JORGE se toma su tiempo para afeitarse meticulosamente. Abre las canillas y contempla con satisfacción el vapor que va llenando el cuarto de baño. Se desnuda y se mete bajo la ducha de agua muy caliente. Su mujer dice que no se baña sino que se hierve. Se lava el pelo con champú de hierbas, se unta el cuerpo con jabón de glicerina sin perfume y luego se enjuaga dos veces. Se seca frente a la ventana abierta sintiendo el aire frío cerrándole los poros. Toma un frasco de Farenheit del botiquín. Acciona el rociador con el pico vuelto hacia el techo y deja que la nube de perfume le caiga encima de la piel como garúa. El baño es el momento que utiliza para planificar su día, es cuando se siente más inspirado. Está contento esta mañana. A pesar de todas las maniobras y presiones de los Apóstoles para quedarse con el puesto logró que lo nombren a él. Recuerda la mirada de bronca de Filander el día de la asunción y sonríe. Ahora tiene que desarticularlos rápidamente. Los tipos no son lo que se dice unos nenes de mamá de quienes pueda esperarse que se lo traguen sin chistar. Empleará la mañana en poner en marcha su plan para descabezarlos. Sabe que no tiene que perder ni un minuto, no hay que darles tiempo a que siembren problemas por todas partes, para que lo cerquen y lo volteen. En una acción simultánea le dará traslado a Cubas a la delegación de Orán, le iniciará sumario interno a Valli y Medina que están hasta las pelotas en el asunto de los desarmaderos. A Bellón y a García los pondrá en comisión. Filander debe morir. Ésta es una medida que no le gusta, que sólo toma cuando no hay más remedio y en este caso no cree que lo haya. Filander es un loco peligroso. Confía que los demás harán como la cucaracha cuando le encienden la luz. Dos o tres días después se encargará de ellos. Ladeski está enfrentado con Hernández desde que le ganó de mano y se quedó con la quince. Si lo asegura a uno y le da, por ejemplo, la diecisiete al otro es probable que los sume para su lado. Primero habrá que ver su reacción, pero está casi seguro de que logrará ponerlos a trabajar para él. Ya se verá.
Entra en su habitación. Cora puso la ropa limpia sobre la cama. La camisa impecablemente planchada, los pantalones, como decía su viejo, con una raya para cortar salame y los zapatos lustrados a punto tal que podría afeitarse mirándose en ellos. Se viste. Cuando está terminando de anudarse la corbata entra Cora con el mate. Sorbe la bombilla contemplándose en el espejo. Su cuerpo no tiene un gramo de más y las canitas que le han aparecido aquí y allá le dan un toque como de distinción. Todavía tengo mi pinta. Le devuelve el mate a su mujer y se pone la chaqueta de su flamante uniforme de Jefe de Policía.
¿Y, mi amor, no estás orgullosa de tu maridito? Sabés que sí, Jorge. Lo que me da miedo es que ahora te vea todavía menos que antes. No te preocupes por nada. No me preocupo, pero los chicos parecen pensionistas que vivieran en un hotel, vos trabajás cada día más y yo me quedo más sola que un hongo. Tenés a tu mamá, a tus amigas. No es lo mismo, Jorge, no es lo mismo. ¿Qué te parece si esta noche salimos a cenar y festejamos? Ay, no sé, ¿te parece? ¿Quién te entiende? ¿Le digo a los chicos? No, nosotros solos. Ay, no sé. Después te llamo y arreglamos. Lo que digas, Jorge. ¿Me voy a tener que vestir? Y, si no querés ir desnuda vas a tener que vestirte.
Graciela lo está esperando en la entrada de Moreno. También tiene uniforme nuevo. Lo saluda con un buen día, señor y una mirada pícara. Se entienden muy bien. El Departamento de Policía entero sospecha que hay algo entre ellos. Y lo hay, pero el secreto que guardan es muy diferente de lo que todos imaginan. Lo acompaña hasta su despacho. Jorge le pide una serie de comunicaciones que ella anota en un bloc. La chica cierra la puerta del despacho tras de sí, toma lugar en su escritorio y comienza a buscar los números a los que debe llamar. Jorge, en su despacho, planifica las acciones que debe realizar inmediatamente. Tiene ante sus ojos el organigrama de la Policía. Allí están los cargos y los nombres de quienes los ocupan. Comienza la tarea de reemplazo. Asuntos Internos: tacha comisario Olindo Gaito, escribe Lascano. Toxicomanía: tacha…
En la antesala, Graciela anota junto a los nombres que le dictó Jorge, los números de teléfono a los que deberá llamar. Se abre la puerta del despacho y entran dos comisarios a quienes ya conoce, un civil y una oficial joven que nunca antes había visto.
Tomátelas piba. ¿Cómo dice, señor? Que te las tomes. ¿Adónde, señor? A tu casa, tenés el día libre. Le aviso al jefe. Del jefe nos encargamos nosotros. Pero… ¡Sin peros, tomátelas ya!
El tipo habla en susurros, pero el tono y la mirada no admiten réplica. Graciela toma su cartera y sale con el pecho entumecido por la congoja. La oficial toma el lugar de ella en el escritorio y le pasa el bloc de los llamados al comisario Valli. Lee, sonríe con suficiencia, se lo enseña a Bellón, arranca la hoja, se la mete en el bolsillo y le devuelve el bloc a la mujer. Mira al civil.
¿Todo listo, doctor? Listo. Vamos.
Valli y Bellón entran en el despacho, el doctor detrás de ellos cierra la puerta. Jorge hace ademán de levantarse, pero Valli ya está encima y lo sienta de un empujón. Bellón se coloca detrás de Jorge y lo toma por los brazos. Valli le aferra el cuello haciendo pinza con su brazo derecho mientras le toma el pelo con la mano izquierda. El doctor se acerca, le descorre la chaqueta y hace saltar los botones de la camisa abriéndola con las dos manos. Jorge intenta un movimiento, pero Bellón le aprieta los brazos y Valli el cuello. El médico saca de un bolsillo una aguja cardíaca de diez centímetros y del otro una jeringa cargada de adrenalina. Calza la aguja en el émbolo, le quita la cubierta plástica, empuña el conjunto como una daga y en movimiento veloz la clava con precisión en el pecho de Jorge. Siente la puntada en el corazón, lo mira con los ojos desorbitados. El doctor acciona el émbolo y vacía la jeringa en el músculo cardíaco. Jorge tiene un espasmo, patea al médico en la canilla, que suelta una puteada. Sacude la cabeza hacia atrás, comienza a temblar violentamente. Los dos comisarios deben sostenerlo con fuerza, los ojos se le llenan de sangre, hace intentos desesperados por respirar, se pone rígido, se ablanda y queda muerto con los ojos y la boca abierta. Los dos policías están sudando y temblando por el esfuerzo. El doctor le toma el pulso en la yugular. Valli mira los papeles que hay sobre el escritorio, toma la planilla, lee, la dobla en cuatro y se la guarda en el bolsillo.
Listo. Vamos.
Los tres hombres salen del despacho. La oficial está en el mismo lugar que la dejaron. Valli toma el teléfono, marca un número. Dice: ya está. Corta.
En media hora das la alarma y llamás a la ambulancia a este número. Sí, señor. ¿Tenés alguna duda sobre lo que estuviste ensayando, sabés lo que tenés que hacer y decir? Está toda bien. ¿Estás tranquila? Muy tranquila. No me fallés piba. No se preocupe por nada.
Los hombres dejan la recepción. La chica los acompaña hasta la puerta y cierra con llave detrás de ellos. Va hasta el despacho. Entra. Se acerca al cadáver de Jorge, le toma el pulso en el cuello. Sale. Pasa un pañuelo por los dos picaportes, cierra la puerta del despacho, le quita llave a la de la recepción, se sienta frente a su escritorio. Mira la hora, suspira.
Todo ha durado menos de tres minutos.