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Tan atlético como Ramsés, con los hombros anchos, la frente amplia coronada por una abundante cabellera, barbudo, con el rostro curtido por el sol, Moisés entró con lentitud en el despacho del rey de Egipto.

Ramsés se levantó, los dos amigos se dieron un abrazo.

—Aquí trabajaba Seti, ¿verdad?

—No he modificado nada, Moisés. Esta habitación está impregnada de su pensamiento; ojalá pueda inspirarme para gobernar.

Una suave luz penetraba por las tres ventanas a claustra, cuya disposición aseguraba una agradable circulación de aire. El calor de finales del verano se volvía agradable.

Ramsés abandonó el sillón real de respaldo recto y se sentó en una silla de paja, frente a su amigo.

—¿Cómo te encuentras, Moisés?

—Mi salud es excelente, mi fuerza desocupada.

—Ya no tenemos mucho tiempo para vernos, y yo soy el único responsable.

—Sabes que la ociosidad, incluso lujosa, me horripila. Apreciaba mi trabajo en Karnak.

—¿La corte de Menfis carece de seducción?

—Los cortesanos me aburren. No dejan de cantar tus alabanzas y no tardarán en elevarte al rango de divinidad. Es estúpido y despreciable.

—¿Criticas mis acciones?

—La crecida milagrosa, el fénix, la nueva era… son hechos indiscutibles que explican tu popularidad. ¿Posees poderes sobrenaturales, eres un predestinado? Tu pueblo está convencido de ello.

—¿Y tú, Moisés?

—A lo mejor es verdad. Pero tú no eres el verdadero Dios.

—¿Lo he pretendido?

—Ten cuidado, Ramsés; la adulación de tu entorno podría conducirte a una vanidad inconmensurable.

—Conoces mal el papel y la función del faraón. Además me tomas por un mediocre.

—Sólo intento ayudarte.

—Voy a darte la oportunidad.

La mirada de Moisés brilló de curiosidad.

—¿Me vuelves a enviar a Karnak?

—Tengo una tarea mucho más importante que otorgarte, si estás de acuerdo.

—¿Más importante que Karnak?

El rey se levantó y se apoyó en la ventana.

—He concebido un inmenso proyecto del que he hablado con Nefertari. Ella y yo estimamos que había que esperar una señal antes de concretarlo. La crecida y el fénix… El cielo me ha ofrecido dos señales, la Casa de Vida me ha confirmado que se abría una nueva era, según las leyes de la astronomía. Terminaré la obra empezada por mi padre, tanto en Karnak como en Abydos; pero este tiempo nuevo debe ser marcado por creaciones nuevas. ¿Es vanidad, Moisés?

—Cada faraón debe actuar así, según la tradición.

Ramsés pareció preocupado.

—El mundo está a punto de cambiar, los hititas constituyen una amenaza constante. Egipto es un país rico y codiciado. Éstas son las verdades que me han llevado a concebir mi proyecto.

—¿Aumentar el poder del ejército?

—No, Moisés, desplazar el centro vital de Egipto.

—Quieres decir…

—Construir una nueva capital.

El hebreo quedó aturdido.

—¿Eso no es… una locura?

—La suerte de nuestro país se jugará en su frontera noreste. Mi gobierno residirá en el Delta, a fin de estar inmediatamente informado del menor acontecimiento que suceda en el Líbano, en Siria y en nuestros protectorados, constantemente amenazados por los hititas. Tebas seguirá siendo la ciudad de Amón, una ciudad espléndida en la que se levantan el inmenso Karnak y el admirable Luxor, que embelleceré. En la orilla oeste, la montaña del silencio vela para siempre sobre los Valles de los Reyes y las Reinas, y las moradas eternas de los seres rectos.

—¿Pero… Menfis?

—Menfis es la balanza de las Dos Tierras, la unión del Delta y del valle del Nilo; continuará siendo nuestra capital económica y nuestro centro de regulación interna. Pero es necesario ir más al norte y más al este, Moisés, no debemos abandonamos en nuestro soberbio aislamiento, no debemos olvidar que ya hemos sido invadidos, y que Egipto se presenta como una presa tentadora.

—¿La línea de fortalezas no basta?

—En caso de peligro debo actuar muy de prisa. Cuanto más cerca de la frontera esté, menos tiempo tardarán en llegarme las informaciones.

—Crear una capital es una empresa peligrosa. ¿Acaso no fracasó Akenatón?

—Akenatón cometió errores imperdonables. El lugar que eligió en el medio Egipto, estaba condenado desde que pusieron la primera piedra. No buscaba la dicha de su pueblo, sino la realización de su sueño místico.

—¿No se opuso a los sacerdotes de Amón, como tú?

—Si el gran sacerdote de Amón es fiel a la Regla y al rey, ¿por qué lo combatiría?

—Akenatón creía en un dios único y construyó una ciudad para su gloria.

—Casi arruinó el próspero país que le había legado su padre, el gran Amenhotep; Akenatón era un débil y un indeciso, perdido en sus plegarias. Bajo su reinado, las potencias hostiles a Egipto conquistaron numerosos territorios que nosotros controlábamos. ¿Insistes en defenderlos?

Moisés vaciló.

—Hoy su capital está abandonada.

—La mía será construida para varias generaciones.

—Casi me das miedo, Ramsés.

—¡Recupera el valor, amigo!

—¿Cuántos años se necesitarán para hacer surgir una ciudad de la nada?

Ramsés sonrió.

—No surgirá de la nada.

—Explícate.

—Durante mis años de formación, Seti me hizo descubrir lugares esenciales. En cada viaje me transmitía una enseñanza que yo intentaba percibir. Ahora, esas peregrinaciones han cobrado sentido. Uno de esos lugares fue Avaris.

—¿Avaris, la ciudad maldita, la capital de los invasores hicsos?

—Seti llevaba el nombre de Set, el asesino de Osiris, pues su poder era tal que supo pacificar la fuerza de destrucción, al sacar de ella la luz oculta y utilizarla para construir.

—¿Y tú quieres transformar Avaris en la ciudad de Ramsés?

—Pi-Ramsés, «la ciudad de Ramsés», capital de Egipto, será efectivamente su nombre.

—¡Es una locura!

—Pi-Ramsés será magnífica y acogedora, los poetas cantarán su belleza.

—¿En cuántos años?

—No he olvidado tu pregunta; es incluso debido a ella por lo que te he convocado.

—Temo comprender…

—Necesito a un hombre de confianza para supervisar los trabajos e impedir todo retraso. No tengo mucho tiempo, Moisés; Avaris debería ser transformada en Pi-Ramsés tan de prisa como sea posible.

—¿Has considerado un plazo?

—Menos de un año.

—¡Imposible!

—Gracias a ti, no.

—¿Me crees capaz de desplazar piedras a la velocidad de un halcón y de ensamblarlas con sólo la fuerza de mi voluntad?

—Piedras, no; ladrillos, sí.

—Entonces, has pensado…

—En los numerosos hebreos que trabajan en la zona. Actualmente están dispersos en varias aldeas. Si los reúnes, formarás un formidable equipo de obreros cualificados, ¡capaz de llevar a cabo una gigantesca empresa!

—¿Los templos no deben ser construidos en piedra?

—Haré agrandar los que ya existen, la construcción se alargará durante varios años. Con los ladrillos levantaremos los palacios, los edificios administrativos, las villas de los nobles, las casas grandes y pequeñas. En menos de un año, Pi-Ramsés será habitable y funcionará como capital.

Moisés pareció dubitativo.

—Mantengo que es imposible. Por sí solo, el plan…

—¡El plan está en mi cabeza! Lo dibujaré yo mismo sobre papiro y tú vigilarás personalmente su ejecución.

—Los hebreos son gentes más bien díscolas. Cada clan tiene su jefe.

—No te pido que te conviertas en el rey de una nación, sino en jefe de unas obras.

—Imponerme no será fácil.

—Yo confío en ello.

—En cuanto se conozca el proyecto, otros hebreos intentarán tomar mi puesto.

—¿Crees que tendrán la posibilidad de obtenerlo?

Moisés sonrió a su vez.

—En los plazos que impones, creo que será imposible tener éxito.

—Construiremos Pi-Ramsés, resplandecerá bajo el sol del Delta e iluminará Egipto con su belleza. Al trabajo, Moisés.