Nueva Jersey, Estados Unidos
Noviembre 10, 1999
Ese diabólico invento llamado teléfono que suele repicar en los momentos más inoportunos cumplió su cometido. Nicholas cogió el auricular casi con rabia, sin apartar los ojos del manuscrito.
—¿Nick?
No lo podía creer. Había estado esperando esa llamada todo el verano.
—¿Linda? ¡Qué sorpresa escuchar tu voz! —Con el auricular pegado a la oreja y el manuscrito en la mano, se acercó a la ventana.
—Estuve pensando en lo que dijiste.
Nicholas no recordaba a qué se refería. ¡Había dicho tantas cosas! Sobre todo a ella.
—Pues me alegro. ¿Y qué piensas al respecto? —tanteó.
—Tenías razón. No debí venir a Boston, voy a regresar a Nueva York.
—¿Ahora?
—¿No te alegra?
—Sí, claro que me alegra, ¿cuándo estarás aquí?
—Hoy.
Linda había sido la mujer de su vida hasta que se fue. Por su marcha la había culpado de su falta de inspiración, de su mala suerte, de haber perdido el empleo y de todo lo que le estaba sucediendo, y aún así, hubiera hecho lo que fuese para que ella volviera. Curiosamente sentía que todo había cambiado. Linda había pasado a segundo plano, o simplemente se había vuelto una persona insignificante en su vida. Lo que menos le interesaba era tenerla rondando, exigiéndole más de lo que ella acostumbraba dar. En ese momento se dio cuenta de que no la echaba de menos, como si una cortina que le impedía ver con claridad se hubiese descorrido. Se había acostumbrado a la soledad. Decidió que prefería seguir leyendo a ir por ella.
—No podré ir por ti al aeropuerto…
—No importa, Nick, tomaré un taxi —interrumpió Linda.
Le dio rabia que ella diera por sentado que sería recibida como si nada hubiese pasado. Pero le faltó valor para decirle que no la quería en casa.
—Está bien, hablaremos cuando llegues.
—¿De algo en particular? ¿Has escrito algo nuevo?
—Si, de hecho, así es. Justamente estoy dando la última lectura al manuscrito.
—Me alegra mucho saberlo, Nick, estoy ansiosa por saber de qué se trata. ¡Hasta pronto!
Y colgó.
Nicholas miró la tapa negra del manuscrito sintiendo que algo se había roto. Sus deseos de seguir leyendo se esfumaron momentáneamente y la imagen de Linda ocupó su mente. Tendría que decirle que buscase otro lugar dónde vivir, no permitiría que esta vez se saliese con la suya. No esta vez. Se embutió en su chaqueta de cuero, tomó el manuscrito, lo puso bajo el brazo y regresó al parque Prospect en una especie de estado catatónico. Al llegar a su banco descubrió al hombrecillo de la mañana. Sintió que una especie de pánico se apoderaba de él. Su codo apretó el manuscrito bajo el brazo.
El hombre lo miró con sus pequeños ojos inquisitivos.
—Hola. ¿Pudo leerlo? —preguntó, señalando el manuscrito con la barbilla.
—Estoy en ello. Disculpe que me lo haya llevado, pero usted desapareció como por encanto.
—No quise interrumpirlo.
—Si desea, puede llevárselo… justamente venía para…
—No. ¿Qué podría hacer yo con un manuscrito? Ya lo leí, quédeselo. Tal vez le sirva de algo.
—¿Lo dice en serio? No sabe cómo se lo agradezco, estoy intrigado por saber qué contiene el cofre. Voy por una parte muy interesante, Dante Contini-Massera es un personaje que ha picado mi curiosidad.
—No recuerdo haber leído ese nombre —comentó el viejo frunciendo las cejas.
—Es el sobrino de Claudio Contini-Massera, el que murió y fue enterrado en Roma…
—Joven, ¿está seguro? Recuerdo que trataba de la guerra de las Galias, y eso desde la primera página. El personaje principal era el general Cayo Julio César.
—No puede ser.
Nicholas abrió el manuscrito y vio que después de la primera página en la que se leía: «Sin título», seguía un capítulo que empezaba:
La conferencia en la Galia del norte
55 a. C.
«El general Julio César se hallaba sentado en su tienda a la espera del grupo de celtas que, junto a su cabecilla, vendría a exponerle sus demandas. Sabía que le esperaban días muy duros, pero el éxito de la expedición a la Galia dependería en gran parte de la ayuda de esas tribus salvajes que gustaban pintarrajearse el cuerpo con woad, que los hacía parecerse a unos demonios azules. Reconocía que eran excelentes aurigas, y esperaba que una vez terminasen de relatar sus historias guerreras de las que tanto gustaban de ufanarse, pudieran llegar a acuerdos concretos y…».
Nicholas dejó el manuscrito en el banco como si le quemase en las manos.
—¡Esto no es lo que yo leí!
—¿Y qué era lo que estaba leyendo?
—Primero empezó con el asunto de un cofre… era el prefacio. En el capítulo 1 hablaba Dante Contini-Massera…
—Sí, recuerdo lo que dijo… —comentó pensativo el vendedor de libros—. Señor Nicholas Blohm, voy a ser sincero con usted. He querido deshacerme de este manuscrito desde que llegó a mis manos. No soy escritor, pero soy un lector apasionado, como ya le dije. La primera vez que leí el manuscrito me pareció una novela muy buena, trataba de un género que me apasiona: la novela negra. Como supondrá, no lo terminé de un solo tirón, así que lo dejé para continuar su lectura después de mis labores. Al abrirlo para proseguir leyendo me encontré con una novela completamente diferente. Pensé que me estaba volviendo loco, y supuse que tal vez lo habría imaginado. «¡Leo tantos libros!, que debo tener la cabeza llena de historias», me dije. Empecé a leer el manuscrito y me sumergí en una apasionante novela romántica, que no es la línea que más me atrae, pero estaba endiabladamente bien escrita. Marqué el sitio hasta donde había leído con una pluma de ganso, un regalo de una de mis clientas, con la intención de continuar después…
—Supongo que jamás pudo saber el final de la novela.
—Exactamente. Así ha sucedido desde que tengo el manuscrito. Ya no deseo tenerlo más. ¿Quiere que le sea franco? Me da pavor. Vi que usted acostumbraba pasear por aquí y sabía que era escritor, supuse que le sería más útil que a mí.
—El asunto es que para llegar al final de cualquier novela que se halle escrita aquí —dijo Nicholas, dando unos golpes con el dedo índice al manuscrito—, se debe leer de una sola vez. Lo veo y no me lo creo. No. No lo termino de creer.
—El manuscrito es suyo. Cuídelo. Estoy seguro de que al menos le servirá de inspiración.
Nicholas retomó en sus manos el manuscrito con aprensión. Él no era un hombre supersticioso, pero tenía miedo. El manuscrito ejercía sentimientos ambivalentes en él, por un lado lo deseaba, por el otro: le temía. Pero era un objeto precioso a sus ojos, tal vez diabólico, pero valioso, una eterna fuente de inspiración. No obstante, temía que al abrirlo encontrase que «La conferencia en la Galia del norte» se hubiese convertido en una novela de vampiros, o algo por el estilo. Cerró los ojos y lo pegó contra su pecho, mientras rogaba mentalmente que la primera novela que estuvo leyendo regresase a su lugar. Luego abrió lentamente el manuscrito y con el corazón desbocado recorrió las páginas. Allí estaba. Dante Contini-Massera y su tío Claudio, el fraile y el mausoleo. Abrazó el manuscrito abierto como quien envuelve con amor a una novia y estuvo así un buen rato hasta que sintió que su corazón recuperaba el ritmo normal. Supo que el pequeño hombre del banco ya no estaría. Y le pareció lógico. Tenía el manuscrito y no necesitaba nada más. Giró el rostro y abrió los ojos. Ni rastro de él.
Volvió a posar sus ojos sobre las letras del escrito y siguió leyendo con avidez tratando de aprovechar lo que quedaba de luz solar.