Capítulo 28
Bricolaje extravagante

El instante es la continuidad del tiempo, pues une el tiempo pasado con el tiempo futuro.

Aristóteles

Materiales necesarios:

Espuma cuántica

Acelerador de iones pesados

Iones pesados (por supuesto)

Bombas termonucleares (unas cuantas bastarán)

Materia exótica (cuanta más, mejor)

Láseres

(Opcional) Agujero negro (si es de tamaño microscópico, tanto mejor)

Electrones u otras partículas con carga eléctrica

(Opcional) Estrella de neutrones

(Opcional) Nave espacial hiperveloz

Eleanor «Ellie» Arroway solía fantasear desde niña con las estrellas, los planetas, las galaxias. Siempre acompañada por su padre, adquirió una emisora de radio con la que disfrutaba comunicándose con otras personas, de un extremo al otro lado del país. Pero su sueño más anhelado iba mucho más allá: llegar a hablar con su madre, fallecida siendo Ellie muy pequeña, entablar contacto con otros seres inteligentes, en otros mundos lejanos, en otras partes del Universo. Después del fallecimiento también de su padre, Ellie tuvo que aprender a vivir sola, a pensar sola, desterrando para siempre de su mente la idea de Dios. Todo debía tener una explicación racional, científica; no había sitio para la fe. Con el paso de los años, Ellie creció y se convirtió en la doctora Eleanor Arroway: astrofísica. Su trabajo, ninguneado por la gran mayoría de colegas, consistía en escuchar señales de radio procedentes del espacio profundo, de otras estrellas. Ellie era una investigadora del proyecto SETI (Search of Extra Terrestrial Intelligence). Una noche, cuando la paciencia y el apoyo económico estaban a punto de agotarse, en el radiotelescopio del observatorio, de repente, se escucha una señal extraterrestre procedente de la estrella Vega, en la constelación de Lyra, nada menos que a 26 años luz de la Tierra. Codificadas en esta señal, aparecen cientos de páginas llenas de instrucciones precisas para construir lo que parece ser una nave espacial muy avanzada.

Ellie (Jodie Foster) escucha una señal extraterrestre procedente de la estrella Vega.

De manzanas y gusanos

El párrafo anterior hace alusión a la película Contact (Contact, 1997) dirigida por Robert Zemeckis y basada en la novela homónima de Carl Sagan, publicada en 1985. La historia de la gestación de esta novela es enormemente curiosa. Durante la primavera de 1985, Sagan llamó por teléfono a su amigo Kip S. Thorne, quien por aquel entonces se encontraba trabajando en el Instituto Tecnológico de California, para pedirle consejo y asesoramiento sobre la física involucrada en su novela. Sagan quería que la ciencia involucrada en su manuscrito fuese lo más correcta posible, ya que la forma de viajar hasta Vega que proponía consistía en utilizar agujeros negros como medios de transporte y Thorne era un experto reconocido mundialmente en la física de los agujeros negros. Pero Thorne se dio cuenta inmediatamente que aquella forma de viaje interestelar presentaba muchos y serios inconvenientes.

En efecto, los agujeros negros eran una clase especial de soluciones de las ecuaciones de campo de la relatividad general de Einstein, formulada en 1915. Estas primeras soluciones habían sido encontradas por Karl Schwarzschild mientras se encontraba de servicio en las trincheras del frente ruso, durante la Primera Guerra Mundial. Schwarzschild estaba interesado en estudiar el comportamiento del espacio-tiempo en las proximidades de estrellas muy masivas, con grandes campos gravitatorios. Encontró que cuando la masa de una de estas estrellas superaba un determinado límite, su propia gravedad no se vería frenada por ninguna otra fuerza del Universo, produciéndose un colapso que acabaría en lo que se denominaba una singularidad espaciotemporal, un punto sin volumen y con una densidad infinita. Las fuerzas de marea gravitatorias en el interior de un agujero negro serían inmensas, descomunales y absolutamente nada ni nadie podría resistirlas sin ser reducido a pura radiación; ni siquiera la misma luz podría escapar de las cercanías de un agujero negro.

En la década de los años 1980, Thorne era consciente de todos estos inconvenientes y por ello aconsejó a Sagan que utilizase como hipotéticos medios de transporte interestelar unos objetos surgidos también de las ecuaciones de la relatividad general y mucho más prometedores que los agujeros negros. Estos objetos, puramente teóricos, habían sido encontrados por el físico austríaco Ludwig Flamm en 1916, tan sólo un año después de la formulación de la teoría de Einstein. Constituían una especie de atajos entre dos puntos arbitrariamente distantes del espaciotiempo. Más de 40 años después, en 1957, el físico John Wheeler, bautizó a tales objetos como «agujeros de gusano», término que se ha mantenido hasta hoy. Los denominó así porque semejaban a los agujeros practicados por un gusano de la fruta que pretendiese trasladarse de un extremo a otro de una manzana atravesándola por su interior, en lugar de hacerlo desplazándose por la superficie de la misma.

Ellie Arroway ya tenía su nave espacial. Pero aún faltaban muchos inconvenientes por resolver. De aquella consulta de Carl Sagan a su amigo Kip Thorne surgiría una época de brillantes, audaces ideas; se desarrollaría la física de los agujeros de gusano. Allí mismo habían nacido las primeras ideas para construir… una máquina del tiempo.

Construyendo una máquina del tiempo: primera fase

Una vez descartados los agujeros negros como vehículos de transporte interestelares, Thorne comenzó a preguntarse acerca de la posibilidad real de disponer de un agujero de gusano. ¿Existían estas entidades en algún lugar del Universo? ¿Eran estables? ¿Podría viajar por ellos un ser humano sin sufrir los serios contratiempos que tenían lugar tanto en las cercanías como en el interior de los agujeros negros? ¿Qué se requería para utilizar el agujero de gusano como vehículo espacial? ¿Se disponía de la tecnología necesaria?

Aunque a pesar de que tanto los agujeros negros como los agujeros de gusano constituían verdaderas soluciones matemáticas de las ecuaciones de campo de la relatividad general, allá por la última década del siglo pasado, existían evidencias experimentales bastante claras sobre la existencia real de los primeros y, actualmente, son muy pocos los astrofísicos que aún dudan. Por el contrario, los agujeros de gusano han permanecido desde 1916 en el terreno de lo desconocido. Ninguna observación en absoluto parece señalar su presencia o posible forma de detección, aunque hay quien piensa que podrían ocultarse en los núcleos de algunas estrellas.

El concepto de agujero de gusano puede visualizarse acudiendo a la tradicional imagen del espacio como si de una malla elástica gigantesca se tratase (del todo similar a la que tienen los trapecistas en el circo para evitar daños en las caídas) donde los planetas, estrellas, galaxias y demás objetos del Universo se encuentran distribuidos. Cuanto más grande sea la masa de cada objeto, tanto más deformada estará la malla en sus cercanías. Una galaxia deformará mucho el espacio próximo a la misma, una estrella menos y un planeta mucho menos aún. Un objeto que se acerque al «hoyo» producido por otro quedará más fácilmente atrapado en él cuanto más profundo sea. Así, es la masa la responsable de la deformación del espacio y la gravedad se interpreta como una mera propiedad geométrica del mismo. Más aún, no solamente se deforma el espacio, sino también el tiempo (en realidad, ambos constituyen una sola entidad que recibe el nombre de espaciotiempo). En las cercanías de los cuerpos extraordinariamente compactos, el campo gravitatorio deforma tan enormemente el espaciotiempo que los relojes avanzan mucho más lentamente que en otra región donde la gravedad es menor. El caso más extremo se da en el centro de un agujero negro, donde se encuentra la singularidad espaciotemporal de la que os hablé un poco más arriba. Dicha singularidad representa un punto de curvatura espaciotemporal infinita. Pero el tiempo hace cosas raras bastante antes de encontrarnos en el centro de un agujero negro. Si pudiésemos observar desde un lugar suficientemente alejado una nave espacial, mientras se aproxima a uno de estos terribles objetos, llegaría un momento en el que contemplaríamos la imagen del vehículo congelada en el tiempo. A esta región que rodea el agujero negro se la conoce como horizonte de sucesos. Si esto os parece extraño, os diré que aún hay más. Si desde fuera nunca vemos la nave espacial alcanzar la singularidad, aún es peor lo que vería el tripulante del vehículo. En efecto, para él el tiempo transcurriría infinitamente deprisa y contemplaría cómo el Universo desaparece prácticamente ante sus ojos (ver capítulo 9).

Pero todo esta verborrea espaciotemporal no tiene otro propósito oculto que llegar a contaros la cuestión referente al agujero de gusano con que había comenzado el párrafo anterior. Bien, voy con ello. Cojamos la malla elástica que representa el espaciotiempo y doblémosla por los extremos formando una especie de letra U tumbada horizontalmente. Si pretendiésemos, por ejemplo, viajar entre dos puntos arbitrarios situados sobre la malla, podríamos estar obligados a recorrer una enorme distancia. Sin embargo, si fuésemos capaces de practicar en cada uno de estos puntos sendos agujeros, podríamos pasar a través de estos y alcanzar nuestro destino mucho más rápidamente. La única pega es que entre ambos orificios no hay nada, ya que la malla es una imagen bidimensional que representa todo el universo, todo el espaciotiempo. Fuera de ella no hay nada y nosotros hemos atravesado la malla y hemos cruzado por el aire desde un agujero hasta el otro. Así pues, un agujero de gusano representaría este atajo en el mundo tetradimensional (tres dimensiones espaciales más el tiempo) que conocemos y experimentamos normalmente. Los agujeros practicados se denominan bocas y el túnel que los comunica recibe el nombre de garganta. Evidentemente, la garganta debe existir fuera del espacio tridimensional ordinario que conocemos. Algunos científicos afirman que este paso entre las bocas se efectúa por el hiperespacio. Ellie Arroway ya podía realizar su viaje de 26 años-luz hasta Vega en un tiempo relativamente corto. Para ello, no tenía más que seguir las instrucciones de la civilización alienígena. Y estas no consistían en otra cosa que en fabricarse un agujero de gusano que conectara Vega con la Tierra. ¿Cómo era posible? ¿Eran los veguianos una civilización más avanzada que la nuestra? ¿Habían descubierto agujeros de gusano en algún lugar del cosmos y aprendido a dominarlos, a traerlos y llevarlos de un lugar a otro y a viajar por ellos sin peligro? ¿Y si no los habían encontrado, eran capaces de construirlos? ¿Cómo? ¿Podríamos aprender a hacerlo nosotros con nuestra tecnología?

Las respuestas a preguntas como las anteriores comenzaron a responderse a mediados del siglo XX. En 1955 el físico John Wheeler y su estudiante Charles Misner estaban trabajando en un tema enormemente intrigante. Se preguntaron por el aspecto que presentaría el espacio (en realidad, más precisamente, el espaciotiempo) si se pudiese llegar a observar a una escala extraordinariamente pequeña, mucho más allá de la escala atómica, mucho más allá de la escala nuclear, mucho más allá del interior de los quarks, en caso de disponer de un microscopio extremadamente potente. Wheeler y Misner habían encontrado el trozo de espacio más pequeño posible, una cantidad que había sido bautizada 55 años antes como longitud de Planck (en el diámetro de un protón caben unos 100 trillones de longitudes de Planck). Por debajo de la longitud de Planck, las leyes de la física dejarían de tener sentido. Wheeler derivó a partir de la longitud de Planck el tiempo de Planck, el lapso de tiempo que tardaría la luz en recorrer la longitud de Planck. En la actualidad, los cosmólogos consideran que el tiempo de Planck es el instante más antiguo al que se pueden remontar después del Big Bang y para el que aún siguen siendo válidas las leyes de la física conocidas. Pues bien, tanto Wheeler como Misner estaban convencidos que a la escala de Planck, el espaciotiempo era una entidad muy, muy extraña. No tenía ninguna forma definida. Estaría constituido por estructuras similares a tramos lisos, otros muy curvados o cerrados sobre sí mismos. Además, dichas estructuras surgirían de forma espontánea y totalmente imprevisible en un lugar u otro, simplemente gobernados por las leyes cuánticas, de carácter probabilista. En particular, algunas de las estructuras indefinidas anteriores podrían perfectamente ser agujeros de gusano extraordinariamente diminutos. A la extraña entidad que constituía el espaciotiempo a tamaños tan pequeños como la longitud de Planck se la pasó a conocer como espuma espaciotemporal o, más comúnmente, como espuma cuántica. ¿Recordáis cuál era el primero de los materiales que necesitábamos para construir una máquina del tiempo?

La protagonista de Contact en la máquina que la llevará, a través de un agujero de gusano, al otro lado de la galaxia.

Construyendo una máquina del tiempo: segunda fase

Continuando con la cuestión que nos ocupa, un inconveniente muy serio que presentaban estas estructuras espaciotemporales de dimensiones tan inimaginablemente diminutas como eran los agujeros de gusano que se encontraban surgiendo por aquí y desvaneciéndose por allá, entre las olas del mar de espuma cuántica, era que no había manera alguna de saber en qué lugar y en qué instante se iban a dar semejantes acontecimientos tan extraordinarios. Así pues, resultaba impensable capturar uno de estos agujeros de gusano. Y, aunque hubiese la más mínima posibilidad de conseguirlo, restaba la cuestión de su utilidad práctica, ya que sus dimensiones reales (escala de Planck) no resultaban las más adecuadas para poder ser utilizados como naves espaciales, a no ser que se pudiera reducir al mismo astronauta hasta tamaños comparables, lo cual no parecía estar al alcance de la ingeniería genética más avanzada.

Nos encontramos, entonces, ante una aparente encrucijada. Por un lado, no parece haber evidencia alguna acerca de la existencia de agujeros de gusano de tamaño macroscópico en rincón alguno del universo observable. Por otro lado, si la teoría de Wheeler es correcta, estas estructuras se encuentran permanentemente a nuestro alrededor, aunque ocultas a la vista, de forma más que abundante, formando parte de la espuma cuántica pero, en cambio, no hay manera de atraparlas debido a sus efímeras existencias. ¿Cuál es la solución al problema? Muy sencillo: ¿qué tal construir una, fabricar un agujero de gusano?

Cuando Thorne y sus colaboradores se plantearon la cuestión del empleo de agujeros de gusano como vehículos de transporte interestelar o intergaláctico, enseguida se dieron cuenta de que no iba a resultar tan sencillo. De hecho, determinaron que a no ser que emplearan una nueva clase de materia desconocida (ellos la llamaron «materia exótica») iba a resultar del todo imposible que el agujero de gusano no colapsase y, por tanto, dejase de ser viable. El colapso sería tan rápido que no solamente el astronauta no tendría tiempo de atravesarlo, sino que ni siquiera la luz podría llevar a cabo semejante hazaña. Aquella materia exótica debía tener la misión de evitar que tanto las bocas como la garganta del agujero de gusano no permaneciesen en su sitio tanto tiempo como fuera preciso, manteniendo en todo momento unas condiciones físicas soportables para el viajero. Además, su comportamiento debía ser tal que proporcionara una presión negativa (hacia afuera) o un efecto antigravitatorio (masa negativa) con objeto de que las bocas no se cerrasen a causa de la enorme presión positiva (hacia adentro) que reinaba en su interior. Dicha presión en el interior de la garganta del agujero de gusano varía inversamente con el cuadrado del radio mínimo de la misma, alcanzando valores comparables a los existentes en el centro de las estrellas de neutrones (billones de cuatrillones de toneladas por centímetro cuadrado) para radios de la garganta de tan sólo unos pocos kilómetros. En caso de no querer hacer uso de la materia exótica, el mismo efecto se podría lograr mediante el empleo de campos magnéticos con intensidades de unos centenares de teslas (varios millones de veces más intensos que el campo magnético terrestre). Sin embargo, la pega era que entonces la garganta del agujero de gusano debía tener un radio mínimo del orden de unos pocos años luz. A ver quién era el listo y osado que podía construir un agujero de gusano de semejantes dimensiones.

¿De dónde sacar, pues, la materia exótica con masa negativa requerida? ¿Recordáis el capítulo 10 y a nuestro viejo amigo Hendrik Casimir? Pues más o menos por ahí van los tiros. Pero, antes de solucionar este problema, si habéis puesto un poco de atención, habréis caído en la cuenta de que hemos dejado una cuestión pendiente. Estamos hablando de cómo mantener abierto y atravesable nuestro ansiado agujero de gusano y, sin embargo, aún no hemos dicho nada acerca de cómo crearlo. Volvamos, entonces, de nuevo, al principio.

No olvidéis que, a causa de lo impredecible que resultaba conocer tanto el lugar como el instante preciso en que podría surgir un agujero de gusano cuántico en la espuma espaciotemporal, la única alternativa viable debería de consistir en reproducir nosotros mismos las condiciones físicas que se dan a la escala de Planck (en la película Contact, parece ser una civilización mucho más avanzada que la nuestra la que ha hecho realidad semejante logro tecnológico). Para ello, sería preciso generar una energía capaz de recrear una situación lo más parecida posible a la que debió de reinar durante los momentos iniciales posteriores al Big Bang, cuando la temperatura del Universo rondaría los cientos de millones de cuatrillones de grados (temperatura de Planck) y concentrarla en una región del espacio tan pequeña como la longitud de Planck. Y bien, ¿cómo se hace esto? Pues, ni más ni menos que con ayuda de algunos de los extravagantes materiales enumerados al comienzo del capítulo.

Bien, tal como señala Paul Davies en su asombroso y absolutamente recomendable libro Cómo construir una máquina del tiempo, primeramente necesitamos iones pesados, de elementos que en la tabla periódica posean números atómicos elevados, como el oro o el uranio, por ejemplo. En segundo lugar, debemos acelerarlos a velocidades próximas a la de la luz. Para esto, no hay como un buen acelerador de partículas. Si disponemos del dinero y la ingeniería adecuada, ya sólo resta bajar la palanca hasta la posición de ON y meterles un poco de caña a los iones. Cuando estos colisionen entre sí a tan enormes velocidades, ni siquiera sobrevivirán sus núcleos. Más bien, las partículas que los constituyen, como los protones y los neutrones se pulverizarán y darán lugar a una serie de partículas más elementales, como son los quarks y gluones, los cuales formarán una especie de burbuja tan caliente que alcanzará rápidamente una temperatura del orden de las decenas de billones de grados. Sin embargo, en el párrafo anterior os señalaba que se precisan temperaturas aún mucho más elevadas, de hecho unos diez trillones de veces mayores. Y si queremos lograrlas no queda más remedio que comprimir la burbuja de quarks-gluones hasta una trillonésima parte de su tamaño actual. La idea del profesor Davies consiste en la disposición con geometría esférica y perfectamente simétrica de una serie de bombas termonucleares, en el centro de la cual se sitúa el objetivo (en este caso, la susodicha burbuja de quarks-gluones). Los enormes campos magnéticos que se generasen en la detonación de los artefactos termonucleares ejercerían presiones idénticas dirigidas hacia el centro de la disposición esférica, provocando la implosión del blanco-burbuja, donde se generarían unas densidades inimaginables cuyo resultado probable sería bien la creación de un agujero negro (resultado no deseado), bien la de un agujero de gusano de tamaño diminuto. Ahora ya sí que estamos en disposición de retomar la cuestión de la materia exótica y de cómo conseguir que nuestro agujero de gusano adquiera las dimensiones adecuadas para albergar en su interior una nave espacial de forma segura. «Ellos quieren que vaya un americano, doctora [Arroway]. ¿Le apetece un paseo?»

Construyendo una máquina del tiempo: tercera fase

Pero continuemos. Habíamos dejado a la idealista doctora Arroway con la miel en los labios, ya que con un agujero de gusano del tamaño de una miserable longitud de Planck, la verdad es que poca cosa puede hacer, salvo que ella misma quiera someterse a una implosión semejante a la experimentada por la burbuja de quarks-gluones y quedarse con una talla de pecho que a ver dónde se va a comprar los sujetadores, como no sea en «Lencería Planck». En fin, que Ellie más bien va a necesitar una buena cantidad de materia exótica si lo que pretende es evitar que la garganta del agujero de gusano cuántico se cierre antes de que se dé cuenta y arruine su periplo hasta Vega. Pero este no será el único problema que deberá afrontar nuestra intrépida heroína. Además de incrementar su tamaño para que un ser humano pueda transitar por él, el viaje por el agujero de gusano debe resultar confortable, es decir, la gravedad en su interior debe ser fácil de soportar, como nos sucede en la superficie de la Tierra. Se necesita, pues, como ya dije antes, una buena dosis de materia con propiedades antigravitatorias (masa negativa) que compense, en parte, las descomunales fuerzas atractivas reinantes que tienden a llevar al agujero de gusano a colapsar en tiempos extremadamente cortos. Una cosa está clara y es que cuanta más materia exótica tengamos en el almacén tanto mayor podremos hacer el diámetro de las bocas de nuestro agujero (buf, qué mal suena esta frase). Sin embargo, los cálculos nos golpean en el ego, mostrándonos la cruda realidad. Una boca de aproximadamente un metro de diámetro requiere una cantidad de materia exótica del orden de la masa de un planeta semejante a Júpiter. Y ya sabéis lo difícil que resulta encontrar la susodicha, que ni con el célebre efecto Casimir se consiguen cantidades apreciables. Quizá esta sea la razón por la que en la película Contact únicamente puede viajar un solo pasajero a bordo de la máquina; simplemente, el agujero de gusano no se podía hacer mayor. Ni los pobres veguianos se libran de la crisis del mercado de materia exótica.

Ahora bien, una civilización suficientemente avanzada, como parecen ser los veguianos que, tan amablemente, hacen llegar a los atrasados terrícolas las instrucciones, eso sí, tridimensionalmente organizadas, para la construcción de un hiperveloz vehículo de transporte interestelar, bien podría conocer algún medio o técnica para sintetizar cantidades enormes de masa negativa o, alternativamente, haber descubierto fuentes naturales de la misma, como en las hipotéticas cuerdas cósmicas formadas en los primeros instantes posteriores al nacimiento del universo, tal y como lo conocemos. Sea como fuere, supongamos que hemos sido capaces de ensanchar el agujero de gusano hasta unas dimensiones adecuadas a la escala humana. ¿Qué hacemos ahora con él?

Si pudiéramos embarcar una de las bocas de un agujero de gusano a bordo de una nave espacial capaz de desplazarse a una velocidad comparable a la de la luz —con Hyde a bordo—, la otra boca la dejáramos en tierra, con el profesor Jekyll en un centro de estudios avanzados, y sincronizáramos los relojes de ambos —del astronauta Hyde y del profesor Jekyll, dos versiones de la misma persona—, a través de su correspondiente boca del agujero de gusano, ambos se verían separados únicamente por la longitud de la garganta de dicho agujero. Si se observaran por el espacio ordinario, a medida que transcurriera el tiempo, la distancia entre la nave y la Tierra iría aumentando, pero a través del agujero de gusano, la distancia se mantendría constante durante todo el viaje.

Bien, ante todo es preciso aclarar que un agujero de gusano situado en un centro de investigación avanzada sobre agujeros de gusano tiene mucho interés teórico, pero casi ninguno práctico. La verdadera utilidad de un artilugio semejante consiste en poder emplearlo como medio de transporte cuasi-instantáneo entre dos puntos arbitrariamente alejados entre sí. Si una de las bocas se encuentra en la Tierra y la otra en Vega, podríamos ir de la primera a la segunda, o viceversa, en un tiempo relativamente corto, dependiendo de la longitud de la garganta del agujero de gusano (recordad que esta distancia se recorre por una dimensión espacial distinta a las tres dimensiones ordinarias; llamadlo hiperespacio si queréis). Sin embargo, si el viaje lo lleváramos a cabo por el espacio ordinario, incluso a la velocidad de la luz, emplearíamos nada menos que 26 años (medidos en tiempo terrestre). Así pues, para establecer el «puente aéreo» Tierra-Vega habría que transportar de alguna manera (por ejemplo, a bordo de una nave espacial) una de las dos bocas hasta Vega. Ahora bien, ¿cómo se realiza esto?

Debo admitir con resignación que, a ciencia cierta, nadie lo sabe con seguridad. Se han propuesto alternativas, pero más bien bastante especulativas y nunca satisfactorias del todo. Entre ellas, cargar eléctricamente la boca a bordo de la nave y arrastrarla mediante el empleo de un campo eléctrico adecuado; y también utilizar un asteroide de gran tamaño con el que remolcar gravitatoriamente la boca del agujero de gusano hasta el punto de destino.

Pero no nos distraigamos de nuestro objetivo inicial. ¿Cómo proceder para transformar nuestro agujero de gusano en una máquina del tiempo? Pues ni más ni menos que con ayuda, una vez más, de la teoría de la relatividad de Einstein. Y, de manera totalmente intencionada, no especifico si es la especial o la general, porque pueden ser ambas, tal y como enseguida explicaré.

Admitamos por un momento que somos capaces, por el medio que sea, de embarcar una de las bocas del agujero de gusano a bordo de una nave espacial capaz de desplazarse a gran velocidad (comparable a la de la luz). La otra boca la dejamos en tierra, en el centro de estudios avanzados. Sincronicemos los relojes del astronauta Hyde, a bordo de la nave, y el del profesor Jekyll, quien permanece en el laboratorio terrestre. Si cada uno de ellos echa un vistazo a través de su correspondiente boca (no la que tienen bajo sus narices, sino la de cada uno de los dos extremos del agujero de gusano) verá a su otro colega tan sólo separado por una distancia muy pequeña (la longitud de la garganta del agujero de gusano). Sin embargo, si miran por fuera de las bocas, por el espacio ordinario, se encontrarán separados por la distancia «normal» entre el laboratorio y la rampa de lanzamiento. Ahora dejemos que despegue la nave y se aleje continuamente de la Tierra a decenas de miles de kilómetros por segundo. A medida que transcurre el tiempo, la distancia entre la nave y la Tierra va aumentando más y más, pero tan sólo si se mide por el espacio ordinario; a través del agujero de gusano siguen a la misma distancia que al principio, y esta distancia se mantiene constante durante todo el viaje. Al llegar a su destino, Hyde emprende el regreso. Algún tiempo después, habla con Jekyll a través del agujero y le comunica que se está aproximando a la rampa de lanzamiento y, en breve, tomará tierra. El profesor comprueba, también a través de su boca del agujero de gusano, que su alter ego viajero, efectivamente, está llevando a cabo las últimas maniobras de aproximación. En cambio, echando un vistazo por fuera, por el espacio ordinario, no ve nada. Es más, de acuerdo con sus cálculos, aún falta bastante tiempo para que Hyde aterrice. Vuelve al laboratorio, mira de nuevo por el agujero, y ve a Hyde en la rampa de lanzamiento, dispuesto a bajar del vehículo. Regresa, una vez más, al exterior de su laboratorio y constata, de nuevo, que en la rampa no hay señales de aterrizaje alguno…

Construyendo una máquina del tiempo: cuarta fase

El doctor Jekyll reflexiona durante un instante y comienza a verlo todo claro. Y yo, que soy el autor de este libro y, por tanto, quien mueve los hilos de mis dos marionetas, os lo paso a contar de la manera más clara que me sea permitida.

¿Qué sucedería si el agujero de gusano que mantiene en estrecho contacto a Jekyll con Hyde no estuviera presente? Para entender esta circunstancia, hay que recordar la teoría de la relatividad especial de Einstein. Debido a que Hyde ha estado viajando por el espacio a una velocidad del orden de la de la luz en el vacío (300 000 km/s), el tiempo a bordo de su nave ha transcurrido a diferente ritmo que el tiempo en el laboratorio terrestre de su colega, el doctor Jekyll; de hecho, el viaje de ida y vuelta ha durado menos medido en tiempo de la nave que en tiempo del laboratorio. Así pues, cuando Hyde regresa es más joven que Jekyll (como son dos versiones de la misma persona, inicialmente, antes de emprender la aventura, tenían la misma edad). En realidad, lo que ha sucedido es que Hyde ha viajado a su propio futuro y se ha encontrado allí con una versión buena de su personalidad desdoblada, pero de más edad. Ahora bien, si el bueno del doctor Jekyll se dejase guiar por el reloj de su yo mezquino podría considerar que, tras ingerir la pócima milagrosa, ha rejuvenecido o, equivalentemente, que ha viajado a su propio pasado. Sólo que esto último no deja de ser un sueño, algo irreal.

Volvamos de nuevo a la situación que están viviendo nuestros dos protagonistas, uno en el centro de estudios avanzados y el otro a bordo de la nave espacial relativista. ¿Por qué el primero observa la rampa de lanzamiento vacía si lo hace por el espacio ordinario, mientras que asiste, atónito, al aterrizaje cuando echa un vistazo a través de la boca del agujero de gusano situada en el laboratorio? Muy sencillo, porque los relojes de Jekyll y Hyde han permanecido sincronizados en todo momento a través del agujero de gusano, pero se han desincronizado por fuera del mismo como consecuencia del efecto de la dilatación temporal relativista. En otras palabras, lo que Hyde ve a través de la boca del agujero de gusano a bordo de la nave es su pasado, un instante de tiempo en la Tierra en el que aún no ha aterrizado y que es corroborado por lo que Jekyll le está diciendo desde el otro extremo del agujero. Recíprocamente, el bondadoso doctor, cuando mira a través de la boca situada en el laboratorio no hace otra cosa que asistir a su propio futuro, a un momento del tiempo que aún no ha tenido lugar en la Tierra. Si cualquiera de nuestros dos amigos se introdujese en el interior del agujero de gusano, viajaría de forma prácticamente instantánea, bien hacia el futuro (Jekyll), bien hacia el pasado (Hyde). El agujero de gusano se ha transformado en una máquina del tiempo que conecta dos instantes separados por un intervalo que depende tanto de la velocidad a la que se ha desplazado la nave como de la distancia recorrida por la misma. De esta manera, ha quedado establecida una diferencia temporal permanente entre las dos bocas. Se puede entrar por una de ellas y salir inmediatamente por la otra en un instante diferente, siendo posible repetir la maniobra casi todas las veces que se desee y acumulando desfases temporales de horas, días e incluso años. La única limitación existente consiste en que jamás se podrá retroceder al pasado hasta una fecha anterior a la construcción de la máquina.

A la vista del párrafo anterior, parece claro que nuestro invento está terminado y listo para poder utilizarse a capricho, siempre que seamos capaces de llevar a cabo todas las tareas que os he ido exponiendo en las páginas anteriores o, alternativamente, que una civilización mucho más avanzada que la nuestra (los veguianos, por ejemplo) haya llevado a cabo el trabajo por nosotros. Sin embargo, son muchos los inconvenientes que pueden surgir. Uno de ellos tiene que ver con lo siguiente: ¿qué sucede una vez efectuado el viaje de la nave pilotada por Hyde cuando las dos bocas del agujero de gusano, debidamente desfasadas en el tiempo, vuelven a acercarse entre sí, dando lugar a la máquina del tiempo propiamente dicha? ¿No podría suceder que la luz que viajase a través de la garganta del agujero regresase viajando por el espacio normal y volviese a introducirse en la misma boca por la que lo había hecho inicialmente, pero en un instante de tiempo previo al primero? ¿No se encontrarían dos versiones de la misma luz, duplicando así su energía? ¿Y no sería posible que el proceso volviese a repetirse, una vez más, duplicándose de nuevo la energía duplicada antes? ¿Y si sucediese esto una y otra vez hasta hacerse infinita la energía? ¿No se produciría la autodestrucción del mismísimo agujero de gusano?

Con el fin de evitar esta, aparentemente, insalvable dificultad, sería del todo deseable impedir el acercamiento mutuo entre las dos bocas del agujero. ¿Cómo hacer esto, es decir, mantener las dos entradas (o salidas, según se mire) alejadas entre sí y seguir teniendo una máquina del tiempo en el laboratorio? (si ambas están separadas por millones de kilómetros, nuestro artefacto no resulta demasiado eficaz que digamos, aunque continuaría siendo un excelente medio de transporte interestelar hiperveloz). La solución del problema consiste en disponer de un segundo agujero de gusano (el desfase temporal entre sus bocas no sería necesario), con sus bocas respectivas situadas adyacentes a las de nuestra máquina del tiempo (estas últimas podrían estar todo lo alejadas entre sí que quisiéramos). De esta forma, entrando por la boca 1 de nuestra máquina del tiempo saldríamos por la boca 2 en un instante distinto del futuro o del pasado, saltaríamos a la boca 2 del nuevo agujero de gusano, que se encuentra allí mismo, viajaríamos por este segundo agujero y saldríamos de nuevo por su boca 1, que se encuentra al lado de la boca 1 de la máquina. ¡Elemental!

Por último, regresemos de nuevo al momento en que nuestra querida doctora Arroway se dispone a introducirse en la cápsula a bordo de la que emprenderá su ansiado viaje hasta Vega. Comienza la cuenta atrás y… ¡allá va! Al principio nota un suave traqueteo pero, enseguida, la vibración empieza a intensificarse. Experimenta toda una serie de sensaciones extrañas y desconocidas. De repente, todo se detiene y vuelve la calma, pero tan sólo dura un instante. A continuación, una vez más, la misma experiencia, que parece prolongarse sin fin. Ha viajado a través de unos cuantos agujeros de gusano intercomunicados. Por fin, llega a su destino y allí asiste a unos acontecimientos que marcarán profundamente para siempre su vida. A su regreso, el sistema de grabación de a bordo únicamente ha registrado 18 horas de ruido, ni imagen ni sonido, nada que corrobore su increíble experiencia. Desde el centro de control de la misión, en tierra, el periplo de Ellie tan sólo ha durado unos segundos; aparentemente, el viaje nunca tuvo lugar. Curiosamente, nadie había advertido que el sistema de transporte interestelar de los veguianos llevaba asociado un curioso «efecto secundario». El entramado compuesto por varios agujeros de gusano entrelazados se había convertido en una muy particular máquina del tiempo, una cuyas bocas extremas se encontraban desfasadas temporalmente en 18 horas exactamente. Elleanor Arroway había, en efecto, entrado en contacto con una civilización extraterrestre. De hecho, había permanecido con ellos 18 horas, sólo que había regresado antes de partir…