Capítulo 14
No me chilles, que no te veo

A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no.

En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa.

Carl Sagan

En el verano de 1950, Enrico Fermi se encontraba trabajando en Los Álamos, Nuevo México. De todos era conocida su increíble habilidad para resolver cuestiones aparentemente imposibles. Su inusual técnica consistía en descomponer dichos problemas en una serie de otros más simples y cuya respuesta fuese más fácilmente obtenible. Sus colegas le pusieron el apodo de «el Papa» porque, al parecer, poseía la misma facultad que el santo padre: la infalibilidad.

Los problemas que resolvía Fermi eran siempre chocantes a simple vista y casi indefectiblemente producían una sensación de irresolubilidad y de perplejidad a quien se los proponía. Ejemplos de estas cuestiones (hoy las conocemos como problemas de Fermi) pueden ser los siguientes:

¿Cuántos granos de arena hay en las playas de todo el mundo?

¿Cuántos cabellos tiene un ser humano (sin alopecia)?

¿Cuántos átomos hay en un cuerpo humano?

Pues bien, tal y como cuenta Stephen Webb en su libro Where is everybody?, un cierto día de aquel verano de 1950, mientras charlaba apaciblemente con dos de sus amigos, Edward Teller y Herbert York, Fermi les planteó la cuestión que desde entonces se conoce, sorprendentemente, como Paradoja de Fermi. Dicha en muy pocas palabras (realmente no necesita muchas más) podría expresarse tal que así:

«Si el Universo está rebosante de alienígenas, ¿dónde demonios están todos, que, aparentemente, no nos tropezamos con ellos continuamente?».

Nueve años después, Giuseppe Cocconi y Philip Morrison publicaron en la prestigiosa revista Nature el que se considera como el artículo pionero en la búsqueda de vida extraterrestre y el precursor del programa SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre). En este trabajo, los autores proponían utilizar señales de radio para comunicarse con otras posibles civilizaciones inteligentes que pudiesen estar a la escucha. Tan sólo dos años más tarde, en 1961, el astrofísico Frank Drake proponía la ecuación que lleva su nombre y que permitía estimar, como si de un problema de Fermi se tratase, el número de civilizaciones inteligentes con capacidad para comunicarse existentes en nuestra galaxia. Esta cifra se podía obtener a partir del producto de siete cantidades. Os las describo brevemente:

El número de estrellas nuevas que se forman cada año en nuestra galaxia.

La fracción de estrellas capaces de albergar planetas.

El número de planetas, en promedio, de cada una de estas estrellas.

La fracción de planetas capaces de albergar vida.

La fracción de estos capaces de albergar vida y que esta dé pruebas inequívocas de inteligencia (aquí podéis incluir la raza humana, si elimináis a algunos que otros especímenes sospechosos).

La fracción de los mismos que ha alcanzado una tecnología capaz de hacerlos comunicarse con otras potenciales civilizaciones.

La longevidad promedio de cada una de estas civilizaciones, es decir, el número de años que pueden sobrevivir sin desaparecer, extinguirse, etc.

El mismo Drake propuso una solución a su ecuación aquel mismo año. Supuso que el ritmo de formación de estrellas nuevas en la Vía Láctea era de 10 cada año; de ellas, la mitad tendrían la capacidad de albergar planetas; cada estrella poseería, en promedio, un sistema planetario con 2 planetas; todos ellos serían capaces de albergar vida, pero únicamente 1 de cada 100 daría lugar a vida inteligente; de ellos también un 1% solamente poseerían la capacidad de enviar señales al espacio. Si cada una de estas civilizaciones estuviese en condiciones de comunicarse durante unos 10 000 años, entonces el número de ellas ascendería a 10.

Este resultado no parece demasiado optimista, con lo que podríamos tender a pensar que por poco que hubiésemos modificado una de las estimaciones de cualquiera de los siete parámetros que aparecen en la ecuación de Drake, podríamos haber obtenido una cifra aún menor y, por tanto, quizá la respuesta a la paradoja de Fermi. Con un número de civilizaciones tan pequeño, puede que la probabilidad de contactar con alguna de ellas sea tan minúscula que por eso no lo hemos hecho aún.

La paradoja de Fermi es la contradicción entre las estimaciones que afirman que hay una alta probabilidad de existencia de civilizaciones inteligentes en el Universo, y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones. En la película Contact se aborda la posibilidad real de un encuentro entre humanos y extraterrestres.

Ahora bien, ¿cómo saber que los valores introducidos son más o menos correctos y, por tanto, fiables? Desgraciadamente, no parece haber una respuesta a esta pregunta, pues la propia ecuación no es otra cosa que una buena bofetada en nuestro rostro que nos recuerda continuamente nuestra propia ignorancia. No conocemos a ciencia cierta ninguno de los parámetros que aparecen en la ecuación. Sí que es cierto que algunos de ellos se conocen en buena aproximación, como la proporción de estrellas de nueva formación (la NASA estima este valor en 6, actualmente); otros, en cambio, son grandes desconocidos y despiertan una gran controversia en los círculos científicos.

Entre estos últimos se encuentra, indudablemente, la cuestión de la robustez de la vida. ¿Somos los terrestres (todas las criaturas no humanas, incluidas) un accidente cósmico? O, por el contrario, ¿la vida acaba tarde o temprano apareciendo en todos los sitios? Más aún, ¿siempre que surge la vida, esta desemboca necesariamente en la aparición de seres inteligentes?

Evidentemente, no seré yo (con toda mi infinita ignorancia) quien se atreva a dar una respuesta a semejantes preguntas. Simplemente, quiero llamar vuestra atención sobre la gran falta de información que tenemos a la hora de atribuir un valor u otro a ciertos factores de la ecuación. De hecho, el propio Drake propuso una estimación mucho más optimista en el año 2004, transcurridos 43 años después de presentar al mundo por primera vez los resultados de sus sesudos y concienzudos análisis y pensamientos. En efecto, tan sólo modificando el valor de tres de las siete cantidades, obtuvo un número de civilizaciones igual a 10 000. Para ello, redujo a 5 por año el número de estrellas nuevas en la Vía Láctea, incrementó hasta el 20% la fracción de planetas en los que se desarrollaría vida inteligente y supuso que todos ellos estarían comunicándose con el espacio exterior. Y hete aquí que, cual pescadilla que se muerde la cola, hemos vuelto de nuevo al principio. Si realmente hay tantas civilizaciones utilizando en este preciso instante el teléfono cósmico, ¿dónde diantres se meten?

En el espacio, ¿nadie puede oir tus gritos?

El cine de ciencia Ficción siempre ha tratado el tema del contacto con civilizaciones extraterrestres desde diferentes puntos de vista, con más o menos acierto y desde una perspectiva más o menos especulativa, ateniéndose mejor o peor a los conocimientos científicos de la época. Durante la década dorada de los años 1950, los alienígenas solían mostrarse malvados, belicosos e invasores. Los científicos pensaban, en todo momento y situación, bien de ellos y ansiaban establecer comunicación a toda costa; los militares representaban el polo opuesto, siempre desconfiados, temerosos y dispuestos a luchar desde el principio. A esta época pertenecen clásicos imperecederos como El enigma… ¡de otro mundo! (The Thing… from another world!, 1951), Los invasores de Marte (Invaders from Mars, 1953), Vinieron del espacio (It came from outer space, 1953), Los invasores de otros mundos (Target Earth, 1954) o Regreso a la Tierra (This Island Earth, 1955). En el extremo contrario, el de los extraterrestres con buenas intenciones, destacan joyas imperecederas: El ser del planeta X (The Man from planet X, 1951) y Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth stood still, 1951).

Durante la década dorada de los años 1950, los alienígenas solían mostrarse malvados, belicosos e invasores. Los científicos pensaban, en todo momento y situación, bien de ellos y ansiaban establecer comunicación a toda costa; los militares representaban el polo opuesto, siempre desconfiados, temerosos y dispuestos a luchar desde el principio. A esta época pertenecen clásicos como Vinieron del espacio (It came from outer space, 1953).

Sin embargo, los precedentes sobre el primer contacto con otros seres allende nuestro planeta son bastante anteriores, remontándose incluso hasta el siglo XVII con el Somnium, del mismísimo Johannes Kepler o con los trabajos de Camille Flammarion, en la segunda mitad del siglo XIX. Pero a buen seguro que nuestro primer recuerdo sobre alienígenas proviene del clásico de H.G. Wells La guerra de los mundos, publicada en 1898 y, posteriormente, llevada al cine en 1953 por Byron Haskin y en 2005 por Steven Spielberg.

En la ecuación de Drake, la estimación del número de civilizaciones comunicativas en nuestro entorno galáctico se puede estimar, ya lo hemos visto más arriba, como un producto de siete cantidades, cuatro de las cuales se expresan en forma de porcentaje. Y esto acarrea un problema, según la opinión del profesor Lawrence Krauss, autor del maravilloso libro Beyond Star Ttrek. En él explica cómo a través de una conversación con el mismo Frank Drake durante un congreso, le expresó su opinión sobre la peculiar forma de proceder que implicaba la ecuación de Drake. En efecto, razonaba Krauss, si pretendemos calcular la probablidad de un suceso, por otro lado, bastante improbable, es decir, con una probabilidad de ocurrencia muy pequeña y esta se calcula, a su vez, mediante el producto de otras cantidades asimismo muy pequeñas, el resultado puede ser bastante engañoso, ya que quizá no conozcamos la dependencia entre dichos sucesos, más simples, en que hemos descompuesto el suceso original. Os pondré un ejemplo del mismo estilo del que propone Krauss, pero con mi propio aderezo. ¿Cuál es la probabilidad de que me encuentre hoy mismo a las 11:30 con la mujer de mi vida en la cafetería que hay frente a mi despacho en la facultad? Evidentemente, todos coincidiréis conmigo en que este suceso es altamente improbable. Pero descomponiéndolo en otros sucesos más simples, la cosa aún puede ser peor. Para que tenga lugar tan maravilloso acontecimiento (sobre todo, para mí) tienen que acontecer antes otras cosas. Previamente, tengo que encontrarme yo mismo frente a la cafetería, lo cual requiere que esta mañana me haya levantado de la cama antes de las 11:30; tengo que haber llegado a mi puesto de trabajo sin percance alguno; tengo que salir de mi despacho antes de la hora prefijada para el encuentro; tiene que estar la mujer de mi vida en la cafetería (esto también requiere que ella se haya levantado, se haya dirigido hacia allí, etc.); yo tengo que verla, me tiene que gustar, etc., etc. Cada uno de estos sucesos puede tener una probabilidad arbitrariamente pequeña y, por tanto, el producto de todas ellas aún será mucho más pequeño, si cabe.

Os planteo ahora otra pregunta. ¿Cuál es la probabilidad de que yo posea un Ferrari exclusivo? Si tengo en cuenta mi mísero sueldo de profesor universitario, con toda seguridad, todos podréis responder sin dificultad a la cuestión. Será un número pequeñísimo. Por otro lado, ¿cuál es la probabilidad de que mi boleto de lotería primitiva resulte agraciado en el próximo sorteo? La respuesta es obvia. En cambio, si os planteo la siguiente cuestión: ¿cuál es la probabilidad de que yo posea un Ferrari exclusivo si me toca la lotería en el próximo sorteo? ¿Qué me diréis? Prácticamente, coincidiréis conmigo en que ahora las cosas han cambiado bastante, es decir, aunque la probabilidad de ocurrencia de cada uno de los dos sucesos anteriores es muy pequeña, cuando se da uno de ellos, el otro se convierte automáticamente en altamente probable, ya que en este caso la probabilidad no se calcula como el producto de otras probabilidades más simples. Esto es lo que los matemáticos llaman probabilidad condicionada y era el meollo del asunto que discutían Krauss y Drake en referencia a la forma que tenemos de evaluar las distintas proporciones que aparecen en la ecuación de Drake. ¿No podría darse el caso de que estuviésemos procediendo de forma incorrecta a la hora de estimar el número de civilizaciones extraterrestres comunicativas presentes en nuestra galaxia? ¿Resulta igualmente probable que se desarrolle la vida inteligente en un planeta rocoso como la Tierra, perteneciente a un sistema solar que, al mismo tiempo alberga un gigante como Júpiter, que en un sistema solar en el que no lo haya?

Las simulaciones llevadas a cabo mediante ordenador parecen dar una respuesta bastante clara al respecto. Efectivamente, la presencia de planetas grandes del tipo de Júpiter hacen que el impacto de meteoritos sobre otros planetas más pequeños, como la Tierra, tenga una incidencia mucho menor, lo cual evitaría extinciones masivas demasiado frecuentes como para impedir el desarrollo de formas de vida complejas, inteligentes y con capacidad comunicativa con el espacio exterior.

Entonces, ¿en qué quedamos, es grande, como la estimación de Drake en 2004, o es pequeño, como propuso en 1961, el número de civilizaciones avanzadas con capacidad de comunicarse en nuestra galaxia? En cualquier caso, hasta la fecha, la triste realidad es que no tenemos constancia de habernos encontrado con ninguna de ellas. Y digo triste sin mucha seguridad porque, aunque muchos de vosotros podáis pensar que entrar en contacto con una raza alienígena sería el acontecimiento más grande de la historia, también estoy seguro de que muchas otras personas creerían todo lo contrario. Si no, fijaos en algunas de las escenas que aparecen en la película Contact (Contact, 1997), cuando se organiza una especie de feria estrambótica alrededor de las instalaciones donde se está construyendo la gigantesca nave «agujero de gusano» que servirá para que los terrícolas visiten Vega y la civilización alienígena que parece habitar en sus proximidades.

Sea como fuere, y para no extenderme demasiado, un hecho está claro. Al parecer, la paradoja de Fermi sigue ahí, sin respuesta. Si el tema despierta vuestro interés, podéis leer el libro anteriormente aludido, Where is everybody?, por Stephen Webb. En él, se recogen con todo lujo de detalles, 50 posibles soluciones a la aparente ausencia del «primer contacto» con otra civilización no terrestre. El autor las ha ido reuniendo a lo largo del tiempo y las ha clasificado en tres categorías globales:

Están aquí.

Existen, pero aún no se han comunicado.

No existen.

Dentro de la primera categoría, se pueden encontrar algunas como la de que los alienígenas se mezclan en los asuntos humanos, tal puede ser el caso de Supermán (Superman: The Movie, 1978), Alien nación (Alien Nation, 1988) o Están vivos (They Live, 1988); puede que hayan estado aquí en la Tierra y que hubiesen dejado evidencias de su presencia, como se puede ver en El pueblo de los malditos (The Village of the Damned, 1960 y 1995), 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odissey, 1968) o en La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 2005); o quizá seamos nosotros mismos los extraterrestres, tal y como sugiere la teoría de la panspermia.

En cuanto a algunas de las potenciales soluciones a la paradoja de Fermi incluidas en la segunda de las categorías anteriores, se citan las enormes distancias a las que se encuentran las estrellas y sus señales aún no han tenido tiempo de alcanzarnos; o quizá no sepamos cómo escucharlos, en qué frecuencia del espectro electromagnético hacerlo. Un buen ejemplo se encuentra en la película Solaris, tanto en su versión rusa de 1972 como en la hollywoodiense de 2002, ambas basadas en la novela homónima de Stanislav Lem y donde se cuenta la relación entre los humanos y una inteligencia diferente, la de un planeta cubierto en su totalidad por un océano sensible.

Si el Universo está rebosante de alienígenas, ¿dónde están? ¿Y si están en algún sitio pero resulta que el Universo es un lugar mucho más extraño de lo que pensamos, como en Star Wars?

Igualmente, quizá sea posible que la señal que buscamos ya se encuentre presente en los datos que recibimos del espacio exterior y, sin embargo, no seamos capaces de descifrarla; o que no hayamos escuchado lo suficiente; o que todos seamos tan ineptos que solamente estemos escuchando, pero nadie esté transmitiendo. Puede que no quieran comunicarse o, peor aún, que sus matemáticas sean diferentes y no seamos capaces de reconocer la señal. ¿Y si están en algún sitio, pero resulta que el Universo es un lugar mucho más extraño de lo que pensamos, como en Star Wars y Star Trek? ¿Podrían estar ocultos en otra dimensión, en el hiperespacio, o en el Nexus?

Finalmente, dentro de la tercera categoría, podemos encontrar respuestas tan razonables como la de suponer que la vida puede haber surgido tan sólo recientemente, o que seamos los primeros en haber adquirido el nivel tecnológico como para habernos comunicado. De cualquier manera, la misma pregunta que se hizo Enrico Fermi más de 50 años atrás, permanece en el aire y sin una respuesta contundente. Y es esta duda la que nos empuja un día tras otro a seguir atentos, a continuar escuchando…