Una vez tuve el cofre en mi poder, comprendí que jamás podría entregarlo. Estaba seguro de que mi padre, Claudio Contini-Massera no lo hubiera querido. Abrí una vez más el pequeño papel donde estaba anotado el salmo 40:
Sacrificios y oblaciones no deseas
—Tú has abierto mis oídos—
Holocaustos y víctimas no pides
Y así digo: Aquí vengo
Con el rollo del libro
Escrito para mí.
Hacer tu voluntad, mi Dios, es mi deseo,
Y tu ley está en el fondo de ti mismo.
Ahora lo veía claro. Hacer lo correcto. Era todo, no importaba lo demás. Lo tuve siempre frente a mis ojos pero la ambición me había cegado. Llamé a Merreck y le dije que no habría trato. Me dispuse a abandonar la villa Contini, ¿para qué esperar un año? Empezaría a comportarme como el hombre que hubiera querido ver mi padre. Si tenía que empezar desde abajo, lo haría. Lo sentía por la gente que trabajaba allí y que quedaría sin techo ni trabajo. Fui a hablar con Caperotti.
—Buongiorno, signore Caperotti.
—Buongiorno, Cavalliere Contini-Massera.
—Gracias por su ayuda.
—Solo cumplí con mi deber, Cavalliere. —Aseguró él con su voz cavernosa, la que ya no me inspiraba temor, algo en nuestra relación había cambiado.
Fui directo al grano.
—No podré cumplir con el plazo.
—¿Requiere más tiempo?
—No es el tiempo. Si yo quisiera podría salvar La Empresa ya mismo, pero ello interfiere con mis principios. Si he de vivir con lo poco que consiga de mi trabajo, lo haré. Desocuparé hoy Villa Contini, sería inútil esperar un año.
—¿Y usted tiene trabajo?
—No lo tengo, pero lo conseguiré.
—No necesita buscarlo, Cavalliere. Este es su trabajo.
Examiné con atención sus facciones, pero no parecía estar bromeando. Me miraba fijamente, mientras empezaba a sujetar su pipa con la intención de encenderla.
—Su tío Claudio dejó instrucciones que he seguido al pie de la letra, Cavalliere. La Empresa está boyante, como siempre. Él hablaba conmigo de casi todo, y por lo que veo, omitió comentar que tenía algo que ver con Merreck Stallen Pharmaceutical Group, fue una sorpresa que mis hombres me dijeran que usted estaba en… ¿Roseville, si no me equivoco?
—Pensé que mi tío no tenía secretos para usted.
—Cavalliere, nadie en su sano juicio lo cuenta todo. Es una primera lección que usted tendrá que aprender. Don Claudio era una de las pocas personas que he conocido que sabía guardar secretos. Sé que tenía algo entre manos, algo muy importante, y que por un tiempo estuvo obsesionado con ello, pero los últimos meses tuvimos mucho tiempo para conversar, y una de las cosas que me dijo fue: «Si Dante se comporta de la forma correcta es de mi casta».
—¿Y cuál se supone sería esa forma correcta? —pregunté.
—Venir aquí y enfrentar la situación de la quiebra de la empresa fue el primer gran paso. Era lo que se hubiese esperado de un luchador. No dijo usted cómo lo haría, pero tenía algo entre manos, no sabe cómo se parece a Claudio Contini-Massera… y estoy seguro de que una razón muy importante lo impulsó a no seguir adelante.
Caperotti me estudiaba, de eso estoy seguro. ¿Cuánto más sabría? Decidí que no confiaría mis secretos. Empezaba a hacer uso de la primera lección.
—Tengo motivos personales, y en cierta forma cumplo con el deseo póstumo de mi tío.
—No le preguntaré cuál era. Pero me lo imagino. Se ha comportado tal como su tío esperaba de usted. Le contaré.
Y me enteré de todo. Mi padre y él habían planeado lo de la quiebra de la Empresa para darme una lección, y yo había salido indemne. Hoy puedo decir que me he ganado el cargo a pulso, y mi padre tenía razón, trabajar puede ser divertido. Nelson me acompaña más como un amigo que como un guardaespaldas, y mi querido Pietro sigue a mi lado, como el abuelo que nunca pude disfrutar. La vejez no me preocupa, por lo menos por ahora, y si Merreck se hubiera equivocado y en realidad, mi cuerpo tuviese el gen de la longevidad estabilizado, sería una gran broma que Mengele me habría gastado como regalo póstumo. Hundí el cofre envuelto en una gruesa capa de cemento en medio del Mar Tirreno, y espero que permanezca allí por los treinta mil millones de años que dure el misterioso isótopo artificial, si es que nosotros no acabamos con la Tierra primero.
A mi madre la desaparición de Francesco Martucci parece haberle afectado más de lo que ella hubiese querido admitir. En su rostro empiezan a marcarse las huellas del sufrimiento, y no hay peor dolor que el que no se puede compartir. Donde sea que él se encuentre espero que no se arrepienta por haber creído firmemente que ella no era capaz de amar.
Mi buen amigo Nicholas goza de una posición acomodada gracias a la historia del manuscrito que finalmente fue publicada, y es la novela que usted está leyendo ahora. Sin embargo, me dijo que había tenido que cambiar algunas partes del final que no le parecían muy buenas. Supongo que sabe lo que dice, por algo es escritor. La Empresa tiene tentáculos en toda clase de organizaciones, incluyendo la industria editorial, espero que muy pronto la novela de Nicholas se convierta en un best seller. Es un favor que le debo y que hago con mucho gusto, aunque creo que no le hace falta mucha ayuda.
Estoy empezando a vivir como a mi padre le hubiera gustado, trato a la servidumbre de villa Contini a cada una por su nombre, y a ella le gusta esperarme en la puerta principal como hacía con mi padre, el tío Claudio. Me estoy acostumbrando a que el directorio de La Empresa se despida de mí con un beso en el dorso de la mano. Costumbres italianas arraigadas que Caperotti insiste en continuar. Me tranquiliza saber que Merreck no se atreverá a hacerme daño. Lo ha asegurado Caperotti, dice que soy indispensable para la supervivencia de la Cosa Nostra, que nosotros llamamos: La Empresa. He aprendido que el verdadero poder reside en la gente de confianza que me rodea. En la que está dedicada a enterarse de lo que ocurre y lo que ocurrirá en el mundo, es el motivo de que tenga a mi disposición un departamento de investigación y estadística. Por fortuna, lo mío fue una simple escaramuza del azar dentro del complicado devenir del planeta. De vez en cuando suceden situaciones extraordinarias. Me gusta Caperotti, un hombre callado, que siempre parece saberlo todo. Un aliado que mi padre tuvo siempre a su lado. «Ojalá algún día llegue a ser tan sabio como usted». Le dije hace unos días. «Usted lo será. Y más», me respondió con su voz cavernosa. «Tiene mucho tiempo por delante. Muchísimo».
Y si ha llegado al final y ninguna de sus páginas se ha borrado, quiere decir que ha corrido con suerte. Puede que la próxima vez que abra el libro no exista más esta historia.
Dante Contini-Massera