EL SUEÑO

EL SUEÑO

Atención al sueño que soñé y en el que vi un Nuevo Mundo consagrado a la FELICIDAD. En él, entre todas las cosas que la Naturaleza y el Arte ofrecen para mayor elevación del Alma Humana, divisé el Dichoso Lugar de Reposo de los Innumerables Seres Queridos. Y vi a los que aún Esperan en la orilla del estrecho riachuelo que los separaba de los que ya habían partido. Jóvenes y viejos, ellos también eran felices. Felices en la Belleza, felices en el conocimiento de la proximidad de sus Seres Queridos, en una Belleza y en una Felicidad desconocida en la tierra.

Y oí una voz que decía: «Haz esto.»

Y entonces me desperté y a la luz y con la Promesa de mi SUEÑO construí el Claro de los Susurros.

ENTRA, DESCONOCIDO, Y SÉ FELIZ.

Y abajo, en un vasto facsímil en cursiva, la firma:

WILBUR KENWORTHY, EL SOÑADOR.

Una modestita tabla de madera colocada al lado rezaba:

PARA PRECIOS INFÓRMESE EN EL EDIFICIO DE LA ADMINISTRACIÓN. SIGA TODO DERECHO.

Dennis siguió todo derecho, cruzó el verde parque y llegó ante lo que en Inglaterra se hubiera tomado por la casa de campo de un financiero de la época eduardiana. Era negra y blanca, con vigas de madera y ventanas de ojiva, retorcidas chimeneas de ladrillo y veletas de hierro forjado. Aparcó el coche entre una docena de otros coches y continuó a pie por un camino entre setos, que en determinado momento bordeó un jardincillo de hierbas aromáticas, con reloj de sol, pila de agua para los pájaros y fuente, banco rústico y palomas. Por todas partes se oía una música suave, las apagadas notas del Canto de Amor Indio al órgano, reproducido por incontables altavoces escondidos en el parque.

La primera vez que recorrió los Estudios Megalopolitanos, al poco tiempo de llegar, le había costado un esfuerzo de imaginación caer en la cuenta de que aquellas calles, aparentemente tan sólidas, y aquellas plazas de distintos períodos y latitudes eran, en realidad, fachadas de escayola detrás de las cuales se veía descaradamente la armazón de las tablas de sostén. Aquí en cambio fue todo lo contrarío. Dennis tuvo que hacer un esfuerzo para creer que el edificio que tenía a la vista era tridimensional y permanente; aunque aquí, como en todos los rincones del Claro de los Susurros, la palabra escrita acudía a remedar el posible fallo de la credulidad.

Esta perfecta réplica de antigua Mansión Inglesa, rezaba un cartel, está construida, como todos los otros edificios del Claro de los Susurros, enteramente de acero Grado A y sus cimientos descienden hasta la roca sólida. Está registrada a prueba de incendios y terremotos.

Que el nombre de la persona que se ha inscrito en el Claro de los Susurros viva eternamente.

Sobre el espacio en blanco estaba trabajando un pintor de carteles y Dennis se detuvo a ver, y llegó a discernir las fantasmagóricas palabras «explosivos», recién borrada, y los trazos de «fisión nuclear» a punto de reemplazarla.

Como llevado por la música, fue pasando de jardín en jardín, porque antes de llegar a las oficinas había de cruzar por delante de una floristería. En ésta una mujer joven rociaba de perfume un parterre de lilas mientras otra hablaba por teléfono:

—... Ah, señora Bogolov, lo siento de veras pero esto es precisamente una de las pocas cosas que no hacemos aquí, en el Claro de los Susurros. El Soñador no quiere coronas ni cruces. Nosotros nos limitamos a arreglar las flores de modo que resalte su natural belleza. Es una idea personal del Soñador. Estoy segura de que al señor Bogolov le gustaría mucho más. ¿Por qué no nos deja a nosotros decidirlo, señora Bogolov? Usted díganos la cantidad que está dispuesta a gastar y nosotros haremos lo demás. Estoy segura de que quedará satisfecha. Gracias, señora Bogolov, con mucho gusto...

Dennis entró y al abrir la puerta en que ponía «Información» se halló en el interior de una sala de banquetes con vigas de madera. Continuaba sonando el Canto de Amor Indio, suavemente matizado por la oscura madera de roble. De entre un grupo de mujeres, alzóse una joven para saludarlo, exquisita, amable y eficaz, una de las tantas de la nueva raza con que él no cesaba de encontrarse desde que estaba en Estados Unidos. Llevaba una túnica negra y sobre el bien sostenido seno izquierdo había bordadas las letras: