Las pesquisas

La Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, o NSA, es la agencia de los Estados Unidos que protege los sistemas de información desde hace cincuenta y dos años. El lugar idóneo para encontrar cualquier dato entre los millones que pueblan sus archivos. Trabaja en estrecha colaboración con la CIA y el FBI, de manera que si había el mínimo resquicio de duda acerca de cualquier persona, con seguridad saltaría como una liebre de alguna de sus fichas. Casi sin proponérmelo empezaba a formar parte de un entramado que para tío Claudio había sido prácticamente su modus vivendi, y que yo jamás habría sospechado de no ser por la necesidad de encontrar respuestas a las incógnitas que día a día se me iban planteando.

Como supuse, Nelson aún tenía vínculos con agentes que trabajaban para la CIA. Estos lo condujeron al FBI y allí un contacto le dio acceso al Boletín de Informes Criminales que publican anualmente, que contiene información sobre personas detenidas y sobre toda clase de delitos y crímenes. Está diseñado para complementar los sistemas estatales metropolitanos y hace posible disponer en pocos segundos de los datos que se estén buscando. Un método por medio del cual se encarcelan miles de fugitivos y delincuentes al año. Fue la explicación escueta que Nelson se tomó el trabajo de darme antes de proceder con su informe.

—Jorge Rodríguez Pastor, el nombre completo de la víctima, era de origen colombiano, nacionalizado estadounidense desde hacía seis años. Estudió Ciencias de la Administración en la Universidad Estatal del Valle, en la sede de Cali, Colombia, y se graduó con honores. Consiguió trabajo para una empresa norteamericana que lo trasladó a Nueva York, y después empezó a trabajar como un corredor de bolsa independiente asesorando a las personas que deseaban poner a trabajar su capital. Casado, tenía dos hijos, su situación financiera era estable. En el momento de su muerte contaba con tres millones setecientos veinte mil dólares en su cuenta corriente. Aparece en los archivos del FBI por dos motivos: en una oportunidad un cliente lo denunció por haberse aprovechado de su dinero invirtiéndolo en acciones poco rentables. La acción no prosperó, pero sus datos quedaron registrados. El otro motivo fue por conducir estando bajo los efectos de la cocaína, parece que era aficionado a esta sustancia. Estuvo bajo vigilancia por si estaba conectado con algún grupo de narcotraficantes, pero no se encontraron indicios, por lo que quedó en los archivos como mero consumidor. El departamento de inmigración registró muchas entradas a Italia. Cuatro de ellas en el último año y medio. Su muerte ocurrió como un accidente de tráfico, arrollado por una camioneta que según los testigos, nunca se detuvo. Dijeron que parecía tener todas las intenciones de matarlo, pero en un país como Colombia, cualquier muerte podría ser catalogada como asesinato. Nadie anotó la matrícula del vehículo.

—Quiere decir que nunca estuvo preso, como dijo Martucci.

—Así es, y el estudio de su cuenta bancaria indica que desde hacía unos seis meses se había elevado su promedio de depósitos mensuales.

—¿Por qué diría Martucci que estaba preso?

—Es algo que tendremos que averiguar.

—¿Y qué sabes de Irene Montoya?

—Irene Montoya, no tiene más apellidos. En Sudamérica eso quiere decir que lleva el apellido de la madre, lo que indica que no tuvo padre conocido. Vivió hasta los diecisiete años en Medellín, Colombia, estuvo involucrada en prostitución desde los trece años. Apareció en los Estados Unidos a los dieciocho con visado de turista, y aquí viene la parte más interesante: Fue un caso especial de ciudadanía, recomendado por la embajada italiana. No se menciona a la persona que hizo de mentor, debió ser un personaje muy importante, porque no existen rastros. Sus entradas y salidas del país demuestran que estuvo ocasionalmente en Italia. Al principio trabajó en Nueva York en un salón de belleza y poco tiempo después, compró el negocio. Según el análisis de sus cuentas bancarias, maneja una respetable cantidad de dinero, un promedio de diez millones de dólares. Jorge Rodríguez era su asesor financiero. El negocio de la floristería es muy rentable, tiene sucursales y convenios con sus similares de otros estados y países, hacen entrega a domicilio de flores frescas a cualquier parte del mundo, las flores son importadas de Colombia. Ella no tiene antecedentes en este país, está limpia.

—Dijo que conocía a Rodríguez desde que eran niños.

—Ambos eran de Medellín. Él se fue a estudiar a Cali, pero nació en Medellín, es probable que se conocieran y después mantuvieran el contacto.

—¿Tienes alguna idea de por qué Rodríguez fue asesinado?

—Los asesinatos de esa índole ocurren cuando se quiere silenciar a alguien. En su hoja de vida no parecía tener enemigos, sin embargo, algo debió hacer, o a alguna persona no le convenía que dijese algo. Tengo pensado hablar con su esposa, tal vez ella lo sepa sin saberlo. Suele ocurrir.

—Gracias, Nelson, has sido de gran ayuda.

—Fue un placer visitar a los amigos —enderezó los hombros y se retiró con una mueca parecida a una sonrisa.

De manera que Irene había tenido un pasado escabroso. La cicatriz en su nalga no presagiaba nada bueno. Pero realmente no me importaba, cada cual es dueño de su pasado, lo que me interesaba era saber qué tenía ella que ver con el misterioso personaje italiano. Y aquello no tenía que ver con las emociones, simplemente era cuestión de supervivencia. Pensé que había llegado el momento de tener una conversación franca con ella. Esperé a que Nelson y Nicholas regresaran con los coches. El mío había quedado a unos metros de la casa de Irene. El otro, en un estacionamiento público.

Los pasos de Pietro no se sentían más por la casa gracias a sus Reebok negros. Le daban una apariencia informal y él parecía hallarse muy a gusto deambulando con ellos. Entró al despacho con una taza de chocolate caliente y buñuelos preparados por él mismo. Era lo bueno de tenerlo en el servicio, siempre sabía exactamente lo que yo deseaba.

Sin embargo, pese a que intentaba distraerme para no pensar en Merreck, el hombre no se apartaba de mi mente. Cuatro mil millones no me salvaban de la ruina, pero si él ofreciera más por las notas, con seguridad no tendría que preocuparme por Caperotti. Era indudable que si el hombre cuidaba mi vida era porque no deseaba perder su dinero. Y una vez más me hice la misma pregunta: ¿Por qué tío Claudio ocultaría la fórmula? Si él hubiese dejado que continuasen con los estudios o que culminasen con ellos, a estas alturas él tal vez estuviese con vida; a todas luces prefirió morir antes que seguir con aquello. Tal vez descubriese algo macabro que le hizo recapacitar, Mengele no era precisamente un santo varón, lo que había leído de él era para poner los pelos de punta a cualquiera. Me lo imaginaba en un laboratorio como el de Merreck, con todo el dinero a su disposición, y los avances tecnológicos de la época. Le sería muy fácil obtener cobayas humanos a falta de un campo de concentración. Me vino a la memoria la sensación que tuve cuando toqué el tema con Merreck: «Todo lo que hacemos aquí es legal». Lo había dicho como si se refiriese estrictamente a ese lugar. Semánticamente correcto. Él hablaba con mucho cuidado, como si supiera que cada una de sus palabras sería evaluada. El laboratorio al que llamaba «rancho» era inmenso, tal vez en cualquier sitio de sus diez pisos bajo tierra —si no había más—, se ocultaba lo impensable. Tal vez todo fuese más sencillo de lo que yo creía. Si pusiera como condición antes de sellar el trato, que me enseñase todo lo referente a los estudios de Mengele, y cuando me refiero a todo era todo, podría tomar una decisión responsable. Si es que me atrevía.

Di un suspiro que tenía aguantado desde hacía tiempo. No sé qué efecto tenga en los demás, pero en mí actuó como una válvula de escape, como la olla de presión que Pietro solía utilizar, y que él cierto día se dio el paciente trabajo de explicarme su utilidad. Un instrumento a mi modo de ver muy peligroso para ser utilizado de manera doméstica. Pero ya empezaba a desvariar, y suelo hacerlo cuando no deseo ocupar mi mente en las cosas esenciales.