Las negociaciones han terminado —reveló Tanit a Uri-Techup—, y el mercader Narish ha regresado a Tiro para recibir a Ramsés con el alcalde de la ciudad y las personalidades locales.
El hitita apretó el puño de la daga de hierro que nunca le abandonaba.
—¿No has podido obtener informaciones más confidenciales?
—El itinerario no es secreto y el monarca irá acompañado por su hijo Merenptah, general en jefe del ejército egipcio, a la cabeza de dos regimientos de élite. Cualquier ataque contra ellos estaría condenado al fracaso.
Uri-Techup rabiaba; Malfi no disponía aún de bastantes hombres para librar un combate de aquella envergadura.
—De todos modos es curioso —añadió la fenicia—; los altos funcionarios de la Doble Casa blanca no han manifestado exigencia especial alguna, como si al faraón no le afectaran demasiado los problemas económicos. Y sin embargo, existen puntos entre litigio que Egipto no suele silenciar.
—¿Qué conclusión sacas?
—Ramsés oculta el verdadero objeto de su viaje.
Uri-Techup se quedó perplejo.
—Probablemente tienes razón. Pues bien, descúbrelo.
—¿De qué modo?
—Ve a palacio, haz hablar a los cortesanos, roba documentos, que se yo… ¡Arréglatelas, Tanit!
—Pero, querido…
—No discutas. Tengo que saberlo.
Amplia y segura, la pista seguía la ladera del Monte Carmelo y descendía suavemente hacia el mar. El mar… una visión extraña para muchos soldados egipcios, una increíble llanura de agua, sin límites. Los veteranos advertían a los más jóvenes: si poner el pie en la espuma de las olas no presentaba peligro alguno, no debían nadar muy lejos, so pena de ser arrastrados hasta el fondo por un genio maléfico.
Ramsés marchaba a la cabeza de su ejército, justo detrás de Merenptah y los exploradores. El hijo menor del rey no había dejado de verificar, a lo largo de todo el viaje, su dispositivo de seguridad. El monarca, por su parte, no había manifestado signo alguno de inquietud.
—Si reinas —le dijo a Merenptah—, no olvides viajar regularmente a nuestros protectorados; y si lo hace tu hermano Kha, recuérdaselo. Cuando el faraón está demasiado tiempo alejado y ausente, la revuelta intenta romper la armonía; cuando está cerca, los corazones se apaciguan.
Pese a las reconfortantes palabras de los veteranos, los jóvenes reclutas no se sentían tranquilos; una sucesión de violentas olas, rompiendo contra los espolones rocosos que se adentraban en el mar, les hicieron añorar las orillas del Nilo.
La campiña les pareció menos hostil: campos cultivados, vergeles y olivares atestiguaban la riqueza agrícola de la región. Pero la vieja ciudad de Tiro estaba de vuelta hacia mar abierto; un brazo de mar formaba una especie de foso infranqueable, protección contra el ataque de una flota enemiga. Tiro, la nueva, había sido edificada sobre tres islotes separados por canales poco profundos, a lo largo de los cuales se hallaban las calas secas.
Desde lo alto de las torres de vigía, los tirios observaron al faraón y sus soldados. Dirigida por Narish, una delegación salió al encuentro del dueño de Egipto. Los saludos fueron calurosos y Narish, con entusiasmo, condujo a Ramsés por las callejas de su ciudad. Merenptah mantenía la mirada clavada en los tejados, de donde en cualquier instante podía surgir el peligro.
Tiro estaba consagrada al comercio; allí se vendían vidrios, jarros de oro y de plata, tejidos teñidos con púrpura y muchas otras mercancías que transitaban por su puerto. Las casas, de cuatro o cinco pisos de altura, estaban muy juntas.
Amigo íntimo de Narish, el alcalde había ofrecido a Ramsés su lujosa mansión como lugar de residencia; construida en el punto culminante de la ciudad, dominaba el mar. Su florecida terraza era una maravilla, y el propietario del lugar había llevado el refinamiento hasta tal punto que había amueblado la vasta mansión al estilo egipcio, para que el faraón no se sintiera extraño.
—Espero que os sintáis satisfecho, majestad —declaró Narish—. Vuestra visita es un grandísimo honor; esta misma noche presidiréis un banquete que será recordado en nuestros anales. ¿Podemos esperar que se desarrollen nuestras relaciones comerciales con Egipto?
—No soy hostil a ello, pero con una condición.
—La reducción de nuestros beneficios… Lo sospechaba. No nos oponemos, siempre que lo compensemos con el volumen de los intercambios.
—Estaba pensando en otra condición.
Pese a la suavidad del aire, el comerciante fenicio sintió que la sangre se helaba en sus venas. A consecuencia del tratado de paz, Egipto había admitido que la región permaneciera bajo control hitita aunque, en realidad, gozara de una real independencia. ¿Una desastrosa voluntad de poder incitaría a Ramsés a poner las manos en Fenicia, a riesgo de denunciar el tratado y provocar un conflicto?
—¿Cuáles son esas condiciones, majestad?
—Vayamos al puerto, Merenptah nos acompañará.
Por órdenes del rey, su hijo menor tuvo que limitarse a una reducida escolta.
En el extremo occidental del puerto había un centenar de hombres de edad y orígenes diversos, desnudos y encadenados. Unos intentaban mantener una apariencia de dignidad, otros tenían la mirada vacía.
Unos tirios de rizada cabellera discutían precios, por individuo o por todo un lote; pensaban realizar importantes beneficios con la venta de aquellos esclavos en perfecto estado de salud. Las justas oratorias y financieras iban a ser duras.
—Que se libere a esos hombres —exigió Ramsés.
Narish pareció divertido.
—Cuestan caros… Permitid que la ciudad de Tiro os los ofrezca, majestad.
—He aquí la verdadera razón de mi viaje: ninguno de los tirios que quiera comerciar con Egipto podrá ser mercader de esclavos.
Sorprendido, el fenicio tuvo que recurrir a toda su sangre fría para no prorrumpir en vigorosas protestas.
—Majestad… La esclavitud es una ley natural, las sociedades mercantiles la practican desde siempre.
—No hay esclavitud en Egipto —dijo Ramsés—; los seres humanos son el rebaño de Dios, ningún individuo tiene derecho a tratar a otro como un objeto sin alma o una mercancía.
El fenicio nunca había escuchado un discurso tan aberrante; si su interlocutor no hubiera sido el faraón de Egipto, le habría creído loco.
—¿Majestad, acaso vuestros prisioneros de guerra no fueron reducidos a la esclavitud?
—En función de la gravedad de los hechos que se les reprochaban, fueron sometidos a períodos de trabajos forzados más o menos largos. Recuperada la libertad, actuaron como quisieron; la mayoría de ellos se quedaron en Egipto, muchos han fundado allí una familia.
—¡Los esclavos son indispensables para muchos trabajos!
—La ley de Maat exige un contrato entre el que ordena un trabajo y el que lo lleva a cabo; de lo contrario, la alegría no puede circular ni en la obra más sublime ni en el trabajo más modesto. Y ese contrato se basa en la palabra dada por una y otra parte. ¿Crees acaso que las pirámides y los templos podrían haber sido construidos por cohortes de esclavos?
—Majestad, no es posible modificar tan antiguas costumbres…
—No soy ingenuo y sé que la mayoría de los países seguirán practicando la esclavitud. Pero ahora ya conoces mis exigencias.
—Egipto podría perder importantes mercados.
—Lo esencial es que preserve su alma; el faraón no es el patrón de los mercaderes, sino el representante de Maat en la tierra y el servidor de su pueblo.
Las palabras de Ramsés se grabaron en el corazón de Merenptah; para él, el viaje a Tiro sería una etapa importante.
Uri-Techup estaba tan enojado que, para calmarse, había derribado con el hacha un sicomoro centenario que daba sombra a un estanque donde retozaban algunos patos. Asustado, el jardinero de la dama Tanit se había refugiado en la cabaña donde guardaba sus herramientas.
—¡Por fin has llegado! —exclamó el hitita cuando su esposa cruzó el umbral de su propiedad.
Tanit contempló el desolador espectáculo.
—¿Has sido tú el que…?
—¡Esta es mi casa y hago lo que me place! ¿Qué has sabido en palacio?
—Deja que me siente, estoy cansada.
El pequeño gato atigrado saltó al regazo de su dueña; ella le acarició maquinalmente el cráneo mientras el animal ronroneaba.
—¡Habla, Tanit!
—Te llevarás una decepción: el verdadero objetivo del viaje de Ramsés es luchar contra la esclavitud, que no deja de desarrollarse en Tiro y en toda la región.
Uri-Techup abofeteó con violencia a Tanit.
—¡No me tomes el pelo!
Intentando defender a su dueña, el gatito arañó a Uri-Techup, quien agarró al animal por la piel del cuello y, con el filo de su daga de hierro, lo degolló.
Salpicada de sangre, horrorizada, Tanit corrió a refugiarse en su alcoba.