UNA y otra vez, durante toda la noche, a Lascano lo despierta un sueño recurrente. Avanza totalmente desnudo por un estrecho pasillo de niebla que parece no tener fin. Repentinamente, en la bruma, se corporiza una figura con forma humana, también gris, que lleva una lanza con incrustaciones de piedras preciosas de todos colores. El hombre sin rostro le apunta con la lanza al tiempo que le dice: Si no hacés algo con tu vida, te la quitaré.
Por la mañana, al afeitarse, se hace un corte cerca de los labios del que mana sangre en abundancia. La deja correr y en el espejo se ve a sí mismo como un vampiro de las películas clase B que miraba en el continuado de su barrio cuando era chico y esta vida era inimaginable.
Resuelve ir a buscar a Miranda. Antes deberá encontrarse con Pereyra para que expida las órdenes que conviertan su detención en arresto legal.
En la oficina de Marcelo le informan que no lo esperan hasta el mediodía. Lo llama a su casa pero responde el contestador, le deja un mensaje en el que le informa que lo esperará. Sale del Palacio, entra en el café Usía y se pone a leer el diario.
Está por terminar el Clarín cuando Marcelo llega, se sienta frente a él y pide un cortado mitad y mitad.
¿Y, cómo terminó la noche? No terminó, estoy sin dormir. ¿Sabe una cosa, Pereyra? Dígame. Estoy casi seguro de que ese chico no es hijo de los Giribaldi. ¿Por qué lo dice? Para mí es apropiado. ¿Por? ¿Se dio cuenta de que anoche en ningún momento tomó referencia de la que se supone es la madre? ¿Y eso qué quiere decir? Los pibes, cuando hay una situación tensa, miran a los padres para saber a qué atenerse. Es algo natural. Bueno, éste no lo hizo. No lo observé. Yo sí. Además le cuento algo. ¿Qué cosa? El niño tiene un gran parecido con una gente que conozco a quienes les robaron un nieto en el COTI Martínez. ¿Y usted cree que es él? La verdad es que no estoy seguro de nada. A lo mejor son mis propios deseos de que esta gente lo encuentre. ¿Quiénes son? Una familia de Haedo, de apellido Napolitano. Dígales que me llamen y hacemos la prueba del ADN. De acuerdo. Yo quería hablarle también de otra cosa, del tema de Miranda. ¿De quién? El Topo Miranda, el asaltante de bancos…
En pocos minutos, Lascano le explica la situación. Acuerdan que le darán al jefe de la Delegación de Haedo el crédito por la detención y que el propio Lascano se hará cargo del traslado. El fiscal le advierte que hará de cuenta que no ha escuchado nada en relación con la detención ilegal de Miranda, pero que es la única irregularidad que le va a dejar pasar. Lascano asiente y se felicita por no haberle dicho nada de la recompensa. A Marcelo no se le ocurre preguntarle por qué lo había detenido. Quizá porque entre ellos se había establecido el vínculo típico de quienes colaboran en la aplicación de la ley. Marcelo le presta su auto y le ordena a su chofer y a un policía de la alcaldía de Tribunales que acompañen a Lascano a buscar a Miranda. Sube al auto, parten. En la ventanilla, corre una película sinfín de vidas ajenas.
Mientras tanto, en su celda, el Topo fuma un cigarrillo y espera tranquilo. Pasa un policía raso. En la oficina contigua, Peloski, el oficial de guardia, llega con un manojo de papeles a tomar turno. Miranda le hace una seña al vigilante.
Che, pibe. ¿Qué le pasa? Haceme un favor y hacételo vos. ¿Qué favor? Cuando llegue Roberti, decile que el Topo Miranda está acá, es importante. El comi te lo va a agradecer. Si lo veo le digo. Gracias.
El Topo lo mira alejándose por el pasillo y sonríe. Peloski ha escuchado parte de la conversación. Cuando el vigilante pasa por la guardia lo ataja con un gesto.
¿Con quién hablabas? Con el preso. ¿Hay un preso? Lo trajo Maldonado ayer a la tarde. Habló con Medina. Lo dejó y se fue.
Con un golpe de vista Peloski revisa el libro de guardia. No hay nadie anotado bajo «detenidos».
¿Qué te dijo el preso? Que cuando lo viera a Roberti le avise que el Topo está allí. ¿El Topo te dijo? El Topo. ¿Qué más te dijo? Nada más, que el comi me lo iba a agradecer. Está bien. Haceme un favor, andate hasta el armero, fijate si Gómez está allí y me lo mandás. Sí, señor. El Señor está en el cielo.
Ir y volver hasta el armero no le va a llevar menos de quince minutos. Tiempo más que suficiente para lo que Peloski planea. Cuando el mecanismo a resorte cierra la puerta con un golpe, le da la vuelta al mostrador y camina unos pasos por el pasillo de los calabozos hasta que lo ve al Topo sentado, fumando tranquilamente. Levanta la mirada y lo saluda con la cabeza. Peloski no tiene ya duda alguna. Es el Topo Miranda. Vuelve al mostrador en la guardia. De pasada abre la puerta y se cerciora de que nadie viene por el pasillo. Toma el teléfono, marca un número.
Hola, comisario. Peloski le habla… Escúcheme. Acá en la Delegación tenemos un pescado muy interesante… Está listo para el horno… Yo que usted me vengo enseguida… Ya sé, ya sé, pero esto que tenemos vale la pena… Hágame caso véngase para acá… Está bien… No se preocupe… Todo bien… lo espero… métale.
Lascano baja del auto y toca el timbre. Beba abre la puerta inmediatamente y se hace a un lado para dejarlo pasar. Al verlo entrar el caniche de la casa sale corriendo con pasos de juguete y se mete en su cuchita.
¿Alguna novedad? No mucho, Beba. Anoche estuve en un procedimiento para detener a un militar que actuó en el COTI Martínez. Ahá, ¿y? Bueno fue algo terrible porque el tipo, antes de que pudiéramos hacer nada, agarró un revólver y se pegó un tiro. ¿Para qué me cuenta esto, Lascano? Es que con el milico y su mujer vive un niño que dicen es su hijo. Afortunadamente cuando pasó todo esto, el chico no estaba en la casa, pero después llegó. ¿Y? No sé, no quiero despertarle ninguna falsa expectativa, Beba. ¿Pero? Pero ese chico se parece mucho a usted y también a Eva, pero no estoy seguro. A lo mejor es algo que imaginé. Quiero verlo. Mire, el asunto está en manos del fiscal Marcelo Pereyra. Llámelo, yo ya lo puse al tanto de la búsqueda que usted está haciendo y sabe que lo va a llamar. Acá tiene el número. Gracias. No tiene nada que agradecerme, le recomiendo que no se haga ilusiones. Me parece que no necesita más sufrimiento del que ya tuvo. Déjeme ser yo quien decida eso. Como le parezca. ¿Puedo pedirle algo? Dígame. Una foto de Eva.
Beba va hasta su habitación y regresa unos instantes después con una foto. Eva en bikini, en una terraza con sombrillas sobre la playa. En su regazo cae la sombra del hombre que tomó la instantánea. Como la emoción comienza a ganarlo, Lascano se mete la fotografía en el bolsillo.
En un impulso que sorprende a Beba y a él mismo, Lascano le da un beso en la mejilla, gira sobre sus talones y sale de la casa. Cuando está por abrir la puerta del auto oye la voz de Beba llamándolo. Se vuelve.
Venga un segundo.
Veinte minutos después del llamado de Peloski, Roberti entra en la Delegación. Si hubiera llegado un poco antes se habría cruzado con el vigilante que debía darle el mensaje del Topo y a quien Peloski había mandado en una comisión sólo por sacárselo de encima. El oficial le sonríe al comisario.
¿Quién es? El Topo Miranda. No me jodas, ¿quién lo trajo? Lascano con Maldonado. ¿El Perro? El mismo. Creí que lo habían matado. Está vivito y coleando. Pero en la repartición lo dan por muerto. Labura por la suya. ¿Lo anotaron en el libro? No le digo que está listo para el horno. Mire usted mismo. Que nadie me moleste. Déjelo por mi cuenta, pero después no se olvide de los pobres.
Peloski señala hacia los calabozos con el dedo, como si esa indicación fuese necesaria. Roberti se mete en el pasillo caminando a toda velocidad. Cuando lo ve al Topo su paso se ralentiza hasta detenerse. Toma un banco que está contra la pared y se acerca a la reja del calabozo donde el Topo sigue sentado y fumando tranquilo.
¡Topo!, dichosos los ojos que te ven. No sabés la alegría que me da que me hayas venido a visitar. ¿Cómo andás, Roberti? Muy bien, Topo, muy bien y tengo fe de que voy a andar mejor todavía. No hay nada como un hombre de fe. Bueno, Topo, ¿qué hacemos, arreglamos o te escribo? Y con Lascano, ¿qué hacemos? Lascano ya está arreglado. ¿Cómo? El Perro no está más en la policía. Anduvo en un quilombo con la subversión. Yo creí que lo habían matado pero parece que zafó y ahora reapareció. Será otra de las ventajas de la democracia. Quiere decir que me encanó con nada el turro. Te madrugó lindo el Perro.
El Topo se queda un instante con la mirada perdida, fija en el índice y el medio que sostienen su cigarrillo. Tira el pucho al suelo y lo aplasta. Sonríe.
¿Qué me preguntabas? ¿Arreglamos o te escribo?
Lascano se detiene en medio de la sala, a sólo unos pasos del sillón donde el hombre mira absorto la pantalla del televisor. Beba va hasta un aparador de estilo provenzal, abre un cajón y comienza a revolver en una pila de papeles. El padre quita por un instante su mirada idiota del televisor y la dirige a Lascano quien se siente obligado a devolverle una sonrisa también estúpida. Beba cierra el cajón, se vuelve y le extiende a Lascano un sobre de papel avión un tanto arrugado.
Allí tiene la dirección de Eva, es una carta en la que habla de usted… y de ella.
Lascano vacila, le da miedo lo que esa carta pueda decir pero finalmente la toma, la mira y se la mete en el bolsillo. Siente la necesidad, el impulso de salir corriendo de esa casa.
Muchas gracias, Beba, pero… No diga nada, Lascano. Le deseo suerte.
Le hace una inclinación a Beba, se da vuelta, sale. Al cerrar la puerta tiene la impresión de estar a punto de desmayarse. Toma aire, suspira, camina hasta el auto. Camino de la Delegación se pone a imaginar cómo habría sido esa familia antes de ser invadida por el grupo de tareas qué se llevó a Estefanía. Seguramente se parecería a la familia que siempre buscó, soñó, deseó, ansió. Ésa que creyó que en algún momento se le iba a dar, pero que siempre algo lo frustró. La muerte de sus padres, el accidente en el que perdió a Marisa, la fuga precipitada de Eva cuando lo balearon los perros de la dictadura. Desea con toda su alma que Beba encuentre a su nieto. Que ese niño pueda empezar a vivir lo que le queda de la infancia que le robaron. Que pueda dejar de simular que cree las mentiras de los mayores. Que pueda agarrar al gato por la cola, hacerse la rata a la escuela, jugar con fósforos, ser querido, abrazado, regañado sin que un secreto horrible se interponga constantemente. El frenazo del auto frente a la Delegación, lo trae de vuelta al aquí y ahora.
El regreso hasta el centro de la ciudad es una larguísima y única puteada de Lascano contra el hijodelarremilputamadrequelopariódeRoberti. No puede creer que lo haya soltado. El Topo lo coimeó, como intentó hacerlo con él, Roberti agarró viaje y acá está nuevamente en bolas. Cuando termina de maldecir al comisario, empieza con Pereyra. Si esa mañana no lo hubiera demorado el Topo no se le escapa. Pero las cosas son así, la suerte es una puta que muchas veces se acuesta con otro.