A propósito de peligro… Este maleficio es inhabitual.

—Explícate.

—He tenido que emplear grandes recursos, pues el ataque era serio. Hay maleficio extranjero en este asunto, sirio, libio o hebreo; si no hubiera utilizado tres marfiles mágicos, no habría logrado romper el campo de fuerzas negativas. Y no quiero recordar la voluntad de hacer morir de hambre a un niño de pecho… Un espíritu particularmente perverso, en mi opinión.

—¿Un mago de palacio?

—Me sorprendería. Tu enemigo está familiarizado con las fuerzas del mal.

—¿Volverá a hacerlo?

—Puedes estar seguro de ello.

—¿Cómo podemos identificarlo e impedir que vuelva a perjudicar a alguien?

—No tengo la menor idea. Un demonio de esta talla sabe disimularse con arte consumado. Quizá ya te hayas cruzado con él; te habrá parecido amable e inofensivo. Quizá se oculta en un antro inaccesible.

—¿Cómo puedo proteger a Nefertari y a Meritamón?

—Utilizando los medios que han probado su eficacia: amuletos y ritual de invocación a las fuerzas benéficas.

—¿Y si es insuficiente?

—Será necesario desplegar una energía superior a la del mago negro.

—Así pues, crear un hogar que la produzca.

El templo de millones de años… Ramsés no tendría un aliado más eficaz.

Pi-Ramsés crecía.

Aún no era una ciudad, pero edificios y casas tomaban forma, dominados por la imponente masa del palacio, cuyos basamentos de piedra emulaban tanto a los de Tebas como a los de Menfis. El ardor en la tarea no flaqueaba. Moisés parecía infatigable, la intendencia seguía siendo ejemplar. Viendo el resultado de sus esfuerzos, los constructores de la nueva capital, desde los maestros de obra a los peones, deseaban ver la culminación de la obra. Había algunos que tenían la intención de establecerse en la ciudad edificada por sus manos.

Dos jefes de clan, celosos del éxito de Moisés, habían intentado cuestionar su autoridad. Sin esperar siquiera que el joven hebreo se defendiera, la totalidad de los ladrilleros había exigido que permaneciera en su puesto. Desde ese instante, Moisés, sin ser consciente de ello, aparecía cada vez más como el rey sin corona de un pueblo sin país. Construir aquella capital le robaba tanta energía que sus angustias se habían disipado. Ya no se preguntaba acerca del dios único y sólo se preocupaba por la buena organización de las obras.

El anuncio de la llegada de Ramsés le regocijó. Unos pájaros de mal agüero se habían referido a la muerte de Nefertari y de su hija. Durante unos días, la atmósfera había estado cargada. Para desmentir el rumor, Moisés había apostado que el rey no tardaría en visitar la ciudad en construcción.

Ramsés le dio la razón.

Serramanna no pudo impedir que los obreros formaran un pasillo de honor al paso del carro real. Querían tocarle para conseguir un poco de la magia del faraón. El sardo maldijo a ese joven monarca que no tenía ninguna consideración por las medidas de seguridad y se exponía al puñal de un agresor.

Ramsés fue derecho a la villa provisional que ocupaba Moisés. Cuando el faraón echó pie a tierra, el hebreo se inclinó; una vez en el interior y al abrigo de las miradas, los dos amigos se dieron un abrazo.

—Si continuamos así, tu insensata apuesta está a punto de ser ganada.

—¿Estás adelantado en los plazos?

—Así es.

—Hoy quiero verlo todo.

—Te llevarás muchas sorpresas. ¿Cómo se encuentra Nefertari?

—La reina está muy bien, nuestra hija también. Meritamón será tan bella como su madre.

—¿No estuvieron a punto de morir?

—Setaú las ha salvado.

—¿Con sus venenos?

—Se ha convertido en un experto en magia y disipó el maleficio que afectaba a mi esposa y a mi hija.

Moisés quedó estupefacto.

—¿Quién se ha atrevido a provocarlo?

—Aún lo ignoramos.

—Hay que ser infame para atacar a una mujer y su hijo, ¡y loco para herir a la esposa y a la hija del faraón!

—Me he preguntado si esta horrible agresión no está vinculada con la construcción de Pi-Ramsés. Muchos notables están en contra de que cree esta nueva capital.

—No, es imposible… Entre el descontento y el crimen, el abismo es demasiado grande.

—Si el culpable fuera un hebreo, ¿cuál sería tu reacción?

—Un criminal es un criminal, sea cual sea su pueblo. Pero creo que te equivocas.

—Si te enteras de cualquier cosa, no me lo ocultes.

—¿No confías en mí?

—¿Te hablaría así si no lo hiciera?

—Ningún hebreo concebiría semejante fechoría.

—Debo ausentarme durante varias semanas, Moisés, te confío mi capital.

—Cuando regreses, ya no la reconocerás. No tardes demasiado; no nos gustaría posponer la inauguración.