EL TRONO DE LOS AMANTES
«Este trono se construyó con auténtica piedra escocesa de las montañas de Aberdeen. En él puede verse añadido el antiquísimo símbolo del Corazón de Bruce.
Según la tradición, los amantes de los páramos escoceses que se juran fidelidad en este trono y juntan sus labios a través del Corazón de Bruce experimentarán goces sin cuento retozando juntos y serán vistos cogidos de la mano innumerables días calendos cual eterna pareja Anderson.»
La fórmula prescrita del juramento aparecía esculpida sobre un peldaño a una altura pensada expresamente para facilitar la lectura a los amantes que se hubieran sentado en el trono:
Las ondas secarse han
y las rocas fundirse
sin que yo a mi amor abandone
mientras corren las arenas de la vida[4].
La idea cuajó en la imaginación popular y el sitio se convirtió en uno de los más concurridos. Pocas son las oportunidades de perder el tiempo. La ceremonia no dura más que un minuto y es corriente que a última hora de la tarde se llegue a formar una cola de parejas aguardando que les toque el turno mientras exóticos acentos bregan por pronunciar mal que bien el texto, que en labios de bálticos, judíos y eslavos cobra la característica cualidad de las jergas sagradas. Se besan a través del agujero y bajan para dejar el sitio a la pareja siguiente, embobada y en silencio muchas veces, ante la misteriosa ceremonia que acaban de celebrar. Nada de pájaros trinando. En su lugar, el agudo lamento de las gaitas por entre los pinos y lo que queda del bosquecillo de brezo.
A este lugar, a los pocos días de la cena con el señor Joyboy, una nueva Aimée apareció en compañía de Dennis quien, al estudiar las esculpidas citas que, como era característico de todo el Claro de los Susurros, aparecían como por ensalmo un poco por todos lados, lanzó un suspiro aliviado al haberse dejado llevar por su personal repugnancia hacia los dialectos y no haber copiado ninguno de los textos de amor galante de Robert Burns.
La pareja esperó a que les tocara el turno y en su momento se sentó en el trono.
—Las ondas secarse han, amor mío —susurró Aimée. Su rostro quedaba graciosamente enmarcado en la ventana. Se besaron, luego descendieron solemnemente los peldaños y se abrieron camino entre la cola de parejas sin mirarlas ni una sola vez.
—¿Qué significa días calendos[5]?
—Nunca me he preocupado de saberlo. Debe parecerse a la noche de Año Viejo en Escocia.
—¿Y eso cómo es?
—Imagínate a la gente vomitando por las calles de Glasgow.
—Oh.
—¿Sabes cómo acaba el poemita? «Y ahora bajemos a tumbos de la mano cogidos, John. Y retocemos juntos abajo, John Anderson, mi John.»
—Dennis, ¿por qué son tan groseros los poemas que tú te sabes de memoria? Y pensar que quieres ordenarte pastor.
—Pastor no sectario; aunque en estas cuestiones soy bastante anabaptista. En fin, las parejas que se han comprometido pueden hacerlo todo sin pecar.
Al cabo de un breve rato, Aimée dijo:
—Tendré que escribir una carta al señor Joyboy y al... a otra persona.
Aquella misma noche las escribió. Y salieron en el primer reparto de la mañana siguiente.
El señor Slump dijo:
—Envíale la formularia carta de felicitación y consejo.
—Pero señor Slump, se va a casar con el otro.
—Eso pásalo por alto.
A quince kilómetros de distancia. Aimée destapó el primer cadáver de la mañana. Se lo mandaba el señor Joyboy y tenía una expresión de pena tan grande que se le puso el alma en un puño.