CAPÍTULO 4

María

Llegamos a la calle Libreros y aparqué el coche delante de la librería Lorca, encima de la acera, ya se sabe, «bula policial». Nos bajamos y me pidió que le acompañara. Otra vez iba de perrito faldero. Entramos en la librería, debería de ser una de las más grandes de Madrid, no sólo por sus tres plantas, sino también por el volumen de libros que rebosaban en todas las estanterías y por la aglomeración de éstas que se desplegaban desde el suelo hasta el techo sin dejar un hueco ni para colocar un alfiler y entre todas apenas dejaban un pasillo de un metro escaso. Jamás vi en mi vida tantos libros juntos; pensé que estarían allí todos los que se habían escrito en el mundo. La gente se quedaba mirándonos extrañada, no es normal ver agentes uniformados en una librería. Martín se dirigió a una empleada que estaba en la caja y le preguntó:

—María García, ¿por favor?

—En su despacho, tercera planta. ¿Quieren que les acompañe? —dijo amablemente aquella muchacha, que enmascaraba su demacrada cara detrás de unas gafas de cristales antibalas.

—No gracias, conozco el camino —dijo Martín mientras seguía caminando.

Yo, como supondrán, seguía detrás de él escaleras arriba. Al llegar a la tercera planta se dirigió hacia un despacho que estaba al fondo y después de dar un par de suaves golpes con los nudillos en la puerta, la abrió. Una mujer elegante y bonita, de ojos grandes y hermosos, le dirigió una mirada de asombro mientras levantándose le decía:

—¡Simón!, pasa. ¿A qué se debe tu visita? —le daba dos besos de bienvenida y a mí simplemente me extendió la mano.

—No es una visita de cortesía María, es una visita oficial —dijo Martín en un tono más solemne.

—¿Visita oficial? ¿De qué se trata, Simón? —a su rostro se le esfumó la sonrisa de bienvenida.

—Es sobre Víctor… —Martín se detuvo antes de seguir hablando, siempre pensé que era para que ella dijese algo, como que no había vuelto a casa anoche o algo así, pero en vez de eso, respondió con otra pregunta.

—¿Víctor?, ¿qué pasa? Hace meses que no sé nada de él —aquello noté que desorientó un poco a Martín.

—Entonces… —Martín no estaba dispuesto a decirle nada hasta que se explicase un poco más.

—Nos hemos tomado un tiempo, estamos pensando lo nuestro, si merece la pena seguir juntos o dejarlo.

—María, hemos encontrado a Víctor… —quería decírselo pero parecía que no se atrevía.

—¿Qué lo habéis encontrado? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué le ha pasado? —agarraba a Martín de los brazos, nerviosa.

—Lo hemos encontrado muerto —Martín lo dijo en voz baja mientras inclinaba su cabeza.

—¿Muerto? ¿Un accidente de tráfico? ¿Qué pasó? —María estaba histérica y agarraba fuertemente a Martín.

—No lo sabemos. Pero no fue un accidente de tráfico… —no podía continuar y abrazó a María un segundo, mientras le saltaban unas lágrimas—. Alguien le golpeó con un objeto en la cabeza y le mató —le dijo mientras la separaba.

—¿Con un objeto en la cabeza? ¿Pero quién y por qué?

—No lo sabemos María —en ese momento se abrazó a Martín y rompió a llorar. Éste la rodeó con sus brazos y volvieron a su rostro algunas lágrimas que no se molestó en secar.

Viendo aquella escena tenía la sensación que entre los dos, en alguna ocasión, debió de haber algo más que amistad, pero bueno, me lo guardé para mí, pues últimamente estaba fallando en todas mis especulaciones. Ambos estuvieron abrazados un rato hasta que María se separó y agarrando la mano de Martín le llevó hasta el sofá del fondo y le invitó a sentarse. Yo contemplaba la escena de pie y me sentía incómodo, tenía la impresión de que se querían decir algo más y que no se atrevían al estar yo allí. Quise salir y eso es lo que hubiese hecho de no ser porque aquella visita era casi oficial. El silencio se apoderaba de aquella oficina y sólo se rompía con los sollozos de María. Pero, aunque Leroux y María fuesen amigos de Martín, éste era un profesional, de los buenos, y necesitaba información que le ayudase a llegar hasta el asesino o los asesinos de Leroux, por eso suavemente le preguntó a María:

—¿Quién podría saber dónde estuvo Víctor ayer?

—No sé, Simón. Tal vez, alguien de la organización.

—¿De qué organización? —Martín estaba un poco extrañado al oír aquello de la organización.

—Simón, cuando el partido se disolvió, hubo gente, entre ellos Víctor, que se negaron a ver morir aquello por lo que tanto pelearon y mantuvieron un local de reuniones. Se veían todos los días, en realidad estaban funcionando como en los viejos tiempos, pero con una organización más laxa.

—O sea —Martín estaba un poco sorprendido—, que cuando todo se fue al traste, hubo gente, entre ellos Víctor que continuaron con aquello, ¿es lo que me quieres decir?

—Sí, yo nunca lo entendí, pero así fue. Mantenían relación con organizaciones de otros países y seguían integrados en sindicatos y movimientos sociales, como esperando mejores tiempos para renacer. Ya sabes, aquel rollo de esperar que las condiciones objetivas fueran más favorables.

—¿No tendrás el teléfono o las señas de alguien que me pueda dar algún dato o decirme algo que me ayude un poco en todo esto? —el semblante de Martín había cambiado, se le notaba más animado, daba la impresión que había encontrado un hilo del que tirar para encontrar la madeja.

—Sí, tengo el teléfono de la sede, por aquí —y levantándose se dirigió a la mesa del escritorio, buscando algo, era una gruesa agenda que abrió y cuando localizó lo que buscaba, prosiguió—. Aquí está. ¿Te doy las señas? ¿El teléfono?

—Sí, pero hazme un favor, llama tú desde aquí, ahora. Infórmales de lo ocurrido y pregúntales sólo cuándo fue la última vez que vieron a Víctor. A ti te lo dirán más fácilmente que a mí. Pero de momento no les digas que Víctor está muerto, deja la puerta abierta como que aún vive, aunque les puedes decir que está muy grave.

—Ya le entiendo.

María se sentó en el sillón de su despacho, extrajo un espejo de su cajón que utilizó para ejecutar perfectamente la operación de secarse las lágrimas, y en ese momento su gesto se transformó adoptando pose de ejecutiva agresiva. Comenzó a teclear el número de teléfono y cuando terminó pulsó el botón del altavoz para que oyéramos, bueno para que Martín oyera la conversación. Tres veces se dejó oír el sonido del teléfono hasta que alguien al otro lado contestó, era una voz masculina.

—Dígame.

—Buenos días —María estaba tranquila, parecía que había hecho aquello toda la vida—, soy María la ex de Víctor, de Víctor Leroux… —la voz al otro lado del teléfono no la dejó continuar.

—Hola María, soy Paco.

—¡Ah!, Paco. Os llamo porque estuvo aquí la policía y… —otra vez la interrumpió.

—¿La policía? —la voz al otro lado parecía sorprendida—. Y, ¿qué querían?

—Al parecer le ha pasado algo a Víctor, alguien le golpeó en la cabeza y… —nuevamente la interrumpió.

—¿En la cabeza? Seguro que fueron esos policías…

—¿Por qué dices eso? —Fue María quien le interrumpió sorprendida con las manifestaciones de ese tal Paco y Martín le hacía señas de que le dejase seguir hablando.

—Ayer, estuvimos en una manifestación no autorizada en la puerta del Sol, contra la política económica del gobierno y sus aliados del Fondo Monetario Internacional y la policía cargó contra nosotros. Nos dieron a todos hasta en el carné de identidad, fue una carga brutal. Son una manada de animales. A mí me destrozaron las costillas y ahora me dices que a Víctor le dieron en la cabeza… —en ese momento fue María quien le interrumpió, siguiendo las indicaciones de Martín de que le preguntara la hora de todo eso.

—Perdona Paco, pero no hay seguridad de que fuese la policía…

—¿Que no hay seguridad? María, yo vi como dos policías le perseguían calle abajo en dirección al Teatro Real. Y, ahora tú me dices que le golpearon en la cabeza, ¿quién iba a ser? Esos hijos de puta andan siempre detrás de nosotros, son unos fascistas.

—Paco, ¿a qué hora fue eso?

—Ayer, sobre las ocho y media, aproximadamente. Y, ¿qué tal está Víctor?

—Al parecer es grave, muy grave… —Martín miró hacia mí, como complacido de la respuesta de María.

—Esos hijos de puta… ¿En qué hospital está?

—No he conseguido enterarme, todavía.

—María, en cuanto te enteres, me llamas, ¿ok?

—Ok, Paco. Te llamo en cuanto sepa algo más.

—Gracias, María.

Aquello comenzaba a tener algún sentido para mí, pero no mucho. Leroux era un activista de los movimientos antiglobalización y había sido miembro de un partido político extraparlamentario de extrema izquierda que debió de existir en otro tiempo. Ahí era donde tenía que tener la relación con mi padre y aquellas visitas a mi casa hacía años. En cuanto me despistara de Martín, pensaba, tenía que llamar a mi padre para que me diera más datos. Pero no le encontraba la relación con Martín, ni veía como encajaba María, que más bien parecía una ejecutiva, una burguesa, una niña de papá, que una militante de los movimientos antiglobalización.

María buscó en su bolso y extrajo un cigarro. Nos ofreció otro a Martín y a mí, que rechazamos dándole las gracias. Fumaba con cierta ansiedad. Deseaba saber la opinión de Martín sobre la conversación que había oído por teléfono.

—¿Qué tal lo he hecho, Simón?

—Bien —se levantó y le acarició la mano como tranquilizándola—, la información ha sido buena, seguro que ayuda en todo esto.

—No sé Simón, ¿qué sentido tiene todo esto? —dijo mientras mordía el cigarro.

—Lo desconozco María, pero te prometo que lo averiguaremos —y volvió a colocarle la mano encima de la suya como intentando tranquilizarla—. ¿Sabes si Víctor andaba detrás de algo? —no entendí qué quería decir ese «algo» por eso presté más atención a la conversación.

—¿A qué te refieres Simón?

—Ya sabes, Víctor siempre estaba investigando cuestiones sobre el poder, sobre cómo nos dominan, en fin, todas las triquiñuelas que se emplean para doblegarnos, como él decía. Siempre buscaba materiales para sus libros, me vino de repente a la cabeza si estaría detrás de algo que pudiera ser considerado molesto para alguien.

—Ya sé a lo que te refieres —María pasó su mano izquierda por sus cabellos y después la llevó a su mentón. Un breve silencio se apoderó del despacho y los dos contemplábamos la expresión de abstracción que había adquirido su rostro—. No sé si estaba investigando algo recientemente, lo desconozco, ya te he dicho que llevábamos meses separados.

—Pero antes de que os alejarais, ¿recuerdas si estaba detrás de algo?

—Tal vez —se levantó de su sillón y se arrodilló abriendo un departamento del mueble del lateral derecho—, es posible… —se hizo un silencio mientras extraía un gran archivador del fondo—. Sí, aquí está —cogió el archivador y se lo entregó a Martín.

—¿De qué se trata? —preguntó Martín mientras iba abriéndolo.

—Hace un año más o menos —María volvía a su sillón mientras encendía otro cigarro—, Víctor estaba detrás de ese asunto. Como ves, son recortes de diferentes periódicos, todos van recogiendo las noticias de la muerte en accidente de varias personas, en un periodo inferior a dos meses.

—¿Sabes quienes eran? —preguntó Martín mientras iba ojeando aquellos recortes perfectamente seleccionados y con varias frases subrayadas.

—Al parecer eran todos expolicías. Todos habían muerto en accidentes, ya fuesen de tráfico o de otro tipo, incluso creo que había uno que se suicidó.

—Ya lo veo —Martín seguía pasando aquellos recortes, mientras leía los titulares, sin detenerse a leer el contenido de sus artículos—, ¿te acuerdas qué era lo que le preocupaba de todo esto?

—Él decía que los estaban matando.

—¿Qué los estaban matando? —Martín miró fijamente a María esperando una respuesta, que posiblemente ni tuviese.

—Sí, decía que esas muertes eran provocadas.

—Sigue, por favor —Martín cerró aquel archivador y se quedó mirando a María atentamente.

—Exactamente desconozco las razones por las que había llegado a esas conclusiones —prosiguió María mientras seguía consumiendo cigarro tras cigarro—. Todo comenzó con una investigación que estaba llevando sobre una brigada policial que debió de existir en el tardofranquismo. Cómo la llamaba… —otra vez María se abstraía en sus pensamientos repitiendo el mismo gesto, atusándose los cabellos para después llevar la mano hasta el mentón—, era algo así como la Brigada X, no, era de otra manera…

—La Brigada K —interrumpió Martín, con una seguridad aplastante.

—Eso, la Brigada K —dijo María reforzando la aseveración realizada por Martín—, ¿sabes de qué se trataba?

—Sí, en realidad nunca se llegó a saber si existió. Se sospechaba que el franquismo en sus últimos años estaba preparándose para la muerte de Franco. Se preparaban para hacer frente a una hipotética respuesta popular y esa preparación tenía siempre tintes policiales. La Brigada K fue una de esas respuestas. Se desconoce si de verdad existió o fue simplemente un mito generado por los partidos de izquierda, pero era una sospecha con muchos visos de ser realidad.

—La Brigada K, pero ¿en qué consistía? —preguntó María abriendo sus enormes ojos y expulsando el humo del cigarro casi directamente a la cara de Martín.

—Se sospechaba que el régimen había creado una unidad secreta que no respondía ante los mandos policiales ni ante nadie. Que era dirigida directamente por el Ministro de turno e incluso se dijo que por el mismísimo Franco en persona. Su misión era la distribución de droga en aquellas zonas del país en las que el movimiento democrático opositor al régimen era mayor.

—¿Cómo era eso? —María seguía mirando a Martín fijamente, la pintura de sus ojos se había dispersado alrededor acompañando las lágrimas que habían brotado de sus ojos.

—Más o menos, se sospechaba que esa unidad tenía la misión de poner en circulación droga o facilitar su distribución en las zonas donde los movimientos sociales contra el régimen fueran más fuertes. Así, si tú superponías dos mapas, uno señalando las zonas de mayor consumo de droga y otro de las zonas donde el movimiento obrero estaba más organizado, ambos coincidían como dos gotas de agua.

—¿Qué sentido tenía todo eso? —preguntó María con más desconcierto que interés.

—Su fin era introducir a los jóvenes en el consumo de drogas, convertirlos en adictos, en toxicómanos, para hacerlos inmunes a las proclamas contra el régimen. Anular a toda una generación de jóvenes neutralizándolos.

—Eso, ¿fue cierto?

—No se sabe, se sospechaba que fue así. Pero nunca se pudo demostrar.

—Y, si Víctor andaba detrás de ello…

—Si Víctor —la interrumpió Martín— estaba detrás de ello y todo ese asunto de la Brigada K tenía algún viso de realidad, debió de poner nervioso a más de uno —Martín cerró el archivador y se puso de pie—. Si no te importa, me llevo este archivo.

—Llévalo, como comprenderás, no lo necesito.

—Gracias María, en cuanto no lo necesite te lo devuelvo.

—Simón, me prometes que me tendrás informada de todo lo que se sepa.

—Te lo prometo.

—Gracias Simón.

—Ahora nos tenemos que marchar, estaremos en contacto. ¿De acuerdo?

—De acuerdo Simón.

Se despidieron con dos besos y yo le di la mano a María, despidiéndome de ella con un, «encantado de conocerla». Salimos a la calle. Miré mi reloj, eran casi las once, la mañana pasaba demasiado deprisa. Subimos al coche y le pregunté:

—¿Dónde vamos, jefe?

Se quedó pensando un poco, dudando de lo que iba a decir, cuando salió de ese trance, parecía que se había dado cuenta de mi pregunta y de mi presencia allí.

—Vamos a jefatura.

Algo maquinaba en su cabeza. No sabía que era. Esa expresión sólo la había visto en tres ocasiones: en los jugadores de póquer, cuando no quieren que nadie presienta su interior; en los jugadores de ajedrez, cuando se concentran en el proceso lógico que va a llevar una partida; y en la hipnosis del que revisa las piezas de un enorme puzzle que intenta resolver. Su expresión era la mezcla de los tres: no quería que nadie supiera su juego; buscaba la lógica del proceso; y sabía que todas las piezas tenían que cuadrar en el rompecabezas. Demasiadas cuestiones deberían de estar pasando por su mente, el asesinato de Leroux y ese asunto de la Brigada K eran suficiente para mantener ocupada la mente de cualquiera.

Yo necesitaba un hueco libre para llamar a casa de mis padres y poder hablar con mi padre, necesitaba que me diera toda la información que pudiera sobre ese Leroux. Pero tenía la impresión de que eso me iba a resultar difícil aquella mañana.