No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo.
Woody Allen
En el año 3978, el coronel Taylor y sus tres compañeros viajan a bordo de una nave espacial. Una repentina avería les obliga a realizar un aterrizaje forzoso en un planeta «desconocido». Debido al efecto relativista de la dilatación del tiempo, en la Tierra han transcurrido dos mil años, mientras que a bordo tan sólo han transcurrido unos meses. Cuando Taylor y otros dos miembros de la tripulación recuperan la consciencia, comprueban con horror que una de las cápsulas de animación suspendida ha sufrido un mal funcionamiento durante el viaje y su ocupante, la única mujer de la misión, ha muerto.
La teniente Ripley, junto con el resto de la tripulación de la nave Nostromo duermen plácidamente el sueño espacial mientras regresan a la Tierra, procedentes del planeta Thedus, cuando, repentinamente, son reanimados por Madre, el computador de a bordo. Al parecer, ha detectado una señal de socorro alienígena.
Año 2001. La nave Discovery, en rumbo hacia Júpiter, y tripulada por cinco miembros, dos de ellos despiertos y otros tres en estado de hibernación, comienza a experimentar inexplicables comportamientos de su inteligencia artificial, HAL-9000. Tomando una decisión consciente, decide terminar con la vida de los tres expedicionarios hibernados, desconectando sus sistemas de soporte vital.
1984: el cometa Halley regresa a la Tierra. Pero esta vez, la humanidad está preparada. El módulo espacial Churchill se dirige a su encuentro en misión de exploración. Cuando todo parecía ir bien, descubren una extraña nave alienígena camuflada en la cola del cometa. Decididos a desvelar el misterio, unos cuantos miembros son enviados a su encuentro, donde se topan con gigantescas criaturas semejantes a murciélagos y otros tres seres con apariencia humana en estado de animación suspendida.
Han Solo, en El imperio contraataca (Star Wars: Episode V - The empire strikes back, 1980), queda criogenizado con «carbonita».
En la madrugada del 1 de enero de 1999, el humilde y atontado repartidor de pizzas Philip J. Fry queda atrapado accidentalmente en el interior de una cápsula criogenizadora y despierta justo mil años en el futuro. Allí conoce a toda una serie de personajes estrambóticos y se enamora de una «hermosa» mutante ciclópea, de nombre Leela.
Los cinco botones anteriores, correspondientes respectivamente a El planeta de los simios (Planet ofthe apes, 1968), Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979), 2001: una odisea del espacio (2001: A space odissey, 1968), Lifeforce: fuerza vital (Lifeforce, 1985) y Futurama (Futurama, 1999), bien pueden servir como muestras al azar de uno de los tópicos más reflejados en el cine y la literatura de ciencia ficción. Me refiero, en concreto, al tema de la preservación criogénica, también conocido como animación suspendida.
Os vais a quedar helados
Aunque suele ser muy común confundir ambos términos, se trata, sin embargo, de dos conceptos relativamente diferentes. Así, la preservación criogénica se refiere a la congelación de un ser vivo cuando este se encuentra, bien a punto de morir (aunque esto es ilegal, actualmente, al menos con seres humanos, que yo sepa), o bien, un tiempo después de muerto. El proceso tiene lugar a muy bajas temperaturas, con el propósito de conservar el cuerpo y la esperanza de revivirlo en el futuro, si es que los medios científicos y tecnológicos lo permiten. En cambio, la animación suspendida es un fenómeno biológico mediante el cual un organismo vivo entra en una especie de estado de letargo o sueño donde la actividad metabólica se reduce de forma drástica (más o menos lo que le ocurría a La bella durmiente, en el inmortal cuento de Charles Perrault).
La idea de utilizar temperaturas muy bajas para preservar cuerpos de seres vivos o muertos se remonta, al parecer, a más de 4500 años, cuando los antiguos egipcios usaban el frío para rebajar la inflamación y tratar heridas. Más recientemente, en el siglo XVII se llegó a especular con que la muerte del filósofo Francis Bacon había tenido lugar durante el transcurso de un experimento criogénico. En la actualidad, la animación suspendida se les induce a los pacientes antes de intervenirlos quirúrgicamente, reduciendo así su temperatura corporal de 37 °C a unos 22 °C, con la consiguiente detención del flujo sanguíneo y el latido cardíaco.
De hecho, parece que la cosa funciona correctamente a la hora de despertar de nuevo a los seres previamente conservados criogénicamente. Al menos, en formas de vida no demasiado complejas. Se han encontrado tanto algas como bacterias en aguas saladas en la Antártida que han permanecido congeladas durante casi 3000 años, o incluso más de 30 000 años en una cierta especie de bacteria, en Alaska. Tanto las bacterias como otros organismos pueden mantener sus funciones vitales a temperaturas tan bajas como -55 °C. Se han descubierto microbios de millones de años criogénicamente preservados a casi cuatro kilómetros de profundidad, sepultados en el permafrost, la capa de suelo que se encuentra permanentemente congelada en las regiones polares. Los óvulos femeninos y los espermatozoides masculinos, junto con embriones, se conservan a bajísimas temperaturas de forma habitual, para poder ser utilizados tiempo después. Ciertas especies de peces poseen una sustancia natural anticongelante en su sangre que les permite sobrevivir a períodos más o menos largos de frío extremo. La función de esta sustancia no es otra que evitar la formación de cristales de hielo en las células de los tejidos del cuerpo del pez. Funciona de forma análoga a como lo hace el anticongelante que empleamos en los vehículos, es decir, disminuyendo el punto de fusión del agua para que se congele a una temperatura más baja de lo normal. Se cuenta que los percebes, esas criaturitas tan escurridizas que tienen la mala costumbre de vivir en las rocas poco accesibles y golpeadas por las olas del mar, pueden sobrevivir incluso a temperaturas de -18 °C mientras una proporción superior al ochenta por ciento del agua de su cuerpo permanece congelada.
Tanque de criopreservación humana, o vaso Dewar, utilizado por la fundación Alcor Life Extension; en su interior se pueden acomodar cuatro cuerpos completos de pacientes, sumergidos en nitrógeno líquido a -196° C., con la esperanza de que en el futuro, la ciencia médica avance lo suficiente como para revertir las causas de su muerte.
Todo lo anterior está muy bien, pero los seres humanos no somos ni bacterias, ni microbios, ni peces, aunque sí podamos encontrar entre nosotros bastantes percebes. Así, pues, ¿resulta posible, por ejemplo, someter a una persona a un proceso de criogenia después de morir o incluso inducirle un estado de animación suspendida, con el objeto de «resucitarla» en un futuro lejano, cuando las enfermedades hayan desaparecido por completo o cuando exista una cura para la causa de su muerte, en el primer caso, o con el propósito de enviarla al espacio en una misión de larga duración, en el segundo caso, para posteriormente reanimarla y restaurar sus funciones vitales normales?
Los genios de las botellas
Veamos, el término cryonics («criogenia» para nosotros, los hispanos) fue acuñado por primera vez por Karl Werner en 1965, cuando en compañía de Curtis Henderson y Saul Kent fundaron la Cryonics Society of New York. Pero el tema ya había adquirido gran popularidad a partir de 1964, fecha en que R.C.W. Ettinger había publicado el libro The Prospect of inmortality. Ettinger proponía que los cuerpos de personas recientemente fallecidas o, en su defecto, sus cabezas separadas del tronco, fuesen congelados en nitrógeno líquido a -196 °C con el noble propósito de conservar cerebros sanos, al menos hasta el momento en que la tecnología del futuro hubiese adquirido un nivel de desarrollo tan avanzado que permitiese devolverlos a la vida.
Así, siguiendo las directrices de Ettinger, la Cryonics Society of California comenzó a criogenizar seres humanos a finales de los años 1960, cuando el doctor James Bedford se convirtió históricamente en la primera persona en someterse al tratamiento. Desafortunadamente, una avería eléctrica les devolvió el calorcito corporal perdido a unos cuantos cadáveres en el año 1981. Mala propaganda para una empresa que se dedicaba a asuntos no demasiado bien vistos por una gran parte de la sociedad. Una cosa era leer relatos más o menos fantasiosos como Who goes there? del célebre John W. Campbell, escrito en 1938, en el que se hablaba de un alienígena devuelto a la vida tras ser encontrado congelado durante miles de años en el Polo Sur y otra muy diferente era ver la imagen de tu padre, madre, amigo o vecino bien fresquito mirándote a los ojos desde el más allá. Un inciso: posteriormente, este relato fue adaptado al cine en El enigma… de otro mundo (The thing… from another world!, 1951) y, más recientemente, en un remake estupendo titulado La cosa (The thing, 1982).
Allá por 1972 se fundaron, asimismo, Trans Time, con sede en San Leandro, California y Alcor Life Extension, en Scottsdale, Arizona. Esta última es en la actualidad la empresa más importante del mundo en el campo de la conservación criogénica de cadáveres; eso sí, al módico y popular precio de unos 150 000 dólares como mínimo por un cuerpo completito y tan sólo 80 000 dólares por un cerebro. A fecha de 31 de agosto de 2011 Alcor tenía registrados oficialmente 994 miembros, así como 107 pacientes en sus contenedores, a la espera de un mañana más prometedor. A veces me pregunto qué pasaría si en unos años una moda semejante se instalase en nuestra sociedad y el número de pacientes comenzase a incrementarse de forma alarmante. ¿Dónde almacenar tantos cadáveres? ¿Qué hacer con ellos? ¿Se les podría sacar alguna utilidad?
Una vez más, el mundo de la ciencia ficción ha propuesto respuestas a interrogantes como estos. Así, Norman Spinrad, en Incordie a Jack Barron (Bug Jack Barron, 1969) utiliza la criogenia como medio de soborno y chantaje; Larry Niven, en The Defenseless dead (1973) propone la idea de utilizar los restos de cadáveres criogenizados y obtener órganos aptos para trasplantes; Greg Bear, en Heads (1990) sugiere la posibilidad de extraer datos de los cerebros muertos antes de ser descongelados; por último, Charles Sheffield, en Tomorrow and tomorrow (1997) soluciona los problemas de espacio para el almacenamiento enviando los cuerpos nada menos que a Plutón (cuando este aún no había perdido su título oficial de planeta del sistema solar). Es de suponer que los viajes espaciales estarían baratitos en esa época.
Según la información que Alcor proporciona en su propia página web, la empresa sólo actúa sobre personas legalmente fallecidas, es decir, en las que se ha detenido su corazón, nunca sobre aquellas en las que haya tenido lugar la muerte cerebral, ya que demostrar este hecho haría perder un tiempo precioso debido a la cantidad de técnicas y procesos diferentes y complejos que hay que llevar a cabo. Si un cerebro puede preservarse con su memoria y personalidad, cosa que está por demostrar, entonces devolver la salud a la persona congelada parece más un problema de ingeniería a largo plazo, siempre según opinión de Alcor.
Ahora bien, ¿sigue siendo la misma persona alguien que ha vuelto a la vida cientos de años después de fallecida? ¿Se mantienen sus recuerdos? ¿Tiene algo que ver la personalidad con estos recuerdos? ¿Dónde reside el alma del individuo, si es que existe? ¿Le importa algo de todo esto a la gente que decide someterse al tratamiento de preservación criogénica? Hasta hace bien poco se pensaba que la memoria a corto plazo depende de la actividad eléctrica cerebral. Por el contrario, la memoria a largo plazo está basada en cambios permanentes, tanto a nivel estructural como molecular dentro del cerebro. Sin embargo, recientemente, un grupo de neurólogos, experimentando con ratas, ha conseguido eliminar recuerdos de hasta seis semanas inyectándoles en la parte del cerebro donde reside la memoria de los sabores un inhibidor de la proteína quinasa M zeta. Sus resultados aparecen publicados en el número 317 de la revista Science. Por otro lado, en la publicación Annals of Neurology, se cuenta un caso opuesto al anterior. Al parecer, cuando se intentó reducir el apetito de una persona de 50 años de edad mediante estimulación cerebral de la zona del hipotálamo vinculada a la sensación de hambre, el individuo afirmó que había comenzado a recordar claramente sucesos acaecidos 30 años atrás. Así pues, estamos comenzando a aprender a manipular los recuerdos y quizá esto cambie para siempre nuestra forma de percibir conceptos como personalidad, alma, etc. Bien podríamos llegar a concluir que lo que hoy en día entendemos por muerte, mañana cambie por completo.
Crioprotégete
Pero volviendo al tema, ¿cómo se lleva a cabo el proceso de criogenización de una persona con los medios actuales? Justo antes de la década de 1990 se utilizaban sustancias crioprotectoras, digamos, modestas. Con ellas se consiguió que cerebros completos recuperasen brevemente actividad eléctrica normal después de permanecer congelados a -20 °C durante cinco días. La sustancia crioprotectora en cuestión era el glicerol. Más tarde, en 1995, se logró preservar estructura cerebral a una temperatura tan baja como -90 °C al utilizar una solución concentrada, también de glicerol. Sin embargo, esta concentración no era posible incrementarla arbitrariamente, ya que entonces se volvía tóxica. A partir del año 2001, Alcor comenzó a sustituir el glicerol por otras sustancias capaces de provocar la vitrificación del cerebro completo y desde el año 2005 emplea el M22, mucho menos tóxico.
Una sustancia crioprotectora está constituida, básicamente, por moléculas pequeñas que penetran fácilmente en el interior de las células, reduciendo el punto de congelación del agua. Además del glicerol, otros crioprotectores son el etilenglicerol, el sulfóxido de dimetilo, la «carbonita» en la que queda criogenizado Han Solo en El imperio contraataca (Star Wars: Episode V - The empire strikes back, 1980) y el suero de super-soldado del Capitán América, que le permitió sobrevivir durante años en un bloque de hielo, tras precipitarse al Ártico cuando, en compañía de su amigo Bucky, intentaba detener el lanzamiento de una bomba sobre Londres por parte del malvado agente nazi, el Barón Zemo I. Rescatado por los esquimales, fue adorado como un dios durante años, hasta que Namor arrojó el bloque a las aguas del océano, donde lo hallaron posteriormente Los Vengadores, quienes lo reanimaron.
El crioprotector se introduce en el torrente sanguíneo, con lo cual llega a prácticamente todas las células del cuerpo. El proceso se lleva a cabo a 0 °C durante horas, alcanzándose una concentración superior al 50%. La mayor dificultad reside en conseguir que la sustancia crioprotectora alcance lo más rápidamente posible a todas las células y tejidos antes de que tenga lugar la formación de cristales de hielo a causa del descenso prolongado de la temperatura. Para lograrlo, el tiempo de difusión de los crioprotectores debe ser lo más pequeño posible, por lo que el glicerol no constituye un candidato muy prometedor. Evidentemente, si el tamaño o extensión del tejido no es demasiado grande, el resultado mejora notablemente. Por ejemplo, en grupos de células de menos de 1 cm, los resultados son excelentes. En un órgano tan grande como un cerebro o incluso en un cuerpo humano completo, la cosa cambia por completo, no pudiendo predecirse con seguridad los efectos a largo plazo.
Una de las películas más conocidas que presenta a la criónica (y sus errores potenciales) es la película de 1992 Eternamente joven (Forever Young) protagonizada por Mel Gibson.
En todo lo anterior juega un papel decisivo el proceso anteriormente aludido de la vitrificación. A medida que la temperatura del cuerpo que se pretende preservar se va reduciendo (recordad que se conservan en nitrógeno líquido a -196 °C), ocurre la denominada transición vitrea, durante la cual el crioprotector experimenta un aumento drástico de su viscosidad, transformándose en algo así como una sustancia intermedia entre un sólido y un líquido, una especie de sólido vidrioso o vitreo en cuyo seno quedan bloqueadas todas las moléculas, ocupando sitios más o menos fijos. La vitrificación tiene lugar al utilizar una concentración de sustancia crioprotectora tan elevada que los cristales de hielo no llegan a formarse. Por debajo de la temperatura de transición vitrea, el movimiento de traslación molecular cesa y la química se detiene, en cierta manera. El reloj biológico se ha parado.
El proceso de vitrificación no presenta el problema del tamaño de las muestras criogenizadas. Por el contrario, puede ocurrir a cualquier escala (se han logrado vitrificar riñones de conejo, por ejemplo) y a cualquier velocidad de enfriamiento (células vivas a un ritmo sostenido de 20 °C/min), pero siempre que se sustituya suficiente cantidad de agua de las células y tejidos por otra equivalente de crioprotector. Con las técnicas disponibles en la actualidad, la vitrificación, seguida de un retorno del metabolismo normal, solamente se consigue en tejidos pequeños como pueden ser los vasos sanguíneos; en órganos grandes se acumulan efectos tóxicos que aún no están bien comprendidos. La vitrificación preserva la estructura del tejido, pero no la suficiente bioquímica como para devolverle su metabolismo normal.
Así y todo, con las enormes dificultades y numerosos interrogantes aún por contestar, algunas personas, con unos ciertos ahorros, siguen decidiendo someterse a la preservación criogénica y darse el último bañito en los fríos contenedores de Alcor Life Extension, en nuestro mundo real, o en nuestras peores pesadillas acudir a empresas de ficción como L.E., tal y como hace el protagonista de la estupenda película de Alejandro Amenábar Abre los ojos; despertar al bueno de John Spartan treinta y seis años después de ser criogenizado para acabar con el malvado Simon Phoenix en Demolition man (Demolition man, 1993); o tener una aventura con Mel Gibson en Eternamente joven (Forever young, 1992). Al fin y al cabo, ¿no resultaría mucho más económico quedar atrapado en un bloque de hielo, como el Capitán América, o la masa gelatinosa e informe de The blob (The blob, 1958), o la terrible criatura de El monstruo de tiempos remotos (The beast from 20 000 fathoms, 1953)?
Mientras todas las dificultades anteriores no queden definitivamente resueltas, no nos quedará más remedio que seguir, o bien disfrutando del cine y la literatura de ciencia ficción, o bien confiar en las predicciones de K. Eric Drexler, Ralph Merkle y otros, quienes, allá por 1987, especularon con la posibilidad de que el uso de la nanotecnología molecular (término sugerido por Richard Feynman en 1959) podría proporcionar medios para reparar y proteger los cuerpos de los riesgos potenciales durante los procesos de criogenización y posterior reanimación. Hasta entonces, permitidme que permanezca en una respetuosa animación suspendida…