CAPÍTULO 9

El comisario López

Llegué tarde, eran las nueve menos cuarto. Tres cuartos de hora más tarde. Ya me imaginaba los comentarios, el enchufado del jefe llegando a la hora que le da la gana. Pero aquello no me preocupaba, lo que dijeran de mí me traía al fresco, en aquel momento sólo me interesaba lo que dijese Martín. Atravesé corriendo los pasillos y me cambié lo más rápido que pude. Las nueve menos diez y estaba en el despacho de Martín. Pedí perdón por llegar tarde y su respuesta me extrañó:

—Ya sabía que llegarías tarde, tu padre me llamó diciéndome que le habías ido a buscar a la estación y que vendrías un poco tarde —el viejo, pensé, echándome un cable, quién lo diría—. Ayuda un momento al cabo Castro —me ordenó.

Miré al cabo Castro, estaba de rodillas en el suelo con guantes de látex separando minuciosamente objetos que extraía de una bolsa de basura y colocaba sobre una sábana extendida en el suelo. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, es más, no entendía qué hacía una bolsa de basura en el despacho del jefe. Me arrodillé para ayudarle y Castro me recomendó:

—Colócate antes unos guantes, no vaya a ser que se borren huellas, si es que las hay.

Que se borren huellas de trozos de cáscaras de naranja o de huevos, aquello me producía gracia. Pero fui obediente y me levanté a por unos guantes. Observé a Martín sentado contemplando embelesado un dibujo con manchas y unas medidas que describían la distancia en metros de una mancha a otra, en ese momento tenía la expresión del que está intentando resolver un puzzle. Pensé que era otro de sus jueguecitos de manchas en el que de repente aparece la imagen de una joven como la de una anciana. Me puse los guantes y cuando iba a arrodillarme a ayudar a Castro me acordé de la conversación que oí entre María y ese tal Paco, la noche anterior. Se la conté a Martín.

—Tú hiciste el listado de vehículos que detectaron las cámaras de tráfico, mira a ver si hay una furgoneta gris, matrícula de Toledo, que pasase por el lugar la noche del asesinato.

Me quité los guantes y miré la carpeta que le había dejado el día anterior preparada a Martín.

—Efectivamente, aquí está —dije entusiasmado por mi hallazgo—. Pasó por el lugar a las 4 horas y 55 minutos —y extendí la hoja para que la viera.

—Buen trabajo —estaba orgulloso de mí, a lo mejor había resuelto el misterio de la muerte de Leroux y todo por la corazonada de ir a escuchar lo que se decían Paco y María el día anterior—. Coge la carpeta y todos los datos de esa furgoneta. Nos vamos a ver a López con este tema y a ver qué tiene él.

No esperé más. Salí corriendo del despacho mientras el cabo Castro seguía de rodillas seleccionando basura, ¿qué estaría haciendo?, me preguntaba. Lo que había quedado claro era que le había disgustado mi descubrimiento pues era a él en exclusiva a quién le tocaría hurgar en toda aquella podredumbre. Saqué el coche y al colocarlo delante de la puerta de acceso me acordé que no había dormido en toda la noche, que mis reflejos estarían mermados y que tenía que tener cuidado a la hora de conducir. Martín bajó enseguida y puse rumbo a la comisaría para mostrar a López mi descubrimiento.

No nos hizo esperar, nos recibió enseguida. Martín me pidió que le contara lo que había oído y le mostrara la imagen y los datos que habían tomado las cámaras de tráfico.

—Buen trabajo —cuando López dijo aquello no pude reprimir una mueca de satisfacción—. El chaval es eficiente —otro que me llamaba chaval, en fin, tendría que irme acostumbrando—. Esto nos ayudará bastante.

—¿Cómo va la investigación? —preguntó Martín.

—Bien, y con esto irá mejor —dijo López mientras miraba los datos que le di en la carpeta—. La pista que nos diste ayer nos ayudó. Investigué e interrogué ayer a toda la unidad que intervino en desalojar a los manifestantes de la Puerta del Sol. Ya tengo a los dos policías que persiguieron a Leroux. Están cautelarmente suspendidos hasta que esto se aclare.

—¿Había alguna razón para que le persiguieran en exclusiva a él? —preguntó Martín, refiriéndose a Leroux.

—Sí, le tenían ganas. Son dos policías que militaban en grupos de ultraderecha, antes de ingresar en el cuerpo, es más, aún hoy tenían contactos. Hace años militaban en los guerrilleros de Cristo Rey, son dos fascistas. A Leroux le tenían ganas pues siempre estaba en todas las manifestaciones. «Rojo de mierda» lo llamaban. Todavía no he conseguido sacarles nada más, pero con esto que me habéis traído puedo presionarles. La verdad es que si este caso lo saco adelante será gracias a vuestra ayuda —cuando López dijo aquello, miré a Martín, ayer me había dicho que dejaría creer a López que él llevaba la investigación, pero en su rostro no vi más que la expresión de un jugador de póquer.

—Con lo que tienes, ¿habrás conseguido calmar un poco los ánimos del secretario de estado? —apostilló Martín.

—Sí, ya está más tranquilo, posiblemente dé una rueda de prensa hoy. Ahora voy a mandar citar al Paco ese, para que me haga una declaración de lo que vio y buscaremos a los propietarios de la furgoneta. Antes de la comida con un poco de suerte tengo el caso resuelto… y otra medalla —miré a Martín, seguía con la expresión de póquer—. Y, todo gracias a vosotros.

No nos dio tiempo a despedirnos; descolgó el teléfono y ordenó citar a Paco para tomarle declaración inmediatamente y también para que un coche patrulla fuese a detener a los propietarios de la furgoneta. Era eficaz ese López. Viéndole trabajar las palabras de Martín ayer se desvanecían, daba la impresión de que el que dominaba todo aquello y dirigía la investigación era López y que Martín no era más que su ayudante.

—Lo que te digo Martín, antes de comer el caso resuelto —una sonrisa esbozó su rostro pletórico de satisfacción.

—Me alegro —me sonaron a mentira esas palabras de Martín—. O sea, que el asunto más o menos debió de ser de esta manera: alguna organización de extrema derecha quería dar un escarmiento a Leroux, utilizaron a esos dos descerebrados policías que le persiguieron conduciéndole hasta esa furgoneta dónde estarían esperándole otros fascistas que se lo llevaron y le debieron dar una paliza. Después lo dejaron tirado en la parte de atrás de la Facultad de Estadística.

—Sigues cogiendo todo a la primera, Martín. Así debió ser. Ahora nos faltan las pruebas o la confesión de alguno y caso cerrado.

—Me desconcierta un poco todo —prosiguió Martín—. Estos tipos son profesionales de las palizas a todo el que no piensa igual que ellos o a negros, sudamericanos, homosexuales y no se les suele ir la mano. Suelen dar palizas para amedrentar no se arriesgan a un asesinato —parecía que quería echar un jarro de agua fría sobre López, pero no lo consiguió.

—Tienes razón, pero en esta ocasión se les fue la mano —y la expresión de satisfacción volvió al rostro de López.

—Tal vez tengas razón —parecía la derrota de Martín ante López, pero nunca imaginé lo equivocado que estaba—. Me alegro que todo se resolviera tan rápidamente.

—Sí, ahora sólo queda ver si la manifestación por la muerte de Leroux se hace de forma pacífica y no hay incidentes.

—Lo veo difícil —respondió Martín—. Todo este asunto ha abierto viejas heridas que se creían cerradas.

—Ya lo sé —dijo López con resignación.

—Espero que todo vaya bien —Martín iba a despedirse—. Si no quieres nada…

—Si me permiten —les interrumpí—, es un tema que no tiene que ver nada con Leroux. Ayer por la noche estuve en un club —sentí sus ojos clavarse en mí—, y curiosamente había dos supuestos policías que al parecer extorsionan a las chicas que allí se encuentran, presionándolas por ser extranjeras y no tener papeles…

—Vaya, vaya… —era López que me miraba con una sonrisa de complicidad—. Martín, el chaval acaba de entrar y ya está haciendo investigaciones por su cuenta. Este chaval promete, sigue, sigue hablando.

—No sé quiénes eran, pero les anoté la matricula del vehículo que llevaban, a lo mejor ayuda —abrí la palma de la mano y se la enseñe a López—. Este era el coche que llevaban y su matrícula.

—Vamos a ver —dijo mientras tomaba nota de la matrícula en un folio y descolgaba el teléfono—. ¿Sala?… Pasarme por informática esta matrícula: Cuenca, ocho, tres, uno, siete, tango, beta. Llamadme en cuanto lo tengáis —colgó y dirigiéndose a nosotros, apostilló—. Sentaos, no tardarán nada en llamar.

—¿Dónde está ese club? —me preguntó Martín.

—En una calle que confluye en la Puerta del Sol. Anoche —proseguí como justificándome—, deambulaba por las calles, no tenía ganas de dormir y acabé allí.

En eso sonó el teléfono y López lo descolgó.

—Dígame. Sí, bien —tomó algunas notas en una hoja y colgó.

—Y… —dije impaciente esperando que López me suministrase un poco de información.

—Chaval, este coche no es policial. Es de un sujeto con antecedentes por venta de drogas a chicas de alterne, son gente peligrosa. Ten cuidado.

—Gracias —dije descontento con la averiguación que me reveló López, había pensado que estaba ante un caso de corrupción policial—, muchas gracias.

—Ahora ya nos vamos —dijo Martín—. A no ser que tengas algo más que averiguar —me dijo con sarcasmo ante una sonrisa de López.

—No, no —le dije sonriendo.

Conducía hasta jefatura, pensando que a veces nos hacemos cabalas sobre las cosas y su explicación es de lo más sencilla. «La navaja de Ockham», pensé, si dos explicaciones compiten para interpretar la realidad, la más sencilla suele ser la verdadera, y eso era lo que había ocurrido en ese momento. A Leroux, todo parecía indicar que lo habían matado unos radicales fascistas, apoyados por dos policías de igual catadura. Todos acabaran hoy entre rejas, pensaba, el Ministro dará una rueda de prensa haciendo una glosa sobre la actuación policial y caso cerrado. Sólo les quedará parar mañana a la gente en el entierro de Leroux, pero con los autores detenidos les iba a ser más fácil que los ánimos estuviesen calmados y no se produjeran alborotos. Por otra parte, los dos sujetos que acudían al club de Ivana, o Talia, o como se llamase, no eran policías, eran traficantes, haciéndose pasar por policías. Por la noche quería pasar por allí a decírselo para que quitase el miedo sobre la policía y convencerla de que denunciara. Miré para Martín, estaba pensativo, había adquirido la estampa del que coloca las piezas del rompecabezas y alguna no le encajaba.

—Por fin el caso resuelto —dije para romper el silencio.

—¿Tú crees chaval? —otra vez me llamaba chaval.

—Parece que sí, ¿no? —dije un poco sorprendido de aquella contestación de Martín.

—No estoy tan convencido, esto presenta muchas anomalías aún sin resolver, sin una explicación clara.

No me atreví a seguir preguntando, no entendía qué quería decir con aquello de que presentaba muchas anomalías. Para mí, para López, estaba todo tan claro como el agua mineral. Guardé silencio, acompañando al suyo. Muchas anomalías, ¿qué quería decir con aquello? Llegamos a jefatura y entramos en su despacho. El cabo Castro ya había ordenado toda la basura en la sábana, con etiquetas como si fuesen cadáveres, ¿para qué sería aquello? Menos mal que me libré de andar entre aquella pestilencia. Martín cogió de nuevo aquel folio con manchas y mediciones entre ellas y volvió a la expresión del que busca la pieza que no cuadra. Me aventuré a preguntarle sobre ello.

—¿Qué es? ¿Otro asunto, como el de las manchas que unas veces aparece una joven y otras una anciana? Eso de la psicología de la Ges…

—De la Gestalt —me corrigió antes de que metiera la pata con el nombrecito—. Es algo parecido. Es un dibujo a escala sobre las manchas de sangre encontradas en el lugar del cadáver de Leroux y la distancia que media entre todas ellas —me extendió la hoja, efectivamente, ahora lo veía—. Algo no me cuadra, si alguien lleva el cadáver o al moribundo en una furgoneta hasta el lugar en el que se encontró, habría sólo la mancha de sangre que saldría del vehículo, que podría ser ésta, ya que hasta ella hay marcas de neumáticos. Después habría un pequeño reguero desde el vehículo hasta dónde dejan el cadáver. Y, por fin una posible mancha de sangre en el lugar que dejaran el cuerpo. ¿Estás de acuerdo?

—Sí —de momento le seguía, tenía lógica lo que estaba diciendo—. El reguero del coche al lugar donde depositan el cuerpo, puede ser éste que sale directo y este otro puede ser el que termina el reguero y dejan el cuerpo.

—Eso es lo que debería ser, si todo hubiese ocurrido así —ahora sí que no le entendía nada, se dio cuenta y prosiguió—. El problema es que el cuerpo se encontró en este otro punto —y señaló una cruz marcada a más de quince metros, concretamente a quince metros y cuarenta centímetros, de distancia de donde teóricamente tenía que estar el cuerpo.

—Sí que parece raro.

—Fíjate —me señalaba con el dedo la trayectoria—, es como si lo hubiesen bajado aquí, en el punto A, donde te dije antes. Lo trasladan hasta el punto B, donde teóricamente tendría que estar el cuerpo, dejando la trayectoria de sangre marcada con C. Pero parece que del punto B, se mueve el cuerpo o lo mueven por la trayectoria marcada con D y se aleja del lugar o lo alejan, el rastro se va perdiendo. Pero el cuerpo aparece aquí, en el punto X distante quince metros del punto B donde debería estar.

—Todo eso no parece tener sentido —dije pensativo.

—Pero si eso es así —prosiguió Martín—, da la impresión que después de dejar el cuerpo en el punto B, Leroux se levantó, o lo levantaron, y se alejó del lugar dejando el reguero de sangre marcado con D, pero de repente aparece en el punto X, sin rastro de sangre en un círculo de quince metros y cuarenta centímetros alrededor, es como si hubiese venido por el aire.

—Igual quedó moribundo y empezó a dar vueltas, cayendo en el punto X.

—A lo mejor es así y le estoy dando demasiadas vueltas al asunto este —cerró la carpeta de las manchas y mirándome, me dijo—. Es casi la una, tómate el resto del día libre.

—Gracias —y abandoné el despacho sin preguntar el porqué de tanta generosidad.

Estaba cansado y necesitaba una siesta. Llegué al piso a la una y media me tumbé en la cama en diagonal y me quedé dormido. Soñé con manchas. Las mismas manchas que pueden tener varias lecturas. Entendí lo que me dijo el otro día Martín: «las pruebas no son objetivas, desplegamos sobre ellas nuestras creencias». Aquellas manchas de sangre podrían tener varias lecturas, pero ¿cuál sería la correcta? Por otro lado estaba el asunto de la Brigada K del que Martín no había dicho nada al comisario. Todo empezó a formar una especie de batiburrillo en mi cabeza que me sobresaltaba cada vez que quería cerrar los ojos.