Ningún ladrillero hebreo faltó a la cita. Cuando las cartas de Moisés llegaron a las distintas aldeas en las que trabajaban, el entusiasmo fue general. Desde su estancia en Karnak, la reputación de Moisés había dado la vuelta a Egipto. Todos sabían que defendía a sus hermanos de raza y no toleraba ninguna opresión. Ser amigo de Ramsés le daba una ventaja notable; y ahora había sido nombrado supervisor de las obras reales. Para muchos nacía una inmensa esperanza. ¿Acaso no mejoraría el joven hebreo los salarios y las condiciones de trabajo?
Él mismo no esperaba semejante éxito. Algunos jefes de clan estaban contrariados, pero las órdenes del faraón no podían ser discutidas; así pues, se pondrían bajo la autoridad de Moisés, que recorría el campo de tiendas establecido al norte de Menfis y se aseguraba de la comodidad y de la higiene.
Sary le cortó el paso.
—¿Cuál es la razón de tu convocatoria?
—Pronto lo sabrás.
—¡Yo no soy hebreo!
—Varios jefes de equipo egipcios están presentes aquí.
—¿Olvidas que mi esposa es la hermana del rey?
—Yo soy el supervisor de sus obras. Dicho de otra manera, me debes obediencia.
Sary se mordió los labios.
—Mi recua de hebreos es muy indisciplinado. He adquirido la costumbre de manejar el garrote y no tengo intención de cambiar.
—Bien manejado, el garrote abre el oído que está en la espalda; en caso de injusticia, el que maneja el garrote es quien debe ser golpeado. Me encargaré de ello yo mismo.
—Tu arrogancia no me asusta.
—Sé más desconfiado, Sary; tengo la capacidad de destituirte. ¿No serías un excelente ladrillero?
—Jamás te atreverías…
—Ramsés me ha dado plenos poderes. No lo olvides.
Moisés apartó a Sary, que escupió en las huellas de los pasos del hebreo.
El regreso a Menfis, del que Dolente se regocijaba tanto, amenazaba con ser un infierno. Aunque fue oficialmente informado de que su hermana mayor acompañaba a su marido, Ramsés no reaccionó. La pareja se había instalado en una villa de medianas dimensiones donde albergaba al mago Ofir y a Lita, presentados como criados. El trío, a pesar de la relativa desaprobación de Sary, estaba muy decidido a empezar de nuevo en Menfis lo que habían emprendido en Tebas. Debido a la gran cantidad de extranjeros que residían en la capital económica del país, la propagación de la religión de Atón sería más que en el sur, tradicionalista y hostil a las evoluciones religiosas. Dolente veía en eso una señal muy favorable para el éxito de su empresa.
Sary permanecía escéptico y se preocupaba sobre todo de su propia suerte. ¿Cuál seria el contenido del discurso que Moisés iba a pronunciar ante miles de hebreos enfebrecidos?
A la entrada del Ministerio de Asuntos Exteriores velaba una estatua de Thot, bajo la forma de un enorme babuino de granito rosa. El maestro de los jeroglíficos, encarnado en este temible animal capaz de ahuyentar a una fiera, ¿no había separado las lenguas durante la creación de las razas humanas? A ejemplo suyo, los diplomáticos debían practicar varios idiomas, pues la exportación de los signos sagrados, que los egipcios grababan en piedra, estaba prohibida. Durante su estancia en el extranjero, los embajadores y mensajeros hablaban la lengua del país en el que se encontraban.
Como los demás altos funcionarios del ministerio, Acha oró en la capilla situada a la izquierda de la entrada al edificio y depositó narcisos en el altar de Thot. Antes de inclinarse ante los complejos informes de los que dependía la seguridad del país era bueno implorar los favores del escriba divino.
Una vez realizado el rito, el elegante y brillante diplomático cruzó varias salas en las que vio a unos funcionarios muy atareados, y pidió ser recibido por Chenar, que ocupaba un espacioso despacho en el mismo piso.
—Acha, ¡por fin! ¿Dónde estabais?
—He pasado una noche un poco frívola y he dormido más tiempo de lo habitual. ¿Mi ligero retraso os ha causado algún perjuicio?
El rostro de Chenar estaba rojo e hinchado; sin duda alguna, el hermano mayor de Ramsés era presa de una violenta emoción.
—¿Algún incidente grave?
—¿Habéis oído hablar de la reunión de ladrilleros hebreos en el norte de Menfis?
—No he prestado mucha atención.
—Yo tampoco, ¡y ambos nos hemos equivocado!
—¿En qué nos concierne esa gente?
Con la cabeza alargada y fija, y la voz untuosa, Acha sólo experimentaba un profundo desdén respecto de los obreros, que no tenía ocasión de frecuentar.
—¿Conocéis la identidad del hombre que los ha convocado allí y que en adelante llevará el título de supervisor de las obras reales? ¡Moisés!
—¿Qué tiene de sorprendente? Ya ha vigilado una obra en Karnak y se beneficia de una promoción.
—Si sólo fuera eso… Ayer, Moisés se dirigió a los hebreos y les reveló el proyecto de Ramsés: ¡construir una nueva capital en el Delta!
Un largo silencio sucedió a esta revelación. Acha, de ordinario tan seguro de sí, acusó el golpe.
—Estáis seguro…
—Sí, Acha, ¡completamente seguro! Moisés ejecuta las órdenes de mi hermano.
—Una nueva capital… Es imposible.
—¡No para Ramsés!
—¿Es un simple proyecto?
—El faraón en persona ha trazado el plan y ha elegido el emplazamiento: ¡Avaris, la ciudad maldita de los ocupantes hicsos, de los que nos costó tanto deshacernos!
De pronto, el rostro lunar de Chenar se iluminó.
—¿Y si… Ramsés se ha vuelto loco? Como su empresa está destinada al fracaso, habrá que llamar a hombres razonables.
—No seáis optimista. Ramsés corre riesgos enormes, cierto, pero su instinto es un buen guía. No podía tomar mejor decisión; implantando la capital al nordeste del país, tan cerca de la frontera, dará una clara advertencia a los hititas. En vez de replegarse sobre sí mismo, Egipto se muestra consciente del peligro y no cede un palmo de terreno. El rey será informado muy de prisa de los manejos de sus enemigos y actuará sin tardanza.
Chenar se sentó, desengañado.
—Es una catástrofe. Nuestra estrategia se hunde.
—No seáis pesimista. Por una parte, el deseo de Ramsés quizá no se convierta en realidad. Por otra parte, ¿por qué renunciar a nuestros planes?
—¿No es evidente que mi hermano toma en sus manos la política extranjera?
—No es una sorpresa, pero estará prisionero de las informaciones que recibirá y a partir de las cuales apreciará la situación. Dejémosle minimizar nuestro papel y obedezcámosle con deferencia.
Chenar recuperó la confianza.
—Tenéis razón, Acha; una nueva capital no será una muralla infranqueable.
La reina madre, Tuya, había vuelto a encontrar con emoción el jardín de su palacio de Menfis. ¡Qué escasos habían sido los paseos en compañía de Seti, cuán breves los años pasados junto a él! Se acordaba de cada una de sus palabras, de cada una de sus miradas, a menudo había soñado con una vejez larga y apacible durante la cual desgranarían sus recuerdos. Pero Seti había partido por los hermosos senderos del más allá, y ella caminaba sola por este jardín maravilloso, poblado de granados, tamarindos y azufaifas. A un lado y a otro de la avenida había acianos, anémonas, altramuces y ranúnculos. Un poco fatigada, Tuya se sentó cerca del estanque de lotos, bajo un cenador cubierto de glicinas.
Cuando Ramsés se dirigió a ella, desapareció su tristeza.
En menos de un año de reinado, su hijo había adquirido tanta seguridad que la duda parecía expulsada para siempre de su espíritu. Gobernaba con el mismo vigor que su padre, como si una fuerza inagotable lo habitara.
Ramsés abrazó a su madre con ternura y respeto, y se sentó a su derecha.
—Necesito hablarte.
—Por eso estoy aquí, hijo mío.
—¿Apruebas la elección de los hombres que forman mi gobierno?
—¿Te acuerdas del consejo de Seti?
—El que me ha guiado: «Escruta el alma de los hombres, busca dignatarios de carácter firme y recto, capaces de emitir un juicio imparcial sin traicionar su juramento de obediencia.» ¿Lo he logrado? Sólo los próximos años lo dirán.
—¿Ya temes una revuelta?
—Voy de prisa, la revuelta es inevitable. Las susceptibilidades se mostrarán exacerbadas, los intereses contrariados. Cuando tuve la idea de esta nueva capital, fue un fulgor, un rayo de luz que atravesó mi pensamiento y se impuso en mí como una verdad indestructible.
—Eso se llama sia, intuición directa, sin razonamiento y sin análisis. Seti tomó numerosas decisiones gracias a ella, estimaba que se transmitía de corazón de faraón a corazón de faraón.
—¿Apruebas la construcción de Pi-Ramsés, mi ciudad?
—Ya que sia le habló a tu corazón, ¿por qué necesitas mi opinión?
—Porque mi padre está presente en este jardín, y tú y yo oímos su voz.
—Las señales han aparecido, Ramsés; con tu reinado se abre una nueva era. Pi-Ramsés será tu capital.
Las manos de Ramsés se unieron a las de su madre.
—Verás la ciudad, madre, y te gustará.
—Tu protección me preocupa.
—Serramanna vigila constantemente.
—Quiero hablar de tu protección mágica. ¿Piensas construir tu templo de millones de años?
—He elegido dónde levantarlo, pero le doy prioridad a Pi-Ramsés.
—No olvides ese templo. Si las fuerzas de las tinieblas se desencadenan contra ti, él será tu mejor aliado.