LASCANO se pasa la noche entera recopilando los datos sobre Miranda que tiene almacenados en su memoria. Él mismo se encargó de la investigación que condujo a su arresto. En el juicio la sacó barata porque el Topo es un chorro que no ahorra en abogados. Un tipo astuto e inteligente, lamentablemente dedicado al crimen. Siempre había soñado con convencerlo para que trabaje para la policía. Una mente como la de él sería de enorme ayuda porque para capturar a un criminal hay que pensar como él.
Las cosas que son importantes para un hombre suelen ser siempre las mismas, por lo general no cambian con el paso del tiempo y la experiencia. Y si algo le importa a Miranda es su familia. Su mujer y su hijo. Por lo que sabe, ella no participa de sus actividades criminales. Es una «flor de ceibo», una piba de barrio, que ya no debe ser tan piba, que tuvo la mala suerte de enamorarse de un delincuente. Sin embargo no es ninguna dormida, varias veces logró despistar y perdérsele a los canas que la seguían para dar con Miranda. El hijo ya debe andar por los veinte años. Lástima no tener ahora medios para saber en qué anda el pibe. Recuerda, haber pasado días y días vigilando su casa que es lo que se propone hacer nuevamente.
Poco antes de que amanezca, Lascano se aposta en el umbral de una casa del Pasaje El Lazo. Desde allí tiene una buena vista de la puerta de entrada y también del paredón que da al patio de la casa por donde Miranda podría entrar o salir tranquilamente. La casa está silenciosa y quieta. El barrio comienza a cobrar vida lentamente. Desde Cuenca dobla un Falcon con tres tipos de civil. El Perro reconoce inmediatamente a uno de ellos: es Flores, uno de los comisarios más corruptos y sanguinarios de la Federal. Lascano sabe que esa presencia allí no es una casualidad. Pensó lo mismo, sólo que Flores no va a limitarse a seguir al hijo para que lo conduzca hasta el Topo como se le había ocurrido a él mismo. Con seguridad va a recurrir a algo más expeditivo, por ejemplo secuestrarlo para pedirle rescate. La cabeza del Perro se pone en funcionamiento a todo vapor. Sale y camina en dirección a la avenida mientras busca en sus bolsillos una moneda. Cuando queda fuera de la vista de los del Falcon emprende una breve carrera hasta Jonte. El Quitapenas está levantando la persiana metálica. Se mete como un ciclón, rápidamente localiza el teléfono, toma el tubo y marca el número de informaciones.
Por favor me podría decir el teléfono del Canal Nueve de Televisión…
Una voz grabada se lo dicta, número por número. Corta, con el hombro encogido sostiene el tubo pegado a la oreja, echa una moneda por la ranura mientras repite el número como si fuera un mantra. Marca.
… Con el noticiero, por favor…
Le parece que pasa una eternidad hasta que lo atienden. Vamos, vamos…
El tono de llamada suena seis o siete veces, finalmente una voz joven responde.
Oiga, hubo un asalto acá en Paternal… Tiraron como mil balazos… Creo que hay varios muertos… Le doy la dirección… Anote, Cuenca 2049… Es a media cuadra de Cuenca y Jonte… Sí… ¿Hay alguna… gratificación?… Jorge López… Está bien, cuando llegue el camión me identifico con ellos… De nada.
Corta, marca 101. Responde una mujer de inmediato. Con su mejor imitación del tono patrón de estancia le habla como una ametralladora.
Hola… Le habla el juez Fernández Retamar del Criminal Dos… Vea, quiero denunciar un asalto que está ocurriendo en este mismo momento en un domicilio privado… No, estoy en la calle… Es una casa… Cuenca y Pasaje El Lazo… Hay tres tipos de campana en el pasaje en un Falcon gris… No me fijé… Están armados… Mande gente inmediatamente… Yo me quedo aquí a esperarlos… De acuerdo… No pierda tiempo…
Lascano vuelve rápido hasta la casa de Miranda, pero sigue de largo unos metros. Está todo tranquilo. Uno de los policías monta guardia junto al Falcon, los otros dos siguen adentro. Se sienta en el escalón de una casa italiana. No tiene que esperar mucho. Dos patrulleros, atronando con sus sirenas, entran por el pasaje a contramano y otros dos le cortan el paso por detrás. Se abren las puertas y bajan doce uniformados con pistolas, ametralladoras y escopetas y se parapetan detrás de los autos. Un inspector, con un megáfono, les ordena que bajen con los brazos en alto. Hay en el auto de Flores un momento de estupor y vacilación. Por el megáfono vuelve a propalarse la orden imperativa. Algunos vecinos se asoman a las ventanas. La persiana de la casa de Miranda se levanta y Susana mira hacia la esquina. Del Falcon baja Flores y el otro policía muy lentamente levantando los brazos. El comisario grita que son policías. Le responde que se tiren boca abajo en el piso. Se miran, no tienen más remedio que obedecer. Lascano se pone de pie. Un camión de exteriores del Canal Nueve llega y frena abruptamente. Susana sale a la puerta de calle con el rostro turbado de preocupación. Un movilero se acerca al lugar arreglándose la corbata y el cabello. Lo sigue un cameraman enfocando la escena. Los policías uniformados, con los dedos sobre los gatillos, se acercan cautelosamente a los hombres que están en el piso. Susana se asoma a la esquina y trata de ver quiénes son esos hombres. Un sargento se acerca y la toma del brazo, ella se deshace de la mano con gesto indignado. Flores ya está de pie sacudiéndose el traje con manotazos coléricos. El inspector se deshace en explicaciones. Lascano sonríe. Susana gira sobre sus talones y encara hacia la puerta de su casa donde apareció el hijo. Flores parece que levita de la bronca, les da una orden gestual a sus hombres, se suben al Falcon y parten. El inspector hace señas al patrullero para que le abran paso. Aliviados, los doce policías regresan a los patrulleros y parten. El movilero se arregla el pelo mientras el cameraman regresa al camión y se sienta en el asiento trasero. Lascano vuelve a mirar hacia la casa de Miranda. Apoyada en el marco de la puerta, Susana está observándolo inmóvil y seria. El Perro cruza la calle tranquilamente hacia ella.
Señora Miranda, soy… Sé perfectamente quién es usted.
La interrupción fue abrupta y cargada de rencor. Lascano abre los brazos en un gesto conciliador, ella comienza a cerrar la puerta.
Espere. ¿Qué quiere, Lascano? Fui yo el que armó todo este barullo. ¿Y qué se cree, que le voy a dar una medalla? Escúcheme un momento. Lo escucho. Todo este lío lo hice para evitar que los secuestren a usted, a su hijo o a los dos. ¿Cómo dice? Yo estaba vigilando su casa cuando lo vi a Flores con otros dos al acecho en el pasaje. ¿Quién es Flores? Pregúnteselo a su marido cuando lo vea. Estos tipos andan detrás de la guita que el Topo se robó. Y no van a vacilar en hacer cualquier cosa para lograrlo. ¿Y usted qué, andaba por casualidad por el barrio? No, yo estoy detrás de su marido. El no viene por acá, sépalo. Está bien, ¿me permite darle un consejo? ¿Es necesario? Me parece que sí. A ver. Váyase de su casa por unos días, esta gente es muy peligrosa y tenga por seguro que volverán. Gracias, lo tendré en cuenta.
La mujer le cierra la puerta en la cara. Lascano siente una puntada aguda en el pecho y comienza a quedarse sin aire. Trastabilla, golpea la puerta con la cabeza y cae al piso. Susana abre y lo ve caído a sus pies. Fernando lo mira asustado, se agacha y lo ayuda a levantarse.
¿Está bien?
El Perro se afloja el nudo de la corbata y siente que el aire comienza a fluir nuevamente hacia sus pulmones. Está empapado de sudor. Susana desaparece y un instante después regresa con un vaso de agua y una silla de paja. Lascano rechaza la silla y acepta el agua. Bebe a pequeños sorbos. Todavía respira con alguna dificultad pero empieza a recomponerse.
¿Se siente mejor? Sí, ya pasa, perdón. Quiere que llame a un médico. No, no es necesario. ¿Seguro?
Asiente con la cabeza. La visión se le aclara.
No tome lo que le dije a la ligera. Estos tipos son de temer. Está bien, no se preocupe. Otra cosa. ¿Qué? Dígale a su marido lo que pasó y que yo lo ando buscando. Él sabe que conmigo va a estar seguro. Si me habla se lo digo. Está bien. Hagan lo que les dije, váyanse ahora mismo.