El señor Slump llegó tarde y bebido.
—Ha llegado otra carta de la belle Thanatogenos —dijo el señor Slump—. Y yo que creía que habíamos terminado con la dama.
«Querido Gurú Brahmin:
Tres semanas atrás le escribí para decirle que todo estaba arreglado y que yo había tomado una decisión y me sentía feliz, pero resulta que no lo soy, que soy más desgraciada que nunca. Mi amigo inglés es muy tierno, a veces, y me escribe poemas, pero con frecuencia me pide cosas inmorales y cuando yo le contesto que hay que esperar, me replica con cinismo. Comienzo a dudar de que vayamos a crear un hogar americano los dos juntos. Dice que va a ser pastor. Bueno, ya le he dicho que yo soy progresista y que, por lo tanto, no tengo religión, pero no creo tampoco que la religión sea una cosa para tomarse a chacota porque ayuda a muchas personas a conseguir la felicidad y no todo el mundo está preparado, vista la fase de evolución en que nos hallamos, para ser progresista. Todavía no se ha hecho pastor porque dice que antes ha de terminar algo que ha prometido a alguien, pero no me cuenta de qué se trata y a menudo me pregunto por qué tanto secreto, si no es nada malo.
Además tengo el problema de mi carrera profesional. Me ofrecieron un puesto que para mí representaba la gran oportunidad, y de pronto no me dicen nada más al respecto. El jefe del departamento es el señor de que le hablé que ayuda a su madre en las tareas de la casa, y desde el día que comprometí mi vida al amigo inglés y le escribí para darle la noticia, no me habla, a pesar de que con las otras chicas del departamento habla sobre cosas del trabajo. Y el sitio donde yo trabajo tiene como primera norma ser felices y todos dependemos del ejemplo de este señor para serlo, pero él no lo es nada, todo lo contrario a lo que debería ser. Hay días que incluso pone cara de mala persona y eso es lo último que hubiéramos esperado de él. Mi novio no hace más que bromear con su nombre. También me preocupa el interés tan grande que demuestra por mi trabajo. Ya sé que está muy bien que un hombre se muestra interesado por el trabajo de su chica, pero el suyo es excesivo. Me refiero a ciertos detalles técnicos de todo oficio que a la gente no le gusta comentar fuera del taller o despacho, y él no cesa de hacer preguntas precisamente sobre estas cuestiones...»
—Las mujeres son así —dijo el señor Slump—. Se les parte el corazón cuando tienen que rechazar a un hombre.
Era bastante corriente que sobre la mesa de trabajo de Aimée apareciera una carta por la mañana. Siempre que se peleaban la noche anterior, y no hacían las paces antes de despedirse, Dennis copiaba un poema antes de acostarse y lo dejaba en la funeraria cuando iba a su trabajo. Misivas que, con su hermosa caligrafía, sustituían últimamente las desaparecidas sonrisas de bienvenida; los seres queridos que llegaban en los carritos ponían unas caras tan tristes y llenas de reproches como las de su señor.
Aquella mañana Aimée llegó al taller todavía enfadada por la pelea de la noche anterior y encontró unos versos escritos y dedicados a ella. Al leerlos enterneciósele una vez más el corazón.
Aimée, tu belleza es para mí
Como aquellas barcas de antaño...
El señor Joyboy cruzó las salas de cosmética en dirección a la puerta de salida, vestido de calle. Con la cara lastimosamente contraída de desdicha. Aimée le sonrió tímidamente; él respondió con una grave inclinación de la cabeza y pasó de largo, y entonces ella, llevada de un repentino impulso, escribió en el mismo papel del poema: «Trate de comprender, Aimée» y entrando furtivamente en la sala de embalsamamiento, lo dejó sobre el corazón de un cadáver que aguardaba ser atendido por el señor Joyboy.
El señor Joyboy regresó una hora más tarde. Ella le oyó entrar en su taller; oyó el ruido de los grifos al ser abiertos. No se volvieron a ver hasta la hora del almuerzo.
—Muy hermoso poema —dijo él.
—Lo ha escrito mi novio.
—¿El inglés con el que estaba el martes?
—Sí, en Inglaterra es un poeta muy importante.
—¿Ah, sí? No creo que nunca haya conocido a un poeta inglés. ¿Y no se dedica a otra cosa?
—Está estudiando para ser pastor.
—¿De verdad? Verá, Aimée, me interesaría mucho ver más poemas suyos.
—Vaya, señor Joyboy, no sabía que le interesaba la poesía.
—El dolor y los desengaños poetizan al hombre, por lo visto.
—Pues tengo muchos poemas. Los tengo aquí.
—Me gustaría mucho leerlos detenidamente. Ayer cené en el Club del Cuchillo y Tenedor y me presentaron a un hombre de letras de Pasadena. Me gustaría que él los viera. Quizá pueda ayudar a su amigo a abrirse camino.
—Oh, señor Joyboy, es usted muy caballeroso.
Ella no dijo más. Era la primera vez que intercambiaban tantas palabras desde que ella tenía novio. La nobleza de aquel hombre volvió a impresionarla.
—¿Cómo se encuentra la señora Joyboy? —preguntó con timidez.
—Mamá no está muy bien hoy. Acaba de tener una sensible pérdida. ¿Recuerda a Sambo, el loro?
—Claro que sí.
—Ha fallecido. Ya tenía sus años, por supuesto, pasaba de los cien, pero el desenlace ha sido muy repentino. La señora Joyboy está muy apenada.
—Cuánto lo siento.
—Sí, está apenada de verdad. Hacía tiempo que no la veía tan abatida. Esta mañana he ido a encargar el entierro. Por eso he tenido que salir. He ido al Más Dichoso de los Cotos de Caza. La ceremonia será el miércoles. Y precisamente quería pedirle un favor, señorita Thanatogenos, verá, mamá tiene muy pocos conocidos en este Estado. Le haría mucho bien ver una cara amiga en el funeral. Era un pájaro muy sociable de joven, ¿sabe? Cuando vivíamos en el Este, y dábamos alguna fiesta, era el que disfrutaba más.
Es muy triste que no asista ningún amigo a los ritos de su despedida.
—No se apure, señor Joyboy, será un placer para mí asistir.
—¿De veras, señorita Thanatogenos? Vaya, es muy amable de su parte.
Así fue como, por fin, Aimée puso los pies en El Más Dichoso de los Cotos de Caza.