44

Uri-Techup entró por la puerta de los leones y galopó hasta el palacio, forzando su caballo hasta que murió, con el corazón reventado, en la cima de aquella acrópolis desde donde al emperador del Hatti le gustaba contemplar su imperio.

El jefe de la guardia privada acudió a su encuentro.

—¿Qué ocurre, majestad?

—¿Dónde está el egipcio?

—En sus aposentos.

Esta vez, Acha no se entregaba a los placeres del amor con una hermosa hitita rubia sino que se había embozado en un grueso manto, con la daga al costado.

Uri-Techup dejó estallar su cólera.

—Una emboscada… ¡Era una emboscada! ¡Soldados de mi propio ejército se han rebelado contra mí!

—Hay que huir —dijo Acha.

Las palabras del egipcio dejaron pasmado al hitita.

—Huir… ¿De qué estáis hablando? Mi ejército arrasará el maldito santuario y acabará con todos los rebeldes.

—Ya no tenéis ejército.

—¿Qué no tengo ejército? —repitió Uri-Techup atónito—. ¿Qué significa eso?

—Vuestros generales respetan los oráculos y las revelaciones de los dioses de Putuhepa; por eso se someten a Hattusil. Os queda vuestra guardia privada y uno o dos regimientos que no resistirán mucho tiempo. En las próximas horas seréis hecho prisionero en vuestro propio palacio, hasta la triunfal llegada de Hattusil.

—No es cierto, no es posible…

—Aceptad la realidad, Uri-Techup. Poco a poco, Hattusil ha ido apoderándose de todos los resortes del imperio.

—¡Combatiré hasta el final!

—Sería un suicidio. Hay una solución mejor.

—¡Hablad!

—Conocéis perfectamente el ejército hitita, sus fuerzas reales, su armamento, el modo como funciona, sus debilidades…

—Es cierto, pero…

—Si partís inmediatamente, puedo ayudaros a salir del Hatti.

—¿Adónde iría?

—A Egipto.

Uri-Techup pareció fulminado.

—¡No digáis tonterías, Acha!

—¿En que país, si no, podríais estar seguro, fuera del alcance de Hattusil? Naturalmente, ese derecho de asilo debe negociarse; por ello, a cambio de vuestra vida, tendréis que decirle a Ramsés todo lo que sabéis sobre el ejército hitita.

—Me pedís que traicione a mi propio imperio.

—Vos decidís.

Uri-Techup sintió deseos de matar a Acha. ¿No le había manipulado, acaso, el egipcio? Pero le ofrecía la única posibilidad de sobrevivir, con deshonor, es cierto, pero sobrevivir… Y, más aún, de perjudicar a Hattusil revelando los secretos militares.

—Acepto.

—Es la vía de la razón.

—¿Me acompañaréis, Acha?

—No, me quedo aquí.

—Es arriesgado.

—Mi misión no ha terminado; ¿habéis olvidado que estoy aquí negociando la paz?

Cuando la noticia de la huida de Uri-Techup se hizo pública, los últimos soldados que le permanecían fieles se unieron a la causa de Hattusil, proclamado emperador. El primer deber del nuevo soberano fue rendir homenaje a su hermano Muwattali, cuyo cuerpo fue quemado en una gigantesca pira, durante una grandiosa ceremonia seguida de una semana de fiestas.

Durante el banquete que clausuró los actos de coronación, Acha ocupó un lugar de honor, a la izquierda del emperador Hattusil.

—Majestad, permitidme que os desee un reinado largo y apacible.

—No hay rastros de Uri-Techup… Vos, que sois un genio de la información, Acha, ¿no tendréis alguna pista a este respecto?

—Ninguna, majestad; sin duda alguna no volveréis a oír hablar de él.

—Me sorprendería. Uri-Techup es un hombre resentido y obstinado, y no descansará hasta vengarse.

—Para ello necesitará disponer de medios.

—Un guerrero de su temple no renuncia.

—No comparto vuestros temores.

—Es curioso, Acha… Tengo la sensación de que sabéis mucho sobre él.

—Es solo una impresión, majestad.

—¿No habréis ayudado a Uri-Techup a salir del país?

—Sin duda, el porvenir nos reserva muchas sorpresas, pero yo no soy responsable. Mi única misión consiste en convenceros de que iniciéis negociaciones con Ramsés para firmar la paz.

—Jugáis un juego muy peligroso, Acha; suponed que he cambiado de opinión y que pienso proseguir la guerra contra Egipto.

—Conocéis demasiado bien la situación internacional para desdeñar el peligro asirio y os preocupa demasiado el bienestar de vuestro pueblo para arruinarlo en un conflicto inútil.

—Vuestro análisis no carece de pertinencia, ¿pero debo aceptarlo como la visión política que más me conviene? La verdad no es muy útil cuando se trata de gobernar; una guerra tiene la ventaja de apagar las oposiciones y de dar un nuevo impulso.

—¿Os resultaría indiferente el número de muertos?

—¿Cómo evitarlos?

—Estableciendo la paz.

—Admiro vuestra obstinación, Acha.

—Amo la vida, majestad, y la guerra destruye demasiados goces.

—Este mundo debe disgustaros.

—En Egipto reina una sorprendente diosa, Maat, que nos impone a todos, incluso al faraón, el respeto a la Regla del universo y que nos obliga a preservar la justicia en la tierra. Ese mundo no me disgusta.

—Todo eso es muy hermoso, pero no deja de ser una fábula.

—Desengañaos, majestad; si os decidís a atacar Egipto, tendréis que enfrentaros con Maat. Y si salierais victorioso, aniquilaríais una civilización inigualable.

—¿Qué importa si el Hatti domina el mundo?

—Imposible, majestad; es demasiado tarde ya para impedir que Asiria se convierta en una gran potencia. Solo una alianza con Egipto salvaguardará vuestro territorio.

—Si no me equivoco, Acha, no sois mi consejero sino el embajador de Egipto… ¡Y no dejáis de echar agua en vuestro molino!

—Es solo una apariencia, majestad; aunque el Hatti no tenga el encanto de mi país, siento afecto por él y no deseo verlo caer en el caos.

—¿Sois sincero?

—Admito que la sinceridad de un diplomático puede ponerse siempre en duda… Sin embargo, os ruego que me creáis. El objetivo de Ramsés es, efectivamente, la paz.

—¿Os comprometéis en nombre de vuestro rey?

—Sin dudarlo. Por mi voz estáis escuchando la suya.

—Debe de uniros una profunda amistad…

—Así es, majestad.

—Ramsés tiene suerte, mucha suerte.

—Eso es lo que afirman todos sus adversarios.

Todos los días, desde hacía cinco años, Kha se dirigía al templo de Amón y pasaba al menos una hora en el laboratorio, cuyos textos conocía ya de memoria. Con el transcurso de los años, se había puesto en contacto con los especialistas en astronomía, geometría, simbólica y demás ciencias sagradas; gracias a ellos, había descubierto los paisajes del pensamiento y había progresado por los caminos del conocimiento.

Pese a su juventud, Kha iba a ser iniciado en los primeros misterios del templo. Cuando la corte de Pi-Ramsés supo la noticia, se quedó maravillada; sin duda, el hijo mayor del rey estaba destinado a las más altas funciones religiosas.

Kha se quitó el amuleto que llevaba al cuello y la venda enrollada en su muñeca izquierda. Desnudo, con los ojos vendados, fue llevado a una cripta del templo para meditar ante los secretos de la creación, revelados en las paredes.

Cuatro ranas macho y cuatro serpientes hembra formaban las parejas primordiales que habían moldeado el mundo, las líneas onduladas evocaban el agua primordial en la que había despertado el Principio para crear el universo, una vaca celestial era el origen de las estrellas.

Luego, el joven fue conducido hasta el umbral de la sala hipóstila, donde dos sacerdotes, con los rostros cubiertos con las máscaras de Thot, el ibis, y de Horus, el halcón, vertieron agua fresca sobre su cabeza y sus hombros. Ambos dioses le vistieron con un paño blanco y le invitaron a venerar a las divinidades presentes en las columnas.

Diez sacerdotes, con el cráneo afeitado, rodearon a Kha. El joven tuvo que responder a mil preguntas sobre la naturaleza oculta del dios Amón, sobre los elementos de la creación contenidos en el huevo del mundo, sobre el significado de los principales jeroglíficos, sobre el contenido de las fórmulas de ofrenda y sobre numerosos temas que solo un aguerrido escriba podía tratar sin error.

Los examinadores no hicieron observaciones ni comentarios. Kha aguardó mucho tiempo el veredicto, en una capilla silenciosa.

A medianoche, un sacerdote anciano le tomó de la mano y le condujo bajo el techo del templo; le hizo sentarse y contemplar el cielo estrellado, el cuerpo de la diosa Nut, la única capaz de transformar la muerte en vida.

Elevado al rango de portador de la Regla, Kha solo pensó en los radiantes días que iba a pasar en el templo, para descubrir el conjunto de los rituales. Sumido en su emoción, olvidó recuperar la venda y el amuleto protectores que se había quitado.