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POR el auricular la voz de pito de la secretaria de Pereyra le dice que el fiscal quiere verlo inmediatamente. El malhumor lo levanta en vilo. En pocos minutos está a las puertas del Palacio. La cola del ascensor es más de lo que está dispuesto a esperar. Sube por las escaleras amplias y desiertas. Pero en el tercer piso, que en realidad es el primero, siente que le va a estallar el corazón. Se sienta a recuperar el aliento. Cuando su agitación se calma un poco, atraviesa el pasillo y llama al ascensor. Llega, bajan dos abogadas muy jóvenes e indiferentes al efecto que sus cuerpos han dejado en la estrechez reprimida del ascensor. Caminando hacia la fiscalía por los pasillos estrechos, Lascano no se da cuenta de que odia a ese edificio, porque en ese momento siente que odia al mundo, a sí mismo, a todo. Se siente harto y asqueado.