Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.
Jorge Luis Borges
Nueva Orleáns, un día de fiesta como cualquier otro. Cientos de personas suben a bordo de un ferry. Gritos, risas y algarabía reinan por doquier. Marineros, ancianos y niños se divierten en las diferentes cubiertas. De repente, una tremenda explosión originada en uno de los coches de la bodega de carga da paso al caos, la desolación y la muerte. El terrorista observa la dantesca escena desde lo alto de uno de los puentes que cruzan el río. El fatal recuento arroja 543 víctimas mortales.
El agente de antivicio Doug Carlin se encarga del caso. Durante su inspección preliminar en la escena del crimen descubre el cadáver de Claire Kuchever flotando en las aguas, aunque su muerte se produjo antes de la explosión del ferry. Carlin acude al domicilio de la joven y descubre un mensaje en la puerta del frigorífico: «Tú puedes salvarla». Intrigado y desconcertado por tan enigmática advertencia, se dirige a las oficinas de ATF (siglas de Alcohol, Tabaco y armas de Fuego) donde descubre que Claire ha dejado un mensaje en el contestador automático un día antes de producirse el atentado.
Reclutado por una unidad especial del FBI responsable de la investigación debido a sus extraordinarias dotes policiales, Carlin es conducido a unas instalaciones muy peculiares. Una vez allí, le explican que el FBI dispone de una nueva y avanzada tecnología capaz de crear agujeros de gusano con los que consiguen «ver» a través del tiempo los acontecimientos sucedidos en cualquier lugar, con una antelación de hasta cuatro días y medio. Piensan que al viajar al pasado se crea una nueva realidad paralela y que desaparece la que existía previamente. Doug Carlin se ofrece para ser el primer ser humano en viajar en el tiempo e intentar cambiar el rumbo de la historia, aunque para ello tenga que crear una nueva realidad alternativa.
En Déjà Vu se trata la posibilidad de cambiar la historia y, más generalmente, a crear con nuestras decisiones otras realidades alternativas, paralelas o, como más comúnmente suelen denominarse: universos paralelos.
Seguramente muchos de vosotros ya habréis identificado la película a la que aluden los párrafos anteriores. Efectivamente, se trata de Déjà vu (Déjà Vu, 2006), dirigida por Tony Scott e interpretada por el oscarizado Denzel Washington, en el papel de Doug Carlin. Aunque es un film que se podría enmarcar dentro del género policíaco y de acción, incluye evidentes elementos de ciencia ficción, pues las máquinas del tiempo no suelen formar parte de las herramientas de la policía que todos conocemos. Pero no quiero centrarme nuevamente en el asunto de los viajes en el tiempo, que para eso tenéis el capítulo 28. Muy al contrario, en esta ocasión, me gustaría llamar vuestra atención sobre el otro aspecto colateral que implican los viajes al pasado. Me refiero a la posibilidad de cambiar la historia y, más generalmente, a crear con nuestras decisiones otras realidades alternativas, paralelas o, como más comúnmente suelen denominarse: universos paralelos.
Antes que nada conviene definir lo que en física solemos entender por universo paralelo. Para ello es habitual utilizar las categorías creadas por Max Tegmark. Este investigador considera cuatro niveles diferentes de universos paralelos. En el nivel 1 se incluyen los denominados volúmenes de Hubble. En efecto, casi todo el mundo acepta, de una forma u otra, que lo que habitualmente llamamos nuestro Universo se originó hace unos 13 700 millones de años en un acontecimiento singular conocido como Big Bang. A partir de este suceso, el espacio mismo comenzó a expandirse y aún lo hace en la actualidad y continuará haciéndolo hasta quién sabe cuándo. De hecho, recientemente se ha descubierto que esta expansión se produce a un ritmo acelerado, es decir, con velocidad creciente. Pues bien, la expansión del Universo trae consigo una consecuencia evidente y es que debido al carácter finito de la velocidad de la luz (300 000 km/s, aproximadamente) existen porciones del espacio que nos resultan completamente invisibles, ya que se encuentran tan lejos de la Tierra que la luz procedente de ellas aún no ha tenido tiempo de llegar hasta nosotros. Como ninguna señal ni información puede viajar más rápidamente que la luz en el vacío, nos encontramos absolutamente desconectados de esas regiones, denominadas respectivamente volúmenes de Hubble. Si en lugar de escoger la Tierra como centro privilegiado a la hora de definir cada uno de estos volúmenes lo hiciéramos con otro punto cualquiera del Universo, nos encontraríamos con una infinidad de horizontes distintos. A cada uno de estos horizontes o volúmenes así construidos Tegmark lo denomina universo de nivel 1. Hay tal cantidad de estos universos de nivel 1 que incluso podemos llegar a estimar que existe una probabilidad no nula de encontrar una copia exacta de ti mismo en algún lugar no más allá de una distancia (en años luz) que se puede expresar como un 1 seguido de cien mil cuatrillones de ceros. Podéis estar tranquilos, de existir vuestro doble estará tan lejos que ni siquiera os importará que viva en un planeta donde todo el mundo vaya desnudo y luzca cuerpos bien torneados de curvas procaces. Por si esto no fuera poco, Andrei Linde y Vitaly Vanchurin han sugerido que, por muchos universos que existan, los propios límites del cerebro humano, en lo que se refiere a la cantidad de información que puede manejar a lo largo de su vida, restringen, al mismo tiempo, el número de aquellos que podemos llegar a experimentar (no más de un número expresable como un 1 acompañado de diez mil billones de ceros).
Un instante muy pequeño inmediatamente después del Big Bang se produjo un acontecimiento que los cosmólogos denominan inflación, una etapa muy breve durante la cual el Universo que conocemos se expandió a una velocidad superior a la de la luz. Aunque no se sabe qué pudo provocar semejante suceso y tampoco por qué se detuvo, lo cierto es que algunos científicos, como Andrei Linde, piensan que las mismas condiciones que se cumplieron en una región concreta del Universo primigenio y que desencadenaron la inflación podrían estar dándose aún en la actualidad en otras regiones, un fenómeno que ha bautizado como inflación caótica y cuya consecuencia sería la formación continua de universos bebés, conectados unos con otros a través de agujeros de gusano. Estos universos bebés constituyen el nivel 2 de Tegmark y algunos físicos creen que podrían haber dejado evidencias de su existencia, al interaccionar con el nuestro, huellas que podríamos detectar camufladas de alguna manera en la radiación de fondo de microondas, el vestigio dejado en forma de ondas electromagnéticas de baja frecuencia por el Big Bang. Se ha llegado incluso a proponer para este «multiverso» integrado por cada uno de los universos bebés individuales una función de onda global, a semejanza de lo que se hace con las partículas subatómicas en la descripción cuántica de las mismas (ver capítulos 11 y 27). Dependiendo del valor concreto de la función de onda de cada universo, la existencia de este será más o menos probable. Un gran porcentaje de estos universos presentará una probabilidad muy baja y seguramente no será viable, pudiendo consistir en masas informes de partículas subatómicas inestables que no darían jamás lugar a estructuras más complejas, como los átomos o las moléculas. Más aún, no resulta en absoluto descabellado pensar que en algunos de tales universos las leyes físicas que conocemos pudiesen llegar a ser ligera o incluso radicalmente distintas.
La idea anterior fue explotada por Isaac Asimov en su excelente novela Los propios dioses. En ella se sugiere la posibilidad de que los habitantes de un universo paralelo en decadencia a causa de una crisis energética utilicen el nuestro para intercambiar esta energía de la que carecen, haciendo uso de un dispositivo denominado «Bomba de Electrones Interuniversal». En este para-universo la interacción nuclear fuerte (la fuerza que es responsable de mantener unidos los protones y neutrones en el interior del núcleo atómico) resulta ser más intensa que en el nuestro, «quizá unas cien veces más». Así, los núcleos atómicos requieren menos neutrones para alcanzar la estabilidad nuclear. Pero el acto mismo del trasvase de energía entre los dos universos acarrea unos inesperados efectos colaterales. En efecto, las leyes de la física que rigen en cada uno de ellos también se están alterando en el proceso. El Sol experimentará un proceso de fusión nuclear mucho más rápido de lo normal, agotará su energía y la Tierra morirá con él. La única solución viable para evitar la catástrofe parece ser el intercambio de energía con un tercer universo paralelo, el cosmeg, en el cual la interacción nuclear fuerte sea más débil que en el nuestro, compensando de esta forma el efecto pernicioso causado por el primer para-universo.
Aunque no se plantea directamente en la novela de Asimov, sí que se nos puede ocurrir preguntarnos acerca de la posibilidad hipotética de trasladarnos a otro universo paralelo distinto al nuestro, en caso de una necesidad extrema como, por ejemplo, una inminente muerte del Sol, la explosión de una supernova demasiado cercana a la Tierra, el paso de un agujero negro por las inmediaciones del sistema solar, etc. Algunos científicos creen seriamente en la existencia de estos universos paralelos y han llegado a sugerir que la controvertida materia oscura no es otra cosa que materia ordinaria flotando en uno de esos universos paralelos. Otros, como Sasha Kashlinsky y sus colaboradores van más allá aún y afirman haber descubierto pruebas de su existencia. A partir del movimiento no uniforme, esto es, según una dirección privilegiada del espacio, de los cúmulos galácticos debido a la expansión del Universo, algo que está en contradicción con lo que predicen tanto la relatividad general de Einstein como los modelos de energía oscura, Kashlinsky infiere que son otros universos ahí fuera los que están tirando del nuestro en esa dirección privilegiada, arrastrando con ellos a nuestras galaxias. Naturalmente, no todo el mundo piensa igual y otros científicos, como Lee Smolin, son de la opinión de que las teorías cosmológicas que sugieren la idea de los universos paralelos están completamente equivocadas y que el nuestro es el único con existencia real.
Una segunda alternativa, quizá más radical, consistiría en crear nosotros mismos ese otro universo desde el principio, provocando, por así decirlo, su propio proceso inflacionario. Para ello habría que recrear en el laboratorio las mismas condiciones que se dieron en el momento del Big Bang: se requeriría comprimir materia hasta una densidad inimaginable, dando lugar a diminutas burbujas de espaciotiempo aunque de un tamaño suficiente como para expandirse y dar lugar a un universo bebé, quizá conectado al nuestro por medio de un agujero de gusano. Obviamente, la tecnología necesaria para alcanzar semejante logro está muy lejos de nuestros sueños más audaces y optimistas. Quién sabe si llegará a resultar factible, quizá en un futuro suficientemente lejano, como el que se muestra en la película El único (The One, 2001), donde la acción transcurre en una época en la que la raza humana domina los conocimientos científicos y técnicos que permiten, aunque de forma restringida y vigilada, viajar entre los 124 universos paralelos conocidos, conectados por túneles cuánticos.
El nivel 3 es el más interesante, desde mi punto de vista, pues se trata del que suele encontrarse más habitualmente en el cine de ciencia ficción. Está basado en una de las interpretaciones de la controvertida mecánica cuántica conocida como «de los muchos mundos». Su creador, Hugh Everett III, la propuso en su tesis doctoral en 1957. De una forma extremadamente sencilla viene a decir que cuando nos encontramos en una situación en la que un acontecimiento cualquiera está a punto de suceder y puede hacerlo de distintas maneras, todas ellas tienen lugar en realidad, pero cada una en un universo distinto que se crea en ese preciso y determinado instante. Para entenderlo suponed que sois miembros del sexo masculino y vuestras inclinaciones carnales son heterosexuales (siempre visualizo mejor los ejemplos que me son más familiares); ahora imaginad que un amigo os presenta a Scarlett Johansson. Vosotros os acercáis a la diosa y, sin saber muy bien por qué, le preguntáis, sin rubor, si estaría dispuesta a aceptaros como vicioso compañero retozador. Según la visión de Everett, en vuestro triste y soso universo lo más probable es que Miss Johansson os espetase un sonoro y contundente: «No» en pleno rostro. Ahora bien, por cortesía de la mecánica cuántica, de forma simultánea, se generaría un mundo alternativo o universo paralelo en el que otra versión de vosotros mismos sería agraciada con la realidad del deseo insatisfecho por la enorme mayoría de simples mortales, es decir, con un: «Sí» igual de rotundo. Así pues, de las dos opciones posibles, ambas tienen lugar pero en universos o realidades diferentes. Sin embargo, si todos los mundos alternativos que se generan en cada suceso aleatorio son, según Everett, igualmente reales, ¿cómo es que no experimentamos la sensación de vivir en ellos?
La serie de dibujos animados Futurama.
La respuesta a la pregunta anterior fue propuesta por el físico alemán Dieter Zeh en 1970. Zeh introdujo el fenómeno de la decoherencia cuántica para explicar que solamente experimentamos uno de los muchos mundos a causa de que todos y cada uno de ellos están fuera de sintonía con el resto, a semejanza de las emisoras de un aparato de radio, donde únicamente podemos sintonizar una emisora de cada vez eligiendo apropiadamente su frecuencia en el dial.
A pesar de la aparentemente insalvable dificultad anterior, los físicos llevan mucho tiempo preguntándose por la posibilidad de viajar o acceder a estos otros universos, sean de nivel 1, 2 ó 3, siempre según la clasificación de Tegmark.
Especialmente hilarantes son las situaciones que pueden llegar a darse cuando argumentos como el de Everett se llevan al extremo, como ocurre en la célebre serie animada Futurama, en concreto en el decimoquinto episodio de la cuarta temporada titulado «La paracaja de Farnsworth». En él, el estrambótico profesor intenta deshacerse de su penúltima creación: una caja que permite, al introducirse en su interior, trasladarse a un universo paralelo, donde todos los personajes de la serie poseen sus contrapartidas (hay un Fry rubio y otro moreno, una Leela con el pelo morado y otra con el pelo rojo, un Bender plateado y otro dorado, etc.) y viven existencias alternativas condicionadas por esos «otros» resultados producidos como consecuencia de arrojar una moneda al aire. Así, por ejemplo, en el primer universo, Leela lanza la moneda con el fin de decidir si introducirse en la caja o no, obteniendo el resultado a favor; en el otro universo, la para-Leela obtuvo el resultado opuesto, lo que provoca que ambas se encuentren en el segundo universo, donde eventos opuestos han tenido lugar como consecuencia de otros tantos lanzamientos de monedas. Hasta el para-profesor Farnsworth presenta un enorme «costurón» en el cráneo al decidir abrírselo él mismo con un martillo después de haber tenido buena suerte con la moneda en su realidad paralela.
Desafortunadamente, la caja del profesor sufre un desgraciado accidente, mezclándose con miles de otras similares, cada una de ellas conducente a sendos universos alternativos diferentes, lo que provoca que los protagonistas deban ir en busca de la original, la que los devuelva a su realidad de origen. Comienza entonces una orgía desenfrenada de visitas a universos paralelos de lo más absurdos, como el número 25, donde nadie tiene ojos; el número 1729, en el que todo el mundo tiene una cabeza que oscila arriba y abajo, de manera similar a como hacían aquellos perritos tan de moda que se solían llevar en la parte trasera de los coches allá por las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado; el número 31 está habitado por versiones robóticas de los protagonistas y el número 420 por jipis de vida ociosa y despreocupada.
Ni siquiera el bebé más heterodoxo en la historia de la televisión ha podido resistirse a la tentación de construir un dispositivo capaz de trasladarnos a otros universos paralelos y brindarnos la oportunidad de vivir realidades alternativas. Me estoy refiriendo, ni más ni menos que a Stewie Griffin, el simpático protagonista de la serie Padre de familia (Family Guy). Acompañado de su fiel perro Brian, visitan al azar (accidentalmente, han pulsado el infame botón «aleatorio», con el que va debidamente equipado el aparato) universos tan estrambóticos como uno en el que el cristianismo nunca existió y, lógicamente, la sociedad se encuentra mil años más avanzada que la nuestra; otro donde los norteamericanos jamás lanzaron la bomba atómica sobre Hiroshima y, por tanto, los japoneses nunca llegaron a abandonar los Estados Unidos; un tercero habitado únicamente por personajes con dos cabezas: una que muestra continuamente una cara feliz y la otra siempre triste; un universo donde los humanos se han convertido en mascotas para perros; un universo donde hasta el último detalle ha sido creado por Walt Disney; otro en el que Frank Sinatra no existió y no pudo, en consecuencia, influir en la elección del presidente Kennedy, así que ganó Nixon, quien provocó la crisis de los misiles en Cuba y la Tercera Guerra Mundial; u otro en el que únicamente habita cierto individuo que grita cumplidos continuamente. Hasta hay un universo donde todo el mundo «tiene que hacer caca ahora mismo». Perdonad que os deje así. Enseguida vuelvo…